domingo, 25 de octubre de 2009

No temas, Niño, a la Eurídice Pobre

Decidió su mano no rozar la carne aterida que dejaba escurrir el pliegue de la sábana. Dormida, ella le dice que ningún presidente de la nación debiera ir preso por corrupción. Que ningún presidente debería ir preso.

Leía un libro de Duhalde y Ortega que era un libro de la argentina: Memorias del incendio.

Leía y miró más allá de la cama, o del horizonte. Por la ventana entraban ráfagas azules y vómitos de lluvia. El piso estaba encharcado y en él se reflejaba la luna.

Cerró el libro y pensó en dos cosas. En la recepción de pobres y en el espíritu folk de una aristocracia política. Pensó que cuando tenía quince años, en Buenos Aires y en Tucumán, Duhalde y Ortega comenzaban a recibir pobres, y Gogol no estaba para narrarlo. ¿Quién escribirá el libro de las gobernaciones de Duhalde y Palito?

Recibir a los pobres. Relevarlos, dar audiencia, perder tiempo. Palito fue un gran gobernador porqué construyó la agenda de derecha que el pueblo necesitado necesitaba, y dejó una filigrana de despedida: no aceptó ser reelecto.

Milagro Sala sería lo contrario de una aristocracia política juvenil. El reverso de la moneda kirchnerista.

El flujo antipolítico que lapida a esa mujer ofrece una lectura proyectada que estremece. Ciertos sectores políticos (absolutamente regresivos con respecto del 2001) han clausurado toda comprensión cabal de la índole de las prácticas sociales en tierras post aliancistas, al visualizar a los movimientos sociales bajo el paisaje del bandolerismo rural. Sala y Bairoletto encriptados en una misma y brumosa silueta en el fondo del llano. Aun cuando nada justifique el escrache (como nada justifica que un -ex– presidente de la nación vaya preso por corrupción, dice ella), cada una de las intervenciones políticas de Morales parecen inexorablemente destinadas a consumar lo degradatorio.

La nimbada paradoja es que mientras las dirigencias se aprestan a rendir Pobreza I parados en la arena, le hacen juicio penal-mediático a una mujer a la que en realidad deberían recibir amablemente en despachos y comisiones para preguntarle cómo se instrumentan algunas cosas.

Que Milagro Sala haya estado en cana, en la falopa, que sea barra de Gimnasia y que haga “clientelismo” sólo contribuye a que se la deba escuchar con mayor atención cuando se la consulte por la asignación universal por hijo. Y que Milagro Sala ponga sobre el paño las diferencias organizativas que la separan y la enfrentan al Perro Santillán y otros movimientos sociales (todo eso que ella llama “la zurda”, eternos jugadores de yo-yo), no hace más que constatar la amplitud y la eficacia de una forma de organización social que lejos está de ser un paseo por París, como quisieran algunos, pero que expresa un nivel de realización cualitativa de trabajo social que incluso es una excepcionalidad dentro de la lógica de los movimientos sociales.

La aristocracia política juvenil tiene que sanar. El blog político también puede ser una aristocracia política, y cometer tenues pecados. “¿Cómo se produce poder político real desde unas oficinas de AA?”, pregunta ella con la voz dormida surgiendo de un remolino de sábanas. El piensa que el pecado se expía, no se conjura. Amaga con volver al libro, pero no. No se hace política para ser feliz. Por eso los niños tienen prohibida la política, porque hay que resguardar ese jardín del tiempo pizarnikiano, ese que tañe en la memoria.

Pero el joven tiene que someterse a los desvirgamientos para ir a la política, tiene que matar retóricas, idealismos preconcebidos, lógicas binarias, bibliotecas, roles históricos, porque la política es un sacerdocio: no se puede pecar.

La aristocracia debe sanar. No dejará de ser aristocracia, pero puede sanar si comprende que pertenecer a una casta de apellidos ilustres no da derechos adquiridos. Tomar un atajo no siempre es una ventaja.

Un profesor de historia militar dijo que no todos están para lo mismo, y por eso la aristocracia política está para producir ideas, relatos, si es que no puede producir otras cosas. Situar el relato político en todo lo que emana de una confrontación contra las formas mediáticas otorga un cómodo campo de interpretaciones: se puede ir desde cuestionamientos certeros a las construcciones de sentido que los medios hacen, hasta diluir los propios pecados como parte de “operaciones mediáticas”. Los límites son difusos (lo mediático es difuso, de fuertes seducciones semánticas, pero da poca ganancia política.) Se puede sanar, se puede hacer un alto en el camino de la dulce vida que es inherente a toda aristocracia. Se pueden hacer pesar menos los blasones, que nadie les negará el linaje. Está en su naturaleza, no lo pueden controlar.

Ahora ella dijo, cuando la sábana dejo su espalda nacarada desnuda, que en el cristal de la ventana, se percibía el pulso de los ríos. No llovía.