La interna es la democracia intrapartidaria posible. Es también, mirada desde una expansividad subterránea, la prueba del ácido para las formas de organización y la vitalidad de los encuadramientos. Se gane o se pierda, de una interna peronista se sale vitaminizado, desvirgado, con las cuerdas vocales engrosadas, se suben escalones de sabiduría política, se gana kilaje territorial, se cosechan nuevos márgenes de electorabilidad. La interna peronista da prestigio, y finalmente, siembra el respeto entre militantes.
Es decir: la interna es buena para el PJ por encima de la fugacidad de las candidaturas, porque es la incubadora de palancas y oleadas políticas más importantes que lo efímero que habita en la coyunturalidad. Y lo efímero es algo que al PJ no le sirve, algo a lo que su cultura política no está habituada. Yo me acuerdo de una cosa: en los ´80, el PJ estaba muerto y salió del atolladero a base de internas, y así construyó pisos de electorabilidad formidables, y allí el PJ se transformó en el partido del orden. Internas, electorabilidad, hegemonía. Luego, todos bebieron de esa fuente. La del partido ya constituido.
La izquierda peronista tiene la chance de engrosar la voz, de pajearse menos veces por día, de verse crecer el vello púbico político. Porque tiene una responsabilidad: tabicar y coagular la sangría ideológica que gotea hacia el campamento colector de fallidas transversalidades. Wake up, chicos, no hay un centroizquierda populista como no hay paraíso en la tierra. Pero para tener voz de macho, la izquierda peronista tiene que modificar sus afinidades electivas, sólo sustentables en un plano pseudo-ideológico cada vez más debilitado (por su inconducencia tanto electoral como política) y acceder a una acción política propia de mayorías. Es decir, colocarse en la sintonía que el peronismo le reclama a todos sus sectores, en la igualdad de condiciones que supone la disputa de poder.
Una estrategia político-electoral del peronismo (tanto en las ingenierías provinciales como municipales) no se origina ni se traza desde los arrestos polisémicos de Cristina. Porque la polisemia cristinista (a la que hoy muchos le quieren buscar su código da vinci político, como si la mina fuera Perón) se funda en el microblindaje cotidiano de la gobernabilidad: lógicamente, Cristina está defendiendo su gobierno, y eso implica un salomonismo discursivo que luego tiene su correlato en los premios y castigos de la ocupación de cargos. Pero no es desde esta perspectiva que debería pensarse la acumulación política y electoral de un peronismo que debe fortalecer una oferta ganadora (la mejor en cada provincia y municipio) y a la vez puesta en línea con los mejores intérpretes de una gobernabilidad defensivista eficazmente ejecutada.
Ante este último requisito, se hace necesario que hasta el más voluntarista de los aspirantes pase por el tamiz pejotista, ya sea a base de acuerdo o de interna. Porque hay que ganar, y no se puede regalar nada. Las estrategias provinciales y municipales del peronismo no corren en el mismo tiempo político que la presidencial, ni pueden ser sometidas al microclima de la coyuntura periodístico-encuestológica de un estío político que no aparece como tangible en la percepción social mayoritaria. ¿Acaso no sería suicida (inclusive para la candidatura peronista presidencial) basar una estrategia provincial-municipal en encuestas que arrojan entre un 30 y un 50 % de indecisos y sin los candidatos puestos? El error es confundir lealtad con comisaría política.
Por eso me parece sensata la decisión del PJ de Santa Fe, y espero que en Córdoba se resuelva de igual manera. La izquierda peronista no merece conformarse con la mediocridad de una colectora, ni hacerse adicta a la minoría intensa del “ir por afuera”: hay que modificar las afinidades electivas, romper con el lastre de la historia, evacuar las dudas y cosechar el respeto en la instancia pejotista. Porque además, no les queda otra opción si quieren sobrevivir como rama, como expectativa de poder. Un neofrepaso más populachero no unge a Cristina.