Saltó del jupismo camporiano a la transición Lealtad, y después migró a la tierra de los pastos torcidos para realizar trabajo doméstico respaldado en la 1050 y apoyar la moción verticalista (la liberación de Isabel). Para ella,
En estos días de colectorismo y revolución, parece que todos quieren ascender a interpretadores y encontrarle la cuadratura del círculo al PJPBA. Todos opinan. El gran Van der Kooy y la milf María Laura Santillán le dedican sonoros términos al tema en el prime time televisivo, los diarios se deshacen en párrafos de afiebrado conjeturalismo, en Internet campea la alucinación microclimática (¿leí por ahí Alicia K a la vicegobernación o la fórmula Taiana-MS para suturar la metástasis pejotista?) y el surgimiento del enano soviético que los cultores del papismo kirchnerista llevan adentro. Todos quieren mirar la imagen compleja que arroja la cámara oscura del PJPBA. Los forjados en la izquierda cultural (y que desde 2003 todavía no metieron en la urna ninguna boleta con la palabra Kirchner, a pesar de lacrimosos apoyos morales) se atreven a sugerir, con kantiana impostura, el rumbo correcto que debería tomar el PJPBA, sobre la peligrosa base de la abstracción encuestológica. Todo muy lindo, muy lúdico, pero poco profesional. Poco serio. Cuando esta coyuntura acabe, todavía no va a estar debidamente explorado el concepto político más relevante que dejó la cuestión (para que entendamos también cuál es la cultura del PJPBA) y que fue dicho por Gilberto Alegre, intendente de la tierra sobre la que hundió el escalpelo narrativo Manuel Puig: El sistema de sociedad que existe en la política, porque es una asociación de interés, implica que uno debe querer que gane el presidente y el gobernador, pero el presidente y el gobernador también deben querer que gane el local, porque sino se pierde el afectio societatis. Para fuerzas políticas distintas al peronismo orgánico, la cuestión de la confianza política es menor, porque no incide en la precariedad de sus armados estructurales. En el caso del radicalismo, la pérdida de la confianza política se documentó por el accionar partidario de Alfonsín y con la desaparición electoral de 1995. Ni las derechas ni los progresismos partidarios que hoy pugnan por alguna porción electoral nacieron bajo la premisa de la confianza política. En el caso del kirchnerismo puro que no está organizado políticamente, la confianza política también asume la forma de la lejanía, un concepto sin duda extraño para muchos que accedieron a los cargos antes que a cualquier dispositivo militante. Efectivamente, para quienes no se hicieron de abajo ni habitaron el destierro, sólo cuenta la palabra luminosa de la conducción, viendo como legítima cualquiera de las estrofas papales que surgen de ella. Esta distorsión es la que hace que se confunda lealtad con comisaría política.
En esta década kirchnerista en la que mucho se habló de antipolítica (para designar toda visión contraria a los grados de separación logrados por la autonomía estatal) conviene ponerse a pensar si a esta altura de la partida, no habría que hablar de antipolítica para taxonomizar estas lecturas que bajo la depreciación de las discusiones relacionadas con la forma de hacer y concebir la política partidaria, nos conminan a un sucedáneo de la paz de los cementerios. La educación universitaria en ciencia política que tuvo anales dorados durante el menemismo (el elenco político-técnico del frepaso y del macrismo) no rindió la bolilla “confianza política (el buen pagador)”, sencillamente porque no estaba en los programas del lucro curricular. Para los jóvenes que se interesaron por la política en el 2001, se trataría de una reconstrucción militante que al tener pisos de organización bastante bajos (y al carecer de una gramática del poder) no tiene presente, todavía, el elemento confianza política como base asociativa del avance político concreto. Salvo el peronismo orgánico (PJ-CGT), no hay otros dispositivos que tengan tanto que defender a la hora de racionalizar la ecuación organización partidaria-gobernabilidad. Como vemos, toda esta discusión de armados sortea con holgura la mera coyunturalidad de “las colectoras” y los cálculos electorales, para situar el tema en un lugar mucho más corpóreo: el de definir qué forma de organización política dialoga mejor con un control eficaz y operativo de la capacidad instalada del Estado para realizar las políticas populares pendientes. Quienes quieren fugar la discusión del PJPBA hacia la simple repartija de cargos en vez de centrarla en este punto caliente, lo hacen porque creen que los demás son de su misma condición, y aquí volvemos al punto de partida: la ausencia integral de la confianza como plataforma de la construcción política. Lo que “la nueva política” predicada desde los ´90 como contramenemismo y que en esta década kirchnerista mantuvo los mismos formatos a izquierda y derecha, no le pudo ni le puede reintegrar a la política. Lo que, paradójicamente, habrá que ir a reconquistar a las apaleadas comarcas del bipartidismo. A la cueva rosista bonaerense de los “derechosos, corruptos y transeros”.
A Tolosa, le decía
Mientras tanto, en las páginas pares de los diarios, módicos eventos: el incendio con quemaduras de télam (algo previsible, porque el amateurismo es la enfermedad infantil del voluntarismo) originado en el verso tremebundo del periodismo militante (yo creo que si querés militar vas a un partido, y si querés hacerle creer a alguien que militás, bueno, te hacés periodista militante, y entonces no sos ni periodista ni militante, pero bueno, no sé), la guerra de contratos en el Inadi (guarda Del Sel, que la policía bienpensante te manda a la mazmorra o a los trabajos forzados, una probation derechohumanista que incluya el recitado memorial del articulado del pacto de san josé de costa rica) y la noticia que dice que a Berlusconi lo estaría volteando el movimiento feminista italiano. A todos los Ottavis les llega su afectuoso Acuña.