El problema de la inseguridad en la PBA supone, previamente a toda discusión, aceptar qué cosas están dentro de un radio solucionable a mediano plazo, y que cuestiones deben manejarse con mucho más cuidado, por estar vinculadas a un funcionamiento institucional de las fuerzas de seguridad, que de algún modo tienden a corroer el poder político. Recordemos que el propio Kirchner fundó la no represión de la protesta social en la pactación policial. Lo cierto es que ni el acuerdismo, ni la intervención política civil, en tanto políticas excluyentes (una de la otra) han arrojado resultados consistentes respecto del accionar policial. Si la propuesta política para la inseguridad no se hace cargo de los fracasos de ambas teorías como fase previa del debate, lo que queda es remanente politiquero, pero no un abordaje medianamente serio del tema.
El boceto político de la inseguridad que no tenga contenido propositivo, no corre. Así de simple. Se necesita una propuesta realista, que no contenga en sus flamígeros párrafos la impostura del sintagma “brutalidad policial”, ni que apele a reduccionismos analíticos que sólo buscan los quince minutos de fama haciendo eje en la “responsabilidad política” para paradójicamente minar lo que el poder político realmente existente (es decir, con las atribuciones realmente existentes) pueda hacer para mejorar el dispositivo de seguridad pública. El tema policial es demasiado complejo como para abordarlo con razonamientos similares al retardadismo bienpensante que emana del humor vencido de la revista barcelona cuando se refiere “al drama de la represión”.
Pasaron el “quise y no pude” de Brunati, la marcialidad penal de Casanovas, la reforma Arslanian durante el duhaldismo postrero, el “meter bala” de Rucucu, el tandem Arslanian-Saín con Felipe y el fallido Stornelli. Es decir, la PBA ya tuvo sus “derechas” y “progresismos” trabajando en las áreas de inseguridad, pero hoy un policía raso se sigue quejando porque tiene que gastar una porción de su magro sueldo para comprarse una chaleco antibalas nuevo para no usar uno vencido. Hay un tramo del realismo policial buena leche que no ha sido explorado. Y ese policía que dice no es un pichón de Camps, aún cuando el apremio y la goma persistan como práctica.
A pesar de que todavía existe un imaginario político de la represión asociado a los ´70 que hace homologaciones erradas, las fuerzas de seguridad no son lo mismo que las FFAA. Por eso no es esperable que “Garré haga con la Policía lo que hizo en Defensa”: Garré llegó para repartir los cuadernos pedagógicos a unas FFAA largamente administrativizadas y retiradas de la vida civil interna por la política menemista de palo y zanahoria. Pero esta política de anulación militar no tiene nada que ver con las acciones que deberían tomarse sobre las fuerzas de seguridad, situadas en un contexto y con funciones (ejercer el monopolio de la coacción física estatal) totalmente distintas, y que por eso merecen propuestas y decisiones tomadas en base a otros criterios. De hecho, la policía bonaerense ya tuvo numerosas purgas y descabezamientos que no garantizaron una purificación del accionar.
Si bajo el argumento de la purga (“el manto de corrupción a destruir”) lo que en la práctica se fomenta es el germen de la disconformidad policial, la idea (un poco aventurada) de que ahora los golpes no los dan las FFAA sino los cuerpos policiales puede adquirir, en algún momento, la estatura de profecía autocumplida. El riesgo es que, políticamente, la idea de golpismo policial sea manoseada por la compulsión sloganista frénetica a la que muchos sectores políticos son propensos como parte de un cómodo entramado teórico que sólo pivotea sobre la estigmatización policial, pero que no ahonda en la problemática policial concreta. En todo caso, en vez de solazarse en el conspiracionismo policial, lo que se necesitan son medidas para reducir la disconformidad policial y reformas para un mejor accionar de la fuerza. Políticamente, se trataría de no regalar argumentos que te autocoloquen en la hoguera. La sociedad no está pidiendo inmolaciones personales del estilo “quise y no pude” a la que tan sensibles son algunas fuerzas políticas que dicen situarse del centro a la izquierda del arco político.
En ese sentido, y fuertemente relacionada con la idea de reducir la disconformidad y el eventual golpismo policial, un grupo de intendentes de la PBA lanzó hace unos meses la propuesta concreta de crear las policías municipales. Es interesante ver que la propuesta nace de una visión realista: si ya de hecho los municipios destinan partidas presupuestarias no menores para el funcionamiento operativo de la policía en el distrito (compra de patrulleros, pago de horas extras, combustible), lo más lógico es que sobre esa realidad se realicen las reformas, y que se le den a los intendentes las atribuciones constitucionales para crear y controlar una policía comunitaria con funciones de proximidad y prevención en la trama barrial, desrelacionada de la instrucción penal, y por ende, de algunas de las “cajas”. La propuesta tuvo positiva acogida en varios sectores de diferente posición ideológica, pero muchos persistieron en anatemizar la idea de policía municipal, como si se tratara de “algo de derecha”. Por supuesto, los argumentos que sostienen esta postura (que en el fondo no quieren asumir los cambios que se han producido en materia de inseguridad) tienen una base muy flojita, más cercana al prejuicio ideológico (que en el tema de la inseguridad campea como en ningún otro tema de la agenda de Estado) que a la voluntad real de solucionar los problemas. Scioli tomó tibiamente la propuesta, el gobierno nacional ni siquiera se pronunció, demostrando que para la gestión de Cristina las políticas de seguridad pública siguen siendo un vacío difícil de llenar, más allá de lo que hasta ahora es la apeluchada retórica ministerial de Nilda Garré (la nena del verticalista Grupo de Trabajo, circa 1975). Lo cierto es que varios intendentes del conurbano (incluso los de la renovación fpveísta) tienen sus cuerpos municipales de seguridad, sucedáneo de lo que debería institucionalizarse como policía municipal. Sin eufemismos. Reconociendo el tema como una inquietud popular a la que todos los intendentes se ven enfrentados en la línea maginot de la gestión estatal. En esta elección, los candidatos que tengan una propuesta de seguridad realista, van a sacar ventaja. Pero se tiene que tratar de medidas posibles que no tengan nada que ver con marketineros mapas de la inseguridad, ni con sentenciosas y melodramáticas condenas a la “corrupción y la brutalidad policial” o con el sloganismo estrafalario de “la mafia político-policial”. La creación de una policía municipal es una propuesta realista y viable. Lamentablemente, propuestas realistas y viables no son lo que abundan. Lo que abunda es la pirotecnia. Y esta pirotecnia se vio en el aprovechamiento político de los hechos de José León Suárez que hizo un sector político que dice apoyar al gobierno nacional. Tampoco defiendo la reacción sciolista, bastante errática, por cierto, porque vincular a la dupla Solá-Arslanián con el episodio Kosteki-Santillán es una desmesura tan desmesurada como plantear la idea de un Scioli represor o derechoso (uff…). Por eso, sería mejor que estos sectores filokirchneristas colaboren con propuestas realistas y viables en materia de inseguridad (algo un poco más agudo que poner estudiantes de abogacía a hacer el papeleo policial, que está muy bien, ojo), porque estaría bueno tirar aportes antes que mierda. Realismo y viabilidad, para no caer en esa retórica brumosa con olor a chachismo pulido, esa música de camaleones que los que estamos hace rato en política tanto conocemos y tan manyada tenemos, y que no conmueve a nadie. Propuestas, porque esta discusión política las merece.