domingo, 18 de julio de 2010

Bondad Soviética

Lo hacen amablemente, algunos de ellos quizás con buenas intenciones. Lo hacen en ese vacío de abstracciones que les permite sobrevivir con kioscos y performances intelectuales de dudosa calidad, y lo que es peor, de nulo vínculo con una empatía popular cuantificable. Lo hacen en la apoteosis del discurso, quieren erigirse en los propietarios del relato, relato que les va a permitir una venta política para la continua subsistencia en los espacios secundarios del reparto, y para predicar verdades de amianto contra toda dinámica de la realidad. Creo que a ellos les iría muy bien en política, si la política no fuera una ingrata cuestión de mayorías complejas, a veces quejosas, a veces inanimadas, casi nunca intensas.

Cuando uno manifestaba su desagrado con la creciente superpoblación de la clásica programática progresista en el centro de la agenda política de un gobierno peronista, uno no lo hacía tanto por el contenido concreto de muchas de esas medidas, sino por los modos argumentales que acompañarían la instalación de esos temas y por la impronta de los actores políticos que vocearían very loud en el debate; esa impronta no tiene tanto que ver con una postura ideológica, como con un estilo de concebir la política y las formas de organización que realmente la producen frente al ciudadano de a pie. Esto es lo que no alcanzan a comprender los que adjetivan como “histórico” el debate parlamentario que sancionó la ley para el matrimonio puto, o el que promovió la sanción de la ley de medios. Que se entienda bien, el problema no está en la tematicidad de esas cuestiones (el progreso civil, etc.) sino en la ocupación central y continua que hacen de la agenda política. De una agenda que en realidad tiene la obligación de relacionarse (siempre) con las zonas ásperas del realismo social que se la va comiendo en la medida que la agenda no responde, o lo hace con evasivas.

En política, hay un único y preciso tiempo (que el gobernante debe hacer durar lo más que pueda: a eso se llama hacer política) para ponerse a la izquierda de la sociedad: cuando sos mayoría. Hacerlo en escenarios menos holgados es un mal síntoma, que puede tener origen en errores de concepción estratégica, o porque sólo se intenta sostener poder en franco retroceso. Paradójico, si es que el proyecto kirchnerista pretende ser una opción de mayorías en 2011.

¿Por qué el centro de la discusión la debería ocupar el matrimonio homosexual y no el 82% para los jubilados? Porque a mí me podés tirar todos los datos macroeconómicos (con los que Néstor y Cristina ya aturden), me podés decir lastimeramente que no se pueden tocar los subsidios porque habría más inflación (y eso porque no se planificó una reducción de subsidios que debiera haber empezado hace cuatro años –cuando eras mayoría y un aumento de tarifas era razonable-), me podés detallar la escala de aumentos previsionales y los ardorosos contoneos de la movilidad, pero un viejo cobra 896 mangos que con esta inflación son una mierda, una miseria difícil de justificar haciendo terrorismo con la foto de diciembre del 2001 y el helicóptero delarruista.

Si el gobierno clausura el debate por el 82% para sólo ponderar la ampliación de derechos para las minorías, se pone solito a la derecha. A la derecha de una percepción social que ya instauró un salto de pantalla respecto de los años dorados del kirchnerismo: ese cambio de pretensiones sociales incluye la definitiva baja de las acciones del discurso progresista como rector del discurseo político. Las horas gloriosas del tribuneo elitista de páginadoce se compatibilizan muy bien con el hastío de masas que votarán por lo postergado en 2011. ¿Es duro? Es la realidad sobre la que deberán operar los que quieren el poder político en la Argentina. Porque al fin y al cabo, y casi antipáticamente, la Justicia Social viene a posarse en la rama del reclamo popular. Justicia Social es el clivaje que te asocia o te divorcia de los escarceos y las mansedumbres de la masa, y esto lo apreció en 1943 un milico ilustrado fuera del canon universitario, un tipo que siempre fue refractario a las bibliografías dominantes, un tipo que un día se sentó en una oficinita del orto de Trabajo y Previsión, y empezó a tejer.

Pero por otro lado, la decadencia del argumento progresista como motor de esta historia se desnuda por la sobrefacturación de sus contenidos, que fracasaron sin remedio a la hora de los bifes. La “batalla cultural” no se puede tocar con la mano, no da cosas que pongan a la sociedad frente a la decisión política de elegir, por eso no puede ser nunca la vedette de la escena política en la que se pone en juego el poder. Elemental, papi, y lo refrenda algo que me preguntó, entre risas, una jujeña amorosa que limpia en la casa de un amigo: “¿Tanto romper las pelotas con los medios, y lo mejor que pueden hacer ustedes es este Tiempo Argentino, que es un desastre?”  Me reí con ella.