lunes, 26 de abril de 2010

Resolana sobre un Mar de Laca


Leía unos relatos de Hemingway que enganché por tres pesos en una librería de viejo en Corrientes. Mirábamos la esquiva y minimal versión post-globalizada de Vivre sa Vie que filmó Soderbergh con el quiebre hipotecario yanqui como telón de fondo: Sasha Grey por Anna Karina no está mal.

 

Leía un bonito texto de Eduardo Luis Duhalde escrito hace algunos años. Entre muchas contingencias de la política sesentista que allí se narraban, aparece muy bien descripta la famosa discusión sostenida entre Hernández Arregui y Cooke. Seguramente todos los que integran el espacio nacional y popular conocen aquel debate situado dentro de la izquierda del peronismo. Un debate-disputa sobre concepciones y metodologías que finalmente separó amigablemente los caminos de ambos dentro de los destinos planteados por la política real, pero sin dañar las coincidencias ideológicas. La discusión aquella tiene hoy olor a naftalina, pero era: izquierda nacional-movimiento peronista. Aquel debate ponía en tensión el espacio y la identidad del peronismo (su metraje de densidad político-operativa e ideológica dentro de las fuerzas populares realmente existentes) en un claro contexto de flujos populares que hoy no existen ni en intensidad ni en forma de expresión. Mientras que Hernández Arregui le ponía fichas al clivaje izquierda nacional como “motor de la historia” (y al peronismo como un elemento más bajo ese sintagma),  el Gordo planteaba la centralidad del movimiento peronista como irradiación de la revolución nacional (“con burócratas y todo” decía). Notemos que a pesar de la cubanización, el Gordo todavía pensaba en clave Praxis + Teoría, y no al revés: por eso rechaza la idea de izquierda nacional como difusa e imprecisa, y dice que la referencia de una política popular radica en la identidad peronista. Este breve y amistoso debate no es menor, ya que fija diferencias sobre el modo de pensar la política y hacer una construcción concreta. Los senderos de JJHH y JWC se bifurcan.

Esta historia del pasado político del pensamiento nacional (como dice mi amigo el Coronel Cuitiño, yo lo de “popular” lo sacaría por innecesario) es anecdótica: los contendientes están muertos y aquella realidad también. Pero es interesante como ejemplo para analizar las disputas amigables que pueden surgir hacia el interior del espacio kirchnerista, y al peronismo dentro de él.

Disputa sobre el relato y los hechos concretos políticos que sedimenta el kirchnerismo después de ocho años, y donde lo central no será discutir la figura personal de los Kirchner, sino cómo se reubican los bloques políticos realmente existentes que hoy están unidos por la conducción de Kirchner. Es decir, si el maquillaje izquierda-derecha termina por generar una confrontación blanco-negro de llamaradas inextinguibles, o no.

Disputa que no se dará en los pliegues de la escritura silvestre que mana de los blogs, pero sí en la política venidera.

El desembarco del moyanismo en el Conurbano, en tándem con los movimientos sociales (el peronismo de izquierda realmente existente) abre una interesante etapa hacia el interior del peronismo: la sindical y la territorial de los intendentes son dos formas organizadas que nunca pujaron por el posicionamiento del espacio común peronista sobre el que inciden y tienen representación. Zanjado el tema,  el problema asoma para el espacio kirchnerista no peronista cuando la discusión no sea Kirchner 2011, si es que no pueden digerir a Moyano. Si los únicos peronistas que están dispuestos a aceptar son Néstor, Cristina o Rossi, digamos que la cosa se les complica, y Pino será empezado a ver con cariño. Sobre todo por el seisieteochismo: todo peronismo que no sea manejado por los K, se transforma en automáticamente de derecha. Y vuelta al primer casillero.

Puja de discursos: el peronismo no va conceder ser puesto “a la derecha” por la intelligentzia progresista kirchnerista y antikirchnerista que busque reciclarse y heredar el capital ideológico y material gestado por el kirchnerismo. Y esto se relaciona con las chances de supervivencia del kirchnerismo no peronista partidario y la pos-transversalidad cuando el espacio operativo para jugar se estreche: se trataría de saber cómo van a jugar cuando Kirchner no sea la referencia de los armados, o inclusive cuando lo sea, pero en un escenario equilibrado, hegemonizado por nadie. Un ejemplo pertinente sería ver cómo se relacionará el compañero Rossi con el PJ santafesino si quiere constituirse en una opción de mayorías.

La transición Moyano pone dentro de órbita la secuencia peronismo de izquierda-CGT- peronismo ortodoxo (“de derecha”, para todo el progresismo), cosa que con Kirchner hoy no puede ocurrir (sólo por “las compras de relato” que hizo Lupo), e introduce un desplazamiento del margen de acción del peronismo  (de su densidad política posible hoy) que puede llegar a preocupar a un sector de las alianzas sustentadas por el kirchnerismo: los progres no son sectarios ni excluyentes, siempre que se les respete la “programática” que ellos bendicen, y si los criticás por ese narcisismo conceptual casi atávico, te dicen gorila. Nada nuevo bajo el sol. Nada grave, tampoco.

El Viejo decía que con los buenos solamente no vamos ni a la esquina.

Puja saludable de discursos: una brisa que el espacio nacional y popular tendrá que afrontar con alegría, con la amistosidad de aquel sesentismo sepia.