“Nací el 5 de mayo de 1975; cuatro días antes, mi vieja, a punto de parir, se fue en un camión a Plaza de Mayo a festejar el Día del Trabajador con los compañeros peronistas.”
“En la adolescencia me vestía de payaso el Día del Niño para festejarlo con los chicos de
“El peronismo es uno solo. Vamos cambiando de líder, y lo seguimos. Antonio Cafiero, Carlos Menem, Eduardo Duhalde, y ahora Néstor Kirchner. El partido es verticalista y lo va a seguir siendo.”
Partido del Orden. Izquierda real de masas. Clientelismo organizado. Desmesura político-cultural. Dispositivo melifluo y férreo de Poder. El caleidoscopio de las representaciones.
Cuando ya se escribieron todos los libros, y se expusieron en la vidriera todas las teorías, lo que queda es siempre lo mismo: la ausencia de un pensamiento de la política por fuera de de las superestructuras. Por fuera de las histerias, espasmos, contradicciones y vedettismos que lo superestructural cultiva. Desde que el cotinosiglismo y el chachismo instalaron una forma de concebir y actuar la política de la vida cotidiana mirando hacia arriba y quitando lastre abajo, los pensamientos que reflexionaron sobre los ensayos de una política popular también quedaron pegados a ese enjuague narrativo que declaraba que las dirigencias marcaban el rumbo “de la historia”.
Quizás el adagio de Malena (alguien de mi generación) venga a contrarrestar la noción ilustrada de verticalismo, al relativizarlo. Negar al verticalismo como espera ideológica urgente e imprescindible para inaugurar una política popular. Negar, entonces, que la política se ordene operativamente desde los arrestos de un parnaso estamental partidario, y en cambio afirmar las líneas de continuidad que el dispositivo estatal-popular-punteril ha desarrollado más allá de las anodinas alternancias de arriba. Efectivamente, el peronismo como política popular territorial es uno solo. Me siento cerca de los que no dramatizan la política: los que no sufren por los liderazgos, ni cuando nacen, ni cuando mueren.