domingo, 13 de septiembre de 2009

Domingo en el Río

Una madrugada silenciosa, y el viento se arremolina en el rincón más opaco del callejón sin salida. No hay ningún grito en la oscuridad, sólo el murmullo de una ciudad que duerme. La ley de medios merece ser macerada, demorada hasta el más anodino debate parlamentario-administrativo. Merece que cada uno de sus artículos sea discutido hasta llegar a un soporífero intercambio sobre cuál es la mejor técnica de redacción legislativa. Merece que sea objeto de modificaciones plausibles, con los ejércitos de asesores y diputados en exhaustiva y desapasionada labor, con convocatorias a todos los bloques. Es una ley que merece ser consensuada con el senador Carlos Menem, porque estructuralmente es una buena ley.

Digo: no se necesita el carnaval de los inspectores desembarcando en las oficinas del multimedio para que la ley sea mejor, más viable, más justificadamente votable. ¿Qué fue pasando desde marzo de 2008 hasta estos últimos días? Lo menos aconsejable: el kirchnerismo devorado por el relato nacional-popular más berreta, el del consignismo barato que suple la falta de carretel político para afrontar esta hora acuerdista: Aníbal F. hace lo que puede, y es bueno que lo dejen hacer. Una cosa que escucho y no me gusta: que mucha gente genuinamente kirchnerista diga que sacar la ley es la batalla crucial que debería concitar todos los esfuerzos militantes. ¿Se puede ser tan ardorosamente pequebú (sí, se puede) como para no advertir que los votos taciturnos de este invierno dijeron otra cosa? Que la ley salga por el peso de sus contenidos y sus concesiones, y no por los fuegos de artificio que la decoran.

El tipo que firmó las actas tupamaras, también estampó de puño y letra su firma en el certificado de defunción: tenemos la obligación de acabar con la indigencia, que, si bien cayó un 50 por ciento, sigue siendo seria. La ambición de estos sectores es la de poder incorporarse al escalón más bajo de la clase media y tener un trabajo estable. Punto y aparte: la saludable obsesión de un gobernante es lograr hacer el mejor capitalismo posible. Y cuando le pregunta la entusiasta periodista de Página/12 si van a combatir el ignominioso drama de los monopolios mediáticos, Mujica desdramatiza y relativiza la imperatividad política de la cuestión: nosotros nos preocupamos por todos los monopolios. Cuando son naturales defendemos al Estado. Y si no, buscamos instrumentos para limitarlos. Igual, creemos que la nueva tecnología cuestiona a los monopolios tradicionales de la información. Hay una mayor diversificación de los medios y más sistemas de comunicación alternativos que combaten la concentración.

Que la ley salga con todas las concesiones y reformas, y en un tiempo exasperadamente demorado (fuera del Congreso, nada). Que se acuerde con Raimundi, Silvia Vázquez, Graciela Camaño, Chiche Duhalde y Carlos Menem. Porque es una buena ley.