Este manifiesto dominical que camina delante de los pasos de Cristina, me hace pensar en lo que el bilardismo decisorio pone en la congeladora: ¿con qué dato refundacional va a tejer Cristina una neohegemonía para gobernar cuatro años?
Porque el margen de autonomía decisoria del Estado gestado por Kirchner hace rato que no está en juego, y las teorías conspirativas ya entran con fórceps en cualquier tipo de relato que se haga de lo que de acá en más es la década kirchnerista. Cristina tiene un consenso electoral, pero tiene que reformular ciertos trazos de un consenso político que debe reflejarse como bien durable. El evitismo blanco para clase media que brotó del discurso de José C. Paz, además de merecer una lectura tacticista, sin duda se inscribe en una línea política de gobierno para cuatro años que va a estar hegemonizada menos por consignismos que por una microcirugía que desactive autoherencias y desajustes del modelo económico. De Mendiguren no va a la UIA para conjurar desestabilizaciones del frente empresarial, sino porque ahí se necesita un político. Mejor economía necesita mejores políticos: gente que recorra el espinel completo de la negociación. La misma solicitud se le hará a la CGT, que está tropezando políticamente por la falta de visión periférica: un discurso político-sindical lúcido habría puesto en su agenda el problema de la fragmentación laboral antes que el angostado pedido de participación en las ganancias de las empresas, para evitar que, precisamente, te peguen por corporativo, cuando se locuta pretender la inserción política. Sin embargo, la fragmentación laboral no es un problema “del modelo sindical”, como ensaladea HV en su clásica vulgata kirchnerista que arranca invariablemente con esa página de inicio fechada el 25 de mayo de 2003, y que sabemos que no es así, pero que aceptamos como la natural fundacionalidad de toda hegemonía democrática (y la pregunta sería por qué si las fundaciones alfonsinista y kirchnerista tuvieron sus posteriores consensos intelectuales que siguieron a los popular-electorales, la fundación menemista, que tuvo el consenso popular y hegemonizó diez años, ha quedado huérfana de reparación intelectual, no sé, chicos del conicet y del periodismo político, les dejo la inquietud) sino que es un problema gubernamental sobre el que la refundación cristinista tendrá que operar hablando más de tasa de inversión, capacidad instalada (estatal y empresaria) y acceso al crédito. Cuatro años de frontón, tiempos muertos, negociación, papeleo membretado, las venas flacas del drenaje estatal. Tiempos donde el blanqueo laboral del 40% que falta no se va a lograr juntando cien mil o cincuenta mil jóvenes sindicalizados en plaza de mayo. La papa va a estar en la mesa correctiva a la que se sienten (con mucha responsabilidad política, porque la camiseta de Weber se tiene que transpirar, y si no, no se la pongan, váyanse y no roben más –el salmo del pueblo capitalista-) los hombres políticos que el estado, las empresas y los trabajadores puedan ofrecerle a este nuevo tiempo. El trabajador pobre es el hijo bastardo del modelo, pero el asalariado aristócrata obrero no tiene que garpar el impuesto a las ganancias de un salario esmerilado por la inflación. Un gobierno que debe manejar esas tensiones no puede ya darse el lujo de momentos bélicos como la 125: ahora sólo queda espacio para los que quieren gobernar la nación, las provincias y los municipios. Ahora y siempre (incluso en los noventa) la gente vota para que el Estado le quede más cerca de la casa, cada vez un poco más cerca. Cristina es un hombre político: llega a Olivos, cena, y cuando Zanini se va, ¿en qué piensa?, ahora que Clarín y Tinelli ya están en campaña reeleccionista, ¿en qué piensa?, ahora que cortó todos los circuitos de abastecimiento (porque Cristina es una mujer con fe católica que cree en eso) ¿en que piensa? ¿El cristinismo será un capitalismo pacífico de mercado + mani pulite, o no será nada?