Lo que se ve, con triste diafanía, es la manera tan poco gloriosa que eligió el progresismo periodístico para hacer agua por los cuatro costados frente a los temas que desde hace más o menos ¿tres años? le interesan a la sociedad: bueno, uno de esos temas era “la inseguridad”. En este blog se escribió mucho sobre el gran desafío estatal pendiente frente a todo lo que orbita alrededor de la seguridad pública (sistema judicial, penitenciario, policial), y del descalce manifiesto que hay entre lo que la dirigencia política interpreta y lo que la sociedad percibe complejamente como reclamo nudo de seguridad. Y nos cansamos de señalar la aviesa hipocresía del discurso progresista que elegía soslayar el problema bajo una frase gratificante y desoladora: “dejará de haber inseguridad cuando no haya pobreza”. Una frase anti-Estado, y a su muy particular manera, antipolítica. La frase que le deja ganar terreno al manodurismo: la frase progresista que es funcional a la derecha.
El gobierno nacional no quiere darle centralidad política al tema de la seguridad pública; prefiere seguir con las balas de salva de otro tema, uno que ya está agotado. Y lo cierto es que todo el tiempo que se pierde en no abordar la cuestión social de la inseguridad, provoca daños en un punto irreversibles. La inseguridad, y el modo en que los hechos que la reflejan se hacen carne en la sociedad (la secuela de un afano, el secuestro, el hijo muerto por el gatillo policial o del pibe chorro) suelen estallar en una diáspora social que no se ajusta a marcos ideológicos pre-establecidos, son estallidos que no entran en el confort explicativo de una taxonomía política. Ahí donde el discurso progresista busca afiebradamente etiquetar el hecho para en ese mismo paso desligarse de él, ahí es donde se produce el fracaso reiterado y la negación del problema: lo que permite que todo esto se transforme en una olla a presión de la cual en algún momento haya que lamentarse en medio del desconcierto, como nos lamentamos de los comportamientos sociales que provocó la hiperinflación. El reclamo por inseguridad es complejo, porque todos tienen razón: los que apoyan a la policía y piden que la comisaría quede en el barrio Boris Furman, y la familia del pibe matado por la policía que pide el traslado ante la represión y el gatillo fácil. Y es la instancia política del Estado la que debe asumir las decisiones de fondo para precisamente encauzar políticamente un conflicto que no tiene solución inmediata ni cuantificable a corto plazo, pero que por esa simple razón necesita del accionar consolador de la figura política, y no dejar que la cosa se transforme en un diálogo ahogado entre el ciudadano inseguro y el comisario de la zona. Ahora que ya no hay neoliberalismo al que recitar como fuente de todos los males populares, me gustaría saber cómo los progres que están en el gobierno (los kirchneristas tardíos de tiempo suplementario, los que se masturban en el baño con un ejemplar de la ley de medios y acaban antes de leer el tercer artículo, los que participan del club de la buena onda, los que piensan que Kunkel es un cuadrazo del peronismo, los que piensan que el chivo Rossi es presidenciable, los que creen que Ricardo Forster es un agudo intérprete de la realidad nacional, los que sostienen sin rubores que la inseguridad es más “una sensación” que otra cosa) nos explican la no presencia del Estado político para generar políticas de seguridad pública en siete años de gobierno peronista que se realizó simbólicamente como el único progresismo posible y existente en 27 años de democracia. Un gobierno popular debe atender un problema popular como la inseguridad: ya no podemos decir que es el exclusivo problema de la aristocracia de los countries asolada por la horda lumpen; eso era antes, ahora el problema es más complejo, porque el pobrerío siempre recibió la bala estatal, pero ahora también pide Orden frente a la amenaza del “colega de clase”, el pibe chorro next door que paquea y que no tiene códigos. Entonces ya no es posible leer el problema de la inseguridad bajo prisma clasista, como tanto le gusta a la retórica progre (con la que parece haberse copado el gobierno en este último año en rubros poco taquilleros si de seducir a mayorías populares se trata, pero bué), y ahí se produce un nuevo fracaso discursivo, devorado cada vez con mayor contundencia por el hecho concreto de la inseguridad urbana.
Lo peor es no comprender que la sociedad no es pelotuda, e ignorar que hay un diálogo y consenso posible en torno al tema de la inseguridad que no necesariamente desemboca en meter bala; el pueblo que reclama por seguridad no pide mano dura, pide que sobre la cuestión recaigan las decisiones políticas que hoy se retacean, y de las cuales los puntos del Acuerdo para