Es como un rugido de masas… finas: que vuelva Carla Bruni a los escenarios, y que toque en Argentina. Para la minoría bursátil que componemos los enfermos por la música francesa es casi una utopía como la del ´73, aunque mucho más humana que aquella que pedía la erección edilicia de un hospital para niños pobres dentro del perímetro parcelario que figuraba catastralmente a nombre de los propietarios del hotel sheraton. Pero los geeks de la chanson somos una minoría tanto o más intensa que el kirchnerismo, a pesar de que el mercado musical argento nos ningunee impiadosamente. La oferta de visitas es de escasa a nula: la gira despedida de Aznavour en el Opera el año pasado y antes, el fugaz toco y me voy de Jane Birkin en
La decisión de Carla Bruni de no tocar en público mientras dure su matrimonio con el mejor político de la derecha europea contribuyó, indudablemente, a vigorizar el aura artístico que Bruni ya había auspiciado con hechos: una obra high quality que hunde con naturalidad sus entrañas en los más bellos sonidos que podían rastrearse en toda la tradición hereditaria de la canción popular francesa. La chanson estaba muerta y Bruni la revivió de su puño y letra con la misma cadencia minimalista que fue santo y seña de la chanson en las épocas esplendorosas.
Pero Bruni no caminó por la senda inanimada y solemne del artista nacido y consustanciado para la disección obsesiva de su propio metier. Siempre desconfié del artista que se excita más explicando su obra, como el boludo de Saramago.
Carla Bruni no nació para construir la teoría musical de su música porque para ella hubo vida antes de la música: antes siquiera de imaginarse con una guitarra sobre las piernas, Carla Bruni tuvo sus años ´90, su temporada menemista de belleza y felicidad en la que era tan sólo la modelo europea que fatigaba las tapas de Elle y Vogue, la adolescente italiana ricachona que coleccionaba amantes y leía clásicos, casi escapada de una película de Rohmer.
Y una vez consolidada como cancionista (hacedora de canciones, como gusta que le digan), nunca renegó de su década topmodelista, no se consideró en evolución de un arte menor a uno verdadero. Bruni no renegó de sus ´90, como los argentinos no debiéramos renegar de nuestros ´90 políticos: los ´90 debieran ser retirados del ping-pong político diario, debieran dejar de ser el bastión retórico selecto de último recurso al que se termina atando toda una explicación del mundo que ya no puede narrar aquel Canto General.
El sendero subversivo de Carla Bruni se refleja en el de Nico: ambas pasan de una fase pop a otra y lo hacen en litigio con los establishments culturales serios (unívocamente “de izquierda”) que las buscan impugnar desde “la quintita del prejuicio”. Tanto Bruni como Nico les cerraron la boca a los Ricardo Piglia del mundillo musical: los discos están ahí, y son piedras que la corriente del río no puede esmerilar. Bruni es amada por Jane Birkin, Sylvie Vartan, Julien Clerc; cachos vivientes de la chanson sesenta-setentista. Nico fue la inspiración de Patti Smith y una influencia táctil en Bjork.
En 2002, la sorpresa y el estupor: aquella frívola top model que se iba de joda con Yves Saint Laurent, Versace y Donald Trump, ya retirada y madre, saca Quelqu'un m'a dit, un disco de canciones propias en francés con agregado ajeno no menor: un cover de
Carla Bruni va al rescate de los sonidos encajonados en las viejas sucursales francesas arraigadas en el humus sureño de los estados unidos de américa: Nueva Orleáns, Lousianna. Claro está, lo hace bajo un tamiz blanco moderno. Es evidente que Carla Bruni compartió algo más que la cama con Mick Jagger y Eric Clapton, justamente los tipos que pudieron blanquear el blues sin morir en el intento. Esa sabiduría británica, aprendida entre pasarelas noventistas, se verifica en el vivo de Bruni que pedimos a gritos que retorne.
Rockeros que hacen contacto en Francia: Iggy Pop se copa y graba una versión de Les Feuilles Mortes: confiesa que ahora escucha música francesa y jazz porque está podrido de la música de mierda que sale seriada de las fauces de la industria.
Franz Ferdinand reconoce escuchas de Gainsbourg y graba Sorry Angel con Jane Birkin. Arcade Fire se obliga a tocar en vivo Poupée de cire, poupée de son, el “tema comercial” que Gainsbourg escribió para France Gall en 1965.
En 2007, Bruni le pone música a poemas de Auden, Yeats, Emily Dickinson y Dottie Parker en No Promises, un disco confirmatorio y en 2008 sale Comme si de rien n'était, un disco equivalente o superior al primero, pero tapado por la afluencia mediática del affaire Sarkozy. Resulta que Sarkozy (un conservador que pide “más Estado” y se cojería argumentalmente a varios progres locales) es fana de Barbara, y Carla le canta.