sábado, 19 de diciembre de 2009

Uribe


Ayer veía como el tipo remachaba su discurso con el tintineo de “Estado, autoridad, democracia, liderazgo, Orden” y lo más interesante era contraponerlo con las canciones del corazón que familiarizan al resto de los presidentes de la región. Uribe es una mosca en la sopa que te tira en la cara el problema nacional: yo tengo una guerrilla comercial que todos ustedes no tienen. 

Desde ya, esa causa nacional da lugar al exceso acuerdista con Estados Unidos, y a daños colaterales en la represión interna que Uribe se cuida mucho de explicar como algo más que la lucha contra el terrorismo.

Pero escuchar a Uribe sirve para ver como un Estado interviene en cuestiones menos consensuales y plácidas que la distribución del ingreso. El Estado interviniendo en la defensa nacional y la seguridad pública es menos aceptable por las almas bellas que pueblan la parte menos fértil de la política, y ahí es cuando un discurso como el de Álvaro Uribe genera molestias. Pero también deberíamos agradecer que el resto de los países de la región no tengan sus respectivas FARCs, porque habría que ver que decisiones tomarían esos presidentes.

Esa expansión progresiva de la función militar del Estado durante la gestión de Uribe, buscando combatir a la guerrilla y el narcotráfico y raleando a los paramilitares, es un modo (poco seductor, por cierto) de intervención estatal sobre el territorio que antes no le pertenecía, y las poblaciones que viven en él. Y yo creo que las sociedades prefieren al Estado malo antes que la falta de reglas. En los años más esplendorosos de la productividad guerrillera y narcotráfica, hasta el 40% del territorio de Colombia llegó a estar fuera del control estatal. Con Uribe se redujo a menos del veinte dentro de una estrategia de represión institucional, un Estado “en blanco”, ganando territorio a base de treguas y palos pacientemente alternados. Cuando Uribe legitima una planificación represiva y de seguridad pública urbana a cargo del Estado democrático a través de un discurso político dirigido a toda la sociedad, comienza a entablar (y ganar) una batalla cultural contra la herrumbrada retórica de la guerrilla, que es inexorable. Uribe va a completar sus primeros ocho años de gobierno con un consenso popular sólido que lo encaminan a un tercer período en trámite constitucional. Lo pide la gente. Los largos dramas de la violencia se resisten a la ideologización, y por eso Violeta Chamorro ganó en Nicaragua en 1990. Por pulsiones populares análogas, Perón refrendó el Navarrazo de 1974. Por eso resultan incomprensibles las declaraciones de amor de Chávez a las FARC.

De lo que no habló Uribe, ni preguntó Filmus, es sobre todo aquello que queda tapado por el drama terrorista. Todo aquello que el Estado es en sus otras facetas, y que parece ser la gelatina de la gestión. Desempleo, recesión, consumo. Uribe no es neoliberal.