Algunas culpas tendrán los políticos para haber terminado en el charco podrido al que los lanzaron las opiniones públicas, como la fuente de toda irrazón e injusticia que se padece en esta tierra. Siempre me causaron un poco de desagrado esas famosas encuestas de diarios dominicales que medían la imagen de las instituciones: los políticos y los sindicalistas entraban siempre últimos cómodos, con la peor imagen.
Al periodismo siempre le dan bien los números, aunque se traten de empresas comerciales como cualquier otra, con tantas miserias en el rincón del placard como tantas otras corporaciones. Algunas culpas, pero no todas tendrán los políticos. Sin embargo, muchos de los que juzgan, lo hacen desde la comodidad de una reposera. La política es un lugar difícil, ingrato, te quita la vida y el tiempo. El político de raza vive pensando en política, y cuando duerme, sueña las movidas de ajedrez que hará al día siguiente. Y en la política hay de todo, pero parece que el mito arrecia con las historias tenebrosas de la corrupción y el nepotismo (las dos obsesiones a las que se reduce “la política” para un periodista político argentino adulto). El juego de asociaciones libres que termina instalado como verdad de esa abstracción llamada “opinión pública”, la mezquina muestra gratis de los miles de modos complejos en los que fluye la expresión popular. Y la expresión más genuina (y matizada) de la vivencia popular es el voto.
En una democracia que rehuye desnudar sus cualidades sustanciales y prefiere mostrar su perfil juridicista como virtud divina, el voto es la instancia donde el pueblo se juega la vida: los gladiadores televisivos que piden la postración popular para venerar formas jurídicas y omiten tener que pensar un mecanismo instrumental para que el camión de Acción Social esté a la hora indicada en el club de González Catán y que haya un dispositivo logístico y humano para entregar los ajuares a las madres que van a estar ahí esperando, deberían saber que son estas cuestiones omitidas por ellos las que definen, en parte, las complejas razones que fundamentan el voto. Algo tan sencillo pero tan complejo como esto es lo que evita pensar alguien como Ricardo Alfonsín cuando afirma que en el conurbano se vive en un estado prepolítico, o cuando Sabbatella más sinceramente dice que “aceptar las reglas de juego de ellos (los que viven tramitando asistencia y absorben problemas sin contar con medios ideales en ese “mundo prepolítico”) implica que te pasen por arriba”. Con sentidos y alcances diferentes, ambas interpretaciones establecen el atajo conceptual de la impugnación: cuando el tiempo aclare y haya liberación, otorgarán el ingreso universal ciudadano por una ventanilla virtual como final de escena. Para el “mientras tanto” no tienen respuestas, y es grave no tenerlas porque más que de una excepcionalidad, se trata del estado de supervivencia diario del prepolítico segundo cordón desde hace por lo menos veinte años.
Quiénes sí se ocupan del “mientras tanto” están sumidos en el estigma: el puntero y la manzanera asociados a un derechismo marginal, al arrabal prostibulario y mafioso, la prebenda y el delito como escenografía de sus andanzas execrables, el intendente y el concejal caracterizados como dealers y dueños de un feudo; el sindicalista es un burócrata que curra a costa del trabajador y forma parte del universo de los tiros, las movilizaciones pagas, los tetra-briks, los cadenazos y la inconsistencia sintáctica al articular frases. Imaginarios que ayudaron a construir con esmero las eruditas intelligentzias de la izquierda política y cultural para servirle el plato sazonado a la derecha y el establishment: la historia repetida.
En los ´70, el sindicalismo clasista, la CGT de los Argentinos y la juventud peronista se esmeraban más de la cuenta en cincelar a la burocracia sindical como el enemigo a vencer, aún cuando los hechos no acreditaban tal caracterización.
En los ´80 y ´90 le tocó el turno al conurbano bonaerense y a la acción política del peronismo dentro de él: clientelismo, impresentabilidad de los actores, prácticas políticas perimidas a erradicar. El alfonsinismo, la Renovación Peronista, el Frepaso y el periodismo político en la era del canal de noticias (el movilero como interpretador de la verdad de los hechos) ayudaron a darle sustento teórico a la construcción del enemigo. Pero la realidad territorial demostró qué lejos estaban (interpretativa y físicamente) esas intelligentzias de decodificar con acierto las sensaciones e intereses del pueblo. Y encima tuvieron que tolerar que sea el rosismo bonaerense con su fauna carroñera el que los sacara del desmadre de 2001; algo de lo que preferían no enterarse, y para ello qué mejor que entretenerse en una asamblea revolucionaria con la presencia de Jorge Lanata transmitiendo por televisión a todo el país, o escribir un libro sobre “El Argentinazo”.
La realidad se fagocitó el discurso de la izquierda político-cultural: el saqueo de un supermercado en José C. Paz es el fotograma admonitorio que el dirigente político observa antes de acostarse cada noche, y le perturba el sueño hasta sumirlo en la más poderosa pesadilla. Lo que Kirchner comprendió desde un principio. Lo que Reutemann, Scioli y Rodríguez Saá parecen comprender ahora. Lo que deberán entender quiénes quieran gobernar este país y no naufragar en el intento.