miércoles, 13 de mayo de 2015

El gran silencio

                     

   
Nunca se es suficientemente fuerte allí donde uno busca la decisión, y es  preferible ser batido políticamente en los lugares secundarios, con tal que sepamos vencer en los lugares decisivos.



Con la mayoría silenciosa bonaerense parapetada en el no sabe-no contesta, es natural que las tendencias electorales se recuesten y formulen su construcción de expectativas sobre la dinámica sobrepolitizada que expresa la propia clase política, aun con las extremas limitaciones del caso.

Es ahí cuando las “internas” partidarias demoran su salida del escenario político y no permiten discutir la naturaleza de los liderazgos presidenciales en pugna a tres meses de la primera elección presidencial.

Es decir: todavía no hay un debate de lo que son Macri, Massa y Scioli en función de sus propios liderazgos posibles para conducir al país durante cuatro años, más allá del lugar que ocuparon durante la década kirchnerista, totalmente inconducente políticamente para definir el presente y futuro de estos tres nombres propios.

Con ese criterio, el cavallismo hormonal que expresó NK hasta enero-febrero de 2002 (la puja cívico-política de dolarizadores vs. devaluacionistas) debiera haber definido la naturaleza electoral de 2003 y la conducción política posterior.

Esa imposibilidad de discutir los proto-liderazgos revela que, desde lugares diferentes de acumulación política y con estrategias disimiles, Macri, Massa y Scioli no alcanzan todavía a cristalizar una presencia electoral autosuficiente a nivel nacional.

Para Macri, la temporada alta electoral de Santa Fe-CABA no termina otorgando buenos números nacionales, y la alianza de DLS con el FR en Córdoba trabaja sobre los votos efectivos en disputa que el PRO necesita crucialmente para la elección nacional; también afecta la captura de voto peronista flotante que Scioli buscaba atraer para sí en la segunda provincia del país.

En las provincias NOA-NEA, Macri debió bajar a sus candidatos para evitar repetir el revés de Salta y se colgó de las coaliciones pluripartidistas que los radicales territoriales vienen construyendo desde 2013 (La Rioja, Jujuy, Tucumán, Corrientes).  Y en las provincias patagónicas las expectativas de insertarse en una ecuación pluripartidista viable son bajas, frente a una opción estrictamente propia casi nula.

Macri pretendió galvanizar su déficit de liderazgo con la PASO del partido europeo-porteño en la Ciudad, pero un reflujo de votos de cara a la general y un balotaje local estrechado le pondrían un techo al aporte local a la ecuación presidencial si se verifica que los números de la región centro no alcanzan para cerrar la brecha para el piso nacional.

Macri también define aspectos del perfil que pretende para su liderazgo cuando elige competir en PASO con candidatos sin anclaje territorial (a diferencia de Massa) que le permiten optimizar su sesgo opositor ante las audiencias electorales sobrepolitizadas, pero lo limitan ante una instancia de mayorías que siempre se nutre de deseos más silvestres que los que expresa una pertenencia política concreta. Un comportamiento más pragmático del Pro (la línea Monzó, un poco sobrevendida en las ultimas semanas) depende en gran medida de lo que haga o deje de hacer Massa para afianzar su posición en el escenario nacional.

Haiku alsinista: solo con la provincia de Buenos Aires no se gana, pero sin ella ni siquiera se puede jugar el partido.

Scioli define su expectativa de liderazgo a través de algo inasible: la “tensión simbólica” con Balcarce 50. El villañatense forjó “su historia” sobre la base de una conducta política pasiva que “existía” gracias a que la responsabilidad político-administrativa emanaba todo el tiempo del ejercicio de poder de Balcarce 50.

El no-gobierno provincial como gesto de supervivencia política también es una elección que define los límites del proto-liderazgo de Scioli: Scioli es un político que (a diferencia de Menem, Kirchner y Duhalde) no nutre su afán soberano desde la vocación para incidir subjetivamente en “la conducción del desorden” que es la política argentina y que permite formar una mínima hegemonía que todo PEN necesita para jugar como carta política de su propia gobernabilidad.

Frente a la desmesura politica de Kirchner (intendentes, transversalidad, Moyano, orgas derechohumanistas, Repsol, Cobos, Urquía, movimientos sociales, Magnetto), Scioli es un minimalista de la nomenklatura justicialista. Como en los partidos artificiales de Villa La Ñata, Scioli se para de “pescador” en el área y espera que el PJ lo abastezca. En este sentido, es la primera vez que el PJ presenta un candidato presidencial con una morfología política tan similar a la de Luder.

A diferencia de sus dos competidores, Massa optó por un esquema de acumulación política agresivo, de índole frentista y territorial con epicentro en la PBA, y desde ahí ir saliendo a la ecuación nacional.

Si Scioli se apalancó en dos institucionalidades que lo exceden (el PJ y la administración pública provincial) y Macri en la institucionalidad cuasi-provincial de mayor viabilidad presupuestaria, Massa fue el que tuvo que hacer “más política” para compensar ese arranque “jurisdiccional” desparejo.

Conformó una liga de intendentes de eje gestivo que solo en el momento oportuno se tradujo en herramienta electoral para recién ahí ir a una instancia frentista de mayor alcance.

A esa liga originaria de intendentes se agregaron a partir de julio de 2013 otros intendentes, sectores sindicales, orgánicas partidarias del panradicalismo y panperonismo, algunas que venían de experiencias ejecutivas territoriales recientes y otras que no. Esta confluencia de cosmovisiones políticas siempre es conflictiva cuando todavía no hay un liderazgo nacional refrendado (es decir, una elección presidencial que resuelva la interna general del partido del orden, como en 2003) que la contenga con más facilidad.

En ese aspecto, Massa construye el edificio que al mismo tiempo habita, con los riesgos del caso, pero al mismo tiempo deja entrever cuáles son sus expectativas de liderazgo: es evidente que no es lo mismo “conducir” a Cariglino, Othacehe o Acuña que a Michetti, Larreta, Sanz o Baldassi, o dejar el tramite político de la conducción de Espinoza, Mussi o Gray al PEN saliente.

Los corcoveos en el FR también ponen sobre la mesa un problema que se extiende a gran parte de la política bonaerense: la existencia de dos categorías de intendentes del conurbano (“barones y blancos”) que se fragua en la interna general de 2005 y sale a la luz en las ejecutivas del 2007. Los “blancos” hacen una política municipal expansiva y tienen una agenda política propia, mientras que los “barones” prefieren políticas territoriales estrictamente defensivas tanto en lo político como en lo administrativo.

Esa puja es más explícita en el FR porque los “blancos” son mayoría y pretenden darle una impronta política propia a la fuerza que integran; de ahí que las “fugas” y “expulsiones” sean voceadas por los primus inter pares.

En el Fpv el balance entre “blancos” y “barones” es más equilibrado, y la discusión está soterrada por las necesidades de la “ética de la responsabilidad” que demoran beckettianamente “la interna”: como dijimos en un viejo texto de actualización doctrinaria, el peronismo solo debate ideas y formula internas cuando está fuera del poder.

El hecho de que las fugas que sufrió el FR no hayan logrado insertarse en un lugar de mayor competitividad electoral al que ocupaban en el massismo da indicios de tres cosas: que no hay una oferta electoral “superadora” que domine con nitidez el mercado electoral por encima de las otras, que no hay “cheque en blanco” para ninguno de los proto-liderazgos en pugna y que Massa continúa teniendo su centro de gravedad electoral en la PBA para condicionar al resto.

A tres meses de la elección presidencial aka PASO de candidatos que define a quien le queda la mochila del reflujo de votos contra la general, lo imprescindible para Massa es no tener voces internas que lo desautoricen políticamente en la recta final. Algo que Macri no padece por sus elecciones restrictivas de liderazgo, y que Scioli pretende saldar de manera más definitiva cuando salte la valla de la “lapicera”.