miércoles, 6 de agosto de 2014

Los defaults no existen, pero que los hay…


Más que el default económico, lo que no suele perdonar la sociedad es el default de la conducción política: liderazgo y representación. Siempre es lo mismo, nena. Lo que tarda en hacerse tolerable (y visible) en los análisis políticos es un hecho con fecha cierta: que en el 2015 no va a haber ninguna boleta electoral que lleve el apellido Kirchner.

Existe, entonces, la persistencia defensiva en el efepeveísmo que ignora todo lo dinámico que pasó en la política en los últimos años: elecciones, nombres propios, macroeconomía. Ya nadie discute la permanencia de la AUH como línea maginot de la resistencia militante (la épica del 2010), ahora el gran drama de la clase política toda es por qué ese beneficio no está por ley y no tiene su régimen de movilidad. Ya nadie habla, tampoco, del club de los devaluacionistas. Todo cambia. La política es cero nostalgia, la gente vota para adelante.

En ese sentido, lo positivo que deja el consenso kirchnerista lo deja en contra del cálculo político al que aspira una formación política que termina su mandato pero que quiere continuar su hegemonía casi en contra de la realidad efectiva de los nombres propios. La mochila cargada de la que hablaba Juan Carlos Torre para narrar la cadencia postrera de cada ciclo peronista.

Y bien: nadie puede cruzar el puente de la sucesión con la mochila llena. El puente (el trayecto del poder) no aguanta. A diferencia de Scioli, Massa hizo una jugada que busca construir instancias de liderazgo y representación que van a ser requeridas para la sucesión del 2015. Que galvanicen la caminata por el puente. Como dice Luca Sartorio, el tigrense pisa en los dos subsistemas: el peronista y el no peronista, lo que trae más riesgos y más ganancias. Mientras, el efepeveísmo va (más allá del candidato) con un esquema duhaldista de representación y liderazgo defensivo: el riesgo de este esquema es que las probabilidades de quitar el lastre de la mochila a tiempo son muy bajas.

Desde esa perspectiva defensivista, es lógico que tanto Cristina como Scioli converjan en elegir como adversario favorito a Macri. 

El business declinante del país dividido que a Cristina le sirve para gobernar la salida a su propio ritmo, sin presiones de representación y cada vez más en franco litigio retórico con la aristocracia obrera y la clase media baja (los gajes de cortar guita a favor de la ecuación financiera de la Administración a costa del ingreso medio salarial, y por lo tanto a expensas del consumo privado) y que para Scioli es el “no queda otra” para intentar retener al PJ en la víspera frente al desalambre de estructuras que promueve el Frente Renovador  (doctor Bojos dixit) garantizando PASOs  por abajo y electorabilidad por arriba. 

Para el oficialismo es una situación de “manta corta” o “tensión interna” que se viene expresando desde la candidatura de MI en 2013.

Para Macri, ser el elegido del kirchnerismo le pone un techo a su “crecimiento”, porque en la PBA no puede disputar el desplazamiento del voto no peronista al terreno panperonista que se verificó con la irrupción de Massa y que no parece modificarse sustancialmente de cara al 2015 (teorema de Othacehé). Y sin 20% de votos provinciales la base de cualquier competitividad nacional se resiente; a eso hay que agregar que la suma de “mano de obra” radical no es aritmética para ningún “arreglo”. Los diferentes mecanismos de construcción política que exhiben FR y PRO permiten pensar que el “radicalismo de gestión” (intendentes) van a preferir a Massa aun cuando Macri haga un acuerdo superestructural con algún tramo de la conducción partidaria de la UCRRA.

A un año de las PASO, lo que se percibe y lo que se mide (cuando la sociedad todavía está lejos de colocarse en situación electoral) es entonces la potabilidad de los posibles liderazgos y representaciones en danza. Y detrás de la gestualidad garrochista, las fotos, las contenciones fallidas, quizás lo que se empiece a jugar sea algo un poco más tangible y menos vaporoso para el electorado que mira de reojo: ver quien es el más apto para conducir. Algo que es casi una decisión proto-electoral, y que empieza a jugarse ahora.