miércoles, 26 de octubre de 2011

Una larga lista de teléfonos útiles

La épica era ésta: votar a Cristina senadora para desbancar a los Duhalde de la zona simbólica del poder. Reacomodar el doblez justicialista a los designios de una nueva etapa de estabilización económica: hacer del derrame una realidad efectiva, ajustar el sistema de poder peronista al ritmo de respiración que proponía Kirchner. Después de eso, Kirchner pudo hacer muchas cosas, pudo avanzar, y también tuvo un jergón defensivo donde tirarse cuando volvía con el maxilar dañado. Era tan sólo una elección de medio mandato, quizás un round administrativo de aquella batalla de alta peluquería, “el pejotismo definiendo sus miserias en la escena obscena de la interna general permanente”, dos barriobajeras esposas de, la formalidad electoral para que el poder político definiera el pase del sello partidario (porque estas cosas nunca se resuelven en la paz de los comités), lo cierto es que en ese 45 % que clavó Cristina en 2005 estaba la profecía bonaerense de los 45% nacionales de 2007 y de todo aquello que el peronismo transitó como parte de la década kirchnerista. En ese tránsito, también pasaba otra cosa: germinaban los perfiles políticos del informe Vanderbilt, se empezaba a morir la estricta lógica defensivista que marcó a los barones del conurbano, la gestión pedía mayores despliegues y prestaciones. Quiero decir: era más épico (más decisivamente político) aquel voto del 2005, que el que acaba de consagrar a Cristina como la más votada de la democracia. El 54% fue un voto lleno de pacífica continuidad, el voto palmariamente lógico de una sociedad resiliente (esa resiliencia social que define no solo el voto sino conductas políticas y agrupamientos que las intelligenzias se resisten a comprender) que nunca vota para atrás: el pasado se analiza en las bibliotecas, y en el territorio político se piensa hacia adelante.

No podría decirse que la mayoría cristinista sólo se explica desde esa resiliencia (que muchos opositores entienden equivocadamente como conformismo), porque el voto a Cristina tuvo toda la potencialidad política que se puede pedir a una sociedad que experimenta una etapa de estabilidad económica y política en un orden democrático nacido en 1983 pero que tiene sus orígenes reformulatorios en 1975-76. Datos de esa politicidad del voto a Cristina: 83% de participación en el conurbano, cartelitos de Cristina en alguna pizzería o casa de lotería, carteles chicos pero visibles en la periferia del comercio minorista, sobre los que sólo estaba depositado el silencio. El 54% que votó a Cristina el lunes se levantó temprano para ir a laburar, y pidió, respetablemente, que no le hincharan las pelotas.

Como es lógico, hubo una minoría intensa (intensísima) que consideró que el resultado electoral ameritaba el exilio o el velatorio de la nación o encarar una increíble “resistencia al régimen”, y desde el lado opuesto consideraron que llegaba la liberación o se embarcaron en la ansiosa repetición del sintagma “momento histórico” e hicieron un uso abusivo y malentendido de la palabra “gorila” (algo muy propio de los recién llegados no ya al kirchnerismo, sino al cristinismo). Estas minorías fuertemente instruidas y sobrepolitizadas comparten una idiosincrasia psicoanalítico-política, una impronta que en las cartas de Walsh a la conducción montonera es lo que establece la diferencia entre desbande y retirada para calificar los comportamientos de los intelectuales y profesionales en un caso, y el del populacho en el otro. Esas pulsiones distorsivas aparecen en el actual minorismo intenso, pero lo que no alcanzan a comprender ellos mismos es que la etapa cristinista no tiene asignada centralidad política para sus debates: jugarán en el lugar de la cancha donde no se disputa la pelota, porque se necesita cal y arena para hacer política con angostamiento distributivo. Dejemos las tribulaciones de Werther y Frederic Moreau para la literatura, porque la política no las necesita. Hay que dejar de estudiar ciencias sociales y humanidades por cuatro años.

La estabilidad económica kirchnerista induce al derrame por la vía de los poros paritarios, el subsidio al consumo y la amplificación reparatoria del grifo estatal a través de la AUH, las jubilaciones y las netbooks (las netbooks llegan más al pobrerío que los derechos humanos); la sostenibilidad de estos parámetros depende de cambios en el modelo económico. La profundización del modelo es pasar del motomelismo volátil al crédito hipotecario real La era cristinista va a estar barnizada (tanto para definir los nombres propios de la sucesión política como para definir las agendas de gestión) por aquella otra frase de la carta de Walsh (uno de los pocos textos políticos del irlandés que valen la pena) a la aristocracia monto que decía que las masas están condenadas al uso del sentido común.Cada vez más informe Vanderbilt. La marchita que la canten los recién llegados, los políticos van a pensar en la inversión. Yo siempre recuerdo que cuando se terminó la etapa revolucionaria, en 1951, Evita se olvidó de todo lo que había dicho, y empezó a hacer realpolitik. Eran tiempos de angostamiento distributivo. Los tiempos que necesitan de más política, los tiempos en que sin fracturarse, hay que doblarse como un junco, porque hay un 54% que vota, pero que espera.