Mucho se ha escrito que a la izquierda de Kirchner no había nada, y en todo ese tiempo, poco se dijo de lo que había por el callejón derecho, en esa zona mal iluminada por el análisis político más previsible, más señalizador de lo bueno que ocurría en ese lado izquierdo de esta pequeña historia que blanqueador de los cauces continuistas que venían de aquel bosque embrujado llamado los noventa. Me refiero, obviamente, a la muerte del imaginario nacional-popular (tal como fue concebido durante los patronazgos políticos de los ´70) como mecanismo de explicación de lo que debe regir a ese espacio de autonomía que existe entre el Estado y el sector empresario. Muerte temprana: en 1983 el PJ ya empezaba a reformular la lectura de sí mismo, que comenzaba por lavar toda la ropa sucia dentro de la praxis propia. Mucha transpiración, mucho ida y vuelta, poco tiki-tiki. No son sino los desaciertos seriales del alfonsinismo (ese candor bienintencional de izquierda, ese terciopelo socialdemócrata que guarda una ballester molina entre sus pliegues) los que ponen en el tapete la relación Estado-Gobierno y sector empresario como relación pura y dura, concreta y necesaria para darle viabilidad económica al país. Podría decirse que desde allí, la historia política de la democracia es la historia de esa relación. Lo que hoy sobra (y siempre sobró) son palabras como neoliberalismo o progresismo para explicar el fondo nodal de esa relación, relación que deberá reacomodarse una vez más frente a la hegemonía política que dominará el turno 2011-2015. Si, como se pensó largamente, a la izquierda del kirchnerismo siempre estuvo la pared, también habría que pensar que a la derecha hay otra, o que por lo menos, ya la vaya habiendo. Una tarea bien peronista, que requiere de la reivindicación de todos los Harry Callahan de la política (amén) y de la preparación epocal del Partido Justicialista. Este es un hiato estival muy propicio para leer economía, ciclos macro, demanda agregada, inversión infraestructural, largoplacismo ganado-sojero, meseta laboral. En ese sentido, también aparece como central analizar la sintonía fina de la relación entre Estado y sector empresario durante los tres primeros años del gobierno de Menem, menos en los contenidos que en las formas. Las formas en que el Partido del Orden resuelve la supervivencia del margen de maniobra estatal pero para sostener además una capacidad instalada de la economía: en la leyenda intelectual, “el empresario es malo”, pero en la práctica, el que “marcha preso” ante los corcoveos económicos y por decisión popular, es el político. No otra cosa explica esa incólume fe cavallista de Kirchner, soldado austral del superávit fiscal primario, y que junto con una cultura política, contaba con una cultura empresaria que le permitió de modo bastante efectivo establecer los grados de separación (y de convivencia política) con la muchachada que tiene que dar laburo a los argentinos.
Claro es que este tema no saldrá de la pluma narcótica de Zaiat, ni de los trazos excesivamente gruesos (y muy de manual universitario) de los ancianos del plan fénix: 2011-2015 requerirá de algo más que subsidiar demanda, y habrá que recuperar algunos libros menemistas de la buena memoria, para entender que en economía todo está mucho más mezclado de lo que parece, y que, después de ocho años, invocar la barbarie neoliberal (por ejemplo, para narrar el drama de tercerizados ferroviarios que se subemplean en una empresa mixta en la que el Estado tiene vasto margen de maniobra) es un medicamento conceptual vencido, y amortizado electoralmente por todos los que votaron a los Kirchner desde