Las tendencias electorales que se confirmarían el 27/10
abren una etapa política que suelda algunas amortizaciones, rechaza varias
inauguraciones del bienio y boceta los ingredientes básicos para un nuevo
consenso. Se completa el “pago” de la AUH.
Cesa aquel aspecto de la hegemonía propiamente cristinista
que sustentó la macroeconomía en el cepo cambiario y el goteo devaluatorio como
políticas unilaterales para amortiguar el stop and go sobre la economía real.
Aparece una insinuación social que pide una performance estatal más ambiciosa
para afrontar el angostamiento distributivo.
Si el gobierno decidió ir a rebuscar los papeles que dejó el
acervo massista de la JGM
2008-2009 (pactar con el CIADI, liberar crédito, cerrar el canje de deuda) es
porque no hay tanto margen para sostener los criterios intransigentes para concebir
estatalmente la idea de desendeudamiento cuando la continuidad de estos pagos,
ahora reflejados en el cupón PBI, no están ya vinculados sólo a procesos
económicos ajenos a la década kirchnerista. La negociación social de la
“sintonía fina” tiene un primer requisito: se le pide al Partido del Orden que
no pendule. No es sólo el pedido de la casta política de gobernadores e
intendentes, sino del electorado. Massa emerge electoralmente como conciencia
social de ese reclamo. Scioli pretende encarnarlo linealmente desde el PJ, de una
manera similar a la de Duhalde en 1999. Cristina asumirá parte de ese pedido si
quiere incidir (positivamente) en la sucesión.
Una particularidad de la campaña electoral fue que la
discusión económica transitó por caminos muy distantes de los del votante, más
allá de la tangibilidad del diagnóstico. Si está claro que la sociedad no
quiere volver a sufrir un manejo pendular de la intervención (y omisión) del
Estado en la economía porque no hay una crisis que lo admita desde lo político,
lo que todavía no alcanza a definir con naturalidad la clase política es la
amplitud de temas que sí pueden ser discutidos dentro de un margen que tenga
como objetivo la preservación de la estabilidad económica. Si la gestión económica
no requiere de ninguna pendularidad, los discursos que se estructuran alrededor
de ella parece que sí la requieren, especialmente los que monta el gobierno con
lógicos fines de supervivencia, pero que al no reflejar la realidad de todas
las posibilidades económicas que la sociedad permite discutir, termina en el descrédito
y perjudicando al equipo económico del gobierno. Por lo tanto, es probable que
el kirchnerismo continúe hablando del lobby devaluador pero mantenga la
devaluación al 30, que hable de vivir con lo nuestro pero abra vías de negociación
para tomar crédito externo (toda vez que la combinación con toma de deuda
intrapública reduce su margen de fondeo y no alcanza para cubrir la escasez de dólares),
que hable de metas de crecimiento pero siga moviendo la tasa de interés para
entibiar un poco la cosa.
¿Alcanza con eso? El gobierno podrá pensar que sí, pero lo
que reflejan estas elecciones es ese telegrama íntimo que el electorado le envía
a Cristina, casi con una evocación menemista: si nos contabas que ibas a tomar estas medidas, no te habríamos votado.
La relatividad del 54% (o de cualquier legitimación) es un rasgo de la
democracia que la llamada generación intermedia entendió como eje central de su
praxis política: al desconfiar de bloques ideológicos que suelden los consensos
y conflictos de la sociedad, el voto funciona como un legitimador inicial que
luego fluctúa en el día a día de la gestión. El voto da menos derechos que
obligaciones, y lo sostiene la gestión o no lo sostiene nada. El voto es
cuantitativo, la gestión es cualitativa: el teorema de la democracia (pos)
moderna.
Después del 27 de octubre empieza esa agenda árida: ¿cómo se
discute productividad con un 40% de trabajo en negro? ¿cómo se sostiene mercado
interno con productividad de exportaciones cuando hay un giro reprimarizador de
la mayoría de las economías latinoamericanas? ¿cómo se aprende a manejar
estatalmente la inflación con caja? Que el kirchnerismo no tenga la voluntad
discursiva de situar la discusión en esos parámetros no significa que los
hechos no se desencadenen. Precisamente a esa cita muda concurre Massa cuando
hace suyo al equipo económico de Kirchner: no para volver a un paraíso perdido
que la sociedad no está reclamando en su voto, sino para resituar una discusión
política que transitó silenciosamente durante la transición
duhaldo-kirchnerista en la “interna” del poder: ¿cómo crecer? ¿qué rienda para
la inflación? ¿qué ritmo paritario? Kirchner, Lavagna, Moyano ¿se acuerdan?
Massa “participa” oblicuamente de ese debate como custodio de la caja de Anses,
y paradójicamente Scioli lo mira distanciado desde el destierro en el Senado.
Hoy el contexto es distinto, pero varias de esas preguntas vuelven.
Vuelven con independencia de los deseos políticos que Cristina tenga para
encarar estos dos años de gobierno. Vuelven casi socialmente para redireccionar
la agenda: qué populismo viable para una economía moderada. Gran parte de la semántica
económica kirchnerista no llena esa discusión y la praxis de dos años tampoco
dio resultados, eso es lo que denuncia el voto. A esa cita muda, pautada por el
Partido del Orden, concurren Massa y los intendentes, quieren concurrir Scioli
y los gobernadores, e irá (formalmente) Cristina si quiere plantar un candidato.
Son las órdenes que dio el voto: no pendulen, pero discutamos todo.