Hoy me levanté almidonado, con una polucha disecada que luce como brillantina plateada sobre la tela interior, con ganas de comerme un budincito marmolado, con ganas de leer este lindo poema sobre la idiosincrasia personal de Cristina Elisabet Fernández Wilhelm (no la Presidenta, no, no), con ganas de dedicarle unos párrafos al angostamiento distributivo que llegó para quedarse.
No sabemos como va a entablar el cristinismo su relación con los bloques de poder del peronismo realmente existente en esta etapa que arroja cuentas equilibradas en el modelo de acumulación, y que por lo tanto no puede sostener las variables fundantes sobre las cuales se basó la ecuación acumulatoria durante la década kirchnerista. La complejidad del problema radica en las autoherencias que debe tramitar Cristina. Esto no le pasó a ningún otro presidente del período democrático, y ahí se refleja otro problema: con qué discurso se va a ornamentar la cuestión decisoria, cuando verificamos que la rigidez argumental (que mientras había dólar macroeconómico para solventar el ritmo del gasto el gobierno se podía dar el lujo de sostener) induce a una diagnosis que termina haciendo fallar la toma de decisiones. Lo que sucedió con la tensión cambiaria es un ejemplo menos económico que político de esas confusiones que dilatan la resolución del problema. Una lectura política intuitiva (y lo dijimos en aquel momento) pedía salir rápido de esa situación (del tema cambiario siempre hay que salir políticamente rápido, como Kirchner en el 2009) llenando la plaza de dólares, lo que se terminó haciendo con algunas semanas de demora innecesaria. Cuando hay angostamiento distributivo, no hay margen laxo para testeos de ensayo y error que sí son posibles cuando las brisas del viento de cola ayudaban a realizar las correcciones con el costo político absolutamente dosificado. Luego de la muerte de Kirchner, Cristina pudo recomponer su liderazgo político en el marco del planchismo preelectoral, con el eficaz aditivo estético del estilo Grosman durante el cual la arquitectura de la toma de decisiones permaneció aletargada en espera del requisito electoral. La labor destajista con la que irrumpió Julio De Vido (dejando en una elocuente invisibilidad al resto de los ministros) a agarrar los primeros fierros calientes es la prueba cabal de que Cristina todavía no alcanzó a definir la microfísica de la toma de decisiones en el vértice del p.e.n., ni ha terminado de hacer una valoración de la eficacia política que le pueden aportar los nombres propios que la rodean.
Cristina surfea hoy sobre el 54%. Pero cualquiera que manye un poco de política sabe que una hegemonía no se construye ni se sustenta sobre la nominalidad de los votos; el sistema político argentino tiene particularidades que conviene incluir en la estrategia política. Tiene entonces importancia la manera en que se va construyendo el consenso cristinista: ¿con qué parte de ese 54% se privilegia asumir una alianza política que debe responder a las necesidades de gobernar en tiempos de angostamiento distributivo? Dicho de otro modo:¿hasta donde puede llevar Cristina su discurso antisindical sin resentir una alianza peronista de poder que no puede ser reemplazada operativamente por un sentido común antisindical en el que indudablemente Cristina se está apoyando (como parte de la cosecha de 54%) para encarar una nueva etapa económica?
Por otro lado, Cristina pega allí donde Moyano permite que se le pegue: el mejicaneo de afiliados, una propuesta de reparto de ganancias empresarias que beneficiaría a la aristocracia obrera, y que el sindicalismo moyanista podría plantear mejor exigiendo una revisión real de la estructura de costos de las empresas. El principal problema que afronta el mercado laboral es hoy la fragmentación salarial, que va de la mano del 40 % de informalidad; después de eso, el hecho de que el sistema ya no incorpora más empleo (aunque sostiene lo que ya está según PEA): la pileta está llena de agua, pero la desigualdad salarial es un problema latente sobre el cual las medidas angostadoras van a impactar. Esa fragmentación laboral conspira contra la construcción política y de agenda del sindicalismo peronista, pero también dificulta la política restrictiva del gobierno; la renuncia épica al subsidio no está verificada en ninguna sensación popular, por lo tanto es de una inconducencia política que no conviene zarandear mucho como una aparente “toma de conciencia ciudadana”; quien sabe mejor que nadie esto es el peronista Julio De Vido, que se reunió con los intendentes de la Primera y la Tercera para medir el impacto de la quita de subsidios sobre poder adquisitivo y sobre la recaudación tributaria de cada municipio del conurbano. El sólo hecho de que todos los intendentes hayan evacuado alguna clase de preocupación por este tema no hace más que confirmar que fuera de los casos de asimetría desbocada verificados en la ciudad de buenos aires, el desmonte de los subsidios necesita de un criterio gradual y quirúrgico de parte del Estado para por lo menos diferir los efectos sobre el asalariado blanqueado-en negro- o miti y miti que cobra 3000 pesos y no cobra planes o jubilaciones, y al que probablemente el Estado no considere digno de subsidiar. El criterio que se establezca para fijar el corte hablará mucho de la mejor o peor capacidad instalada a demostrar por el Estado después de una década kircherista.
Capturar renta (no hay mucho para manotear), tomar deuda selectiva (como hizo Kirchner, sí, sí, chicos, Néstor tomó deuda y nadie le dijo noventista): acá la única épica es la de conseguir dólares genuinos que se agreguen a los que nos da el agro, y que la inversión sea una decisión política del gobierno: tener claro qué plantearles a las empresas. Interesa mucho en este contexto, qué tipo de explotación política hará Cristina de su 54%, porque la inversión y la competitividad son necesarias, pero la gobernabilidad en estos bellos tiempos de estrechez distributiva se gestiona en mostradores políticos que están más allá de la volatilidad del voto popular posmoderno.