Poco aparecida está en los ultrajantes debates políticos que nos tocan vivir la cosa de la expansión real de la capacidad instalada del Estado en los rubros sensibles donde cualquier otra discusión que no sea la de una arquitectura operativa, o es una toma de posición política poco agraciada o refleja una confusión de prioridades poco apta para quienes ansían la traducción estatal de una propuesta que siempre nace como política.
No será este un tema de discusión electoral, como tampoco lo fue en otras épocas, y quizás la traza electoral sea la menos propicia para hacer estructura profunda con estas cuestiones.
No puede dejarse de relacionar el metraje de capacidad instalada con la narración realista de la asignación universal por hijo (AUH). Una narración de tramos recorridos y tramos vírgenes, que debería tener como premisa la aceptación de una labilidad práctica (un cúmulo de avances y retrocesos permanentes) que reside en la política social que el Estado despliega desde 1983 hasta la fecha. Así, la AUH se inserta en un sistema que juega sus pequeñas batallas diarias a varios niveles de organización administrativa y humana, con la eficacia y las limitaciones de cualquier otro plan de asistencia social.
Aún con estas contemplaciones, la narración del tramo recorrido de la AUH nos dice que, junto con la moratoria previsional, son las dos mayores medidas de impacto social real de la década kirchnerista. En el plano del rendimiento político, habría que agregar que la AUH es una medida que no sufrió evaluación electoral y por lo tanto no sólo no está amortizada, sino que incorporará caudal a la candidatura oficialista del 2011.
Esa significación lábil de la política social ayudaría a entender, entonces, por qué es necesario hacer una fuerte lectura actualizada de los alcances del beneficio, y de todos los planes sociales vigentes, en tanto una política social se asume y se desarrolla (siempre, y esto no va a cambiar en el corto plazo) concretamente bajo una trama de urgencias y limitaciones que le da lógica y sentido (y determina el grado de eficacia) a la llegada de la asistencia, determinando también el modo en que el potencial beneficiado se acerca a gestionar el beneficio.
Luego de disminuir la hendidura de pobreza e indigencia y con reajuste inflacionario, la AUH experimentó vallados operativos para alcanzar el núcleo duro de pobreza, y esto hace que cerca de dos millones de chicos que viven en pobreza extrema no accedan a una prestación cuyo caudal presupuestario se halla disponible. Además de limitaciones operativas estatales previsibles atribuibles a un retiro de décadas, esta carencia se relaciona con modos divergentes de visualizar la forma de construcción política en los territorios más pobres y de mayor densidad poblacional, situación que emerge en el debate político más llano y menos creativo con la impugnación (velada o explicita, consciente o inconsciente) de una idiosincrasia política de tradiciones ambivalentes, refractarias a juicios políticos definitivos o maniqueos.
Vemos que a pesar de aquel vallado operativo (y de ciertas dilaciones burocráticas que no salen en los diarios), existe un goteo tramiteril forzado por el propio beneficiario, cosa que amplía levemente el descenso de la AUH a aquellos abismos que más la necesitan, pero que también hecha luz sobre el terreno que el Estado no pisa por una decisión política propia. Y acá te digo la posta, para empezar a graficar que sería “profundizar el modelo”: una política popular debería privilegiar discutir cómo se llega con la AUH a esos dos millones (esa incubadora de pibes chorros) y no vedettizar el debate con una nueva ley de entidades financieras que como sabemos, porque todos los que estamos en este palo loco de la política lo sabemos: las medidas que hoy se pueden tomar sobre el sistema financiero son posibles sin perder tiempo en el debate tedioso de una ley que después va a ser abstracta e inaplicable en varios de sus bienintencionados pasajes. ¿Por qué no se escriben artículos en los diarios que digan cómo se despliega una acción estatal concreta de Anses para llegar a los dos millones? ¿por qué no se convoca a un operativo dorrego de la AUH? Yo te digo por qué.
La de la AUH es una narración realista que tiene dos niveles de realidad. La difusión política (el relato) que se hizo de la AUH desde el gobierno (y desde sus apoyos intelectuales) estableció a los 220 como la extensión al campo informal de las asignaciones familiares que se cobran como complemento en el marco del blanqueo. Aún para el asalariado precario pero estabilizado que cobra la AUH, la prestación se lee como suplemento, y relacionada con el empleo, la escuela y la salud. Ese tramo poblacional es también el que, por razones económicas y educativas, accedió con mayor facilidad y rapidez a la AUH, y se adaptó mejor al modo concebido por Anses para tramitar la asignación. Este nivel de la narración realista fijó como estricto mecanismo de publicidad gubernamental la relación entre AUH y aumento de la tasa de escolarización: se sigue leyendo la AUH como complemento, es decir que se privilegia la lectura que del beneficio hace una parte de la sociedad, pero no toda, ni menos aún quienes más la necesitan. Desde el punto de vista político, la relación entre AUH y escolaridad es inconsistente respecto del piberío chorro más abismado, porque ese otro nivel de la narración realista de la AUH nos dice que ahí, ahí los pibes que llegan a cobrar la AUH ya volvieron a dejar la escuela. Ahí la ecuación no es la de la publicidad gubernamental: llegó parcialmente la AUH, pero la tasa de escolaridad bajó. Porque a medida que vamos bajando, la política social se hace más lábil, más ambigua, se necesita mayor autoritarismo social de la función estatal y para-estatal, se necesita más marca personal: se necesita militancia, cuadros y referentes. Se necesitan profesionales que no tienen título universitario. Porque ahí abajo no importa tanto como la película empieza, sino como sigue, porque no tiene final. Para los dos millones que no la cobran, la AUH no es un complemento: viven de eso, y no hay una relación mediada con el empleo, la escuela o la salud. Se trata de un nivel de realidad que el gobierno todavía no contempló en su discurso, y esto es algo que sus intelectuales orgánicos no llegan a comprender cabalmente. Algunos pibes no quieren ir a tramitar la AUH porque sacan más guita con el afano. Es duro, pero es así, y esto no debe ser motivo de juicio, sino de acción estatal que opere sobre esa realidad: la de un pibe que no quiere ir a la escuela ni recibir un derecho. La AUH no es una “ampliación de derechos” para el pibe chorro. Para una madre soltera lumpen, la AUH es la posibilidad de dejar la prostitución, el carro o el mucamaje (que a los fines del vasallaje laboral, puede llegar a ser lo mismo) para poder cuidar a los chicos: en todos estos casos la lectura dominante de la AUH que hasta el momento propuso el gobierno, no tiene mucho que ver con ese nivel realidad que forma parte del tramo virgen, todavía inexplorado por la AUH.
Todo esto nos remite a la dimensión política y conceptual de la ampliación de esa capacidad instalada del Estado: ¿con que instrumentos políticos se hace? Ojo, porque no es un tema menor, aunque muchos quieran devaluar esa discusión. Recién ahora se nota que Anses va tomando nota del vallado operativo, y monta los operativos especiales en sociedades de fomento y clubes; recién ahora y sólo en algún municipio del conurbano se van a abrir nuevas oficinas de Anses en zonas periféricas. Acaso porque habrán comprobado algo que en este blog mínimo se decía hace muuuucho: que la negrada no se sube automáticamente al bondi para ir “al centro” del distrito donde está la delegación de Anses. Lo que no existe es una decisión político-institucional del organismo para sistematizar estas iniciativas y extenderlas, y eso que Anses tiene la guita para hacerlo. Lo queda claro es que para que la AUH llegue a ser parte de una ciudadanía social de cierta estabilidad, falta un tramo del camino mucho más largo que el recorrido. Y la discusión de cómo llegar a los dos millones es política, pero no ideológica.
Cuando se hablan de estos temas, de la negrada, yo siempre me acuerdo de Carlitos Mugica, el angelito rubio que se desclasó al extremo. Cuando yo era más chico y se iniciaba para mí un camino de dos vías (intelectual y práctico) con el peronismo, lo escrito por Mugica llegó (azarosamente, como llega todo libro) antes que Perón. Entre otras cosas, porque el miedo a Perón era una incomprensible resistencia de quienes en algún momento nos sentimos más cerca del rincón izquierdo del peronismo. Y Mugica se excedía a veces, es cierto, pero esa intransigencia por leer desde lo otro que él no era me ayudó a entender que eso en política es crucial; en política, es necesario leer contra uno mismo, porque si no te vas a la mierda y no te das cuenta. Y uno lo ve a Mugica en esa foto llevando las latas de Nido. Una postura tan poco revolucionaria, tan clientelista. Una foto que parece más del ´74 que del ´73, más cerca de ese Mugica que bardeaba a los que hacían gala de consistencia ideológica, ese Mugica que se iba quedando cuando muchos se empezaban a ir, y que cuando terminaba el verano del ´74, podría haber dicho en un off the record bestial, que a esa altura Ortega Peña decía muchas boludeces, muchas barbaridades. Mugica educó en los ´60 a los que en el ´74 fueron Lealtad y hoy son PJ: y más allá de ese estricto derrotero, allí reside una educación política del peronismo. La de muchos de los mejores cuadros que este movimiento tiene.
Para algunos, discutir capacidad instalada del estado en asistencia social “es peligroso”: muchas veces, hay que darle la razón a tipos que saben, y con quienes no se comparte ideología. Nada grave, porque es un prejuicio que se puede superar. Mugica se iba quedando, cuando los demás se iban…