Hay una obsesión que no descansa sobre los certificados (papeles cuyo verismo lo firma el Estado) que le dan entidad a una summa política. Ya hay una década kirchnerista que luego de 2011 se heredará a sí misma. ¿Qué causa popular se le creará a ese camino que tendrá como espejo retrovisor a una neodécada a la que todavía no se ajustaron ninguno de los discursos políticos que hoy fatigan y hartan a los desideologizados que constituyen mayorías electorales?
Es sobre esta pregunta guacha (huérfana) donde se refleja la molestia del gobierno. Cuando se nota el descalce entre lo que se representó en tiempos de fortaleza hegemónica, y esta realidad novata que devuelve la imagen percudida de los claroscuros inherentes a un tiempo que pasa. Cuando el lubricante ideológico se gasta porque ya no explica lo que es(t)a neodécada va a dejar. Es decir: siempre se supuso que desde el ´83, la década anterior era peor. Y si ahora esto no es tan claro, no pensemos que las complejas valoraciones de la sociedad sean las opuestas a aquella tradición, tan sólo porque nosotros creamos que fuimos los mejores. No es una revelación: el que se sorprenda de esto, es un gil que se sometió voluntariamente a comerse todos los amagues, alguien que desconoció la admonición sanfilippista. Poca gente.
No es un buen momento para que la presidenta se debata entre el espasmo “de lo que fuimos” y la sensatez de “lo que debemos ser”. No es el momento de explicar quilombos sociales que no han perdido arraigo pese a las ventajas en los términos del intercambio como meras casualidades originadas en el fogoneo conspirativo. Al mediodía en José C. Paz, con esas fibras textiles negras que te deben acalorar mucho el cuerpo (el sol húmedo) decís una cosa, y cuando lo que quema en la noche es el balance decembrista que cuece el mezcladito lumpen del AMBA, cerrás el acuerdo de desactivación que pedían los intendentes del conurbano para salvaguardar los territorios de un verano violento. Para que la bomba de la neodécada no estalle. Lo que hubiera pedido cualquier tipo que tiene que sostener algún pedazo de Estado en el país socialmente precario.
Pero ese acuerdo (con restricciones duras, firmado con la pluma del miedo) imperativo ante el dominó de tomas, no tiene mayor viabilidad a mediano plazo. La toma de tierras es el sucedáneo del derecho a la vivienda desde mediados de los ´80. Lo hallado a mano ante el Estado taciturno. Mero acuerdo de descompresión para que Cristina y Macri alcancen el empate técnico en este surfeo de la coyuntura que ya va expresando los efectos desagradables de la neodécada. En este entrevero cupular que quiso narrarse como “dos modos de pensar el país” (y que costó 40 palos salidos de las arcas del monotributismo nacional), la pasada ideológica (ese costadito leve del tema) la ganó Macri por puntos, casi por la inercia que lleva ese consenso complejo que se teje en capas populares frente a discursos políticos que saltean temas (yo este tema no lo toco porque me molesta) y ante un Estado operativamente desbordado. La fallida lectura que se hizo de los hechos de Soldati explicados casi exclusivamente desde la xenofobia, contribuyen a la consolidación de ese consenso complejo. Cristina lo supo (y lo sufrió) en la noche postrera de la firma del acuerdo: creo que en este mes y pico sin Néstor, esa noche fue donde se habrá sentido más sola.
(No sabemos por qué Nilda Garré no baja a Lugano a desactivar. Meter la caripela para que los vecinos por lo menos dejen de gritarle a la flama televisiva ese Cristina hija de puta tan poco propicio. Para que la patología autista no sea percibida como marca en el orillo. Para demostrar que no le tienen miedo a un mano a mano verbal con la clase media baja de un barrio del sur. Mientras tanto, el seisieteochismo social se acuclillaba en la plaza de mayo para darse un duchazo nacionalista-revisionista en pantalla gigante. Es conmovedor ver cómo se dan con el inflador anímico, cómo tratan de creerse que en esos eventos módicos le están poniendo los ladrillos cruciales a la patria liberada. No ayudan a Cristina, pero ellos creen que son actores centrales de nuestro tiempo. No se dan cuenta de que lo único que expresan es un síndrome de la decadencia. También muy poco propicio.)
Como vemos, la desestabilización es el sueño húmedo de los que no se atreven a entrar a la última piecita del Estado, de ese modesto inconsciente colectivo que sueña con ser eyectado cuando la primera de las cosas que haga, no le salga. Manías de minoría intensa. Esa minoría que no ayuda, como habrá pensado Cristina mientras se firmaba el acuerdo. Esa minoría a la que dimos tanto, y que tan poco retribuye en términos de eficacia política.
Analizar este quilombo desde el prisma racial es una señora gorda que toma el té y dice “¡Qué barbaridad!” y listo. Indignación impostada. Verso inconducente. Progresía de salón. Pero, a ver, tensemos esa cuerda con la que juguetea el plateísmo politológico y extendamos el campo de batalla democrático, entremos en las aguas turbulentas de un plebiscito nacional y popular, con el territorio argentino como distrito único, una gran fiesta de la democracia, señores, en la que se ponga a consideración la política migratoria, los requisitos de la ley de ciudadanía y naturalización. Yo no quisiera saber los resultados, y me cuidaría mucho de que fuera una materia vinculante. ¿Qué hacemos con esa mayoría popular facha? ¿La subimos a un avión y …? ¿Los metemos presos en las mazmorras del Inadi?
La cosa es más compleja. Detrás de esto hay un consenso complejo, microdiscursos y microrrealidades. Si ese consenso no es abordado desde la política con respuestas concretas, ese consenso se termina comiendo a la política. Cristina lo padeció al cerrar este paquete con Macri. Macri, que hace dos días que está en política. Macri, loco.
Mientras la asistencia social la financie casi exclusivamente la categoría B del monotributismo (las dos caras de la moneda pobrerista, vecinos contra villeros), esta brecha social y cultural se va a ampliar. Peligrosamente. Irreversiblemente. Sin vivienda popular y sin crédito hipotecario no hay paz social. ¿Por qué no subsidiamos un poquito a los que nos traen los votos?
La neodécada está empezando a regurgitar efectos que antes estaban escondidos tras el biombo de la declamación. Ahora se necesitan políticas que admitan alguna dosis de largoplacismo si queremos mejorar en el empleo y la asistencia social; el volantazo no alcanza. Cristina tiene que hacer un trasvasamiento discursivo: encontrar la causa popular que saldrá de las cenizas de la neodécada. Quizás es pedir demasiado. Es lo que va a pedir mucha gente cuando esas telas negras que le cubren el cuerpo conmuevan menos. Yo creo que el esfuerzo que está haciendo Cristina para lograr esto es tremendo. Se nota. Cristina está perfectamente esclarecida de que necesita materializar una transición hacia 2011-2015. Sabe que los demás (la gilada) pueden estar diciendo todo el tiempo lo mismo, pero ella no. Porque cuando gobernás, la que estás sentada en el sillón de Rivadavia sos vos sola. Cristina necesita a alguien que le agregue dimensión intelectual al gobierno para sostener y blindar la línea de flotación; alguien de quien no deba recibir reportes ni a quién dar órdenes. Alguien que sea del palo, pero no de la familia. Un imposible. Marche un Tom Hagen para Cristina.