sábado, 9 de enero de 2010

1. Y ahora, la parte de la cosecha amarga. El Turco Asís hizo las mejores disecciones de ese universo parasitario (ya casi habituado a la cueva administrativa, al improductivismo político) del kirchnerismo talibán. No peronista, no casualmente. La de la Cancillería de las Regionales sea, acaso, la crónica más desopilante que narra estas conductas que uno tanto conoce. Los que ganaron terreno ideológico cuando el consenso kirchnerista se empezaba a resquebrajar.

Una estrategia bastante ponderada en la conducción política es la paciente espera que acompaña a los actos imperceptibles que se hacen para lograr que un aliado o adversario político realice el acto que uno quiere que haga, pero que ese aliado o adversario cree realizar por libre elección. Desde el florentino para acá, ésta es de manual.

El decreto de Cristina fue una eyaculación precoz. Un fruto de ansiedades y paranoias desancladas de la realidad que se hicieron síntoma a partir de marzo de 2008 y que creció a partir de los días en que el jacobinismo progre se hizo vanguardia ideológica de un gobierno peronista. Desde el día en que Tristán Bauer asumió en la televisión pública y  6,7,8 se erigió en oráculo de las verdades. Nunca llevaron a un peronista a 6,7,8, nunca un Vasco Othacehé.

6,7,8 le hace mucho daño al gobierno. Que la portavoz de ocasión para explicar las causas del decreto haya sido una balbuceante Diana Conti le hace mucho daño al gobierno. (Que de “caprichitos” hay que bancarse, mamita: Clotilde Acosta, Conti, Kunkel, la Segarra.)

Y además, los talibanes cuentan un cuento: que sacar a Redrado es parte “del combate contra la derecha”. Y escuché a un dirigente social hablar de distribuir la renta nacional  con el uso de reservas, y que la carta orgánica del BCRA es una secuela neoliberal.

Mucho verso y desconocimiento, mucha literatura de aventuras para llenar la edición dominical de Miradas al Sur.

El zarandeo retórico que tanto oficialismo como oposición hacen de “la independencia” del BCRA es insustancial, porque Néstor y Cristina lo manejaron a piacere con la carta orgánica neoliberal redactada por Menem hace veinte años. Esto es una cuestión de hecho que se maneja políticamente. El BCRA no necesita más (el rosario opositor) ni menos (el breviario talibán) autonomía.

Los pibes menores de 18 años que andan en cueros y pata por los recovecos de la Itatí,  preguntan: ¿no se podía hacer una paciente espera hasta que el directorio del Banco le rodeara la manzana a Redrado, ir convocando a la bicameral y que los hechos se desenvuelvan de modo más silvestre?

Mentira. Los pibes preguntan por la inflación.

2. El gasto público se va a chocar con los cuellos de botella que habitan la capacidad instalada de la economía argentina en el plano recaudatorio y productivo. Este problema es de vieja data, y el proceso que se inició en 2002 no ha podido desentrañar las respuestas a este problema cíclico que se relaciona con las estructuras de producción y desarrollo y que tiene en su centro conflictivo a la inflación y el ajuste.

Es aventurado pensar que otro proceso político distinto del kirchnerismo hubiera hecho “algo más” dado el escenario de ventajas comparativas y crecimiento. Sobre todo, cuando la premisa analítica continúa siendo analizar al kirchnerismo desde la perspectiva del desfonde social de 2001. Es por eso que el gasto social no puede ser bajado aunque deba serlo. En realidad, el pago de deuda pública con reservas busca desdoblar la caja estatal, y financiar el gasto público que no puede declinar (bajo pena de conflictividad social gruesa) con la guita del presupuesto.

Es decir, el problema es político, porque la necesidad de un ajuste no es prioritaria sino en el caso de que la oposición política considere que este es un tema que va a tener que afrontar si es gobierno  desde 2011.

Sin embargo, ello no nos dispensa de resaltar que el modelo de tipo de cambio alto tiene limitaciones que el gobierno ha decidido no abordar: si la respuesta que escucho de algunos economistas nac&pop ante la pregunta de largo plazo ¿cómo financiar el gasto público? es: “Con una reforma tributaria”, entonces estamos en el horno. Y acá surge un aspecto poco sustentable del modelo: la tremenda presión tributaria que sólo se puede descargar sobre la economía formal, y no por mucho tiempo si la tendencia del gasto es a la suba y sin redireccionamiento que lo estabilice. Volvemos con esto a la famosa épica incumplida: un avance concreto en el blanqueo laboral para ampliar el territorio tributario.

Pero al gobierno le falta voluntad política para ir a fondo con esto porque considera que alcanza con el nivel de blanqueo y sindicalización actual para garantizar la paz social, y la CGT, que debería pedir más, no pide. Desde ya que la reducción de los niveles de informalidad laboral se imbrican con propuestas de inversión productiva. Y si se incentiva la demanda sin blanqueo, la inflación la garpan los pobres, como siempre. Quiero que algún economista me diga cuánto se aguanta esta presión tributaria con el porcentaje de economía en negro que tiene el país, sin agregar las disminuciones que deriven del efecto Olivera-Tanzi.

Para no ajustar, hay que blanquear. Dilema que surgirá estimo, dentro de algunos años, si no es que la oposición pretenda agendarlos para mañana en el insólito rol de partisanos de Redrado: ya lo dijo el Turco, la oposición acopió en su cuerpo el virus de la kirchnerización.