jueves, 24 de septiembre de 2015

Fragmentos de un discurso electoral y la quimera duranbarbista





Entre los reflujos y las volatilidades de la zona post- PASO, florece el subsistema: se alzan las expectativas de Massa y decaen las de Macri. 

Finalmente, el efecto político “Tucumán” + las corruptelas seriadas (Niembro, Amadeo, Tagliaferro-Vidal) como problema endógeno del PRO acentuaron la modificación de algunas tendencias electorales preexistentes: Massa reacciona mejor a su 3º puesto en las PASO que Macri a su 2º, lo cual refleja un dato político más profundo que lo meramente electoral.

La campaña de Macri entró en una fase defensivista de la cual parece muy difícil que pueda salir, que se expresa tanto en el frente interno (la extrema dificultad de Macri para ejercer una conducción hospitalaria sobre la UCR, que habilita “el fuego amigo” y le obtura la fidelización) como en el externo (el desconcierto estratégico frente al catch all, al cual se renuncia).

Esta semana se confirma como Scioli hace seguidismo operativo de Massa en el plano “propositivo”; en un punto determinado de la campaña, las propuestas no son una entelequia, sino un requisito “administrativo” que el electorado examina no por entusiasmo teórico, sino para medir la solidez de los candidatos en el plano de la labor política. En ese ítem crucial para “trabajar” en la zona del catch all también parece claudicar Macri.

Esta lógica defensivista continuó con la acusación de un pacto “peronista” entre Massa y el kirchnerismo como “causa” de la impericia de Macri para usufructuar su lugar de privilegio obtenido en las PASO.

Hasta el propio Pagni advirtió la inconducencia de un argumento que solo está destinado a los “fieles”, al partido sobrepolitizado del 20%, mientras hay una porción mayoritaria del electorado no oficialista que no define sus prioridades bajo lógica “antikirchnerista” (“Massa es k”) ni antiperonista (“el pacto de iguales”).

En ese sentido, el reflejo duranbarbista de Macri retorna eternamente como mecanismo constitutivo del espíritu político del PRO, con una percepción distorsiva de la realidad del escenario electoral. Macri caza en el zoológico (pura lógica “kirchnerista”), mientras Massa captura los animales sueltos.

La tendencia ascendente de Massa parece convalidar una intuición política básica percibida con los resultados de las PASO todavía calientes: que efectivamente hubo un voto “destemplado” en PBA y conurbano(s) que Macri captó en agosto y que ahora refluye a una zona volátil en disputa que Massa parece recapturar con la “memoria del 2013” y la firmeza adquirida luego de aguantar la presión cruzada del FPV y el PRO en el terreno microclimático pero incidente de la instalación de los candidatos en los meses previos a la PASO.

En el plano “partidario”, Massa fue eficaz para involucrar a De la Sota en la nueva etapa electoral y meter presión en los válidamente emitidos del eje Córdoba-Santa Fe, dejando stand-by la “pesca” de Scioli sobre los votos “peronistas” de la región centro, y con el objetivo final de bloquear las performances relativas de Scioli y Macri en esa zona.

El otro objetivo de Massa es polarizar con Scioli en el NOA, y galvanizar su 2º lugar en la región. Es evidente que la dinámica post-PASO ya “juega” en el norte del país, donde los radicalismos territoriales son más afines a Massa que a Macri, en un fiel reflejo idiosincrático de las preferencias electorales.

Si para principios de octubre esta tendencia en las expectativas hacia Massa y Macri se confirman, los tiempos políticos exigirán una pregunta: ¿qué pasaría si el electorado vislumbra la paridad?

Massa y Macri no comparten la misma naturaleza política originaria (por lo tanto hay identidades diferentes) y esto desemboca en un hecho cierto: Massa tiene muchos más lugares hacia donde crecer que Macri.

Esa mayor productividad electoral de Massa es vista por el electorado como un signo de “autoridad”, que contrasta con una gestualidad defensiva de Macri que lo hace aparecer poco preparado tanto para afrontar competitivamente un balotaje como una primera vuelta.

Si esta percepción se acentúa, el desmembramiento del voto opositor histórico hacia una mayoría “no-oficialista” que busque votar a un candidato ganador por encima de “la virtud ideologista” puede ser el cauce que defina el rumbo final de los votos. Nada personal, solo política.

martes, 15 de septiembre de 2015

No le digan populismo





Los países emergentes abaratan su producción y cierran su horizonte distributivo. Los grandes de la región (Brasil y México) devaluaron y van a un retoque de las estructuras de sus órdenes macroeconómicos para ver cómo relanzan la combinación porcentual de consumo, inversión y exportaciones. 

En la Argentina se agrega un ítem endógeno: la desdolarización de las finanzas públicas, que confirma nuestra “pendularidad” de un Estado muy prociclico cuando la economía privada galopa a tasas chinas y un Estado con poco resto en el ciclo recesivo.

La crisis política de Brasil es la expresión de una tensión clásica de su orden (macro) económico. No hay un problema de restricción externa (la rebaja de la nota de S&P se centra en la cuestión fiscal y no en la cuenta corriente), sino de inversión, que no colmó las expectativas para relanzar el crecimiento. 

Hoy, cuando en la campaña argentina hay presidenciables que hacen un auto de fe de la inversión como la solución de todos los problemas de la economía real, conviene resaltar la coyuntura brasileña.

La relación que instauró el Brasil moderno entre la democracia y el mercado es diferente a la que desarrolló Argentina desde 1983. A la par de un orden político, Brasil fundó un orden económico, con un consenso muy interdependiente dentro del sistema político.

Esta fundacionalidad brasileña tiene un nombre y apellido habitualmente muy subvaluado por el análisis: Itamar Franco.

Franco asume sobre una grieta conjunta de la política y la economía. Brasil tenía una Constitución pero no podía frenar la hiperinflación. Los viejos partidos políticos que cohabitaron con la larga hegemonía del partido militar, “blanqueados” en 1980, perdieron capacidad de representación. 

Itamar Franco es un presidente “sin partido” que conduce a todos los partidos, aprovechando la crisis de legitimidad de los viejos (PMDB) y la excesiva juventud de los nuevos (PT y PSDB).

En un terreno donde nadie pisa firme, Franco juega a tres bandas: convoca a un plebiscito para fijar la forma de gobierno federal (el pueblo opta por confirmar el presidencialismo), promueve el Plan Real de estabilización y “estataliza-coopta” la agenda social de los sindicatos y organizaciones populares que habían jugado a favor del impeachment de Collor de Melo.

Sobre este trípode político, económico y social se funda el orden democrático que rige al Brasil de nuestros días. En el plano político, Itamar Franco fogonea el duelo PT-PSDB como ideal de la modernización bipartidista, y en ese bienio (93-94) comienza la transfiguración del PT desde el laborismo combativo al partido institucional de “izquierda”. Lula deja la calle y se sienta en la mesa elitista de la partidocracia.

En el plano económico, el plan Real inaugura un diseño del manejo político de la economía con pautas que, una vez vista la caída de la inflación, se mantienen en el tiempo como “política de Estado”: metas de inflación, de gasto y flotación cambiaria administrada que no varían estructuralmente de un gobierno a otro, y que a su vez, funcionan como legitimante dentro del sistema político. En el orden económico cardosista descansa, hasta hoy, el sistema de partidos.

En el plano social, la presidencia de Franco incorpora reclamos populares originados en la resistencia al gobierno militar a fines de los ´70. Subsidios al desempleo, a la escolaridad, renta alimentaria. 

Ante el vacío representativo de los partidos, Itamar Franco suma al gobierno a organizaciones sociales y financia parte de la campaña contra el hambre de Betinho. Este plan permitió censar la población pobre que luego sería beneficiaria de la asistencia focalizada de Cardoso (bolsa escuela, subsidio al gas y subsidio de desempleo) y la renta unificada de Lula (bolsa familia).

Durante la hegemonía del PT, Lula se ata a la moncloa cardosista con metas leoninas de inflación y gasto en su primera presidencia que no le impiden abrir el grifo distributivo (arranca Bolsa familia). En los siguientes ocho de Lula-Rousseff se amplían las metas, se airea el consumo, pero se mantiene una política monetaria dura.

De ahí que la efervescencia política que hoy parece jaquear a Dilma tenga poco que ver con políticas de fondo (Levy está haciendo el ajuste para “proteger” un consenso macroeconómico del cual el propio PT participa como partido de poder) y sí con un desgaste político: la pregunta es si los mismos gobiernos que distribuyeron el derrame tienen la capacidad política de adaptarse electoralmente a una etapa donde los incentivos sociales hay que producirlos.

Lo que vemos en Brasil es que se están moviendo las fichas políticas de una manera muy interesante: el pedido de impeachment a Dilma me parece exagerado, pero está dentro del juego institucional de la elitista y profesionalizada política brasileña, y se trata de un juego previsto que el propio PT conoce muy bien desde que Lula resolvió con perspicacia el tsunami del mensalao.

Más importante que la cuestión institucional será lo que pase en la reorganización del tablero político: Cardoso reconoció que en estos años el PSDB se derechizó demasiado, forzado por la posición dominante del PT, y salió a pedir una alianza formal del partido con Marina Silva para recuperar el eje “socialdemócrata” y desbancar al PT con una estrategia más “populista”. 

Al mismo tiempo, el PT busca que Cardoso y Silva se sienten a la mesa para evitar el impeachment a Roussef, en defensa del viejo consenso itamarfranquista de 1993-94. 

Las cartas recién se están repartiendo. El orden económico parece estar a salvo, hasta que la calle diga lo contrario.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Pasaporte a octubre





No está para cualquiera esto de conducir políticamente el país con la caja pública del Estado en franca desdolarización. Ausencia de hegemonías, ausencia de mayorías. Del “viento de cola” al viento de frente. El panorama “trabado” en las tendencias que dejó a la intemperie la PASO parece lejos de empezar a ser metabolizado por Macri y Scioli.

Es posible que ese estado de situación y el “dinamismo” poselectoral de Massa hayan obligado a Scioli a escenificar con Bein (dado que el rubro “economía del partido del orden” luce bastante huérfano para Daniel) algún tenor propositivo que le permita pescar “por afuera” del instrumental electoral “duhaldista” del FPV.


Además de eso, Scioli convocó a “profundizar el espíritu frentista” (sic) del dispositivo oficialista, gestualizando al menos el problema de representación de su candidatura, aun cuando no haya decisiones políticas disponibles para mitigarlo. 

La omisión decisoria es lógica: Scioli no construyó una política autónoma de autolegitimación que le permita “patrimonializar” su momento electoral, y necesita la inercia postrera del kirchnerismo para “llegar”.

Ahí está la trampa de toda “deconstrucción” de Scioli (no lo “condena” su pasado, sino su futuro): su condición de “posibilidad” era la automática denegación a los Urtubey, los Insaurralde, los Randazzo, y no tanto a ese hombre de paja llamado “progresismo kirchnerista” que a esta altura de la velada ya no expresa ni potencia transversal, ni la representación adicional que le supo otorgar a Kirchner.

Aunque no sea reconocido, esta mecánica (guiada por la provindencialidad excluyente de Scioli) se riñe bastante con la trazabilidad partidaria “histórica” que gran parte de la teoría peronista ha elegido para autonarrarse. Son daños colaterales de la electorabilidad.

Macri parece anclado en la telaraña política de su 30% nacional. Saca lo mismo que el Frepaso en 1995, pero con menos atenuantes que Bordón-Alvarez. Macri tuvo “a su favor” dos candidaturas “peronistas” enfrente y a la UCR adentro, pero no pudo quebrar, por ahora, la correlación de fuerzas que el sistema político anuncia desde 2001.

Y la desilusión que se va haciendo carne en diversos sectores narrativos y materiales del establishment coloca el eje en un tema central: la poca permeabilidad de Macri hacia el votante no oficialista-panperonista, que siembra de dudas tanto el tránsito hacia octubre como la performance en un hipotético balotaje.

En ese marco aparece el Niembro-affair para aflojar la baldosa del voto opositor tradicional que Macri aglutinó en agosto y lo coloca en una inesperada situación defensiva frente a la fidelización de los votos de la coalición Cambiemos.

El problema, mirada la cuestión más integralmente, es otro: Macri convenció a su “vanguardia electoral” de que con una estrategia presidencial y partidaria restrictiva podía ganar la elección.

Ahora, con los resultados PASO puestos, se tiene que hacer cargo de esa responsabilidad política y no hacer crisis en un punto álgido: ese en que tu electorado te pide que dialogues con el poder.

Massa hace la de Menem 88-89: patear, patear y patear, para compensar déficits de partido y de caja. Juega a regionalizar el voto nacional para obtener “ventajas comparativas” contra Macri y juntar los puntitos que lo acerquen a la paridad.

Hay un activo político de Massa frente al “tropiezo” de Macri en lo del realpolitiker Fantino: el tigrense no teme hablar de la economía, en una etapa donde el electorado es más proclive a "parar la oreja".

Pero hay un elemento “sociológico” que explica la “permanencia” de Massa: el FR mantuvo un voto troncal de clase media baja urbana de 2013 a 2015; se trata de sectores sociales heterogéneos que hoy están en un punto ciego de la agenda política. 

Están tan lejos del blanqueo laboral como de los planes sociales. Están lejos de las prioridades de Macri, y el kirchnerismo hace rato que no tiene nada para ofrecerles. El desafío para Massa es cómo crecer sin contradicciones con ese núcleo duro, sin “minimizarlo” temáticamente frente a las exigencias del catch all.

Lo que vamos a terminar comprobando en octubre y en un eventual ballotage ( y más allá, como ya parece temer el propio Pagni) es hasta qué punto se mantiene la subsistematización del sistema político que "evita" el bipartidismo.

Hasta el momento las performances relativas de Macri y Massa parecen decir una cosa: que hay subsistema, y una parte mayoritaria del electorado lo juzga como la vía más fértil y eficaz para resolver las confrontaciones políticas.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Los tiempos políticos





Para ellos, el cantar era como la vista para los ojos.

John Ford, 1941.



El pulso muerto de la campaña: una vez ida la zona nítida de la polarización, Scioli y Macri se resisten a ir a la política. Quizás en ese “¿qué hacer?” de ambos candidatos se puedan encontrar otros mensajes además de los electorales, que reflejen sus limitaciones para acercar lo electoral a lo político.

Lo que Scioli siempre presentó como un activo de su electorabilidad – su “previsibilidad”- quizás le esté jugando en contra en el terreno estricto de la política, que en una etapa de catch all como la que transcurre requiere de manejos de “representación” un poco más sofisticados que los que puede asignar el esquema partidista (como oposición operativa al frentismo) elegido por el oficialismo para afrontar la etapa sucesoria.

Hay otro factor que limita a Scioli: su candidatura surge de un acuerdo artificial con Balcarce 50 que oblitera todas las tramitaciones políticas que el peronismo oficialista necesitaba folclorizar con mayor naturalidad operativa para reinaugurarse hegemónicamente de cara a la sucesión presidencial.

La manifestación de ese coito interrumpido no es solo (ni siquiera) el malestar de un peronista blanco como Randazzo, sino aquello que afecta la propia sustentabilidad política que otorga los elementos iniciales para que quien ejerce como partido del orden pueda sintonizar con la coyuntura que le toca administrar.

Hasta el momento, no se vio a Scioli “sudar la camiseta” para corregir este problema, que hoy es meramente electoral, pero que si es político podría dar cuenta de un problema más estructural que explicaría por qué Scioli no es dinámico aun cuando representa a un partido que debe gran parte de su subsistencia a esa elasticidad.

El otro que aparece “descampañizado” es Macri. Eligió una estrategia restrictiva que en las PASO fue eficaz para salir segundo: aglutinó al voto opositor “histórico” (es decir aquel que existía antes de que Massa irrumpiera al escenario nacional) pero se quedó sin herramientas políticas para atravesar la larga y difusa marcha del catch all.

Es decir: en la medida en que los votos de las PASO cantaron la despolarización, Macri se despolarizó, y todo el consignismo opositorista histórico en el cual basó su idea de “cambio” y su acumulación partidaria empezaron a lucir insuficientes para afrontar la travesía hacia el triunfo.

Creo que el problema de Macri fue apostar a una opción tan unívoca como dudosa: pensó en una dinámica demasiado lineal de las PASO contra la general en la cual el 2º polarizaría rápido con el 1º  a base de una licuación (también rápida) del 3º. Pero esto debería haberse insinuado en los votos de las PASO y luego acentuarse rumbo a octubre, y ninguna de las dos cosas parece haber sucedido. Es decir, imaginó en todo el electorado un “espíritu polarizador” que facilitaría su tránsito político, pero en el camino apareció la política.

Massa aprovechó estas limitaciones ajenas para subirse al ring y consolidar un primer objetivo que ya parece tener al alcance de la mano: fidelizar al máximo los votos de UNA. La foto en Tucumán le permitió seguir “despolarizando” a Macri y a la vez afianzar su posición estratégica en el NOA, donde puede crecer tanto a expensas de Macri como de Scioli. La PBA todavía queda como la zona de trabajos intensivos para Massa, porque es allí donde debe crecer sobre los válidamente emitidos de Macri para colocarse en una correlación de fuerzas que le permita instalar la disputa de balotaje ante el electorado.

El escenario inicial post-PASO muestra que la posición privilegiada de Scioli y Macri no les reporta un traslado de votos, en principio generando bajas expectativas en el electorado que no los votó. 

Massa, pese a su posición “costosa” como 3º en discordia, parece no ser afectado por la corrosión del voto útil, fideliza con facilidad y evita reflujos hacia Scioli y Macri, todo ello con bastante rapidez. Quizás la “imagen positiva” que cosechó luego de las PASO exprese cierta tendencia en las expectativas que aunque todavía no se pueda analizar en votos, es bastante llamativa para un 3º en PASO.

O quizás se trate (también) de algo más simple: que la dinámica de la PASO de candidatos efectivamente se esté expresando, y que las condiciones políticas de la electorabilidad de Scioli y Macri, de acuerdo a su dominancia originaria, no se reflejen como autosuficientes a los ojos de amplias franjas del electorado en esta etapa de catch all y política profunda.

jueves, 27 de agosto de 2015

Las reglas del juego





Desde que se inició la campaña electoral, Macri y Massa ocuparon lugares diferentes dentro del tablero político que implicaron también estrategias disimiles de acumulación partidaria y captación de votos. Macri se construye centralmente como un “opositor”, mientras Massa lo hace como un “no oficialista”.

La congregación en Tucumán está impulsada por un par de hechos ciertos: la imposibilidad del gobierno provincial para garantizar la normalidad operativa del comicio en todo el territorio tucumano y la represión policial a manifestantes pacíficos.

Se trata de dos fallas graves del partido del orden provincial (en este caso, a cargo del efepeveísmo) que, más allá del resultado electoral, es imposible que no tengan consecuencias políticas. Son errores no forzados (que de algún modo reflejan un desgaste hegemónico) que evidentemente la oposición legítimamente intentará pasar por el tamiz del costo político. The game.

En esta etapa de la campaña, Massa y Macri están disputándose electorado entre sí. Después de las PASO, quedó claro que Massa tiene que recuperar voto “urbano” en el conurbano que se fue a Macri.

Es probable que gran parte de ese electorado sea más impugnatorio a cierta clase de irregularidades institucionales a la hora de configurar su voto, aunque sin abusar de la centralidad del tema; esto coincide con un estancamiento marcado de Macri de cara a octubre, bastante lógico si pensamos en la integración discursiva y partidaria de Cambiemos, que facilita la disputa.

Si Massa quiere galvanizarse en la PBA y Córdoba, la disputa central en esta instancia se produce dentro del voto “opositor”, tratando de desplazar ese voto a zona “no –oficialista”. 

Es evidente también que en la PBA el juego es a varias bandas sobre un voto panperonista que se muestra reactivo a la gestión de Scioli.

Pero la confluencia puntual de Macri y Massa se explica por un hecho aun más central: la existencia de irregularidades electorales es un tema que políticamente limita las posibilidades del catch all de Scioli, aspecto en el cual el candidato oficialista también (como dice Zanini) parece estar estancado.

martes, 25 de agosto de 2015

La larga marcha de la hegemonía y los “retardatarios”





Entre 2011 y 2013, y al ritmo del desgaste de la agenda local de los gobernadores, en algunas provincias “peronistas” el radicalismo territorial inició una acumulación pluripartidista con vistas a la disputa del poder, reconociendo la importancia central de incorporar representación peronista que permitiera no ya unificar la oferta “opositora” para lograr una “polarización débil”, sino dar un salto cualitativo hacia el poder político provincial. Esa experiencia mostró un primer nivel de éxito en la polarización débil de 2013 en Tucumán, La Rioja, Santa Cruz, Formosa.

Ese éxito doble (en la amplitud de las coaliciones y en los resultados electorales) encontraba su causa en el comportamiento político de los referentes provinciales del radicalismo territorial, que optaron por “desengancharse” de la agenda mediática nacional de la UCRRA (que lucía bastante abstracta para el quehacer diario del ciudadano tucumano o formoseño) y concentrarse en temas locales más grises y pedestres, pero más influyentes electoralmente.

La provincialización de la agenda política y la dilución de la identidad partidaria fueron el santo y seña del radicalismo territorial para acercarse a la siempre compleja instancia de poder en provincias donde la incidencia histórica de las oligarquías políticas no se puede desconocer si se quiere incidir políticamente para ganar. 

Lo que comprendían claramente los radicales territoriales era una enseñanza histórica bastante simple: que la disolución nacional del radicalismo como partido de poder tuvo su origen en la tensión irresuelta entre partido y gobierno durante el gobierno de Alfonsín.

Hoy, esa vieja tensión se actualiza en la incompatibilidad de objetivos entre el Comité Nacional (Sanz) y los candidatos provinciales que construyeron su propia competitividad (Cano, Aída Ayala, Morales, Naidenoff, Costa, Martínez, Cornejo) lejos de los programas políticos del Amba, de agendas exógenas y cerca del silencio de su paisajes locales. 

Es evidente que las urgencias nacionales del cierre Sanz-Macri (engrose legislativo, “frenar el populismo”, una participación residual al estilo frepaso dentro del “gabinete macrista”, etc) poco tienen que ver con la sintonía fina de ciertas ambigüedades políticas que hay que atravesar para ganar una elección ejecutiva en una provincia idiosincráticamente feudalizada.

En este sentido, la Convención de Gualeguaychú tuvo algo pírrico: la propuesta ideológica de Sanz fue pan para hoy (galvanizar un poco la ecuación nacional muy subordinada a la coyunturalidad de Macri), y un retroceso para el radicalismo territorial, que de pronto vio como se le venía encima el yeite de la “polarización nacional”, alterando la lógica menos binaria de las coaliciones territoriales y produciendo un impacto en las elecciones.

Los datos son concretos: las coaliciones pluripartidistas más consolidadas perdieron claramente en los enclaves peronistas (La Rioja, Chaco y Tucumán) con gobernadores bastante desgastados, donde la “polarización” importada del Comité Nacional ahuyentó al elemento “peronista” que es necesario capitalizar para ganar la elección. 

Es decir: el radicalismo territorial consolidó y mantuvo los votos de la “polarización débil” de 2013, pero le faltó mucho para ganar las gobernaciones que aportan el poder político crucial que la UCR necesita para volver a ser un partido de poder que reconstituya la instancia bipartidista.

Es evidente que la alianza oficial de la UCR con Macri (un candidato demasiado centrado en la cuestión del “antiperonismo”) desperfiló el potencial del radicalismo territorial en las provincias “peronistas” del norte, y puso en stand-by el futuro de las acumulaciones provinciales logradas: de un escenario donde el radicalismo esperaba alzarse con cuatro o cinco gobernadores, solo se va a llevar uno.

La elección de Tucumán reflejó estos problemas: Macri sacó en las PASO la mitad de los votos que sacó Cano ayer, lo que demuestra que Macri no tiene ascendiente sobre los votos tucumanos opositores (los divide por mitades con Massa), por lo cual traerlo como parte de la polarización importada a la contienda local no aporta votos cualitativos sobre la zona de disputa con el efepeveísmo tucumano, y es contradictorio con la sangría de dirigentes efepeveistas que Cano había logrado (¿alguien vio alguna foto de Macri con Amaya y Alfaro?) como parte de su correcta ingeniería provincial.

Pese a la notoria exogeneidad de Macri en la campaña tucumana, lo cierto es que Cano había logrado incorporar una sólida representación peronista con Amaya-Alfaro que lo ponía en un rango de disputa muy abierta con Manzur, ¿entonces, por qué no ganó?

En principio, y como la política no es aritmética, habría que decir que Amaya-Alfaro son expansivos allí donde el propio Cano es “pro-cíclico” y que entonces todos los males se concentraron fuera de ese territorio a los fines de captar votos cualitativos sobre Manzur.

La otra razón es una intuición personal: que pese al desgaste de gestión (una pérdida del 15% de los votos contra 2011), hay todavía un voto inercial al oficialismo provincial que en un punto está definido por las condiciones bajo las cuales Alperovich llegó al gobierno en 2003 y al manejo formal del PJ en 2007. 

Un empresario de origen radical que desde “fuera de la política” llega al gobierno de la provincia con el respaldo de facto pero sin la “cantata” del peronismo a cuestas y que en ese mismo tono ordena y hegemoniza al PJ con una idea de renovación bastante practica y aceptable para los tucumanos frente al “herminismo conceptual” de Miranda-Juri.

La dinámica Alperovich-Juri durante 2003-2007 es la misma que la de Kirchner-Duhalde entre 2003-2005, al uso propio de la idiosincrasia política tucumana. 

Por lo tanto, José Jorge logra una impronta más expansiva para la representación peronista, con una dosis de votos “no peronistas” incorporados de modo bastante permanente al dispositivo PJ. Pienso que parte de esa inercia electoral, aunque amortizada, sigue vigente, y que la candidatura de Cano (su figura “personal”) no ocupó esa zona “predatoria” del catch all, perjudicado además por las urgencias externas de Sanz-Macri.

El radicalismo territorial se encuentra en una encrucijada: o toma el control nacional del partido, desplazando la óptica “ideologista” de Sanz para paradójicamente pasteurizar al partido y “liberarlo” a las estrategias provinciales “de gobierno”, o permanece tercerizado-frepasizado eternamente, atrapado en la intransigencia restrictiva de un Macri.

Solo se trata de entender que para llegar a la tierra prometida del bipartidismo, primero van a tener que cruzar el desierto detrás de un “peronista” que pueda reordenar la correlación de fuerzas dentro del sistema político argentino.

jueves, 20 de agosto de 2015

De La Matanza a Navarro





“… y con la sangre seca en Lobos.”




Las PASO en la provincia de Buenos Aires arrojaron algunos comportamientos políticos que pueden ser analizados en una perspectiva más honda que los meramente electorales. 

La confección de las listas distritales y la alquimia de las tendencias electorales dentro del peronismo documentan un corrimiento cada vez  más consolidado hacia la predominancia estatal (es decir, de lo institucional realmente existente como contrario a lo simplemente político-partidario) dentro de la configuración de la acción política territorial “global”, en detrimento de los funcionamientos autónomos que las agrupaciones políticas supieron constituir como expertise territorial diferencial en la etapa de la política bonaerense anterior al kirchnerismo.

Es evidente que la prosperidad presupuestaria que trajo el tipo de cambio real alto que trajo la política de Duhalde-Lavagna reconstituyó la primacía de la política estatal, y ésta impuso las nuevas condiciones de la acción política en el territorio.

La camada de intendentes del segmento 2005-2007 son el emergente de una zona intermedia entre Estado y territorio que se indispone (por su propia capacidad política para expandir con eficacia la trama de funciones estatales) con algunas prácticas autónomas de las agrupaciones políticas que por su extensión muchas veces colisionaban con la tarea positiva de la nueva enjundia estatal.

La filosofía política del intendente blanco es la de acotar el punterismo clientelar autónomo por ineficaz y porque lo “desautoriza” políticamente, y reconvertir su posición política física (un hombre de la calle, un caminador del territorio, un rastreador político) a la de un gestor estatal (un hombre fijo, de mostrador) que se “ordena” en la línea burocrática del programa o plan gestado en una oficina del ministerio de desarrollo social de alicia por un sociólogo de flacso nacido y criado en la capital federal de la nación.

Pero el intendente blanco, formado políticamente antes de la llegada del kirchnerismo, conocedor de la dinámica “baronil” y con afinidades electivas desde lo operativo político con la Renovación Peronista (Cafiero como mito patriarcal herbívoro), todavía comprende que la acción estatal puede ser pendular y haya instancias defensivas que no puedan ser compensadas institucionalmente; por lo tanto acota pero no ahorca la permanencia de lo autónomo, intuyendo que ese dispositivo no sirve para la gestión pero es útil como auscultador político ocasional. 

El intendente blanco es la expresión político-electorable de una tensión entre la nueva fe estatal y una intuición política más atávica que todavía capta los códigos de la intermediación social por fuera del lenguaje institucional.

Desde que Cristina quedó como exclusiva expresión del proceso kirchnerista, se afianzó la conformación verticalista del proceso de selección política hacia el interior del peronismo bonaerense basado en un eje de primacía estatal por encima de otras variables políticas y territoriales. 

No hablamos ya del “problema” de la creciente disminución de la representación de los sectores periféricos en la conformación de las listas de concejales del PJ (un proceso que data de fines de los ´90 y que torna bastante relativa la fluidez  del “voto clasista” y toda lectura derivada) sino de la alteración definitiva de la educación sentimental del dirigente político, que antes se iniciaba en una interfase social (territorio-partido-Estado) y ahora arranca en la superestructura estatal (Estado-partido-territorio).

Antes, la iniciación del militante rentado empezaba en la UB; en la generación endorsada por el kirchnerismo arranca con el manejo de una UDAI, un programa regional de Desarrollo Social o un cargo en el directorio de un banco público. Este trayecto presupone la naturalidad artificiosa de un “estado con fierros” que define las percepciones políticas del dirigente, en la cual la política solo se entiende dentro del canal institucional dado, sin la posibilidad de reaccionar políticamente por fuera de él.

Si miramos las listas municipales del peronismo bonaerense oficialista, vemos que esta tendencia dirigencial de eminente extracción estatal ha ganado espacio de un modo poco oneroso en la trama político-partidaria. Estamos en una etapa donde lo autónomo-territorial es cooptado políticamente por la primacía estatal. La pregunta es si, evaporado este último rasgo “movimientista”, existe una singularidad política en este peronismo que lo haga sobrevivir competitivamente fuera del Estado en el futuro.

La tendencia de la política argentina (posmoderna al fin) define su estricto campo de productividad en el manejo del Estado por encima de otras capacidades políticas; es evidente que esto también trae un problema en el campo de la representación si solo es el funcionariado el que puede representar, con un acotamiento progresivo de la percepción política.

En la PASO provincial a gobernador quedó reflejada la magnitud de este proceso: una fórmula palaciega de baja electorabilidad (Fernández-Sabbatella) se impuso al neoherminismo territorial (Domínguez-Espinoza) y fuera de ese esquema, la representación peronista renovadora (Solá-Arroyo) se llevó un tercio de los votos panperonistas.

El encolumnamiento forzado de los intendentes blancos oficialistas (sin representación formal dentro del PJPBA y sin lista propia en la interna) detrás de su colega más defensivo para “defender” un espacio dentro de la ecuación provincial que no pudo ser garantizado, dan cuenta de los muchos problemas que el acuerdo Scioli-CFK no permitió canalizar por la vía política, y que hacen posible que tanto en la provincia como en la nación se pueda consolidar una opción "peronista" no oficialista con votos originados en una elección ejecutiva.