Lo vimos venir por entre la hilera de árboles recién plantados, mi viejo le dijo qué hacés, Víctor y él tiró un hola-hola administrativo y siguió hasta el borde de la cancha, raspó los dedos en el pasto, se persignó y entró a picar, hacía violentas pasadas desde el círculo central hasta la línea lateral, iba y venía como un poseso en la ceremonia del precalentamiento. El mobiliario de hormigón en la zona de parrillas tenía mal hechas las terminaciones y si a eso sumamos que en el marco del buceo te raspabas mal contra el fondo de la pileta (rugoso en vez de liso, la concha de la lora), uno cerraba la jornada tajeado, cortado, raspado y paspado, como eyectado de una sala de torturas y encima había que bancarse un partidito de once entre ATE capital y ATE provincia porque jugaba el macho, el líder, el papi de la causa neosindical, el poronga intelectual que preparaba los papiros para romper con la CGT, pero todavía no. A ese camping de ATE que se estrenó a los ponchazos y con las retroexcavadoras y niveladoras en pleno laburo le faltaba infraestructura, se olía un paisaje posguerrista y una arquitectura masoca de la privación bastante jodida, muy inoculada en estos tipos que desprecian al afiliado y al confort burgués en general. Yo no alcancé a ver entre los veintidós a Germán porque no le conocía la cara, pregunté y me dijeron no está, está Víctor, pero no, el tipo que inventaría el frente grande no estaba, seguramente no creyó conveniente irse hasta la rotonda del vapor para tocar e ir, para meter cambios de frente raspando la bola con el empeine y que quede mansita a los pies del receptor, para gritarle al tres salí siempre para afuera y no para adentro, para acomodar al habilidoso rival a los dos minutos de juego a base de aforismos obscenos y acupuntura botinera en los tobillos.
Víctor elongaba de cara al inicio y yo lo imaginaba respondiendo a la cámara “muevo yo Mauro, Víctor De Gennaro”; tenía una camiseta verde con vivos blancos, pantalón y medias blancas y la otra seccional de ATE lucía camiseta roja con pantalón y medias azules: el mismo panorama cromático que hace algunos meses atrás cuando con mi tío fuimos a la cancha de Vélez (platea) a ver un Independiente-Ferro por la rueda de ganadores del nacional 85, un 0-3 sufrido hasta la médula ósea a causa de un Oscar Román Acosta intratable que le comía la espalda a un negro Clausen que iba pero no volvía y a una inusual insolvencia defensiva de Villaverde-Trossero-Enrique, que permitían que los estiletazos al área que partían de la zurda de Oscar Román sean trocados por gol por aquellos innombrables delanteros de Ferro. Goyén se juntaba los índices enguantados y se los mostraba al negro, pero Néstor Rolando ni bola, se iba para adelante en busca de un descuento utópico, y había que pensar que esas desavenencias premeditaron la golpiza Goyén-Clausen en la bruma del vestuario de unos meses después (dicen que, desnudos, se masacraron a toallazos mojados) inaugurando una larga etapa de relaciones tormentosas entre arqueros y zagueros rojos que tendría su culminación emocional con el tándem explosivo que formaron Islas y el polaco Arzeno durante la era Brindisi. Pero dejemos el costumbrismo futbolero para la pluma liberal de izquierda del fofo Eduardo Galeano, que además es un boludo que concibe al fútbol como un factor de liberación nacional, el verso ese del talento sudamericano y la tosquedad europeísta (¿no lo viste jugar a Alex Del Piero, al Roby Baggio? y todo narrado con una densidad épica que no siempre el fútbol tiene; más literarios son los haikus futboleros de mi viejo, hechos de concisión y tajancia: Grillo fue mejor que Maradona, lo que pasa es que en esa época no había televisión.
Bastaba ver el camping de ATE, y compararlo con el de SMATA de Cañuelas que uno ya conocía (porque a los niños nos gusta una infraestructura competitiva y cómoda, nos gusta que haya inversión), más la leyenda negra que se tejía domésticamente para evitar hablar de las instalaciones de UPCN, para no entender por qué “Víctor es un cuadrazo y Andrés Rodríguez un hijo de puta”. En todo caso podíamos decir que Víctor había copirraiteado la frase “esos cuatro vivos” para designar imprecisamente al establishment económico, las corporaciones, al Goyo Pérez Companc y Bunge y Born (que habían sido la burguesía nacional peronista en la década del ´50) y que la usaba como estribillo en todas sus presentaciones, que bastoneaba de afuera en el frepaso de lanús, que puso a Carlitos Custer como lobbysta en el vaticano y que bien valía la pena preguntarse si aquel camping tardío no fue bancado con créditos blandos del banco ambrosiano. Y no mucho más. Pero el afiliado de ATE es un hombre político muy creyente en la estética del sufrimiento, quería winds of change y si el costo era tener una obra social indigna, el costo se pagaba porque Víctor es un cuadrazo, aunque los que pagaban eran los hijos que no contaban con lugares adecuados para la atención médica y la recreación. La pileta de SMATA tenía el fondo lisito, se podía bucear con el esternón pegado al piso. A UPCN, directamente, se le aplicaba la dictadura cultural. El fan de ATE (hay que entender) venía con mucha historieta setentera, con una constelación de mambos no saldados que condicionaban su visión de la política y del sindicalismo. Para 1985, completamente limados y apaleados por lo que ellos leían como una derrota cultural (un sintagma fatal que no se conocía en el almacén de la esquina), votaban directa e indistintamente al partido comunista, al partido socialista, al pi o al mas, se entusiasmaron con la ilusión electoral del Fral y leían con fruición un librito infantil de Néstor Vicente titulado casi paradojalmente Sin dogmas ni trampas, iban a buscar consuelo a la ferifiesta, pedían con histeria mal disimulada el fin del bipartidismo, pinchaban con alfileres un muñequito de Andrés Rodríguez, estaban muy mal. No sé si sabían que en esa desesperación, ellos se distorsionaban: creían luchar por el armado de un frente de masas (FRENTE amplio de liberación, FRENTE del sur, FRENTE grande, FRENTE país solidario) cuando en realidad a lo único a que se resistían era a ceder espacio en la disputa de la palabra, y lo lograron, porque ellos no veían como un costo leer la realidad política a través de un imperfecto sistema braille. Porque si además de llevarse mal con el campo de los hechos, les venían a disputar las palabras, podía volver la náusea, pero todavía no.
¿Cómo se conforma el plantel docente de un colegio privado progresista del primer cordón? Con un muestrario político que va desde el pc hasta el peronismo de izquierda, como corresponde. Con afinidades gremiales enlazadas al tronco ATE-CTERA, como corresponde. ¿Cuándo se fue al carajo la revista Línea? En su etapa noventista, cuando Mary Sánchez se convirtió en columnista y pedían el armado de un FRENTE nacional contra un presidente peronista. Cuando no entendieron al menemismo. Pero ¡qué plantel docente el de mi colegio privado progresista! Pececitos, socialistas, montoneritos, carpablanquistas. Gente muy apaleada para prestarse al humor (o a lo sumo un humor lesluthierista bastante choto), gente muy aferrada al Estatuto (al que confundían con la justicia social), pero con los que se podía negociar si se mostraba uno pacífico y acorde en el terreno de la palabra, si no disputaba. Un colegio privado y progresista que promovía el garantismo educacional: no había sistema disciplinario, el núcleo alúmneo se autogobernaba sobre la base de pautas de convivencia y el muñequeo pedagógico de docentes integrados al campo popular. El sueño húmedo de Paulo Freire, de la compañera Adriana Puiggrós. En la práctica, un sistema basado en la rosca y la persuasión para acceder a privilegios, ir a tomar un café con el docente afín y cerrar el paquete para tener un año sabático en el plano de las exigencias educativas. Para nosotros un negocio redondo, pero el alumnado con menos luces, los que no explicitaban su pertenencia al palo, ni demostraban rasgos de sobrepolitización, ni iban a las manifestaciones del 24 de marzo, estaban jodidos porque no se enquistaban en la endogamia de “la comunidad educativa”, y se les exigía más, se les pedía que estudien, y los docentes militantes los miraban con cara de ojete porque no había desprecio más lógico que el que se dirigía al que no asumía un compromiso político, una causita existencial, los que no querían vivir del limosneo ideológico. Pero eran una minoría, y el resto mayoritario ingresábamos en el pacto de liviandad educativa cerrado con docentes y directivos. Que laburen los giles, nosotros hablamos de política. Y era cierto, se hablaba de política, algo muy distinto a hacer política, porque, y digámoslo claramente, al docente ceterista no le gusta laburar, así como al empleado de ate no le gusta laburar. No es ni bueno ni malo, es la realidad, y lo que no tiene es remedio, ellos creen estar para cosas más importantes, el efluvio político, el marchismo desenfrenado (no puedo más con la abstinencia, necesito una marcha), desgastan horas laborables en el clickeo de interminables cadenas de mails de fuerte consignismo, textos aparentemente esclarecedores, se cotidianizan en la gimnasia del pasilleo, le huyen con pánico a los programas de capacitación alentados por la administración pública, Weber es un anatema para los guachos estos. Cuando Cristina decidió proveer a los argentinos de un nuevo DNI y se puso a tope la capacidad tecnológica y operativa del Renaper, cuyo correlato implicaba tener recursos humanos acordes a un servicio estatal eficaz y de profesionalidad (donde lo que se necesita es laburar y no romper las pelotas), Cristina cerró con Andrés Rodríguez, porque la cara del Estado necesitaba empleados consustanciados con el servicio público, y así fue: el Renaper es upecenista. El día que el tronco ctera-ate deponga su actitud, cuánto más amplificada estará la capacidad instalada del estado, esa “boludez” que van a empezar a manguear los votantes a partir del 2012. A esta fauna la tenemos junada desde los 9 años, desde que Víctor De Gennaro apareció trotando desde los vestuarios por entre los árboles recién plantados y hacia el verde césped para asegurar con pases cortos y dársela redonda siempre a un compañero. ¿Y con el garantismo educacional, Luciano, qué pasó? Obviamente, en él germinaba el huevo de la serpiente: el núcleo alúmneo más politizado que firmaba el pacto amigable de no disputa de la palabra, también podía voltearlo, porque si en su momento aprovechamos la zona liberada gestada por el personal directivo para proceder a la ejecución verbal de Alberto Albamonte, también podíamos cargarnos al docente militante amigo con el que hacíamos lobby para “inflar” las calificaciones; como verán, la realpolitik nos tomó por asalto temprano, y nos hicimos inmunes al verso mientras convivíamos con él. Y empezamos a usar la palabra, un uso prostitutivo, para sacar intereses, para joder, para disputar con displicencia, sin las solemnizaciones que el docente apaleado tomaba tan en serio, el pacto se quebraba porque nosotros éramos más dúctiles con la palabra, la poníamos al servicio de nuestra vanidad, de pulsiones un poco sórdidas, y el docente militante quedaba atrapado en la rigidez ceterista, en el consignismo pusilánime que envilecía el lenguaje, y se empezaron a poner nerviosos. Quisieron imponer el orden, o reclamar piedad. A un pececito que dictaba filosofía le preguntaba por Hegel ¿por qué no das Hegel? y el pelilargo canoso te llamaba aparte, pará Luciano, aflojáme un poco que yo hice un cursito para sumar horas cátedra y de Hegel no sé una mierda, no me escrachés. Transpiraba el fan de Patricio Echegaray, y en realidad era gracioso porque uno de Hegel tampoco sabía una mierda, era insufrible leer esos fiambres que los tipos habían escrito para evitar coger (Kant) o para coger al mínimo (Hegel), lo que pasaba es que nosotros manejábamos mejor la palabra, insinuábamos, parecía que sabíamos, construíamos mejor el verso. ¿Cuándo fue certera la revista Línea? En el ochentismo dictatorial, por eso era censurada. Porque hay que ver, señores, lo que escribía Salvador Ferla en Línea, cómo describía el pasaje 1975-76, con qué adjetivos, ésa era la época que se vivía, y no, no nos ruboricemos por lo que escribía Ferla, todavía no. Cómo contener a esa jauría letrada que se mordía la cola, que incurría en un rebeldismo incausado incomprensible, ese era el drama del docente militante del tronco ctera-ate, qué hacer con un cráneo destinado a promedios dorados en la uba que se aburría ante el enciclopedismo progresista que salía de la boca de una docente militante pseudojiposa, hoy masa crítica de proyecto sur, y ayer de la gloriosa unidad socialista, pseudojiposa porque se compraba los jeans en el equivalente de lo que hoy sería Tucci, y el cráneo, un rubiecito tipo Axel B. que como él tenía un futuro bárbaro que se malograría, se aburría, se bajaba la bragueta, pelaba y la dejaba ahí, y seguía escuchando. Una cosa muy asexuada, lúdica, por eso las chicas pispeaban y se reían, y la pseudojiposa quisó averiguar la causa de las sonrisas, fue y pispeó, y uno nunca va a entender qué era lo escandaloso de verle la pija planchada a un adolescente ubista, era imposible que la jipi no las hubiera visto de todo tamaño y curvatura, pero era notorio que la pseudo estaba un poquito intervenida por los estudios de género y leía la situación como una agresión exhibicionista sobre el propio cuerpo, un acto violento o quién sabe que cosa, lo curioso es que las chicas no lo habían tomado de ese modo, sino que se cagaban de risa. La pseudojiposa nos quiso castigar con un examen relámpago ahí mismo, indignada, con una cara que equivalía a la que tienen ciertas chicas esculpidas por la ausencia estructural de pija o aunque más no sea de un dildo, la verdad era que no sé entendía la causa de tanta ojetez, de tanta virulencia. Sabíamos que la pseudojiposa le armaba carpetas a Alfredo Bravo, memos, papers, ideas cruciales contra la reforma educativa que impulsaba la compañera Susi Decibe, la amiga del Guille Moreno, y todo nos remitía a la gloriosa jotapé, porque debió ser Susana, y no el antipolítico Dani Filmus, la ministra educativa del compañero Kirchner. La pseudojiposa nos conminó a la exacción de una hoja para ejercer su revanchismo, y perdió. Se le dijo al bombón de la escuadra alfredobravista-ceterista: que se equivocaba, que incurría en una confusión conceptual al castigar una inconducta con una examinación sorpresiva del conocimiento. Que conocimiento y disciplina eran ámbitos separados de la vida educativa, que lo que correspondía en todo caso era una sanción disciplinaria y no ejercer una especie de castigo intelectual que no tenía nada que ver. La mina quedó aturdida y si hubiera existido un 0-600-Alfredo-Bravo-te-escucha, hubiera llamado para pedir instrucciones, algo con que rebatir a esta pendejada soberbia que se atrevía a disputar con solvencia y no con bardeo vacuo en el campo de la argumentación, de las palabritas, del chamuyo, de esa evanescencia tan apartada de los hechos. El bombón del Tucci marcadito tiró la toalla: había perdido algo más que la autoridad docente, había perdido la autoridad intelectual y eso el viejo tronco ctera-ate era algo que no podía tolerar: sentir el vientito pesado de una temporada alicaída en las palabras. Se tomaban muy en serio el verismo en el terreno del chamuyo, y era una pena. Así decaía un colegio privado progresista, con la ruptura de un pacto amorfo de buena conciencia ideológica y el inicio de una reposada tensión verbal en el ámbito de la enseñanza, el sutil acicateo al docente militante que daba el mal paso. Para nosotros, un divertido testeo de nuestra furibundia letrada antes de anotarnos en la uba, para ellos una situación insostenible desde el punto de vista psicológico.
Es más fácil tomar un colegio que sentarse en una mesa con el docente y macerarlo en base a palabritas, haikus, citas choreadas. Se lo decimos a los pendejos del pellegrini y del nacional que no tienen aguante verbal, y te toman el colegio influidos por el breviario trosko-pequebú. Grow up, pendejos, y den la batalla culturalllll con palabritas, café de por medio con el sistema docente, cepillen a Bullrich en una mesa de negociación, discutan currícula y no edificios, boludones, que te refuten una carpeta propositiva y no estrofas consignistas, volteen argumentos y no puertas de baños, porque sino se parecen a los forros del mayo francés, ese gran artificio pequebú de la adolescencia europea que se cargó Sheila en esta canción política que fue censurada por la gauche intelectual francesa bajo la excusa de ser pop barato y comercial sin pretensiones artísticas serias, bla, bla: verso. Sheila sacó el tema en junio del ´68 y anunció, parodiando el elitismo wertheriano de esos niños ricos que tenían tristeza y fumaban caprichos, el aluvión gaullista de votos que se venía: al mayo francés lo liquidó una canción yeyé, pero nadie dice nada. Sheila, al ritmo del madison, les había sacado la ficha a aquellos niños aburridos que se amargaban porque los obreros volvían al trabajo, esos chantas que no querían planificarse una vida, en definitiva, pibes cómodos que no querían disputar la palabra por los canales institucionales, enemigos declarados de la inversión productiva, del estado benefactor y del acceso al crédito hipotecario. Acá somos displicentes, insinuamos que estamos para más para no confirmarlo nunca, somos displicentes como GaGa en el pop o Neymar en El Brasileirao (o en la Copa, mirá esta pepa hecha con una displicencia guasa), porque no hay nada más divertido que joder con las palabritas, tirar amagues, punchi-punchi o tiki-tiki, a disputar, a disputar…