A esta hora, en la calle inerme, en la conjunción cotidiana
de “los sectores populares” y la clase media baja abandonada por el Estado, hay
una sensación: se vive una desconfianza positiva hacia Macri, un aire
expectante del estilo “hay que dejarlo laburar que por ahí las cosas le salen
bien” bastante alejado de las pinceladas de tragedia que se insinúan en
editoriales, noticieros, blogs, y de la propia mirada de aquellos sectores
sociales calificados que desarrollan su idiosincrasia laboral en sincronía con
alguna fase burocrática del Estado, siempre tendientes a ver las cosas desde la
paternalización del voto.
Sin estridencias, sin entusiasmos, sin fatalismos y con
expectativa serena, la frase que se repite en la tierra laboral negra y
desprotegida es: "tenemos un nuevo
presidente", un plural inclusivo que naturaliza la propia resiliencia histórica
(1989, 2001) de los que ayer no votaron a Macri y comprenden que las decisiones
electorales mayoritarias siempre son hacia adelante.
Macri vive su sincero plazo de gracia, ese tiempo breve que
otorga la elección para evitar amortizaciones violentas. En la política
moderna, los caudales electorales son cada vez más volátiles y menos determinantes
a la hora de soldar capital político. La gestión define la fortaleza de un
gobierno por encima de los “números”, los plazos de amortización se aceleran
con independencia de los votos originarios.
De ahí que la diferencia obtenida
por Macri en el balotaje no sea tan influyente políticamente como sí lo van a
ser sus primeras tres o cuatro medidas sobre la macroeconomía en estos seis
meses.
Vista la trazabilidad de los votos desde las PASO al
balotaje se visualiza un patrón de acumulación electoral en el cual Scioli
obtenía cada vez menos votos relativos sobre la masa en disputa y Macri obtenía
cada vez más. En ese sentido, la tendencia regional del balotaje es bastante
previsible en el reparto de las proporciones entre región centro y provincias
chicas, dejando al descubierto el problema central: la provincia de Buenos
Aires.
Sobre un electorado con un 75% de tendencia panperonista,
Scioli atrapó solo el 51% y Macri sumó más votos relativos sobre la masa total,
a priori más inhóspita para su cartografía electoral. Ahí y no en Córdoba
pierde la elección el efepeveísmo, más por razones estructurales de gestión y fallas
graves de representación en el partido de gobierno que por “los momentos” de la
campaña electoral.
El “empate técnico” de la PBA permite avistar un problema
más interesante: el bajo catch all del PJ sobre su tierra más fértil y los
votos “prestados” de Macri en una amplia zona panperonista, insinúan que en la
provincia más grande del país hay un problema de representación que estos dos
partidos no resuelven, y que entra en disputa de cara al 2017.
Es comprensible que con el cadáver caliente del 48% bajo la
distorsión de un escenario laxo como el balotaje (sin la estrechez de la
competencia real de una elección normal) se vea en Scioli un bastión defensivo
frente a las tensiones internas del efepeveísmo.
Pero esta foto impide una lectura más tangible en la cual
tanto Cristina como Scioli contribuyeron a licuar la representación peronista.
En la medida en que Ítalo Argentino Scioli se iba convirtiendo artificialmente
en el “único heredero posible” (sin validación interna), éste comprendió que
para sostener ese juego hasta el final y poder ser el candidato en las
precarias condiciones orgánicas que ofrecía Balcarce 50, debía fogonear al
kirchnerismo y acompañar a tirar por la ventana al resto de los nombres propios
del PJ que querían competir para enriquecer el espacio de representación.
Con el afán de “ser” a costa de cualquier código orgánico,
Scioli ayudó a dinamitar la representación peronista a lo largo de un proceso
de seis o siete años bastante premeditado, que se cierra con el esquema
herminista de inserción electoral que fracasa en la víspera.
Con la
derrota de Scioli, lo que fracasa es también una cierta mirada de la dinámica partidaria
muy afín a la que reclamaba el cristinismo tardío para el peronismo, en cuanto privilegian
formas de representación muy estrechas y estáticas, que en esta elección no
acertaron a leer que pasaba en campos civiles precarios y necesitados, aunque
no fueran estrictamente “pobres estatalizados”.
Scioli es
parte del problema y no de las soluciones.
En este sentido, es evidente que la resiliencia electoral que
mantuvo Massa pese a la inestabilidad orgánica del FR, se debió a un ajuste de
representación que alcanzó a meter una sintonía fina con esa calle inerme (que aun
cuando ayer no fue el protagonista, sorprendentemente lo menciona).
Ese activo
es su ventaja relativa frente al PJ, pero en un terreno de reflujo territorial bonaerense
a costa de la expansión nacional que deberá ser parte central del trabajo
reparatorio de Massa para reposicionarse.
Cualitativamente, lo que muestran la llegada de Macri a la
presidencia y de la “compañera” María Eugenia Vidal a la provincia es el
comienzo de una nueva dinámica entre oficialismo y oposición que allana la
salida de la cancha del business del país dividido. Justamente, otra frase que
escucho mucho en estas horas poselectorales de la periferia, en la boca de los
que no lo votaron a Macri: los que no
ganaron tienen que ayudar.
En la representación futura también parece estar ese
mandato, bastante diferente del que prevaleció dentro de la oposición al
kirchnerismo. Habrá que ver entonces, que prevalece en esa puja de la llanura:
el pejotismo post-estatalizado o la renovación dinámica. El partido o la representación.