martes, 8 de marzo de 2016

Castillos de naipes



El logro más importante de mi gobierno fue Tony Blair.

Margaret Thatcher,
cuadro del partido del orden británico, 2002.


En el plano macroeconómico, el gobierno de Macri decidió apostar a un posibilismo previsible, aun cuando la situación otorga un margen de maniobra para un mejor trabajo de sintonía fina: por ahora solo se hace política fiscal y monetaria que ni siquiera llega a expresarse como un inflation targeting rígido sino como una ganancia de tiempo para cerrar con los holdouts y que los dólares financieros empiecen a “tocar” la economía a partir del segundo semestre.

La fase productiva del plan económico (la más compleja y la que requiere más expertise política) parece diferida, aun cuando el Estado ya cuenta con herramientas para empujar exportaciones que devuelvan dólares rápidos para levantar el mercado interno.

La primera vuelta de la elección presidencial dejó la marca de las preferencias electorales reales, y expresó un empate no hegemónico que transversaliza a lo largo de todo el escenario político, con independencia de los ganadores y perdedores efectivos del turno electoral.

En ese sentido, es el parlamento nacional la caja de resonancia de esa densidad política que busca instaurar una nueva dinámica entre oficialismo y oposición, muy alejada (por nombres propios y correlación de fuerzas) de la que había regido durante la hegemonía kirchnerista.

Macri no tuvo que convocar a sesiones extraordinarias para que se produjera una fractura inicial del FPV; ahí ganó y evitó amortizar “roce” en una zona que el gobierno todavía juzga infértil.

Otro desafío que Macri hasta ahora resolvió positivamente es la contención de la UCR (vedándole todo espíritu conchabista en el PEN) dentro del interbloque Cambiemos, donde todavía no aparecieron las “fugas temáticas” que la UCR partidaria solía exhibir ante sus propios Ejecutivos (Alfonsín y DLR).

Con cierta eficacia para disciplinar estatalmente el frente interno legislativo, el gobierno trata ahora de prorratear los incentivos hacia el archipiélago panperonista: Massa por un lado, los gobernadores del PJ por otro. Este aspecto de la relación parlamentaria transita por un camino a-partidario, en el cual las productividades políticas germinan en el aquí y ahora de la gestión: son las zonas del estado y no las del partido las que definen, todo el tiempo, la relación de la política con la representación. 

De ahí que la tendencia a la negociación se haga en defensa propia por cada espacio político y no tanto “en favor” de Macri, como el unidimensional análisis “resistente” suele equivocadamente leer.

La vía vandorista lúcida tuvo distintas fases, y de ellas puede extraerse la posición diferencial que cada sector panperonista ocupa en el tablero opositor.

Massa, consciente de que tiene una capacidad instalada institucional inferior al PJ, se apuró a acaparar la negociación con el gobierno y hacer la ocupación de espacios antes que el PJ, aprovechando el lastre orgánico con que el kirchnerismo obtura la maniobra vandorista dentro del efepeveismo. Precisamente, lo que desde el kirchnerismo se designa como “cogobierno”, no es otra cosa que esa puja entre el FR y el PJ frente a Macri para defender su posición relativa “opositora” en sincronía con la naturaleza de los votos recibidos en octubre.

La definición parlamentaria del 15% de coparticipación a las provincias verificó como esa puja intraperonista va ampliando la lógica vandorista: el PJ ahora ve como necesario ocupar la franja negociadora que detenta Massa, y le pide a Macri que negocie con ellos directamente. El PJ “puede” querer negociar con Macri, pero el problema es la latencia del lastre orgánico kirchnerista que no permite completar la jugada vandorista. No obstante, la negociación inicial de Massa hace crecer la pulsión negociadora del PJ y por lo tanto éste exacerba su tensión interna con el kirchnerismo.

Como vemos, la disputa entre FR y PJ afianza la tendencia negociadora de la política parlamentaria y a la vez mantiene esmerilado pero vigente el punto de anclaje “obsoleto” (la estatalización partidaria) que sostiene el vínculo coalicional entre el PJ y el kirchnerismo dentro del efepeveismo. Eso hace que los gobernadores deban negociar a título personal y/o regional y no tanto en nombre del partido, y que Massa termine garantizando más y mejores incentivos, también por encima de cualquier posición partidaria.

La prevalencia de una tendencia negociadora puede ahondar la proliferación nominal de bloques (sindicales, provinciales, regionales) dentro de todo el peronismo parlamentario que operen por afuera de los encuadres partidarios. 

Para saber si esto perjudica o no la cohesión política de cada fuerza parlamentaria, hay que analizar cuál es la posición relativa de cada jugador para conducir el “desorden” de la balcanización legislativa: no es lo mismo una balcanización táctica que se “ordena” elásticamente en un interbloque que refleja el verdadero alcance del manejo político (por ejemplo, las “concesiones” de Massa a dos gobernadores ganadores como De la Sota y Das Neves) que una balcanización operativa originada en un fallo de conducción cuyo núcleo supérstite rechaza toda vocación interbloquista (por ejemplo, la merma numérica del FPV con la escisión del Bloque Justicialista o la comisaría política de Capitanich a los legisladores chaqueños) y solo admite el encuadre legislativo detrás de los que fueron derrotados.