El discreto encanto de los economistas radicales que se
quemaron con leche en 1989 y 2001: cierto conformismo pseudo-realista del
manejo de la economía que hoy les permite explicar y bancar la política
económica del gobierno en su tendencia contractiva y recesiva como el “mal
menor” frente a las presiones cambiarias sobre el dólar.
Que el respaldo“técnico” al gobierno provenga de estas
biografías que hicieron crisis de fe cuando no pudieron “calzar” políticamente
la relación entre el manejo del Estado y la economía, explica también por qué
los economistas del partido del orden (es decir, los que suelen ver “la
película completa”) están en “otro lado”: no están con Cristina, pero tampoco
están con los herederos del FPV.
Si los dos años de la “ficción expansiva” de la economía
(2010-2011) bajo el combo ancla cambiaria-suba artificial del salario
real-“inflación buena”-peg no pudieron ser contenidos luego por una “sintonía
fina” (costos, subsidios, cadenas de valor) donde el Estado como institución
financiera hace el “sacrificio” y evita, por razones políticas, descargar el
problema en la presión impositiva sobre clase media, media-baja y aristocracia
obrera, lo que no hubo entonces fue una
respuesta política adecuada del partido del orden a su propio patrimonio
distributivo.
De ahí que sea el gobierno el que autogenera (mejor dicho,
autoacelera) el problema de la restricción externa, a lo que responde con la
salida clásica: devaluación para hacer caer importaciones y bajar los costos en
todos los sectores de la economía vía
caída de la actividad. Un recurso demasiado rústico para un partido del orden
que sustentó gran parte de su supervivencia política bajo una lógica
distribucionista.
Esas fallas terminan de amortizar la titularidad de los
capitales políticos: el kirchnerismo no tiene macro para arreglar la
restricción externa, y amodorrar la economía para “llegar” (tasa de interés +
endeudamiento) es un programa económico demasiado conservador que sigue
descargando el costo en el poder
adquisitivo del asalariado y el cuentapropismo minorista, sin incentivos en la
inversión y las exportaciones.
A la salida clásica para afrontar el déficit de dólares (que
no difiere de lo hecho por otros gobiernos tan disímiles como los de Onganía o
Alfonsín) se agrega, en los últimos meses, una falta de respuesta política para
contener el conflicto social que surge de la decisión de deprimir la economía.
Es decir, no hay una
intervención diferenciada del Estado-partido del orden
frente a la protesta
social, por un lado, y frente a la inseguridad pública, por el otro. Leña u
omisión, según el caso, a falta de una estrategia que incorpore a los
sindicatos, y de gestión pura y dura para disminuir la incidencia del delito
violento.
La devaluación sin
exportaciones hecha en el verano no corrigió la tendencia del frente externo, y la caída de la actividad desaceleró el aumento de inflación pero
desde el mes pasado se verifica una reaceleración, con alimentos y bebidas en
un rango del 45%.
Es evidente que traducido al campo electoral, se comience a
insinuar una disputa por la “titularidad” del partido del orden como parte del
reclamo de representación.
Que varios intendentes del conurbano se pregunten cómo se va
a avanzar en la relación entre la asistencia social estatal y la generación de
empleo privado (como un problema bastante urgente en los municipios) habla de
una agenda que desafía el statu quo efepeveísta y pone las expectativas en otro
lado: no es casual la visibilidad que Massa busca darle a sus economistas de traza duhaldo- nestorista (la expertise
en la tormenta como biografía) para que digan las palabras económicas que hoy
no son dichas por el gobierno: cambio alto, restricción externa, exportaciones
industriales, elasticidades de comercio exterior, la demanda interna no
funciona sin dólares, empleo privado.
Un lenguaje bien distinto al conformismo explicativo de esos
economistas que se quemaron con leche en el ´89 y el 2001 y hoy justifican el
programa oficialista con beneficio de inventario de los errores no forzados
(Moreno y el manejo de impos, la gestión
Marcó del Pont del BCRA, el cepo, la devaluación sin dólares de Kicillof-Fábrega,
etc), expresando un pragmatismo defensivo (“no
se puede hacer otra cosa de lo que se hace”) que se parece demasiado a la
fe testimonial del converso, y muy poco al decisionismo intuitivo hacia adelante que se le reclama al
partido del orden para que siga siendo tal.