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martes, 30 de diciembre de 2008
Feliz Año Nuevo (y ahí va la lista)
De Diagnósticos y Actos
Era Lacan quién manifestaba que más que con la cabeza, el ser humano piensa con los pies. No soy muy afecto al estructuralismo, pero creo que este axioma lacaniano me sirve para explicar lo que quiero decir.
Pensar con los pies significaría para el pensador francés tener una concepción de la realidad fuertemente determinada por la ubicación socio-cultural que nos signa, aquella en la que “estamos parados” por razones de formación familiar, intelectual, cultural, y también, política.
Política no en un sentido de elecciones ideológicas o simpatía con consignismos atractivos, sino política como modo de acercamiento a la comprensión y análisis de cualquier acontecimiento socio-político; las herramientas que privilegiamos a la hora de hacer valoraciones de lo político concreto. En definitiva, nuestros pies prohíjan una perspectiva, un ángulo particular desde el cual formulamos una interpretación de la realidad.
Hasta aquí no habría ninguna novedad. En lo político, el problema surge cuando esta perspectiva es incompatible con otra perspectiva que demostró situarse (históricamente) más fielmente cerca de lo práctico y lo real sin mediaciones simbólicas e ideológicas distorsivas (aunque “teóricamente” consistentes y autosatisfactorias).
Aun en la más bienintencionada de las perspectivas dónde lo ideológico prevalece frente a lo empírico se cuela el factor distorsivo y deformante que “aleja” de la realidad. En la historia política nacional, quién hizo sentir más descarnadamente esa brecha entre representación y realidad fue el peronismo.
El peronismo vino para poner en crisis esa perspectiva originada en una formación cultural burguesa ilustrada (tanto de derecha como de izquierda) y por ello, portadora de una compleja y hasta inconsciente gama de prejuicios que se expresa inclusive en muchos que se dicen peronistas, pero que a poco de haber empezado el trayecto analítico del hecho político, se alejan de la concretitud para derrapar y ahogarse en la tempestad ideológica, fugando poco a poco de las nociones de lo real.
Porque el peronismo, entre otras cosas, vino también a desnudar todas y cada una de las hipocresías que anidan en una cultura política de clase media, erudita, de izquierda, de derecha, portada por seres humanos existencialmente progresistas en cada uno de los aspectos de la vida privada, que hacen valoraciones bienintencionadas de lo popular, pero que no tienen un apego desprendido hacia la experiencia popular concreta y de todos los días, porque no han pasado por esa experiencia, o porque sin haberla transitado, tampoco han hecho los esfuerzos para comprenderla en vez de juzgarla.
Es ésta y no otra la razón por la cual la cuestión de la justicia social no llama a ninguna épica, y en cambio sí lo hace el conflicto agrario por las retenciones, atravesado por mundos simbólicos (ideológicos) mucho más tangibles, pero que en términos concretos expresó mucho menos que lo que el drama Justicia Social expresa todos los días en el cuerpo del sujeto popular. Se trata, en el fondo, de una cuestión de perspectiva, que el peronismo siempre cuestionó con su propia cosmovisión del mundo, forjada desde una verdadera y serpenteante mirada popular.
La épica conmueve y moviliza a aquellos que se forjaron culturalmente con parámetros de clase media, porque allí lo ideológico juega un papel determinante frente a la contingencia de lo fáctico.
Por eso la acción concreta de la política diaria que no se ve en los medios de comunicación, la que se hace “abajo”, es gris, ingrata, no convoca a debates ni a teorías, porque no busca ser analizada sino actuada: la cuestión es que el camión que trae la leche del Plan Vida esté a la hora que tiene que estar en el barrio, y que estén las personas (manzaneras) que coordinan y realizan la entrega a las madres que van a estar ahí esperando a las siete de la matina; que estén las personas (manzaneras) que se levantan a esa hora y que conocen a las mujeres a las que se les debe entregar la leche, que conocen sus problemáticas y sus circunstancias de vida concretas e intransferibles. Que les conocen el rostro.
Obviamente, no hay nada menos ideológico y épico que hacer este laburo que requiere organización, ejecución, constancia y eficacia: nada que ver con teoricismos y parloteos que sólo relatan, diagnostican, dicen, sugieren, valoran, pero que no hacen.
Todos podemos estar preocupados por la pobreza y la mortalidad infantil, todos podemos tener diagnósticos exactos y una lista de propuestas, pero ¿quien hace efectivamente el trabajo de solucionar la pobreza todos los días para evitar la caída en el abismo? Son muy pocos, y en esa lista nunca están los que hablan de los pobres. Es que la Justicia Social no convoca a ninguna épica, sino a grisáceas y sacrificadas labores diarias.
Se trataría, entonces, de determinar desde qué lugar analizamos lo real, con qué ojos vamos a evaluar la situación de alguien que es una otredad (el pobre, el indigente, la persona de la cual desconocemos su vida cotidiana), pero cuya situación a muchos les preocupa noblemente.
Para ello tiene que haber un desprendimiento del lastre de los prejuicios, un abandono del egoísmo intelectual e ideológico que anidó en la formación político-cultural burguesa de la propia existencia, aunque uno se considere progresista, peronista, nacional-popular, de izquierda democratica.
Porque uno podrá decir muchas cosas, pero lo que nos define son los actos concretos, el modo en que interpelamos los hechos y que es lo qué consideramos como realidad política.
La pregunta sería: ¿estamos dispuestos a desprendernos de una cultura intelectual- política que sólo satisface el egoísmo de “mis creencias ideológico-dogmáticas” mamadas en los libros y no en los hechos, para pasar a ver las cosas bajo otra clave interpretativa no tamizada por “mi pertenencia a una familia de clase media”?
Analizar las cosas “peronistamente”, “peronizarse”, pasar del otro lado del mostrador cultural nacional y mirar desde allí. De eso se trataría, pero es difícil, porque hay que hacer un desprendimiento casi existencial, indisponerse con la propia formación cultural, desnudarse ante el espejo y señalar cada una de las hipocresías que se portan, para echarlas de nuestros actos. Lo que digo puede encontrarse elocuentemente plasmado e infinitamente más claro en los textos de Carlos Mugica.
¿Estamos dispuestos? Esa es la pregunta que cabría hacerles a quienes creen que el kirchnerismo es algo distinto del peronismo y ahora están frustados, a los que dicen que el kirchnerismo se pejotizó, a los que se dicen kirchneristas y homologan “pejotización” a “derechización”, a los que se dicen peronistas pero “cuyo límite es Rico”, a los que confunden políticas para sostener la producción y el consumo como si fueran políticas de asistencia social y entonces plantean una falsa incompatibilidad, a quiénes “abandonan” al kirchnerismo porque al final “es más de lo mismo” (como si ellos no lo fueran), a los que piensan que criticar al kirchnerismo porque no abastece al núcleo duro de pobreza es ser funcional a la derecha (¿?), a los amigos kirchneristas que le piden fe ideológica a los pobres que “los beneficios ya van a llegar”(despreocupándose de lo que va sucediendo concretamente en los hechos), a los peronistas que hablan alegremente de “post-kirchnerismo”, a los que piensan que el hambre y la miseria se solucionan exclusivamente realizando marchas, a los que dicen pre-ocuparse por los pobres pero no se ocupan de ellos.
Abandonar la comodidad del diagnostico lapidario que fortalece la buena conciencia individual, para pasar a leer los hechos como actos concretos directamente relacionados con el día a día de la vida popular y el modo en que impactan en ella.
Dejar de pensar con los pies, y empezar a pensar, libres, con la cabeza.
domingo, 28 de diciembre de 2008
Música Dance y Menemismo: Informe Especial
(Advertencia: este post no es recomendable para mayores de 35 años por el contenido musical del mismo, salvo que tengan onda. Se solicita a los lectores que clickeen en las palabras en color para tener imagen y audio de cada uno de estos temazos que marcaron una época en la Argentina no sólo del saqueo del patrimonio nacional, sino también la de la alegría y el baile de las masas adolescentes. Cópense, loco, que hice una selección del carajo.)
Junto con la apertura comercial que generó un aumento exponencial de las importaciones, la década peronista-menemista inaugurada en 1989 trajo otra apertura gloriosa: el paulatino ingreso a esta comarca tercermundista de la sacra música dance europea. Inconfundibles y emocionantes fraseos de teclado, riffs pegadizos y una contundente base marchosa (descalificada como “punchi-punchi”), conmovieron los cuerpos de los adolescentes y jóvenes argentinos, que danzaron con adicción desmedida al ritmo de logradas coreografías.
La asunción de Menem en 1989 trae aparejado en el plano político la sanción de la ley de Emergencia Económica que habilita la desregulación de las inversiones foráneas en el país y la derogación de la ley del Compre Nacional. Pero en el plano musical, se iniciaba el desembarco dance con esta banda belga y su hit inicial, que ya invitaba a mover los piecitos. Tiempo de matineés, de salir rajando de la escuela, tirar los guardapolvos y entrar al boliche a la hora crepuscular; entonces las amigas feítas del colegio se transformaban en potenciales minones después de producirse.
1990: Ley de Reforma del Estado. Empieza el regalo privatista de Carlitos Saúl, y Erman no logra controlar la inflación. En las calles y en las disco, el dance crece como una imparable metástasis positiva de disfrute y celebración. Se privatizan ENTEL, Aerolíneas Argentinas, se amplía la Corte y se dicta el indulto. Tres hitazos del gobierno que así y todo no pueden empardar a este hit dance emblemático de origen alemán; el riff de sintetizador es colosal, inconfundible.
El año 1991 tiene el greatest hit menemista: arranca al Convertibilidad. Desaparece la inflación. Un pueblo feliz; pero más felices eran los púberes, adolescentes y jóvenes que hacían desastres con pasitos antológicos, mientras en las bandejas sonaban cosas como este himno tecno-dance (y algo más). Infernal, la vida era una fiesta, y la mala onda no estaba invitada.
El peronismo menemista y la música dance crecen en popularidad, y 1992 es el año donde se privatiza Gas del Estado y se termina de liquidar YPF. El dance alemán vuelve a entregar otra pieza musical memorable.
Va a ser 1993 el año de inicio del apogeo del dance, con este clásico indestructible que muchos recordarán haberlo bailado arriba de un parlante y cantado hasta desfallecer. En ese mismo año, un DJ suizo (que hace honor a su nombre) sale a escena con este tema brillantemente coreografiado. En la vida política nacional, Menem le dedica un hit a la futura clase pasiva: se instala la jubilación privada con las AFJP, y se sigue desfinanciando el Estado.
El menemismo y el dance hacen furor, y tienen su punto de contacto en templos bailables como El Cielo y Pachá. Pero el conurbano cuenta con discotecas míticas, y ajetreadas movidas nocturnas que atraían las miradas de la Capital Federal.
En la zona sur, tenemos a La Fábrica en Temperley, el eterno Elsieland y Club XXI en Quilmes, y la zona oeste (Ramos Mejía) tenía al histórico Pinar de Rocha, en esa época rebautizado Flight City. 1994, el dance a punto de ebullición con cuatro éxitos inolvidables: esta canción-insignia del dance italiano, un clásico del dance alemán, una cantante danesa con un sábado agitado, y un auténtico rompe-pistas del dance holandés. La música dance en la cúspide, las chicas contoneándose sobre parlantes y tarimas con córeos y pasitos universalmente conocidos, fiesta y descontrol, pero Menem no se queda atrás: reforma constitucional, supresión del servicio militar obligatorio, y fiebre de consumo de bienes importados a cargo del novel tilingaje argento. Todos al palo.
En los albores de 1995 imperó el veraneo clasemediero en el extranjero, los Pet Shop Boys sacan este remix, crece el endeudamiento externo, el uno a uno es más venerado que Dios, otro megahit aportado por el dance italiano. Menem reelecto, y una refinada banda sueca entrega esta bella canción para bailar y escuchar. Buenísima (las cantantes son hermanas).
Finaliza el apogeo del euro-dance y comienza su progresivo declive. Pero 1996 nos concede esta joya bailable siempre recordada y este exquisito ritmo a cargo de una cantante italiana, que hizo estragos en las pistas nacionales. Políticamente, todo mal: Menem echa a Cavallo, la burbuja convertible se debilita y aparecen los primeros piqueteros, la Carpa Blanca docente atrae la simpatía bienpensante.
La decadencia se ahonda en 1997: un único pero monumental éxito que envolvió en llamas las discotecas, a la manera del canto del cisne, el último y potente estertor de la fiebre bailable que asoló a la Argentina. El gobierno aguanta la convertibilidad, aunque el living se nos empieza a llenar de pobres que aparecen de la nada. Y 1998 es más de lo mismo: pobres a cagarse, y este remix del gran grupo sueco para amenizar la espera. El furor se apaga, el dance-floor se vacía. 1999, y Menem se va con buenos números: 14,5 % de desempleo y 145 millones de deuda externa; el dance da el suspiro final con este mediocre testimonio.
Historias paralelas y diferentes: el menemismo murió con pesada herencia, la música dance está viva en la historia porque es, fue y será la más grande música jamás compuesta en lo que a música para bailar se refiere, nunca superada. El actual y penoso reggaettonto (según el diccionario capusottiano) está para documentarlo.
viernes, 26 de diciembre de 2008
Palabras para Ezequiel Meler
Cuando todavía este blog no estaba en mis planes, y recién descubría el universo de los blogs políticos (entre julio y agosto de este año), luego de haberme cansado de la definitiva mezquindad informativa y analítica de otros soportes más convencionales, caí como por azar un día en Artepolítica. El primer artículo que leí fue ¿Profundización de la Democracia o Avance de las Corporaciones? Me sorprendió la lucidez y la articulación analítica, además de la coincidencia casi absoluta con lo escrito. Algo que no me pasa habitualmente con lo se escribe por ahí. Luego de leerlo, copié el texto y lo guardé. Tampoco suelo hacer esto. El texto lo firmaba un tal Ezequiel Meler. Pensé: “¡Qué buen artículo escribió este tipo!”.
Luego descubrí su blog, y seguí leyendo sus artículos y comentarios en AP, donde Ezequiel siempre plantea debates y líneas de argumentación ambiciosas y profundas, con intercambios difíciles de encontrar no ya en los blogs, sino incluso en publicaciones especializadas o en el aburguesado mundo académico.
No conozco personalmente a Ezequiel, pero puedo inferir de su escritura que siente pasión por la política y el irrestricto debate de ideas, en un tiempo en que la política no conmueve a nadie, ni convoca entusiasmos mayoritarios, y por eso es aun más valiosa la apuesta de Ezequiel, que es un poco la de una gran parte de los que escribimos. Con Ezequiel tenga en común la edad y haber pasado por la experiencia militante, y en términos más laxos, una mirada de la política. Y sin duda debo decir que, Ezequiel, vos tenés una de las mejores plumas de las que puede haber, porque promovés y generás debates que necesitan ser planteados, y que no cualquiera está en condiciones de llevar adelante.
Digo todo esto porque Ezequiel ha decidido cerrar su blog y alejarse de la blogósfera, como detallada y lúcidamente lo narra en este post. A todos los amigos blogueros sugiero la lectura del artículo, porque en él Ezequiel se explaya sobre las expectativas y los resultados de su experiencia bloguera, que no fueron los por él esperados; habla de la irremediable banalización de ciertos debates, de la importancia clave que tiene haber pasado por la práctica militante para legitimar determinadas ideas, de la despolitización que vivimos, de los falsos pluralismos que se invocan para luego descalificar o agredir en lugar del debate maduro, y respetuoso de la palabra ajena. Cosas que suscribo porque son una verdad palpable. En la blogósfera hay tanta disparidad como la hay en todos los aspectos de la vida social.
Pero también considero, Ezequiel, que hay un espacio fértil y viable en el cual se pude hacer un positivo intercambio de ideas. El nuestro. El de todo este conjunto creciente de blogs políticos que vos llamás con acierto la familia bloguera. Aun en la diversidad y disparidad, creo que hay un núcleo aglutinante, con mayores o menores pretensiones, hay lugares de identificación política. Y hay un debate posible. Nunca va a ser el ideal, como nunca nada es ideal en política, y vos lo sabés muy bien, porque la experiencia militante también da cuenta de eso.
Ezequiel, entiendo, comprendo y acepto tu decisión de cerrar el blog, porque cada experiencia de esta índole es personal e intransferible, y quizás yo un día me pudra y largue todo. Pero no la comparto, me parece muy drástica. Creo que deberías seguir escribiendo, seguir con tu blog, creo que ciertos debates son posibles. No creo que la blogósfera sea peor que otros ámbitos de discusión, tiene los mismos déficits y virtudes que otros espacios. Las mismas luces y sombras. Pero creo que hoy la blogósfera se constituye en un lugar necesario para muchos que no encuentran respuestas en otros más convencionales, y por ese sólo hecho vale la pena escribir. Porque sólo (y nada menos) se trata de escribir, y espero, Ezequiel que lo sigas haciendo.
martes, 23 de diciembre de 2008
El Desierto de Ideas Democrático
Black Night. Sabido es por todos que salimos de la dictadura de 1976 peor de lo que entramos. Diciembre nos encuentra cumpliendo 25 años de democracia ininterrumpida. Muchos han ponderado los rasgos positivos que dejaron estos años, por eso no voy a ser redundante. Sí reflexionaría sobre otros aspectos más complejos y subterráneos que tienen que ver con las profundas marcas político-culturales que se fueron sedimentando en el enlace de los tiempos dictatoriales con los democráticos. Algo que está en la realidad de los comportamientos sociales y populares, pero que no explican la televisión o los diarios, y menos aún la clase política que se reproduce y se afirma en la negación de aquellas marcas.
En 1983 no comienza nada, sino que se sigue terminando algo. Se sigue terminando el ´73 con sus esperanzas y frustraciones. La nueva etapa democrática surge de un consenso tácito (entre Estado, partidos políticos y sociedad): erradicar el sentido político del proceso de luchas populares del cual el ´73 es la desembocadura exponencial. Una carga de memoria histórica colocada en el desván del olvido a cambio de una Republica democrática en grado cero, pura y aséptica, sin anclajes con el pasado nacional.
De la democracia para la Justicia Social por la que se vino luchando hasta el ´73, a la democracia para la formalidad institucional plasmada en los ´80, acatada por todos (inclusive por un peronismo amnésico), menos por el pueblo que se queda (realmente) fuera de la foto. Que con la democracia se come y se educa va a ser sólo una remanida declamación sin ningún tipo de interés en ser materializada. Por nadie.
1983: inauguración de discursos que ocultan las significaciones políticas reales del antagonismo nacional –histórico (1955-1973) bajo difusas e inocuas valorizaciones (horror, muerte, violencia, terror) que simplifican todo como parte de un supuesto “equivoco histórico” a no repetirse. En realidad, este discurso invoca la necesidad de que la lucha y el conflicto popular no se reinstale como natural desenvolvimiento de la política (como sí lo fue durante gran parte de la historia política nacional del siglo pasado) para en su lugar fomentar la dócil artificialidad del consenso democrático firmado por las elites políticas con prescindencia de las voces del pueblo. Un premeditado transito cultural de la política a la antipolitica.
Este y no otro es el certificado con el que nace la democracia de 1983, haciendo realidad los deseos albergados por la dictadura militar que ve cómo su obra comienza a rendir frutos. La escena final de los ´70 ofreciendo violencia política y exterminio a borbotones aparece como la justa excusa para hacer un borramiento del mundo de ideas y acciones políticas que portó esa época y las décadas anteriores. Como si la crudeza horrorosa del final nos hiciera olvidar lo que decía el resto de la película.
Into the fire. Los tiempos democráticos van a caracterizarse por la incursión de relatos fuertemente reduccionistas, economicistas y en exceso simplificadores de una realidad siempre compleja y nunca unívoca. Simplificaciones que documentan la catástrofe cultural sufrida por la política, que ahora pasa a explicarse por la economía. Lo político subordinado a lo económico, como nunca hubiera permitido Juan Domingo Perón. La política explicada por economistas en estudios de televisión. La instalación de relatos juzgados como verdaderos por amplios actores sociales y políticos de todo cúneo.
Un ejemplo claro de este reduccionismo conceptual reside en la frase: “La dictadura de 1976 tuvo como objetivo la imposición de un programa económico neoliberal”. Concepto escuchado hasta el cansancio como latiguillo explicativo, y que podía ser dicho por el militante de izquierda, el sociólogo de FLACSO, el aplicado cuadrito de la Juventud Radical, Chacho Alvarez, Lozano, el dirigente piquetero, Bonasso, Verbitsky, el politólogo del CONICET, el militante de los organismos de DDHH, Víctor De Gennaro, Lanata, Pagina/12, Santiago Kovadloff o el cuadro universitario de la FUBA.
Un concepto mentiroso, que sustrae la honda densidad política que los objetivos de la dictadura militar tuvieron: la desaparición literal de una masa política de profunda autoconciencia nacional-popular (y no la desaparición de personas per sé) y la desarticulación de practicas y formas de organización político-culturales nacidas al calor del peronismo en el 45 y que se extienden dinámicamente hasta 1976.
Objetivos dictatoriales que buscaron y lograron promover estructurales modificaciones históricas y culturales que pusieron en fuga la comprensión política real de las luchas populares que habitaron y signaron la escena nacional en gran parte del siglo pasado. Introducir una brumosa lejanía en la memoria del cuerpo social que le impide hoy reconocerse en la historia, como si ciertas cosas no hubiesen sucedido.
Es esta para mí la estructura profunda que explica sustancialmente a la dictadura genocida del ´76, y no algo completamente contingente como la instauración de un plan económico. Un avieso acto de deshonestidad intelectual sería reducir todo a la necesidad de introducir políticas neoliberales, porque ese argumento poco dice de la excepcionalidad de la dictadura como respuesta a la excepcionalidad del ´73 como época de mayor visibilidad del antagonismo nacional entre movimiento popular de liberación conducido por su líder, y elite cívico-militar oligárquica y liberal dominante.
Antagonismo que existió concreta y realmente en el proceso político, más allá de militarismos y vanguardismos, reaccionarismos, grupos parapoliciales, y más allá de la lúcida conducción estratégica de Perón.
El argumento “dictadura genocida para imponer modelo neoliberal” pone al descubierto una lectura ¿política? que admite originarse en una sociedad desfondada y lesionada política, social y culturalmente que asume servilmente reducir todo acontecimiento complejo a una mirada economicista cultivada en la siembra del nuevo tiempo democrático, despojada ya de toda pertenencia a una memoria política de las luchas populares pretéritas. Síntoma de la mercantilización del pensamiento y los discursos explicatorios de la política. El desierto de ideas que impera en la escuálida democracia política que nos toca vivir. Democracia sólo registrable popularmente cada dos años en el cuarto oscuro.
Higway Star. Caminando por los senderos de grava de la democracia, encontramos pocos transeúntes y muchos tirados al costado del camino, como volviendo a una pesadilla anterior a 1945. Un renovado “subsuelo” en la era de los teléfonos celulares y los plasmas de alta resolución. Los píxeles y el plato de comida en “pacifica coexistencia” dentro de la comunidad tecnológica. La irrupción kirchnerista empieza a litigar contra algunos relatos y realidades que estructuralmente están lejos de revertirse.
Mistreated. ¿Cuáles son los discursos que explican la realidad en la actual democracia? La política despolitizante se estructura en torno a la elusión del imperativo político “justicia social”. La democracia dejó para un mejor momento el tratamiento real del hambre y la miseria. Ocuparse centralmente del tema implicaba el retorno de viejas antinomias populares que no conviene agitar. La “realidad política” la pasan a explicar discursos “objetivos”, simplistas, desideologizados: los lenguajes mediático, economicista, moralista y estadístico se hacen cargo de la política.
La pobreza y la indigencia pasan a hablarse como datos estadísticos ubicados en encuestas, porcentajes, gráficos, números, curvas, y parábolas. La encuesta suplanta a la compleja explicación política del fenómeno. La encuesta es el dato inapelable, irrefutable, que sutura toda “subjetividad”, inclusive la del análisis político-ensayístico.
La realidad pasada a gráfico de barras, los pobres transformados en fría cifra. Líneas de pobreza e indigencia: la índole de la existencia humana calificada por ecuaciones econométricas de precisión. Una línea determina si sos o no pobre, con absoluta prescindencia de todas las demás variables subjetivas que sí existen en la vida cotidiana del sujeto popular.
El imperio de las consultoras como eternos diagnosticadotes del mapa social. ¿Y? ¿Qué más? Nada, sólo datos: 5, 10 o 15 millones de pobres según “mi última medición”. Como dijo alguien con extrema lucidez, “lo que cuesta explicar, se encuesta y a la mierda”. Así también se reduce y trivializa la noción justicia social, dislocando sus lazos con la política y el proceso histórico nacional.
La desangelada estadística permite que una persona sea o no pobre por 100 pesos de más o menos en su salario: por debajo o encima de “la línea”. ¿Dice algo esto acerca de la subjetividad real que vive el sujeto pobre? No, porque la estadística está tan lejos de él como lo está quién lo desprecia premeditadamente por razones culturales.
En estos meses se comenzó a plantear nuevamente la cuestión del aumento de la pobreza, y la discusión se volvió a establecer sobre el eje estadístico: la batalla de las cifras entre la progresía y el gobierno, y de los pobres de carne y hueso que se ocupe otro (y alguien se ocupa, pero los bienpensantes lo llaman “clientelismo”).
En medio del fragor numérico, Cristina Fernández (a quién le cabe una enorme responsabilidad política en el tema) dijo una verdad que pasó desapercibida: dijo que la pobreza no se podía medir sólo por estadísticas, sino que había que contemplar la existencia vital del ser humano, sus expectativas y la situación de la que venía, etc. Nociones relativas a lo humano, que van a contrapelo del clima de época.
Smoke on the water. Veinticinco años de democracia, con claroscuros, y una erosión cultural irreversible. Habrá que avanzar sin manual de instrucciones, reconociendo el estado del terreno, en busca de la Justicia Social que hoy descansa en la Isla de los Muertos.
miércoles, 17 de diciembre de 2008
El Bosque Justicialista
A priori comparten, el peronismo y las izquierdas, la preocupación por lo popular.
A priori digo, porque los caminos elegidos para postular históricamente esa preocupación corrieron como paralelas, nunca se tocaron. El peronismo tuvo de su lado a las masas. La izquierda, a las bibliotecas. Los campos de disputa entre ambos nunca se encontraron, nunca se ensamblaron en un mismo eje, ni en una común perspectiva.
Cada hecho histórico que involucró al pueblo interpelando a sus opresores tuvo por detrás al peronismo y a la izquierda en perenne desencuentro. Ese desencuentro es en realidad el de la propia izquierda con la singularidad política nacional y con el comportamiento político-cultural de las masas. Una izquierda condenada al repetido yerro interpretativo del sentido de los hechos políticos de nuestra historia, por causa de una conducta perezosa que terminó certificando su inocuidad en términos de política real.
Siempre me llamó la atención la manera en que esa izquierda intelectual, preparada y capaz de analizar los procesos populares decidió mezquinamente evitar la comprensión del fenómeno peronista, para en cambio replegarse sobre esquemáticos y pétreos dogmatismos repetidos hasta el hartazgo, sin ningún correlato práctico.
Hace tiempo leía un artículo de Horacio González que hacía una particular semblanza del gorilismo, y se refería a esta actitud renunciante de la intelectualidad de izquierda. González decía algo así como que a pesar de su erudición, el intelectual no hace un esfuerzo analítico para comprender a las masas peronistas que se forjan entre la ingenuidad y la desmesura de su desordenada irrupción en 1945. Esta voluntaria decisión del intelectual izquierdista que rechaza bucear en lo profundo para entender los deseos del “subsuelo sublevado” aun teniendo la capacidad política para hacerlo, expresa una muy sutil forma de gorilismo, dice González.
La comprensión o la falta de ella. No es un tema nuevo. Perón, Evita, Jauretche y Mugica escribieron sobre esa falta de disponibilidad que evidenciaba el intelectual, el político de izquierda, frente al peronismo y las masas que se identificaron con él.
Lo notable es como esa postura mezquina se mantiene en el tiempo. Lo notable es lo poco dispuesto que sigue estando el campo de las izquierdas y los progresismos, pese a las derrotas y a su pequeñez fáctica, a abrirse a una honesta comprensión del peronismo (hoy , y en la historia), como si la pertenencia de clase terminara imponiendo una interdicción cultural, una tajante línea infranqueable entre “nosotros” y “ellos”. Una de las tantas expresiones de civilización – barbarie que atraviesa la historia nacional.
En última instancia la izquierda termina haciendo sentir su inveterado apego a la superioridad ideológica que sigue diciendo portar. Tanto hoy como en 1945.
Y si la izquierda peronista pudo traspasar la maleza e ingresar al bosque justicialista para incorporarle al peronismo un relato cultural sin prescindir de las certezas de la experiencia histórica realmente dada (Cooke, el revisionismo nacional), también hay que decir que el fracaso de 1973 se comienza a originar en la progresiva incomprensión de la noción de movimiento popular y de lo que representaba Perón para las masas, adoptando una óptica vanguardista ya escrita y digerida en los clásicos manuales de leninismo. Hago una salvedad no menor: no hay en el caso de la izquierda peronista un rechazo o indisposición para con lo popular, el problema surge al adentrarse en los intersticios del peronismo, en la aparición de inesperados malentendidos y equivocaciones interpretativas que terminan en dolorosa tragedia peronista y nacional. Se trata de una historia diferente que se cierra con inesperadas equivalencias, porque hay cuestiones del peronismo que no llegan a comprenderse.
Volvamos. Peronismo e izquierdas en histórico litigio por la representación de lo popular. El peronismo en los hechos. Las izquierdas, en los discursos. En la infinita persistencia de este cuadro de situación se asienta la inapelable refutación que el peronismo hizo de las críticas bonapartistas de la izquierda tradicional antes, y de las impugnaciones morales y programáticas del progresismo ahora.
El peronismo se ocupa de lo popular. Las izquierdas y progresismos se pre-ocupan de lo popular. Un prefijo de diferencia, que en la historia política de este siglo fue un abismo. Y las izquierdas siguen sin tomar nota de lo que los hechos han dicho. En las izquierdas y progresismos habita el temor a despojarse de los ropajes ideológicos y los dogmas que le dieron seguridad para caminar.
Temor, en definitiva, a ingresar al bosque justicialista.
lunes, 15 de diciembre de 2008
Kirchnerismo, Justicia Social, y los Límites
Desde que el peronismo existe y es lo que es en cada etapa histórica, la noción de justicia social se convirtió en un imperativo indelegable, una premisa doctrinaria que expresó en última instancia, la razón de ser del peronismo, porque en él reside la única posible materialización de ese principio. Muerto Perón, ya no hay nadie que garantice aquel lineamiento rector, y entonces las relaciones entre peronismo y justicia social se vuelven más problemáticas, más distorsivas, más renuentes a ser naturalmente articuladas, más emparentadas a una obligación histórica de último recurso que a un principio constitutivo de la acción político-gubernamental.
La justicia social pasa a entenderse y actuarse en un sentido defensivo, como presencia en retroceso frente a un establishment que le pide “republicanidad y sensatez” a un peronismo al que se busca domesticar y neutralizar al encorsetarlo bajo las reglas del sistema de partidos. Pretensión a la que el peronismo responde contradictoriamente, pero de la cual la noción de justicia social sale fuertemente mellada. Todos los gobiernos peronistas posteriores a la muerte de Perón dan testimonio de esa realidad y quizás pueda decir que inclusive habrá alguno (el de Menem) que sustraerá de su acción el acontecimiento “justicia social”, aunque puedo entender que alguien diga lo contrario.
¿Qué pasa con el kirchnerismo? Las relaciones entre la idea de justicia social y la actual versión del peronismo deben ser profundamente contextualizadas. Digo con esto que se hace muy difícil interpretar al kirchnerismo por fuera de la coyuntura terminal de 2001 de la cual es producto político. Por eso cuando alguien me quiere comparar al kirchnerismo con etapas políticas anteriores a 2001, no puedo dejar de relativizar todo lo que surja de ello. Más aun cuando lo que comparamos son niveles de pobreza, indigencia, poder adquisitivo y otras variables condicionadas al extremo por aquellos tiempos de desfonde social.
Desde 1955 y más velozmente desde 1976, las clases populares no pararon de perder terreno, y los 25 años democráticos que se cumplen en la víspera no exhibieron entre sus virtudes la reversión de esta tendencia.
Lo hecho por el kirchnerismo (respecto de 2001) lo pone a orbitar en términos positivos respecto de la idea de justicia social, pero ello no significa que los avances hayan sido cualitativamente notables. Todos sabemos esto, nadie puede sentirse defraudado por lo que el kirchnersimo no hizo: quién así lo siente, hace una valoración distorsionada del proceso político que vivimos.
Hago todavía una pregunta más a riesgo de ser antipático: ¿Dispuso el kirchnerismo políticas de Estado que buscaran abastecer de modo directo al núcleo duro de los sectores populares que viven en la pobreza y la indigencia estructural? No, no ha llegado hasta allí todavía. ¿He ahí un límite? Posiblemente. Los Kirchner consideran que el mejor mecanismo de inclusión social es el puesto de trabajo (y lo es, pero insuficiente), y por eso relativizan la importancia de la asistencia y el subsidio social. La realidad nos muestra lo erróneo de esa perspectiva, porque gran parte del núcleo duro no puede ya acceder al empleo (por razones de edad, educación, salud, etc.) y la ayuda social constituye el único recurso idóneo para la supervivencia; la persistente existencia de los planes sociales está allí para documentarlo.
En este punto se verifican disonancias entre el kirchnerismo y la noción de justicia social, pero no un divorcio. En todo caso habría que pensar cómo el kirchnerismo resuelve o profundiza esas disonancias en el tiempo, de acuerdo a la racionalidad posibilista que marca cada una de las decisiones político-gubernamentales.
Hoy se puede afirmar que existen límites verificables en cuanto a lo que el kirchnerismo está dispuesto a hacer en materia de justicia social; pero remarcar esto no significa que el factor justicia social haya emigrado del interés kirchnerista, ni mucho menos.
Se trata de la existencia de límites. Quizás haya que pensar que habrá cuestiones en las que el kirchnerismo no planteé la iniciativa, y deban ser otras las fuerzas políticas, sociales y sindicales las que “completen” a través del reclamo organizado y la propuesta seria aquello que no aparece como prioridad en la agenda oficial. Toda crítica que se haga a lo no hecho por el kirchnerismo en lo que a justicia social se refiere es válida y debe ser aceptada, aunque provenga de expresiones políticas testimoniales o de escaso grosor real.
Pero estos límites que exhibe hoy el kirchnerismo están en permanente tensión, y sujetos a la variabilidad de los acontecimientos, y de las necesidades y conveniencias políticas.
Más forzada, en cambio, me parece la traslación de esas disonancias entre kirchnerismo y justicia social para mezclarlas como parte del juicio y valoración política que se hacen de las medidas anticrisis tomadas por Cristina Fernández.
Hasta el momento, esas medidas privilegian la galvanización de la producción y el consumo (por ende, busca conservar el nivel de empleo). O sea, busca sostener lo logrado desde 2003, y no tanto avanzar en lo que no se hizo. En mezclar estos dos temas es en lo que caen algunas interpretaciones que hablan de errores conceptuales del gobierno al tomar estas medidas. Las últimas medidas direccionadas a incrementar la demanda (créditos al turismo y al consumo, eliminación de la tablita de Machinea) son vistas por muchos como insuficientes y/o erróneas, basados en el concepto de que se está subsidiando a la clase media en detrimento de los sectores populares más postergados, en un escenario de crecimiento de la pobreza que golpea más a estos últimos.
Yo diría que ante todo las medidas apuntan a sostener el consumo como sea, y no creo que el gobierno se haya adentrado en una lectura clasista de los costos-beneficios políticos finos de las medidas, más aun teniendo en cuenta el bolsillismo clasemediero que ante la amenaza de crisis vota gobernabilidad, aunque el voto sea al peronismo (remember voto cuota a Menem en 1995).
Más mezquino aun es explicar la eliminación de la tablita de Machinea como exclusiva consecuencia del lobby moyanista, cuando es una medida que impacta sobre una porción de la masa asalariada. Impugnar la medida porque beneficia a un sector reducido del empleo formal privado implica confundir la dirección del reproche: la clase media o el trabajador de alta calificación siguen siendo asalariados, no son dueños de los medios de producción.
Por eso quienes describen estas medidas como pro-clase media y entonces antipopulares lo hacen desde un eje que desancla de la coyuntura puntual, para pasar a introducir la cuestión justicia social y angostar la discusión a un conjunto de medidas sobre el consumo, y desde ese recorte interpretativo, definir cuestiones políticas: medidas pro-consumo en contexto de crisis pasan a leerse como definitivas políticas sociales que signarían al kirchnerismo de una vez y para siempre.
Un confuso cruce entre lo coyuntural y lo de fondo que no ayuda a situar adecuadamente la impostergable discusión sobre los desencuentros del peronismo actual con sus banderas históricas.
Paro de Subtes: La Trivialización de la Protesta Sindical
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Rico y el Espejo
El notero de CQC está en San Miguel cubriendo la interna local del PJ. Va a una escuela y habla con la militancia de Aldo Rico. El notero de CQC va con una premisa de hierro e inmodificable: hacerle notar a la militancia y a los votantes lo impresentable que es Rico, anoticiarlos de lo contradictorio y nocivo que es el candidato que votaron o van a votar. El humor va a ser la forma elegida para presentar la idea.
Dos mundos que colisionan, que evidencian distintas representaciones de la realidad. Distorsiones que parecen inconciliables, dos idiomas diferentes.
martes, 2 de diciembre de 2008
Los Signos Políticos del Kirchnerismo
Va siendo la hora de encontrarle la estructura profunda al kirchnerismo; su razón de ser en la política argentina desde que la transita como sorprendente irrupción y permanente protagonista desde hace cinco años y medio.
Hablo del kirchnerismo como expresión del peronismo de estos tiempos y no de otra cosa. Como imprevisible restauración de la discusión de lo efectivamente político en la Argentina después de veinte años de democracia descafeinada. Como reintroductor del conflicto en tanto dinámica de lo político, postulando discursivamente y en acciones la existencia de intereses en pugna como expresión natural de la política democrática, cuando nos estábamos acostumbrando a la artificialidad de consensos absolutos, a la política como gerencia administrativa a cargo de “especialistas técnicos”.
El kirchnerismo salió a obstaculizar la definitiva despolitización en curso que desde 1976 aflige a la política, y eso lo signa. Lo erige en contradictorio pero exclusivo dueño de la iniciativa política en un escenario donde el resto de los actores políticos va a contramano, con otro libreto, blandiendo desesperados asertos donde lo que menos resuena es algún tipo de sustancialidad política, algo que merezca ser atendido como “mis ideas y mi proyecto para el país, y que sea distinto a lo existente o existido”.
Si algo le ha ofrecido el kirchnerismo a sus contendientes, es una agenda política. Le propuso discutir los temas cruciales y postergados (un modelo de Estado, un modelo productivo, modos de abordar los problemas nacionales y su resolución) y en ese reto quedaron desnudas las flagrantes distorsiones entre la idea y el acto que exhibió el hasta ayer prestigioso progresismo, y el páramo propositivo de una derecha que prefirió la queja y el denuesto moralista, aséptico y desideologizado.
El kirchnerismo expresó su proyecto político entre avances y limitaciones, pero con la autoridad de quién se sabe detentador del poder real (con todo lo que esto implica, para bien y para mal); en vez de recoger el guante y aprovechar la agenda otorgada, una vasta mayoría de las fuerzas políticas decidió eludir la discusión en términos políticos de modo descarado, optó por no alternativizar con proyectos y programáticas viables y concretas, decidieron no contestar con su propio proyecto de Nación, acaso porque no lo tienen, o acaso porque lo tienen pero no es nuevo sino que vuelve de lo peor ya vivido por el pueblo: conocemos la repetitiva gestualidad que unifica al republicanismo.
Pero que quede claro que el kirchnerismo ha ofrecido y no deja de ofrecer una nutrida agenda política para que las fuerzas políticas y sociales trabajen sobre ella, construyan política a partir de ella (para adherir, o superarlas con proyectos alternativos).
Que grandes temas nacionales como las AFJP, la movilidad jubilatoria, las estatizaciones de servicios públicos, la reestructuración de la deuda, la recomposición del mercado de trabajo, entre otras cuestiones promovidas desde la gestión kirchnerista sólo hayan despertado en las fuerzas políticas comentarios dignos de una mesa de café o declamaciones vacuas sin esforzarse por siquiera tomar alguna herramienta de análisis serio, es preocupante porque nos da cuenta de a lo que ha quedado reducido el sistema político y sus dirigencias. En ese contexto, el kirchnerismo se fortalece aun mostrando flaquezas y debilidades, porque no renuncia a la iniciativa y a la imprevisión de sus decisiones.
El actual escenario de crisis lo erige en único garante real de la protección de intereses: de los populares, pero de los empresariales también. Ningún sector social corporativo, ni el poder económico pueden actuar hoy con prescindencia del gobierno: pese a las presiones y las advertencias, necesitan al gobierno, en especial a este gobierno.
En esa interdependencia, el gobierno puede imponer ciertas condiciones, asumir una autonomía política que no significa tampoco dejar de tener acuerdos y alianzas económicas, pero ahora también tiene alianzas sociales, con las centrales sindicales sentadas en la mesa. Nadie puede cortarse solo, y el kirchnerismo lo sabe.
Otra cosa que se viene esperando por muchos es la “inminente neoliberalización” del gobierno. El famoso viraje hacia políticas de ajuste después de la ilusión populachera: seguir los pasos de Frondizi o Alfonsín. Lo cierto es que el viraje no se ha dado, y esa decisión también marca al kirchnerismo.
Un escenario de crisis podría haber justificado medidas fuertemente regresivas (“economía de guerra”, “hay que pasar el invierno”); Cristina podría haber ajustado el tipo de cambio y dar subsidios directos al empresariado de prósperos balances, pero no lo hizo. El menú incluye beneficios a cambio de contraprestaciones, otorga pero exige.
Hay un límite que el kirchnerismo parece haberse autoimpuesto: no hacer pagar a los sectores populares los costos que llevaron al desfonde social de 2001.
Los Kirchner no quieren conflictividad social de la real (la que surge de la pauperización extrema de las clases populares), y menos aun quieren solucionarla con represión.
Hay un piso de reparación social que el kirchnerismo va a garantizar; otra discusión es como se avanza para que los reparados sean más, pero esa era una discusión impensada hace siete años, y esto lo valoro, porque no hacerlo es cagarse en la gente que en estos años consiguió un laburito, la blanquearon y sindicalizaron, en el que se pudo jubilar y acceder a una cobertura social mínima pero mejorada, en el que pudo volver a abrir un taller o una empresita. Minimizar estos logros es despreciar al pueblo que se benefició con ellos.
Después del golpe político que significó el conflicto agrario para el kirchnerismo, (conflicto que más allá de porcentajes retenidos, compensaciones, problemática agropecuaria, puso en el tapete significancias politicas hasta allí contenidas, pero que explotaron sin aviso) la salida se hizo a fuerza de iniciativa, poniendo a laburar al parlamento, obligando a la oposición a desnudar sus miserias en el debate legislativo, y de allí se llega a un final de año donde lo que sigue siendo presencia política tangible, es el kirchnerismo, y entonces uno piensa si los reacomodamientos políticos y los sinceramientos que dejó al descubierto el conflicto por las retenciones, a pesar de traer una segura pérdida de votos en algunas zonas del interior, de algún modo no benefició al kirchnerismo en cuanto a lo que significa políticamente, no terminó por reafirmar sus signos políticos distintivos del resto.
Algo difícil de mensurar, pero que flota en el aire casi (casi) como una certeza.