viernes, 29 de octubre de 2010

Ozono en Aerosol

… para cuidar la piel. El holograma justicialista que moldeó la fuerza de las oleadas que cincelaban el clima durante el velatorio es el signo de todo aquello que quedó cristalizado súbitamente con el drama. En principio, un núcleo indiviso kirchnerismo-peronismo que se incorpora en las alforjas históricas del movimiento como el dato irrefutable de siete años de liderazgo. Algunos discutirán cuánto de la dosis kirchnerista quedará inoculada en el peronismo, o si el kirchnerismo nace o muere. Ninguna de estas elucubraciones, por válidas que sean, me interesa. La negrada habló y dijo: lo logrado es un envase no retornable. No te lo devuelvo, me lo quedo. A mí, con eso me alcanza para hacer la comprensión política que corresponde. A mí, que no leo a nadie, que no tengo libros en mi casa, que no quiero comprar ninguna teoría política que no estaría capacitado para leer, me alcanzan algunos comportamientos mudos para comprender que parte de estos siete años de hegemonía traducida en realidad popular ya no se discute más. Sólo los eyaculadores verbales, los que gozan de correrse en las palabras, pueden hoy marcializar la voz para proferir la candidatura, cuando Cristina aún no está vestida con la encorsetada extrañeza de la viudez. Eh, pero ¿el pueblo que dice?, y, el pueblo es esquivo, y el que lo percibió y lo trató con crudeza analítica fue Perón, por eso fue el más grande político y conductor de la historia nacional, el tipo que conjuró las “puñaladas traperas” de las bajamares sociales y domó cada desborde eufórico de la masa con el mismo rostro labrado de campechanía. El pueblo habla por etapas, y sin un libro de historia en la mano. Su historicidad el pueblo no te la cuenta, tan sólo te obliga a que vos (vos, cuadrazo militante) la veas. Un laberinto lleno de escombros: he ahí la búsqueda. ¿Vos sabés lo que es estar un año en ese laberinto? Es política.

Serían más o menos dos o tres meses para galvanizar la gobernabilidad, hacer los recambios ministeriales básicos que cubran  el vacío de tareas que se ausentan. En política, tener el don de la correcta elección de los hombres que la ejecutan, te soluciona el 50% del problema, y más urgente es lograrlo cuando el que comandaba era una bestia política y cuando lo que mortecinamente se quiere instalar es una sensación de isabelización que no tiene ninguna base fáctica. En ese lapso, el peronismo debiera decretar el toque de queda para la puja interna. Pero la quietud partidaria dependerá en mucho de lo que vaya definiendo Cristina gubernamentalmente y en la jefatura del PJ que le debiera ser concedida como reflejo defensivo adecuado. Que no quepa duda, el año de gestión que viene se procesará en la cuna de hierro bamboleante del peronismo realmente existente, como en todas las etapas históricas desde 1983.

Néstor dejó consignas que reverberan bajo el sol: profundizar el modelo fue un norte ambiguado por abstracciones. Cristina deberá ponerle realidad a ese deseo, porque ¿qué es profundizar el modelo? Para mí, que no leo a nadie, sería lograr operativamente que la AUH llegue a los 2 palos de pibes que no la cobran. Sería crear empleo en un modelo que ya no puede incorporar más, y que tiene que cualificar la discusión para crear condiciones mínimas de expansión de la base productiva sí o sí. Sería ir por el blanqueo laboral hasta las últimas consecuencias, lo que también obliga a discutir los límites y crujidos de la capacidad instalada de la economía. Sería implementar un plan de seguridad pública alejado de prejuicios ideológicos que sólo ayudan a petrificar la situación (el delito violento lo sufren más los pobres que los ricos). Sería reordenar la actuación del Estado para mejorar el servicio de transporte público y su relación con el aparato productivo: que el amigo Hugo no se enoje, pero el dilema es trenes o camiones.

Sería crear una política de crédito hipotecario para gente de carne y hueso, con salarios de carne y hueso. Porque el envase no es retornable, pero eso no quiere decir que los muchachos no quieran tomarse otra botella. Y hoy todos estos temas populares están arrumbados en el cuarto de servicio, el de la mucamita. Parece que a las visitas hay que mostrarles postales de Estocolmo, modales londinenses, temas  taquilleros, pasiones de compromiso ideológico, las mil y una luchas contra las corporaciones. Para mí, que perdí todos mis libros en la única y primera mudanza ideológica hace 16 años, que no leí a Gramsci, que de Weber sólo sé que llamaba ética de la responsabilidad a lo que para mí  siempre fue desprendimiento en la acción estatal de todo egoísmo político, y que no leo a nadie, hay líneas temáticas y argumentales que caducaron hoy. Porque la escala cromática de los agolpados contra el féretro, de los que viajaron y fueron, los que fueron a despedir (y no sólo ni tanto a agradecer una jubilación o una pensión no contributiva, la cosa no funciona tan así) a un presidente de la nación no lo hicieron con una mezquindad material sobre el lomo que los obligaba (los sectores medios tenemos que hacer un esfuerzo mayor para comprender a la negrada, y entonces hablar del “Proyecto” sólo en reuniones políticas). Estuvieron cuando había que estar, y eso desautoriza todas y cada una de las líneas argumentales que el gobierno desplegó en los últimos tiempos. Es lo que contó Felipe Solá (y lo podría haber dicho cualquier otro político) cuando entró al velatorio y notó que en toda esa gente que despedía, ahí, ahí estaba el peronismo. Y agrego: como hace casi 70 años. Esos pequeños descansos en los que el peronismo deja de ser el partido del orden por un rato, esos descansos donde fulgura más esa llamita que se niega a morir.

miércoles, 27 de octubre de 2010


En estas horas, he estado pensando mucho en Cristina. Pienso humana y políticamente en Cristina, en lo que queda del día. Pienso en todas las especulaciones, las roscas, las encuestas y las ingenierías retóricas que caducaron ayer, porque cambió todo. Pero, antes de todo esto, pienso en Cristina, en el añoso sendero que nos toca recorrer, en las generosidades que harán falta para recorrerlo. Pienso en la adultez política que se requerirá a las dirigencias, ¿estarán a la altura?

Porque la política es ingrata. Nunca cesa, y entonces pienso en Cristina. Yo confío en que los instintos de pertenencia estén a flor de piel, porque es necesario que todos comprendamos la magnitud del esfuerzo. Y desempolvo una vieja frase, que no es original, pero que hace mucho que no usaba y que en este momento tiene una significación quirúrgica: si le va mal al gobierno, nos va a ir mal a todos. Inclusive a los asalariados y cuentapropistas que hoy están festejando.

Pienso en toda una generación (un poco más jóvenes que yo) que vieron en Kirchner a un líder, a un tipo que justificaba interesarse y meterse en política, que los hizo militar, que los hizo enfangarse en las complejidades infinitas del peronismo, en asumir una identidad política. En algún pasaje democrático debía haber una figura que devolviera el vínculo perdido entre política y juventud. Fue Kirchner, y por eso hoy banco más que nunca a miles de pibes que hoy están hechos mierda, tristes, que han llorado ante la noticia, y les digo: pendejos, cualquier proceso popular que el país encarne, en la figura que sea, los necesita. Esta muerte no necesita ni del martirologio ni del festejo. Necesita de esfuerzos, porque la política no se sustancia en la contemplación de un fotograma sepia.

Pienso, también en la figura de Néstor Kirchner, en el tipo que supo leer mejor que ninguno lo que la mayoría de la sociedad pedía después de 2001, un tipo que fue mejor presidente que acompañante político: no es fácil instituir una hegemonía en la democracia argentina moderna, y el tipo lo logró, porque dormía con los ojos abiertos.

Y ahora, vuelvo a pensar en Cristina, en una larga marcha, en caminar con paciencia, en asegurar cada paso que se da. A Cristina la tienen que pasar a rodear los mejores (los mejores son los mejores ¿se entiende?, y ya no hablamos de un tema ideológico), y que los oportunistas pasen a retiro. Néstor ocupaba un espacio de poder demasiado amplio como para negar la medularidad de esta cuestión, y espero que todos estemos a la altura.

Últimamente no me he estado acostando temprano, pero hace unas horas que sólo puedo pensar en Cristina.

martes, 12 de octubre de 2010

Alquimias


¡Cómo están los blós!, hagamos un poco de tiki-tiki electoral, un poco de fantasismo retórico utilitarista, que la política es también eso. Un largo año para las elecciones, en el cual the Scioli´s affair  es el primer episodio de una compleja miniserie que no tiene sus capítulos finales grabados, entonces ¿de que preocuparse? ¿por qué incurrir en diagnósticos lapidarios que se parecen más a la voluntad de una profecía autocumplida? ¿por qué muchos amigos blogueros se resignan a la exclusión de las candidaturas de Néstor y Cristina, cuando no hay elementos visibles que le den cuerpo a esta posibilidad? Por alguna razón extraña, parece que los que creyeron fervientemente en el 40+1, hoy no dan dos mangos por los Kirchner. ¿pasó algo en estas semanas para que los humores sociales cambiaran tanto?. Yo creo que no. Pero también creo que Scioli siempre fue una baraja que estuvo en el mazo, y nadie debería sorprenderse por eso. Las ausencias de legado son atribuibles a Kirchner, no al Partido Justicialista, se sabía desde 2003. Si mañana aparece una encuesta que le da bien a Néstor… ¿euforia for ever?

Subterráneamente, lo que surge como debate en torno a Scioli es una disputa entre peronistas y no peronistas que se conjugan en la afinidad al kirchnerismo, pero que tienen distintas cosmovisiones a la hora de establecer escalas en el hacer de la política. Nada nuevo, nada grave, sino una tensión que estuvo durante todo este proceso político, y que difícilmente se zanje. Tensión que no fue impedimento para que los Kirchner gobernaran con fuerte perfil decisionista, ni para que desde la casa rosada se digitaran armados políticos no siempre aceptables, pero aceptados. Por eso ahora, (cuando la cosa está difícil, pero no nítida ni definida)  que algunos salgan a cantar la traición del pejotismo para desmarcarse y mantener la conciencia limpia es previsible, pero remite a ciertas gestualidades en la valoración del peronismo con las que uno no está de acuerdo.

 

1/ La perspectiva de que el arco panradical (Alfonsín-Binner) se acerque al tercio electoral es una luz de alarma que obliga al PJ a hacer los reacomodamientos necesarios para la supervivencia. Esto Kirchner (presidente del PJ) lo tiene claro: la épica de la derrota que postula el ultrakirchnerismo es extraña a la cultura política peronista, y la aparición de la variable Scioli responde a una cuestión de adn: el peronismo apuesta a ganador. Perder con Messi en el banco es de una testimonialidad que contraviene la idea de defender los logros del kirchnerismo. Lo que deba defenderse, se defenderá con lo que hay disponible ¿cuándo fue de otra manera? ¿Néstor y Cristina quedan excluidos de este combo? Para nada, los que los excluyen son los entusiastas tardíos que pelaron el kirchnerómetro para juzgar lealtades y armar rígidas lecturas de los días políticos que nos tocan vivir.

 

2/ Si el panradicalismo progresista perfora el 30%, el peronismo no tiene margen para dividir votos. Por izquierda ya no puede morder más (la seducción al progresismo está completada), sólo le queda disputar y vaciar las representaciones medias y bajas asociadas al peronismo federal y en menor medida al PRO. La disputa es tanto de estructuras como de votantes: el pedido de una “agenda de derecha” a labrar por el gobierno no era un capricho ideológico de quienes lo planteamos (y por lo que nos ligamos insultos), sino una percepción relacionada con la inestabilidad del votante medio y bajo, que tiende a ambiguar sus pretensiones electorales: ello está sucediendo con una grámatica política diferente a la que encara el kirchnerismo como oferta electoral. El PJ necesita los votos neutros y/o peronistas que hoy son del peronismo federal y del PRO para ganar la elección nacional.

 

3/ Las colectoras son un suicidio político: no le garantizan el 45% al candidato presidencial, y pueden llevar a la derrota del peronismo en la PBA. Una colectora provincial con Scioli, Massa y Sabbatella es la derrota lisa y llana del peronismo. Con este esquema, habrá gobernador panradical en 2011 con el 30% (Cobos o Stolbizer llegan a ese piso). Las colectoras distritales materializarían la derrota en casi todos los municipios del primer cordón: se pierde en Lomas de Zamora, Lanús, Avellaneda, Tres de Febrero, entre otros. ¿Se puede pedir semejante sacrificio político en nombre de una entelequia llamada proyecto nacional, cuando esta estrategia electoral no asegura el triunfo presidencial? Una derrota estrepitosa del PJ en la PBA con la pérdida de la gobernación incluida tendría además efectos negativos sobre el movimiento sindical: Moyano, como conductor del PJPBA, sería el responsable político de una derrota inapelable que fulminaría su proyecto político y de inserción sindical, debilitando aún más al peronismo.

 

4/ Cualquier candidato peronista (Néstor, Cristina, Scioli) deberá comprender que existe una amplia porción del electorado (clase media y pobrerío) que votará sin acogerse al estigma de “el desastre de la Alianza” como discurso de eficacia terrorista. Existe una percepción social de que aquellas condiciones de 1999 ya no están vigentes, y mucha gente ya no tiene ganas de seguir votando peronismo: el radicalismo progresista puede encarnar, en cierto imaginario de clase media, la continuidad de un “kirchnerismo sin excesos”. La merma de esos votos que alguna vez fueron kirchneristas (hasta 2007), ameritaba una nueva estrategia que volcara la aspiradora de votos hacia abajo y a la derecha: en nuestra jerga, se trata de un compleja peronización de las acciones (que no tiene nada que ver con la doctrina, la marchita, y los símbolos, aclaro) que no se hizo y llevó al fracaso del 28J de 2009. En 2011, no habrá margen para fallar.

lunes, 11 de octubre de 2010


Era una legisladora del partido socialista popular a la que a sus espaldas llamábamos Rebeca, menos por ser una mujer inolvidable que por parecer el clon bonaerense de Rebecca De Mornay. Básicamente, la legisladora era una rubia otoñal que no reparaba demasiado en las erecciones involuntarias que provocaba su paso por las cuevas administrativas del Estado, porque a ella sólo le interesaba su labor parlamentaria, la historia del partido socialista y hasta donde no le incomodara mucho, la política. ¿Por qué le decís Rebeca? me preguntaba el mestizaje escalafonario que sostenía aquel dispositivo oficinista que a su vez sostenía el estrellato legislativo de la Rebeca socialista. La filmografía De Mornay que les recomendé afianzó el apodo entre el personal peronista, y hasta alguno era capaz de hacer una mutilada sinopsis de La Mano que Mece la Cuna, aunque la mayoría había flasheado con Risky Business. A la legisladora todos le decían Rebeca. Rebeca iba a las cuevas a pedir antecedentes legislativos para armar la cartografía de sus propios proyectos de ley. Soñaba con la publicación, al final de su mandato, de unos tomitos de obra parlamentaria para repasar en las horas huecas que anteceden al jardín de paz.

Rebeca tenía un guardaespaldas igualito a Lemmy Kilmister, que la cuidaba en el recinto los días de sesión. Algunos cánticos procaces que escupía el populacho desde las barras le habían inoculado el miedo a la legisladora. El miedo a ser abofeteada, cagada a palo, ultrajada sexualmente o matada, vaya uno a saber que pasaba por la cabeza de Rebeca cuando la muchachada que llevaban otros legisladores para meter un poquito de presión sobre determinados temas del orden del día empezaba a gritar, a lanzar algún vasito de plástico (acaso con restos de meo, es verdad, pero no era para tanto) sobre el mar de bancas, a ensayar una picaresca de puteadas, nada más. Rebeca elegía sufrir en vez de disfrutar la situación, que nunca iba dirigida contra ella, porque pertenecía a un bloque minoritario que no incidía en ninguna votación, y entonces ¿de qué tenía miedo?, pero Rebeca no pensaba así, mirá Luciano lo que es esto, así no se puede trabajar, una pide la palabra y nadie presta atención al discurso, a la importancia de este proyecto que otorga subsidios a la nueva biblioteca popular de Carhué, lo que pasa es que en este país a nadie le interesa la cultura, toda esta gente que ustedes (aunque vos sos distinto, Luciano, pero) traen para patotear es una vergüenza, esta pobre gente es así por la falta de educación, un día voy a salir lastimada del recinto, acordáte, esto no puede ser… Con la custodia de Lemmy y media pastilla de alplax, Rebeca aguantaba toda la sesión, pero quedaba destruida y al otro día no iba a la oficina, pobre Rebeca, se hace mucha mala sangre decían las chicas de la cocina mientras ponían Gilda como música de fondo que salía suavecito de la mayordomía.

Una vez  Rebeca me invitó a participar de una reunión de la juventud socialista, yo le dije pero eso es un oximoron y nos reímos. Es para que veas como discuten política nuestros chicos y vos que sos culto, les enseñes a los tuyos, me dice Rebeca en una inusual faceta provocadora que yo hubiera podido frizar contestando que a mí la política me había enseñado que no había que enseñar nada, que todo se limitaba a comprender. Pero no dije nada y fuimos a esa reunión de los jóvenes socialistas, un local chiquito que olía a 1930, a 1955, a naftalina teórica. Un gordito seborreico se presentó como el maestro de los niños socialistas pero no era joven, se trataba de un nostálgico del MNR, un universitario crónico que había conservado por inercia la jefatura de ese grupo de jóvenes a los que ponía en situación de historicidad para iniciar la carrera partidaria-parlamentaria. No había nadie, me sirvieron café, esperamos, Rebeca y el gordo hablaban del drama educativo, de la lucha docente, el gordo tiró un “claro, más universidades y menos cárceles” y yo evitaba cagarme de risa, el gordo me miraba como para que opinase, yo me hacía el boludo y le miraba las piernas a Rebeca para entretenerme. Cayeron otros adultos con barba que se presentaron como jóvenes del socialismo popular, y  al final aparecieron tres chicas que no sobrepasaban los veinte años, en musculosa y shorcito, las allstar botita, saludaron a Rebeca y dijeron ¡qué calor!, pero calor no hacía. Rebeca me comentó que las chicas eran hijas y sobrinas de no se qué dirigente del partido, y que se estaban iniciando, las chicas querían militar, asumir un compromiso, ascender a una moral política digna de la estirpe socialista de un Ghioldi, un Repetto. Las chicas se dejaron caer en los asientos y miraban a todos, se hacían las tímidas pero tenían demasiada piel a la intemperie y era fácil sacarles la ficha, les dijeron reunión de juventud, habrá chicos, vamos. Y se les notaba en las caras la desilusión ante todos esos prolijos adultos que no les daban bola, que ya se habían enfrascado en parloteos políticos intestinos con Rebeca y el gordo que los comandaba, era un club de cultura socialista venido a menos y las chicas se aburrían antes de empezar. Lo más interesante de la reunión era observar como las chicas fingían escuchar al gordo que peroraba mientras buscaban alguna complicidad ocular con el sexo opuesto, los ojos de las chicas socialistas pedían caricias, quizás llegar a la instancia de la humedad, quizás abrir vías de acceso al coito, quizás encontrar un amor. Eran chicas Blaisten que no estaban dispuestas a cerrarse por melancolía, querían extender el campo de batalla y goce, querían coger y recién después comenzar a apasionarse con la figura excelsa de Guillermo Estévez Boero a la cual el gordo reformista dedicaba ahora un lacrimógeno panegírico en su memoria, y ahí estaba el retrato de don Guillermo colgando de la pared con el pañuelito estanciero atado al cuello, un hombre honesto, íntegro, un diputado de la nación que palmó en pleno ejercicio aliancista, y que tuvo la suerte de no ver el final de gestión del primer gobierno progresista partidario de la historia nacional.

Cuando la reunión moría y las chicas socialistas ya pensaban que hubiera sido mejor quedarse en casa y hacerse una lenta y prolongada paja, el gordo se salió del libreto y me indagó con alguna pregunta política menor, ¿cómo ves la gestión socialista de la intendencia de Rosario?, el gordo quiso salir del iglú parlamentario,  y mi inconsciente lo único que tenía para traducir en palabras (y fue lo único que dije en toda la reunión) fue que todo bien, pero mientras Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo se sentaban en la Junta Consultiva y se sacaban fotos sonrientes con Aramburu y Rojas, José Ignacio Rucci era delegado de Catita y ponía caños, organizaba a las masas, era perseguido y encarcelado, resistía junto al pueblo contra la dictadura que tus ídolos bancaban, gordo, así que no me jodas. Rebeca se asustó un poco, ay Luciano no te puedo invitar a ningún lado, y cuando todos se fueron, se rió.

En cierta ocasión, a Rebeca el mestizaje la embaucó y le dijo que era mi cumpleaños, los negros eran tremendos cuando querían joder, y Rebeca viene a mi oficina y dice ay Luciano, yo sé que vos no sos socialista ni lo vas a ser, pero esto te va a gustar, es un regalo. Era una foto de Salvador Allende. Allende estaba con el brazo extendido y la banda presidencial puesta, podía estar tanto saludando a la multitud como parando un taxi, según como nos imagináramos el contracampo. Miré la foto, levanté la cabeza y miré a Rebeca. Se le escapaba una lágrima, era un idealista, dijo, un gran hombre, dijo, no mancilló sus convicciones, dijo, dio la vida por su patria, dijo. Y yo no dije nada, conmovido por Rebeca y no por Allende, le agradecí la foto y por la puerta del costado vi a dos cumpas que me hacían caritas, se cagaban de risa a espaldas de Rebeca y de frente a mí. Yo a los 16 fui fan de los montoneros, me emocioné con la inmolación de Allende, el fusil de Fidel, las alamedas y el hombre nuevo. Pero había pasado el tiempo y cuando ya tuve un poco más de pelo en el pubis, me dediqué a analizar el gobierno de Allende. Lula es mejor político que Allende. Recordé, mirando la foto de Rebeca, que Allende no quiso cerrar con Tomic, el médico cajetilla se había subido al caballo y no creía en las alianzas de gobernabilidad. Y recordé aquella escena de 1972, cuando Allende le habla a los obreros mineros de Chuqui para que levanten la huelga y les explica las bondades de la expropiación sin pago de indemnización, los obreros lo miran con cara de gano un sueldo de hambre, capo y Allende les dice que son los elegidos de nuestro mundo proleta, y que si los sueldos son bajos, eso no es culpa del gobierno sino del imperialismo yanqui. Recordé también, con la foto en la mano, la conversa de Perón con la JP en Gaspar Campos, el 8 de septiembre de 1973, faltaban tres días para que Allende cayera y el Viejo ya le hacía pelo y barba al socialismo a la chilena, les narraba a los niños jotapés todos los errores que Allende había cometido, pobre amigo Salvador en que quilombo se ha metido por poner la Ferrari a 300 por hora en una curva, un turro el Viejo que decía poco menos que a Allende se le había escapado la tortuga porque no entendió nada, no leyó bien el contexto latinoamericano y mundial, ¿se acuerdan? eso decía Perón de Allende. Yo respetaba las emociones postreras que Allende generaba  entre sus fans, en Rebeca, en el PSP, pero a mí me pedían mucho, yo tenía un carcinoma de insensibilidad y estaba seco ante la foto, ante los documentales, ante el mito.

Con Rebeca teníamos en común la variada sintomatología de la sensación de pánico y en su oficina ocurrían charlas médicas que eran deploradas  con la burla por mis compañeros y compañeras que no tenían esos problemas, andá al loquero, Luciano y llevate a la Rebeca, y se reían, claro ustedes qué se van a estresar si no laburan, les tenía que decir porque sino te gastaban todo el día.

El día que Rebeca trajo a una colega española del PSOE para que diserte ante la militancia socialista argenta, se congregaron varios pavos reales que querían una foto con la flaca, socialistas de cabotaje que así se sentían parte del poderoso socialismo español ejecutivo y hegemónico. Rebeca trajo a la diputada a su oficina, le mostró su templo laboral, la presentó con orgullo y salió el tema de la fenomenal producción cultural durante la transición  y el destape, se emocionaban con las películas de Pilar Miró, de Garci. ¿tu las has visto?, me pregunta la gallega y sí, las vi en Función Privada con Morelli y Berruti durante el alfonsinismo, pero yo prefiero las películas de Jess Franco porque había que tener huevo para filmar eso durante el franquismo, en la transición filmaba cualquiera. ¿Vos viste las de Franco? y la diputada se pone colorada, quiere cambiar de tema, Soledad Miranda y Lina Romay la rompían frente a la cámara le digo, Rebeca no entiende nada, la diputada no le explica, mucho destape pero se turban por unas vampiresas trolas en celuloide.

El drama mayor de Rebeca era que cada tanto, digamos dos veces por año, le visitara la oficina alguna familia carenciada en busca de ayuda social. Extrañamente, esa información (que ella era legisladora) llegaba a las capas más bajas de la sociedad bonaerense, y algunos atrevidos se creían con el derecho de ir a pedirle beneficios. Rebeca podía sacárselos de encima con unos billetes, pero su ética y el miedo de que volvieran la paralizaban, y se desesperaba, no sabía como resolver, y se veía obligada a pedirnos ayuda. Rebeca no conocía el funcionamiento de las áreas ejecutivas del Estado ni tenía contactos en esos paisajes lejanos llamados direcciones, secretarías, ministerios. Entonces sucedía que algún mestizo de la planta se llevaba a los pobres que iban a pedir la cuota diaria de subsistencia (como en la tómbola, ese día le había tocado a Rebeca) a una dependencia estatal más conducente.

Rebeca ama a Binner, me habla del proyecto para niños de Tonucci que Hermes implementó, del presupuesto participativo (del que participa la clase media), y yo le digo que sí, que tiene razón. Y no digo más nada, porque a veces es conveniente fraternizar con el silencio.

jueves, 7 de octubre de 2010

A New Sensation

De las últimas palabras que se pueden encontrar en el acervo bloguero sobre el tema de la seguridad pública, éstas de Alejandro. La marcha en Plaza de Mayo merece un paneo lento para un problema transversal. Si aceptamos que no hay soluciones políticas que talen de cuajo, y que el kirchnerismo heredó las causas que hoy hacen que la inseguridad represente lo que representa para una mayoría popular, el dirigente político puede apelar a gestos. Alejandro habla del abrazo, ese momento en que la clase política puede romper el hielo que baña de preconceptos ideológicos todo acercamiento al tema.

Yo lo que veo es que el pedido popular añora esa presencia: que un político (el Estado) los acompañe en el llanto. El reclamo de seguridad no espera la presencia política demorada para putearla y escupirla, y ahí noto un temor infundado en los políticos que prefieren mirar por televisión. Y es mejor que el abrazo llegue ahora, cuando el reclamo todavía  se expresa racionalmente (aún cuando el crimen violento predisponga para lo peor) en la tríada Paz, Justicia y Orden bajo código democrático. El cantito “la sensación, la sensación, se va a la puta que lo parió” demuestra que societalmente se sigue con rienda corta lo que se dice desde despachos gubernamentales, que hay una expectativa política: que Cristina esté. Que se espera la palabra presidencial, la invitación a los familiares.

Decir que la inseguridad es una sensación enciende los días de ira de las personas que ya cargan con el dolor. La “sensación” y los datos estadísticos son fórmulas de escapismo que no están a la altura del reclamo en curso: no es necesario que el fusilamiento de Campana deba tener la historicidad de los de José León Suárez para que haya una respuesta política que consuele. O el riesgo, a mediano plazo, es que el reclamo por seguridad se hiperinflacionice.

miércoles, 6 de octubre de 2010

¿Le llegará  a crecer el cuero duro al joven (viejo) kirchnerista que ansía ver la política desde adentro? Digo, ese cuero duro que crece a contrapelo de la amenaza emocional de la depresión que asoma ante todo grande finale, que como sabemos, en política carece de aplauso. Creo, joven kirchnerista, que si te pusiste en juego, el cuero te va a crecer; y los que no (los que creen), se irán a casa y rumiarán maledicencias al ritmo de un zapping lento. Es esa escena de Los Amantes Regulares: el humo parisino de mayo se empieza a disipar, y el joven vuelve triste al hogar de la familia burguesa, se saca los zapatos y los revolea, se tira en el sillón y le dice a mamá “los obreros levantaron la huelga”, cara de orto y después de un silencio largo, el comeback: “¿no me hacés algo de comer?”.

¿Quién tiene que entender a quién? Hemos de llegar a un páramo de la discusión política: aquel que elude debatir lo mucho de conceptual que hay en las formas elegidas para realizar la política. Cosa que requiere de fuertes lecturas circunstanciales, a medida que los hechos van sucediendo: si así no fuera, todos seríamos politólogos o curadores políticos y no existiría el político profesional, ese artesano del rastreo que se parece a la descripción eléctrica que Sarmiento hace en el Facundo. Me van a comprender a mí en la proporción en que yo comprenda el terreno que piso, el caprichoso no tiene lugar en esta historia, el que se calienta pierde, el que se deprime se aleja, el que canta “traición” con dos cuatro de copas es llorón, el que se babea con “el relato” de impacto diferido le habla a una pared. Y sí, la mayoría de los días que se gastan en la política se parecen más a todo esto que a la mención almibarada de “un proyecto nacional”. Y crece el cuero.

Un día me encontré con que ese vestidito ajustado que tan bien le iba al kirchnerismo (ese terciopelo rudo llamado torcuatoditellismo, esa teoría política realista clivada en derecha republicana e izquierda populista que vaciaba sus aguas en el cauce yermo que se llenaba con la revista Debate) quiso probarse como fukuyamiano fin de la historia que explicaría todos los desplazamientos políticos que sucedieran mientras el kirchnerismo fuera gobierno. En todo caso, aquello era la morfina argumental que pedía una etapa del kirchnerismo, el albertismo nacarado que en realidad siempre fue una idea original de Kirchner, y que como todo en política, fue bueno mientras duró. Para el peronismo, eso significó barrer debajo de la alfombra cuestiones políticas y operativas de las cuales el autodenominado aporte superador de la transversalidad nunca se iba a ocupar, por simples razones de cosmovisión política que no tardaron en quedar a la vista. Es decir: la decisión política de poner a fulana de tal a cargo del ministerio de acción social es una decisión de idiosincrasia, y esto se enlaza a una idea del peronismo que debería ir más allá del concepto estanco de ideología del poder o partido del orden.

La idea de un peronismo progresista, a la larga, se indisponía con las prácticas concretas que llevarían a su concreción, por la falta de cadencia para oxigenar una idiosincrasia que no es ni siquiera racial, pero que vuelve a enlazar la cuestión con una idea del peronismo que debe ser respetada, porque ahí todavía hay una llama mortecina que no se quiere apagar.

La política no cambió tanto en estos años de aridez democrática como para hacer una denegación fúnebre de la incidencia de las estructuras partidarias en la vida política, sobre todo cuando las tan declamadas nuevas formas de organización sólo están presentes con su ausencia. La permanente obturación de este aspecto de la cuestión es una constante que opaca los rasgos más interesantes de la producción política que el kirchnerismo le agregó al peronismo. En la prolongación de este modo de pensar la política donde el peronismo es completo pasado teórico, lo que fluye paradójicamente es un amargo musgo antipolítico dónde sólo pueden ser aceptadas las ideas kirchneristas deslizadas desde la cúspide estatal como si se tratara de una entrega postal. De allí surgen sensaciones menos concluyentes pero fatalmente pasionales: la idea de la imprescindibilidad de Kirchner para que “el peronismo valga la pena” es, desde el punto de vista social, de un egoísmo político alarmante que incluso torpedea la defensa discursiva y fáctica de todos los logros que este gobierno supo conquistar para la sociedad. Profetizar un dejavu neoliberal en 2011 es una idea que enflaquece la comprensión real de la marcha del país desde 2003 hasta acá, y que además no tiene amplificación popular a la hora de medir su eficacia electoral, porque también en parte ese pueblo capitalista tiene resguardado en su corazón doméstico aquel imaginario esculpido por el consenso menemista. Y porque además, en un proceso político no se vuelve a nada.

La idea de pensar una sustancialidad política del peronismo, no remite (como piensa el kirchnerismo intelectual cuando elude hablar de peronismo más allá de las decisiones político-estatales de Néstor) a una reposición doctrinarista desde las comarcas oscuras de la ortodoxia o de la derecha peronista. Se trata de esforzarse en una lectura más compleja y dinámica del porvenir peronista, que se resumiría en una frase como esta: de ganar Kirchner en el 2011, deberá gobernar en esos cuatro años de una manera bastante diferente a la que lo viene haciendo. Si pensar alineamientos partidarios, alianzas electorales, armados territoriales o colectoras suicidas no formaran parte de una esencialidad equiparable a la gestión estatal, la política sería un jardín de ideas silvestres custodiadas por la gendarmería de las convicciones. Un jardín que ningún político podría pisar.