“… y con la sangre seca en Lobos.”
Las PASO en la provincia de Buenos Aires arrojaron algunos
comportamientos políticos que pueden ser analizados en una perspectiva más
honda que los meramente electorales.
La confección de las listas distritales y
la alquimia de las tendencias electorales dentro del peronismo documentan un corrimiento
cada vez más consolidado hacia la
predominancia estatal (es decir, de lo institucional realmente existente como
contrario a lo simplemente político-partidario) dentro de la configuración de
la acción política territorial “global”, en detrimento de los funcionamientos autónomos
que las agrupaciones políticas supieron constituir como expertise territorial
diferencial en la etapa de la política bonaerense anterior al kirchnerismo.
Es evidente que la prosperidad presupuestaria que trajo el
tipo de cambio real alto que trajo la política de Duhalde-Lavagna reconstituyó
la primacía de la política estatal, y ésta impuso las nuevas condiciones de la
acción política en el territorio.
La camada de intendentes del segmento 2005-2007 son el
emergente de una zona intermedia entre Estado y territorio que se indispone
(por su propia capacidad política para expandir con eficacia la trama de
funciones estatales) con algunas prácticas autónomas de las agrupaciones
políticas que por su extensión muchas veces colisionaban con la tarea positiva
de la nueva enjundia estatal.
La filosofía política del intendente blanco es la de acotar
el punterismo clientelar autónomo por ineficaz y porque lo “desautoriza”
políticamente, y reconvertir su posición política física (un hombre de la
calle, un caminador del territorio, un rastreador político) a la de un gestor
estatal (un hombre fijo, de mostrador) que se “ordena” en la línea burocrática
del programa o plan gestado en una oficina del ministerio de desarrollo social
de alicia por un sociólogo de flacso nacido y criado en la capital federal de
la nación.
Pero el intendente blanco, formado políticamente antes de la
llegada del kirchnerismo, conocedor de la dinámica “baronil” y con afinidades
electivas desde lo operativo político con la Renovación Peronista (Cafiero como
mito patriarcal herbívoro), todavía comprende que la acción estatal puede ser
pendular y haya instancias defensivas que no puedan ser compensadas
institucionalmente; por lo tanto acota pero no ahorca la permanencia de lo autónomo,
intuyendo que ese dispositivo no sirve para la gestión pero es útil como
auscultador político ocasional.
El intendente blanco es la expresión político-electorable
de una tensión entre la nueva fe estatal y una intuición política más atávica
que todavía capta los códigos de la intermediación social por fuera del
lenguaje institucional.
Desde que Cristina quedó como exclusiva expresión del proceso
kirchnerista, se afianzó la conformación verticalista del proceso de selección
política hacia el interior del peronismo bonaerense basado en un eje de
primacía estatal por encima de otras variables políticas y territoriales.
No hablamos
ya del “problema” de la creciente disminución de la representación de los
sectores periféricos en la conformación de las listas de concejales del PJ (un
proceso que data de fines de los ´90 y que torna bastante relativa la fluidez del “voto clasista” y toda lectura derivada)
sino de la alteración definitiva de la educación sentimental del dirigente
político, que antes se iniciaba en una interfase social
(territorio-partido-Estado) y ahora arranca en la superestructura estatal (Estado-partido-territorio).
Antes, la iniciación del militante rentado empezaba en la UB; en la generación endorsada por el kirchnerismo arranca con el manejo de
una UDAI, un programa regional de Desarrollo Social o un cargo en el directorio
de un banco público. Este trayecto presupone la naturalidad artificiosa de un “estado
con fierros” que define las percepciones políticas del dirigente, en la cual la política solo se entiende dentro del
canal institucional dado, sin la
posibilidad de reaccionar políticamente por fuera de él.
Si miramos las listas municipales del peronismo bonaerense
oficialista, vemos que esta tendencia dirigencial de eminente extracción
estatal ha ganado espacio de un modo poco
oneroso en la trama político-partidaria. Estamos en una etapa donde lo autónomo-territorial
es cooptado políticamente por la primacía estatal. La pregunta es si, evaporado
este último rasgo “movimientista”, existe una singularidad política en este peronismo que lo haga sobrevivir
competitivamente fuera del Estado en el futuro.
La tendencia de la política argentina (posmoderna al fin)
define su estricto campo de productividad en el manejo del Estado por encima de
otras capacidades políticas; es evidente que esto también trae un problema en
el campo de la representación si solo es el funcionariado el que puede representar,
con un acotamiento progresivo de la percepción política.
En la PASO provincial a gobernador quedó reflejada la
magnitud de este proceso: una fórmula palaciega de baja electorabilidad
(Fernández-Sabbatella) se impuso al neoherminismo territorial (Domínguez-Espinoza)
y fuera de ese esquema, la representación peronista renovadora (Solá-Arroyo) se
llevó un tercio de los votos panperonistas.
El encolumnamiento forzado de los intendentes blancos
oficialistas (sin representación formal dentro del PJPBA y sin lista propia en
la interna) detrás de su colega más defensivo para “defender” un espacio dentro
de la ecuación provincial que no pudo ser garantizado, dan cuenta de los muchos
problemas que el acuerdo Scioli-CFK no permitió canalizar por la vía política,
y que hacen posible que tanto en la provincia como en la nación se pueda
consolidar una opción "peronista" no oficialista con votos originados en una
elección ejecutiva.