Los países emergentes abaratan su producción y cierran su
horizonte distributivo. Los grandes de la región (Brasil y México) devaluaron y
van a un retoque de las estructuras de sus órdenes macroeconómicos para ver
cómo relanzan la combinación porcentual de consumo, inversión y exportaciones.
En la Argentina se agrega un ítem endógeno: la desdolarización de las
finanzas públicas, que confirma nuestra “pendularidad” de un Estado muy
prociclico cuando la economía privada galopa a tasas chinas y un Estado con
poco resto en el ciclo recesivo.
La crisis política de Brasil es la expresión de una tensión
clásica de su orden (macro) económico. No hay un problema de restricción
externa (la rebaja de la nota de S&P se centra en la cuestión fiscal y no
en la cuenta corriente), sino de inversión, que no colmó las expectativas para
relanzar el crecimiento.
Hoy, cuando en la campaña argentina hay
presidenciables que hacen un auto de fe de la inversión como la solución de
todos los problemas de la economía real, conviene resaltar la coyuntura
brasileña.
La relación que instauró el Brasil moderno entre la
democracia y el mercado es diferente a la que desarrolló Argentina desde 1983.
A la par de un orden político, Brasil fundó un orden económico, con un consenso
muy interdependiente dentro del sistema político.
Esta fundacionalidad brasileña tiene un nombre y apellido
habitualmente muy subvaluado por el análisis: Itamar Franco.
Franco asume sobre una grieta conjunta de la política y la
economía. Brasil tenía una Constitución pero no podía frenar la hiperinflación.
Los viejos partidos políticos que cohabitaron con la larga hegemonía del
partido militar, “blanqueados” en 1980, perdieron capacidad de representación.
Itamar Franco es un presidente “sin partido” que conduce a todos los partidos,
aprovechando la crisis de legitimidad de los viejos (PMDB) y la excesiva
juventud de los nuevos (PT y PSDB).
En un terreno donde nadie pisa firme, Franco juega a tres bandas:
convoca a un plebiscito para fijar la forma de gobierno federal (el pueblo opta
por confirmar el presidencialismo), promueve el Plan Real de estabilización y
“estataliza-coopta” la agenda social de los sindicatos y organizaciones
populares que habían jugado a favor del impeachment de Collor de Melo.
Sobre este trípode político, económico y social se funda el
orden democrático que rige al Brasil de nuestros días. En el plano político,
Itamar Franco fogonea el duelo PT-PSDB como ideal de la modernización bipartidista,
y en ese bienio (93-94) comienza la transfiguración del PT desde el laborismo
combativo al partido institucional de “izquierda”. Lula deja la calle y se
sienta en la mesa elitista de la partidocracia.
En el plano económico, el plan Real inaugura un diseño del
manejo político de la economía con pautas que, una vez vista la caída de la
inflación, se mantienen en el tiempo como “política de Estado”: metas de
inflación, de gasto y flotación cambiaria administrada que no varían
estructuralmente de un gobierno a otro, y que a su vez, funcionan como
legitimante dentro del sistema político. En el orden económico cardosista
descansa, hasta hoy, el sistema de partidos.
En el plano social, la presidencia de Franco incorpora
reclamos populares originados en la resistencia al gobierno militar a fines de
los ´70. Subsidios al desempleo, a la escolaridad, renta alimentaria.
Ante el
vacío representativo de los partidos, Itamar Franco suma al gobierno a
organizaciones sociales y financia parte de la campaña contra el hambre de
Betinho. Este plan permitió censar la población pobre que luego sería beneficiaria
de la asistencia focalizada de Cardoso (bolsa escuela, subsidio al gas y
subsidio de desempleo) y la renta unificada de Lula (bolsa familia).
Durante la hegemonía del PT, Lula se ata a la moncloa cardosista
con metas leoninas de inflación y gasto en su primera presidencia que no le
impiden abrir el grifo distributivo (arranca Bolsa familia). En los siguientes
ocho de Lula-Rousseff se amplían las metas, se airea el consumo, pero se
mantiene una política monetaria dura.
De ahí que la efervescencia política que hoy parece jaquear
a Dilma tenga poco que ver con políticas de fondo (Levy está haciendo el ajuste
para “proteger” un consenso macroeconómico del cual el propio PT participa como
partido de poder) y sí con un desgaste político: la pregunta es si los mismos gobiernos
que distribuyeron el derrame tienen la capacidad política de adaptarse electoralmente a una etapa donde los
incentivos sociales hay que producirlos.
Lo que vemos en Brasil es que se están moviendo las fichas
políticas de una manera muy interesante: el pedido de impeachment a Dilma me
parece exagerado, pero está dentro del juego institucional de la elitista y
profesionalizada política brasileña, y se trata de un juego previsto que el propio PT
conoce muy bien desde que Lula resolvió con perspicacia el tsunami del
mensalao.
Más importante que la cuestión institucional será lo que
pase en la reorganización del tablero político: Cardoso reconoció que en estos
años el PSDB se derechizó demasiado, forzado por la posición dominante del PT,
y salió a pedir una alianza formal del partido con Marina Silva para recuperar
el eje “socialdemócrata” y desbancar al PT con una estrategia más “populista”.
Al mismo tiempo, el PT busca que Cardoso y Silva se sienten a la mesa para evitar
el impeachment a Roussef, en defensa del viejo consenso itamarfranquista de
1993-94.
Las cartas recién se están repartiendo. El orden económico parece estar a salvo, hasta que la calle diga lo contrario.