No está para cualquiera esto de conducir políticamente el
país con la caja pública del Estado en franca desdolarización. Ausencia de
hegemonías, ausencia de mayorías. Del “viento de cola” al viento de frente. El panorama
“trabado” en las tendencias que dejó a la intemperie la PASO parece lejos de
empezar a ser metabolizado por Macri y Scioli.
Es posible que ese estado de situación y el “dinamismo”
poselectoral de Massa hayan obligado a Scioli a escenificar con Bein (dado que el
rubro “economía del partido del orden” luce bastante huérfano para Daniel)
algún tenor propositivo que le permita pescar “por afuera” del instrumental
electoral “duhaldista” del FPV.
Además de eso, Scioli convocó a “profundizar el espíritu frentista”
(sic) del dispositivo oficialista, gestualizando al menos el problema de
representación de su candidatura, aun cuando no haya decisiones políticas
disponibles para mitigarlo.
La omisión decisoria es lógica: Scioli no construyó
una política autónoma de autolegitimación que le permita “patrimonializar” su momento
electoral, y necesita la inercia postrera del kirchnerismo para “llegar”.
Ahí está la trampa de
toda “deconstrucción” de Scioli (no lo “condena” su pasado, sino su futuro): su
condición de “posibilidad” era la automática denegación a los Urtubey, los
Insaurralde, los Randazzo, y no tanto a ese hombre de paja llamado “progresismo
kirchnerista” que a esta altura de la velada ya no expresa ni potencia transversal,
ni la representación adicional que le supo otorgar a Kirchner.
Aunque no sea reconocido, esta mecánica (guiada por la
provindencialidad excluyente de Scioli)
se riñe bastante con la trazabilidad partidaria “histórica” que gran parte de
la teoría peronista ha elegido para autonarrarse. Son daños colaterales de la electorabilidad.
Macri parece anclado en la telaraña política de su 30%
nacional. Saca lo mismo que el Frepaso en 1995, pero con menos atenuantes que
Bordón-Alvarez. Macri tuvo “a su favor” dos candidaturas “peronistas” enfrente
y a la UCR adentro, pero no pudo quebrar, por ahora, la correlación de fuerzas
que el sistema político anuncia desde 2001.
Y la desilusión que se va haciendo carne en diversos
sectores narrativos y materiales del establishment coloca el eje en un tema central:
la poca permeabilidad de Macri hacia el votante no oficialista-panperonista,
que siembra de dudas tanto el tránsito hacia octubre como la performance en un hipotético
balotaje.
En ese marco aparece el Niembro-affair para aflojar la
baldosa del voto opositor tradicional que Macri aglutinó en agosto y lo coloca
en una inesperada situación defensiva frente a la fidelización de los votos de
la coalición Cambiemos.
El problema, mirada la cuestión más integralmente, es otro:
Macri convenció a su “vanguardia electoral” de que con una estrategia
presidencial y partidaria restrictiva podía ganar la elección.
Ahora, con los resultados PASO puestos, se tiene que hacer
cargo de esa responsabilidad política y no hacer crisis en un punto álgido: ese
en que tu electorado te pide que dialogues con el poder.
Massa hace la de Menem 88-89: patear, patear y patear, para
compensar déficits de partido y de caja. Juega a regionalizar el voto nacional
para obtener “ventajas comparativas” contra Macri y juntar los puntitos que lo
acerquen a la paridad.
Hay un activo político de Massa frente al “tropiezo” de Macri
en lo del realpolitiker Fantino: el tigrense no teme hablar de la economía, en una etapa donde el electorado es más proclive a "parar la oreja".
Pero hay un elemento “sociológico” que explica la “permanencia”
de Massa: el FR mantuvo un voto troncal de clase media baja urbana de 2013 a
2015; se trata de sectores sociales heterogéneos que hoy están en un punto ciego
de la agenda política.
Están tan lejos del blanqueo laboral como de los planes
sociales. Están lejos de las prioridades de Macri, y el kirchnerismo hace rato
que no tiene nada para ofrecerles. El desafío para Massa es cómo crecer sin
contradicciones con ese núcleo duro, sin “minimizarlo” temáticamente frente a
las exigencias del catch all.
Lo que vamos a terminar comprobando en octubre y en un
eventual ballotage ( y más allá, como ya parece temer el propio Pagni) es hasta
qué punto se mantiene la subsistematización del sistema político que "evita" el
bipartidismo.
Hasta el momento las performances relativas de Macri y Massa
parecen decir una cosa: que hay subsistema,
y una parte mayoritaria del electorado lo juzga como la vía más fértil y eficaz
para resolver las confrontaciones políticas.