El aprendizaje político de Lula maduró cuando las derrotas
electorales eran el santo y seña de una carencia: con el partido sindical no
alcanzaba. El PT se transforma en un partido político cuando se corre hacia el
centro: atenúa su vínculo originario con los movimientos sociales, coopta dirigentes
y partidos a la centroizquierda atomizada que le hacía perder elecciones (la
incorporación de Dilma es fruto de este proceso) y arma una coalición con
partidos que antes estaban fuera de la órbita operativa de la izquierda
brasileña (la vieja guardia partidaria nacida con el posgetulismo).
Después de una década de hegemonía, el PT mantiene niveles
de adhesión significativos. Pero ya pasado el pico distributivo, parece haber
una sensación: que Rousseff no puede ofrecer cuatro años mejores a los cuatro
discretos que se terminan este año. La canción ingrata de la clase media
lulista.
La aparición casi fortuita de Marina Silva parece
capitalizar parte de esa sensación, pero también puede ser la expresión del
reencuentro con una idiosincrasia política añorada, algo inasible (y acaso
mítico) que también juega un papel a la hora de votar. Sería más fácil sesgar
el análisis y decir que Maria Osmarina Silva es el caballo de troya del
establishment brasileño, pero las cosas parecen menos lineales.
Negra, analfabeta, mucama, campesina. Marina también es una
hija del Brasil. Se forma políticamente con Chico Mendes y con él fundan la CUT
y el PT en su pueblo, y hace la carrera política en el partido. Marina es un
cuadro político (lo que implica beber de las aguas imprevistas del carisma) y
en ese sentido lo es más que Dilma. Y es también la expresión de una anomalía
(similar a lo que fue Lula), de una filtración en una clase política brasileña
muy elitista y profesionalizada.
La idea del “engaño ideológico” de Silva al electorado
estaría mediada entonces por una pregunta previa: ¿sabemos qué está buscando el
votante brasileño en esta elección?
En los actos de campaña, Marina Silva no solo no critica a
Lula (sí a Dilma), sino que lo enmarca sutilmente en una historia común, y casi
en un giro gracioso lo evoca como el marido que abandona la casa conyugal.
Marina parece pendular: a izquierda hace guiños de autenticidad que
evidentemente molestan al petismo y a derecha (porque como opositora electoral,
su eje de disputa de votos es con el PSDB) despliega ortodoxia económica.
Sin embargo, su veta a la vez ambientalista, progresista, evangélica
y honestista tornan difícil determinar sobre que nichos sociales permea su
candidatura; es evidente que en términos de “programa político” su discurso es
bastante contradictorio, y esta debilidad puede terminar inclinando la balanza
hacia Dilma. Pero también es cierto que ningún votante elige estrictamente un programa
político cuando entra al cuarto oscuro.
Más allá del resultado, lo cierto es que el overshooting
electoral de Marina Silva (que tenderá a caer y estabilizarse en 1º vuelta) es
la representación de que a Dilma y el PT les está faltando lulismo.
Para Argentina sea Dilma o Marina, no cambia nada. El
Mercosur está frizado y la bilateral comercial tiene exportaciones cayendo
desde 2011. Cuando Marina culpa a la Argentina por el estancamiento comercial,
en realidad dice aquello que Dilma sottovocea. Uno de los asesores económicos senior
de Lula-Dilma, el heterodoxo Luiz Gonzaga Belluzzo (el otro es Antonio Delfim
Netto, ministro de la dictadura) dice que el problema es la escasez de dólares
de Argentina.
Como decíamos hace un tiempo atrás, la relación con Brasil
necesita de una postura más activa y agresiva del gobierno argentino. Sea con
Dilma o Marina, Brasil va a explorar planes B (BRICs, UE, AP, EEUU) que sean
acordes a su economía de escala, que obviamente, no es la de Argentina.
En ese sentido, y más allá de la interdependencia estratégica
que se necesita con Brasil, Argentina tiene que explorar y explotar su finita ventana
de oportunidad para materializar instancias de desarrollo, y eso implica una
política comercial activa con economías dentro de escala (África, los emergentes
asiáticos medianos, India).
Que en el plano regional la cooperación entre los países se
asiente cada vez más en organismos como Unasur y Celac para coincidir en
declaraciones políticas y se innove poco en la dinámica comercial de Mercosur
(de ahí la ventaja relativa que sacó la AP), es tal vez el síntoma de un cambio
en el proceso económico regional que se va imponiendo más allá de las rupturas
o continuidades políticas que se produzcan en los gobiernos de Brasil, Argentina
y el resto de la región, y donde la integración tendrá que avanzar más allá de
las diferencias políticas: la economía así lo va a reclamar.