Podría decirse que cada presidenciable se rige (hoy) por su
propia lógica de inserción a la disputa electoral antes que por la severidad
práctica de sus respectivos discursos políticos. Si las ventajas relativas que
los candidatos exhiben (Macri un proyecto opositor, Massa un liderazgo y expertise macroeconómica, Scioli un consenso continuista) son verosímiles para tramos
significativos del electorado, lo que hay que determinar es cuál de esas
opciones puede aglutinar una mayoría relativa.
En ese sentido, tanto Macri como Scioli han optado por una “fidelización”
del voto en función de estrategias que son concurrentes: afianzar el polo
oposición-continuidad para tratar de evitar drenajes en sus respectivas bases
electorales, antes que buscar la “liquidez” de las mayorías. Toda fidelización
es, por definición, a la baja. Scioli imbuido de dialecto kirchnerista, Macri
declamando que todo lo demás es peronismo: son estrategias conscientes de su
propio déficit de representación, y que de alguna manera, contribuyen a
sostenerlo.
Es evidente que Massa, por tributar a una lógica de
inserción electoral diferente a las otras, tenga una estrategia distinta, tanto
en el terreno del discurso como de la construcción política. El FR se origina
en 2013 como un desprendimiento del oficialismo y con un voto PASO donde la
base electoral se constituyó a partir de un voto poskirchnerista extraído al
oficialismo, a lo que se sumó luego el voto “desplazado” a campo panperonista,
tan progresivamente característico en el mapa electoral bonaerense, y que
podría calificarse como “voto opositor atenuado”, proclive a las anchas
avenidas. El desafío de Massa es instalar esa ecuación a nivel nacional.
Podría decirse entonces que el caudal electoral de Massa no
se estructuró sobre la base de la polarización, y también que en general
ninguna mayoría silenciosa se basa sobre esos parámetros a la hora de votar. A
su vez, Massa es tributario de su propia lógica electoral al efectuar una
acumulación frentista de orden transversal que no está presente ni en el FPV ni en el PRO, y que en la política
posmoderna es importante a la hora “demostrar” la representación con la que
cuenta un proyecto de poder para amortiguar políticamente y sostener ese plus
de gobernabilidad que toda hegemonía que se inicia necesita en los primeros
meses de gobierno. Una transversalidad operativa es, antes que una muestra ideológica,
un síntoma de autoridad política.
En sentido opuesto, Scioli va con un esquema duhaldista de inserción
electoral que privilegia la ortodoxia defensiva. En el plano interno también
despliega un esquema ortodoxo al privilegiar una alianza relativa con los
gobernadores (muchos de ellos sin reelección, y por lo tanto sin incentivos)
que desecha el lugar de los intendentes dentro de la institucionalidad
peronista. Hace unos meses dijimos que la agenda política de los gobernadores
no es la misma de los intendentes.
En el caso de Macri, se privilegia el esquema de “partido”
sin atisbo de acumulación frentista: un modelo “europeo” que ante el desorden
representativo del orden político argentino termina expresando limitaciones
representativas y territoriales que luego se reflejan en la índole de las
posibles alianzas políticas.
En un cierto punto, la acumulación y control de orgánicas
diversas, y hasta contradictorias entre sí (el barro y la bosta) son la prueba
de la blancura para cualquier liderazgo que se precie de ser tal.
Sin embargo,
tanto Scioli como Macri al recostarse sobre las capacidades instaladas de sus
respectivos “partidos”, parecen ir por un sendero contrario, donde la falta de
liderazgo limita la capacidad de representación, en total coincidencia con el
polo oposición-continuidad que pretenden usufructuar.
Esas mismas diferencias se verifican en la relación de Massa
y Macri con el panradicalismo. El dilema de la conducción nacional de la UCR se
debate entre aceptar la estrategia territorial o la del partido: ganar
gobernaciones o colar cargos. Concertación plural o frepasismo. En el fondo, se
trata menos de un problema ideológico que de construcción política.
Como parte
de la estrategia a la baja del efepeveísmo, es lógico que de hacer el
panradicalismo un acuerdo, prefieran que lo haga con Macri. Pero como dijimos
hace meses, la índole de un acuerdo UCR-PRO no es aritmética, porque siempre
habrá un radicalismo de gestión (con pretensiones bipartidistas en el horizonte) que se irá con
Massa.
Si la discusión de la víspera en el efepeveísmo es si van con
candidato único a las PASO o dejan jugar, lo que entonces no estaba tan claro
era la marcialidad de los números partidarios por encima de la electorabilidad.
El fantasma de la PASO de candidatos por sobre la de partidos llegó a puerto
kirchnerista.
Oblicuamente, esta inquietud da cuenta del estado de situación de
la puja bonaerense entre FR y FPV y la eficacia de la reducción de daños en el
GBA, ya sin “fierros” provinciales y nacionales que incidan en la ecuación
municipal.
Es evidente que las PASO sirvieron para reducir la
testimonialidad del sistema de partidos pero que también crearon una dinámica propia
a cargo del electorado que las formaciones políticas “tardaron” en decodificar.
Sotto voce, son cada vez más los dirigentes y militantes de todos los partidos
políticos (pero sobre todo, y ésta es la paradoja, de los más competitivos) que
advierten que el mecanismo tiene singularidades “no previstas” por el
legislador.
Desde que el sistema está en vigencia, el efepeveísmo como
partido de gobierno prácticamente no celebró la interna en los rangos
subnacionales, y en el 2013 el FR tuvo más primarias distritales que el partido
justicialista bonaerense; es por eso que la “estructura” piensa que hay que
recalibrar la lectura de la ecuación de electorabilidad-territorialidad que
emerge de las PASO.
Esto explicaría también las reservas de los intendentes efepeveístas
a anticipar un apoyo explícito a Scioli, el jefe político del kirchnerismo
provincial y candidato presidencial de esa formación, a menos de un año de las
PASO. Para muchos de ellos está latente la experiencia de 2011, cuando los que
pidieron lista “dentro” de la interna cobraron peor que los que fueron con la
boleta muletta (o la boleta corta), una situación que da para que las
ambulancias extremen sus trabajos a medida que se acerque el cierre para las
PASO.
En el plano económico, la tregua cambiaria expresa en qué
medida la macro permanece intocada, y por lo tanto, en qué medida cada vez que
Scioli habla de economía, habla de un wishful thinking y no de los datos duros
a partir de los cuales se construye una estabilidad económica para “airear”
cualquier hegemonía política. En ese campo, las ventajas de Massa con su legión
de economistas del partido del orden son evidentes.
La baja del dólar con emisión de deuda en títulos del tesoro
dollar linked implica que las propias expectativas cambiarias que el bono
genera se transfieren más allá de diciembre de 2015, con una lógica de
endeudamiento bastante “lesiva” para las finanzas públicas (con dollar linked
suelen hacer sus endeudamientos forzados Scioli y Macri) que le agrega
presiones devaluatorias al próximo gobierno.
Muchas veces la pax financiera se
logra en base a la caída de la economía real.
La paradoja es que el gobierno de
Cristina no pueda sofisticar su macro para oxigenar el poder adquisitivo por la
vía tributaria, ya que el asalariado va a “financiar” estos papeles a 8,50.
Por
el momento, con las cotizaciones del bono de ypf no se come, no se cura, ni se educa.