domingo, 23 de marzo de 2014

Intransigencia y movilización



Es posible pensar que desde aquel momento en que el PEN avanzó en una corrección clásica (disminución indiscriminada del salario real) del problema macroeconómico, las expectativas de representación se tornen más modestas de cara al 2015 para quienes pretenden encarnar una “continuidad nominal” partidaria en relación exclusiva a lo que supo representar la década kirchnerista. Desde el oficialismo se construye esa representación modesta como autosuficiente. No hay un horizonte distributivo que facilite la evocación de viejas y mejores épocas como palmarés a ser voceado electoralmente como garantía continuista, pero el efepeveísmo no tiene muchas alternativas: tiene que vender la “reducción de daños” como proyecto de futuro.

La liga de gobernadores del PJ es la que busca darle cuerpo teórico a este complejo pasamanos político y mostrarlo como autosuficiente; son mecanismos defensivos lógicos desde los cuales se pretende “transmitir expectativas” al subsistema peronista y al resto de los partidos políticos. Se trata por ahora (y por bastante tiempo) de un “juego de cúpulas” que no está encajado en ninguna situación electoral concreta; habrá que ver, finalmente, si las expectativas que busca instalar el grupo de gobernadores subestiman o no las que ostente el electorado en el momento oportuno.

El riesgo de las expectativas también corre para Massa, pero con algunas diferencias. El intendente-diputado viene con la inercia electoral de 2013: esto implica que no viene con una expectativa debilitada por una deuda continuista a la que tributar; para el electorado que lo votó y para muchos de los que no lo votaron, esta es una diferencia que ya quedó clara, y es posible que juegue un papel cuando las propias expectativas del electorado se empiecen construir.

Hay que tener claro una cosa: la amortización positiva del consenso kirchnerista es un sentido común que no necesariamente se expresa en una “continuidad nominal” partidaria, si la amortización negativa que deja ese consenso también es significativa. Quién fermenta expectativas cruzado por estos sentimientos no piensa (por ejemplo) en lo “neoliberal o no” que puedan ser los candidatos, ni en qué grado de barbarie “retorna” para “degradar la política” si entendemos que en la década que se va fue virtuosa su práctica. Lo que más asusta hoy a la clase política es cómo se va a terminar garpando electoralmente el consenso de continuidades y rupturas que deja el kirchnerismo y qué va a terminar pesando más en la balanza. El gobierno tuvo dos años y todas las herramientas para anticiparse a la sensación de “golpe de mercado”, y este es un dato político concreto que no deja bien parado al bienio cristinista en el rubro “expertise del partido del orden”.

La devaluación funcionó como el atajo macro para generar expectativas en la sutura de reservas, oxigenar la balanza comercial (encareciendo importaciones, y no tanto fogoneando exportaciones) y de paso licuar déficit fiscal (que no es lo mismo que bajarlo), pero antes de todo eso, bajó el costo generalizado de la mano de obra en  toda la trama productiva del mercado interno.

Conviene recordar que el último gobierno argentino que hizo un trabajo fino y planificado sobre las cadenas de valor y la estructura de costos de cada actividad productiva por separado, con muchos “fierros weberianos” y mucho Estado técnico por área productiva para evitar el cíclico atajo devaluacionista fue el de Perón-Gelbard de 73-74. A tal punto el gobierno de Cristina hizo algo del todo contrario a sus posibilidades, que muchos analistas filokirchneristas trataron de explicar positivamente que esta devaluación se hizo mejor que la de Krieger Vasena en 1967 (considerada por muchos como la devaluación mejor ejecutada de la historia argentina). Quizás se trate en este caso, también, de las expectativas modestas que quiere instalar el oficialismo de cara al 2015.

Sin viento de cola distribucionista para adelante (más bien evitar que suba el desempleo), la zona árida de la “agenda del desarrollo” que se promete no tiene derechos adquiridos. Nada hace prever que Urribarri, Scioli o Randazzo tengan mejores credenciales que Massa para continuar algo que es distinto.

Mas allá de las fotos y las encuestas, parece más pertinente hacer una lectura de la relación que cada formación política puede entablar con el electorado.

El Frente Renovador todavía se apropia de la inercia electoral, pero la movida contra el nuevo código penal, después de la espuma mediática, le sirvió para dar un segundo paso más político con la recolección de firmas en el territorio donde el despliegue del aparato militante tiene una función central.

Así Massa trabaja sobre sectores medios y medios-bajos que los partidos no peronistas sólo cortejan en la instancia electoral; esto le permite conservar los votos de 2013 y en la misma movida territorial (que en la práctica no se limita a que la gente “firme” un petitorio) fomentar el desplazamiento del voto no peronista a terreno panperonista (que se evidenció como dato crucial en la PBA 2013) y consolidar el voto “kirchnerista” (voto PJPBA clásico) de 2011 que fue al FR y que ahora es núcleo duro massista (doctrina Meler).

Esta segunda etapa del despliegue territorial del FR en el 2014 tiene dos cauces: profundizar el formato liga de intendentes y acaparar las estructuras peronistas móviles provinciales que tarde o temprano varios gobernadores van a necesitar para la desdoblada provincial, y más que nada (y ahí surge el problema efepeveísta) para el engorde de octubre 2015. Por eso Massa no se saca fotos con gobernadores, y a Scioli no le queda otra que sacárselas.

El pica-pica de la PBA (provincia que va a traccionar casi en soledad en octubre 2015) entrega en ese sentido una lectura interesante hacia el electorado. Si los teoremas de Artemio López y  Juan Amondarain buscan definir comportamientos nacionales, el teorema de Othacehé entrega datos que pulsan sobre los cascos seccionales madres del conurbano: más allá de su supervivencia personal, lo que Othacehé refleja es que como mínimo la distribución del voto FPV-FR en la 1º Sección no va a modificarse para 2015, y que el voto no está tan clasistamente territorializado como para alterar cualitativamente una tendencia electoral.

Por eso el teatro de operaciones de Massa sigue siendo la PBA, y en especial el 1º cordón de la 3º Sección (donde el despliegue de la campaña de firmas es más extendida que en otros territorios). Hay que aclarar algo: hoy, y fuera de la instancia electoral, los únicos partidos movilizados son el FR (Massa considera que el FR tiene que avanzar en la movilización y disputar el control de la calle con el kirchnerismo si esto fuese necesario y por eso prepara un armado con gremios, MMSS y organizaciones que funcione como línea interna); y el FPV en aquellos casos donde los intendentes salieron a “militar” el DNI y el Pasaporte a la calle para tener alguna presencia en el tramo societal de la doctrina Meler, pero son pocos municipios los que tomaron esta decisión.


Es lógico que el efepeveísmo desempolve la épica del 40 + 1, pero en la práctica habrá que ver que pasa con el minuto a minuto en la PBA, porque ese va a ser el deadline de cara a lo que marquen las encuestas de abril-mayo 2015, y que van a definir cómo se organiza el combo electorabilidad + territorialidad de cara a las PASO.