Pese a ser figura central de la política nacional desde
1943, cuando Perón afrontó la campaña electoral de 1946 lo hizo publicitándose
como aquel que estaba fuera y en contra de la clase política (la llamada
partidocracia) para generar su representación; en 1988-89, Menem utilizó una
táctica similar tanto para enfrentar la interna con Cafiero (donde el riojano
iba “contra” el partido en manos de la renovación y su alianza de
gobernabilidad con el alfonsinismo declinante) como la general contra la UCR : Menem, que ya tenía más
de quince años de presencia en la política nacional, representó electoralmente
aquello que venía desde afuera del sistema partidario para cuestionarlo y
generar las expectativas de purificarlo. Este mecanismo de saturación del
vínculo carismático, alargando la relación hacia la sociedad y acortándola
contra el statu quo que expresa la clase política en un tiempo determinado, es
un recurso de la representación peronista que está en su adn histórico.
Nadie nunca pensó estas conductas (a)-políticas como reflejo
de la antipolítica, de la ruptura de
diálogos y consensos o de un oportunismo inescrupuloso que “defrauda” la honestidad
intelectual de la clase política. En mucha menor escala a los ejemplos dados y
tan sólo en un tema puntual (la reforma del código penal), Massa utiliza ese
recurso que la política sirve a disposición de sus actores desde tiempos
inmemoriales.
La falta de músculo kirchnerista y opositor para analizar la
cuestión se refleja en una frase: Massa
irrumpe malamente y rompe consensos preestablecidos. Esta definición
coincidente diagnostica, al pasar, dos cosas: el problema de liderazgo político
del fpv (falta de franeleo y runfleo abajo)
y el problema electoral de las oposiciones no peronistas. Es lógico entonces el
coro de lamentos contra Massa, porque nada le conviene más a un liderazgo débil
que una oposición con problemas electorales. Por eso Cristina prefiere la
“cooperación” de Macri y la superestructura
de la UCR para
armar un “consenso de salida” favorable para ella, pero que contradice la
necesidad de los que quieren gobernar la nación en 2015 de construir una
instancia de representación política que otorgue un cierto plafond inercial que
permita acomodar la gestión en el primer tramo de gobierno.
En la discusión del código penal fluye esta diversidad de
consensos contradictorios entre sí: el de un sector de la clase política y la
academia que se refleja en la comisión que redactó el anteproyecto (de vínculo
carismático contractivo o nulo) y el de otro sector de la clase política que
compatibiliza con una base de de valores que arraigan en una parte
significativa de la sociedad (de vínculo carismático alargado o expansivo).
Aquí surge una pregunta lógica: ¿qué consenso se quiebra? ¿qué
consenso se sostiene? El kirchnerismo y la oposición con problemas electorales
le piden a Massa algo inviable: que sacrifique un consenso social a favor de
otro acotadamente político y defectuoso. Porque lo que subyace por el costado de esta reforma del
código penal es la exclusión política de una realidad social concreta: el aumento del delito violento dentro del
universo de delitos, tanto en la provincia de Buenos Aires como en la nación.
Es por esta razón que Cristina dejó de publicar estadísticas oficiales del
delito hace varios años y Scioli las dejó de publicar desde el año pasado. Es
evidente que parte de esta realidad, tangible para muchos argentinos, no está
reflejada en muchas decisiones teóricas que contiene el nuevo código penal como
la eliminación de la reincidencia, la disminución de la escala penal y algunos
agravantes en ciertos delitos irritantes (violación, robo violento) y la
inaplicabilidad práctica del régimen de penas alternativas a la de prisión.
Todo esto implica una cierta lectura política de la realidad por parte de
quienes redactaron el nuevo código, y eso señala Massa, descorriendo un poco el
velo académico del asunto.
Insistimos con una cosa: Massa no explota abstractamente un
sentido común punitivo, sino que se asienta en fallas concretas del nuevo código
cuyos efectos se van a ver en la práctica, y desde ahí suelda su relación con
un consenso social afín. Solo quienes tengan una mirada testimonialista de la
política pueden ver en el gesto de Massa una ruptura de diálogos y consensos.
Pero hoy el kirchnerismo está viviendo una situación retórica testimonial que
coincide con un problema más amplio y más político de representación que es inherente
a una resolución ortodoxa de la coyuntura económica que “alarga la vida” pero
que no tiene oportunidades de generar plusvalía política a futuro, y que en el
gobierno creen que debe “cubrirse” con más “dialecto kirchnerista” y no con
menos. Por eso le abrieron el grifo a Urribarri.
Esa nueva veta testimonial explica por qué en su momento NK
recibió a Blumberg antes que cuestionarlo y por qué ahora Cristina no recibió e
ignoró a los familiares de las victimas de Once. Los posicionamientos en torno
al nuevo código penal confirman esa ruptura de NK a CFK, y explica por que de
los dos consensos (el de los partidos y el de la sociedad), prefieren optar por
uno y desguarnecer el otro. Son decisiones políticas. Massa, enmarcado en un
proyecto político propio, ha decidido tomar las suyas. Política, como hace
doscientos años.