martes, 8 de marzo de 2016

Castillos de naipes



El logro más importante de mi gobierno fue Tony Blair.

Margaret Thatcher,
cuadro del partido del orden británico, 2002.


En el plano macroeconómico, el gobierno de Macri decidió apostar a un posibilismo previsible, aun cuando la situación otorga un margen de maniobra para un mejor trabajo de sintonía fina: por ahora solo se hace política fiscal y monetaria que ni siquiera llega a expresarse como un inflation targeting rígido sino como una ganancia de tiempo para cerrar con los holdouts y que los dólares financieros empiecen a “tocar” la economía a partir del segundo semestre.

La fase productiva del plan económico (la más compleja y la que requiere más expertise política) parece diferida, aun cuando el Estado ya cuenta con herramientas para empujar exportaciones que devuelvan dólares rápidos para levantar el mercado interno.

La primera vuelta de la elección presidencial dejó la marca de las preferencias electorales reales, y expresó un empate no hegemónico que transversaliza a lo largo de todo el escenario político, con independencia de los ganadores y perdedores efectivos del turno electoral.

En ese sentido, es el parlamento nacional la caja de resonancia de esa densidad política que busca instaurar una nueva dinámica entre oficialismo y oposición, muy alejada (por nombres propios y correlación de fuerzas) de la que había regido durante la hegemonía kirchnerista.

Macri no tuvo que convocar a sesiones extraordinarias para que se produjera una fractura inicial del FPV; ahí ganó y evitó amortizar “roce” en una zona que el gobierno todavía juzga infértil.

Otro desafío que Macri hasta ahora resolvió positivamente es la contención de la UCR (vedándole todo espíritu conchabista en el PEN) dentro del interbloque Cambiemos, donde todavía no aparecieron las “fugas temáticas” que la UCR partidaria solía exhibir ante sus propios Ejecutivos (Alfonsín y DLR).

Con cierta eficacia para disciplinar estatalmente el frente interno legislativo, el gobierno trata ahora de prorratear los incentivos hacia el archipiélago panperonista: Massa por un lado, los gobernadores del PJ por otro. Este aspecto de la relación parlamentaria transita por un camino a-partidario, en el cual las productividades políticas germinan en el aquí y ahora de la gestión: son las zonas del estado y no las del partido las que definen, todo el tiempo, la relación de la política con la representación. 

De ahí que la tendencia a la negociación se haga en defensa propia por cada espacio político y no tanto “en favor” de Macri, como el unidimensional análisis “resistente” suele equivocadamente leer.

La vía vandorista lúcida tuvo distintas fases, y de ellas puede extraerse la posición diferencial que cada sector panperonista ocupa en el tablero opositor.

Massa, consciente de que tiene una capacidad instalada institucional inferior al PJ, se apuró a acaparar la negociación con el gobierno y hacer la ocupación de espacios antes que el PJ, aprovechando el lastre orgánico con que el kirchnerismo obtura la maniobra vandorista dentro del efepeveismo. Precisamente, lo que desde el kirchnerismo se designa como “cogobierno”, no es otra cosa que esa puja entre el FR y el PJ frente a Macri para defender su posición relativa “opositora” en sincronía con la naturaleza de los votos recibidos en octubre.

La definición parlamentaria del 15% de coparticipación a las provincias verificó como esa puja intraperonista va ampliando la lógica vandorista: el PJ ahora ve como necesario ocupar la franja negociadora que detenta Massa, y le pide a Macri que negocie con ellos directamente. El PJ “puede” querer negociar con Macri, pero el problema es la latencia del lastre orgánico kirchnerista que no permite completar la jugada vandorista. No obstante, la negociación inicial de Massa hace crecer la pulsión negociadora del PJ y por lo tanto éste exacerba su tensión interna con el kirchnerismo.

Como vemos, la disputa entre FR y PJ afianza la tendencia negociadora de la política parlamentaria y a la vez mantiene esmerilado pero vigente el punto de anclaje “obsoleto” (la estatalización partidaria) que sostiene el vínculo coalicional entre el PJ y el kirchnerismo dentro del efepeveismo. Eso hace que los gobernadores deban negociar a título personal y/o regional y no tanto en nombre del partido, y que Massa termine garantizando más y mejores incentivos, también por encima de cualquier posición partidaria.

La prevalencia de una tendencia negociadora puede ahondar la proliferación nominal de bloques (sindicales, provinciales, regionales) dentro de todo el peronismo parlamentario que operen por afuera de los encuadres partidarios. 

Para saber si esto perjudica o no la cohesión política de cada fuerza parlamentaria, hay que analizar cuál es la posición relativa de cada jugador para conducir el “desorden” de la balcanización legislativa: no es lo mismo una balcanización táctica que se “ordena” elásticamente en un interbloque que refleja el verdadero alcance del manejo político (por ejemplo, las “concesiones” de Massa a dos gobernadores ganadores como De la Sota y Das Neves) que una balcanización operativa originada en un fallo de conducción cuyo núcleo supérstite rechaza toda vocación interbloquista (por ejemplo, la merma numérica del FPV con la escisión del Bloque Justicialista o la comisaría política de Capitanich a los legisladores chaqueños) y solo admite el encuadre legislativo detrás de los que fueron derrotados.

viernes, 22 de enero de 2016

Jujuy y los lobos





Cuando Gerardo Morales tuvo que explicar las causas de su acceso a la gobernación, optó por las razones políticamente más silvestres: el Partido Justicialista jujeño había abandonado la calle, el manejo del Estado no había generado una actualización policlasista de su representación sino más bien una pérdida en su propia base social.

La explicación de Morales, más política que “republicanista”, sirve para entender cuáles fueron las mutaciones recientes del sistema político jujeño y hasta qué punto el nuevo gobierno encara, en la confrontación con Milagro Sala, una discusión por el poder político provincial que trabaja sobre las “ausencias” que fue dejando por el camino la hegemonía justicialista de los últimos diez años (el triunvirato político-económico Fellner-Jenefes-Rivarola).

La disputa con Sala transita por un carril meramente provincial: hay poco Macri o PRO que pulse sobre la sustancialidad de la política jujeña, de ahí que la “nacionalización” del conflicto incurra en distorsiones que solo tienen productividad política para la posición del kirchnerismo dentro de la “interna peronista” pero explique poco sobre lo que se discute políticamente en la provincia y sobre el peso genuino de las preferencias electorales: Macri salió 3º cómodo en la elección presidencial jujeña, lo cual derivó en una “interna general” peronista entre Massa y Scioli que ganó Massa.

Morales había interpretado ese escenario a la hora de conformar el esquema coalicional: fue el único candidato radical que entendió que una provincia peronista se gana con peronismo y que para desplazar una conformación feudal hay que participar de ese slang idiosincrásico en la trama de las decisiones y el armado partidario.

A diferencia de los peronismos de la región, el PJ jujeño no pudo sintetizar una representación aggiornada que cabalgara la etapa kirchnerista, y en esa fisura entra Milagro Sala para gestionar el “trabajo sucio” frente a los sectores más pobres que Fellner termina por delegar, quitando al Estado y al partido de esa zona de roce político, con dos daños centrales: distanciar al electorado pobre de toda fase institucional en la que el propio peronismo se reconoció históricamente, y perder la adhesión de sectores medios y bajos no estatalizados que dejaron de ver en el PJ al partido del orden provincial a partir del ingreso de Sala en la ecuación electoral (tácita o concreta) del FPV.

En la PBA, la peligrosidad futura de esa intrusión fue olfateada por los intendentes cuando Kirchner le colocaba “por arriba” a los movimientos sociales con fierros ministeriales para porratear el manejo de planes y cooperativas. Esa puja fue abierta entre 2005 y 2008 en casi todos los municipios del conurbano y ganada por los intendentes “por abandono” cuando Kirchner se tuvo que apoyar en el PJ para aguantar políticamente el conflicto con el campo.

En Jujuy, la eficacia política de Sala para manejar obras la capitalizó a costa del Estado jujeño, pero como en toda lógica vandorista no lúcida, no hay una traducción político-electoral disponible para coronar estos procesos no estatales. 

La inanición política de Sala mostró vicios típicos: un manejo político muy rústico para disciplinar a los beneficiarios, la imposibilidad de crear un “movimientismo” autónomo de los fondos estatales, y fuera de la “emergencia socio-económica” que la vio nacer, crecientes dificultades para contener adherentes políticos que derivaron en el manejo discrecional de caja y beneficiarios con fines menos sociales que políticos.

Morales detectó dos cosas: que la alianza con Sala había liquidado al PJ y que el Estado provincial tenía una obligación irrenunciable (a la que había renunciado): recuperar el manejo institucional de la asistencia social.

Apalancado en el frescor del 58% de los votos y un consenso entre los beneficiarios de que era mejor bancarizar el cobro de planes y asignaciones y blanquear las cooperativas (para que los beneficiarios tuvieran obra social), el decisionismo de Morales apunta a reconstituir la autoridad del gobernador sobre una trama de sensibilidades bastante fiel a la epidermis peronista “perdida” durante el fellnerismo. En ese sentido,  detrás de la disputa con Sala está la decisión hegemónica de Morales de “reemplazar” al PJ como partido del orden y recuperar una relación política con la clientela de Sala.

El desafío para Morales es que la disputa central con Sala derive en una política social cualificada por el retorno del Estado. Si este casillero no se llena antes que otros, los problemas de gobernabilidad y cohesión electoral surgirían. De ahí que el conflicto con Sala sea previsible con toda su rispidez política: al PJ, evitarlo le costó la salida del poder.

La comprensión que tiene Morales de la dinámica “peronista” de la gestión en Jujuy explica también los desplazamientos que ocurren dentro del sistema político provincial: la hegemonía fellnerista dejó al PJ sin interfaces de reproducción interna. No hubo ni mochilas, ni bastones, ni mariscales. 

No hubo camadas nuevas que dentro del dispositivo justicialista funcionaran como anticuerpos de la mesa ratona de Fellner-Jenefes-Barrionuevo para oxigenar representación. 

La mayoría de las familias políticas históricas que mantuvieron aireado al PJ (el vicegobernador Haquim, los Snopek, los Perassi) migraron del FPV y se agruparon bajo el paraguas de FR-UNA para constituir la renovación peronista realmente existente en la provincia, y vieron un mejor esquema de poder en la coalición de Morales que en el PJ.

Más allá de la detención de Sala (que no obedece al acampe sino una especie de prisión preventiva por entorpecer la investigación de delitos de la que se la acusa), lo que se expresa en Jujuy son las mutaciones de un sistema político que durante estos últimos años estuvo atravesado por una anómala disminución de la soberanía estatal que liquidó a su autor político, y que en cualquier discusión real por el poder, volvería al centro de la escena como un derecho legítimo del Estado a restitutir. Solo se trata de política.

martes, 12 de enero de 2016

La gran aldea bonaerense




La derrota del Partido Justicialista en la provincia de Buenos Aires en una elección ejecutiva para gobernador fue el evento político que le dio cierta irreversibilidad ganadora a Cambiemos en el balotaje nacional. 

El humor social bonaerense fermentó al calor de una constelación de abandonos de representación en temas como la inseguridad (y dentro de ella la proliferación del delito violento), los servicios educativos y sanitarios exangües que no encontraban un correlato con la presión impositiva exigida por el gobierno peronista provincial a los sectores medios-bajos no estatalizados, y ya dentro de la instancia electoral, la detección de que la candidatura ofertada por el peronismo oficialista no sintonizaba con un esquema de representación “ganador”.

El triunfo de María Eugenia Vidal está integrado por dos fases sucesivas (pero bien distintas) de acumulación de votos: en las PASO cohesionó con eficacia el voto no peronista para llegar al 30%, y a partir de allí hubo una suma silenciosa de voto panperonista de 10% para llegar a los 40% de la victoria. Vidal mostró una mayor capacidad expansiva que Macri sobre el mismo territorio, y a la vez quebró la tendencia ascendente de voto panperonista bajo el que la provincia evolucionó porcentualmente desde 1983 hasta hoy.


La composición del voto a Vidal sirve para mapear las posibles fortalezas y límites de su gobierno, pero también algunas de sus singularidades frente al escenario político nacional, la integración coalicional de Cambiemos y los intereses del gobierno nacional...



jueves, 3 de diciembre de 2015

La oposición cultural a Macri




Mientras asistimos a un gobierno saliente que no puede garantizar el funcionamiento administrativo del acotado sistema de precios cuidados hasta el 10 de diciembre, la llegada de Macri al manejo de la caja obliga a las distintas fuerzas políticas que no gobiernan a reinventar su posición político-operativa frente al nuevo gobierno.

En el mediano plazo, Macri va a manejar los ritmos políticos, o por lo menos, va a ser quien esté en mejores condiciones para hacerlo. En esta instancia y desde el punto de vista instrumental, se abren dos vertientes de la forma opositora: una oposición cultural, más abstracta y conceptual, un antimacrismo de clase media bastante lineal y atemporal, que suele reaccionar de la misma manera frente a coyunturas políticas diferentes.

Por otro lado, una oposición socioeconómica de agenda, más pragmática y puntual, y por lo tanto con un origen y un impacto más policlasista (y por lo tanto) de una naturaleza más intersticial y ambigua.

Es probable que si a Macri le va “muy mal” ambas oposiciones tiendan a fundirse, pero también en ese caso la eficacia dependerá de cómo matice los ingredientes el opositor de turno. Si a Macri no le va mal, la elección de uno u otro instrumental definirá de manera bastante central la consistencia representativa de los que compitan en 2017-2019.

Lo que se ve en la víspera es que el efepeveísmo tiene una inoculación cristinista potente que trabaja por afuera del estricto “microclima mediático” y fluye a la instancia político-territorial. Quizás la “cristinización” declamativa de Scioli como único recurso electoral sea la evidencia más nítida de este callejón sin salida.

El problema no es nuevo: hace tres años y medio, en un documento de “circulación interna” donde se analizaba con detalle y todavía “desde adentro” el rumbo de la política territorial bonaerense (y que termina de confirmar que la escisión massista no fue un capricho sino el producto de un largo proceso de lecturas desapasionadas que fueron detectando sucesivas fallas en la operatividad peronista), surgía la división entre “progres” y “pragmáticos” y se mencionaba la posibilidad de que una parte considerable de los territoriales comprara “el juego nacional” de Cristina por encima de sus propios intereses y dinamitara representación. Lo que no sabíamos en ese entonces era que Scioli y gran parte del entramado institucional del PJ realmente existente también iba a comprar el yeite cristinista y que Fernández-Sabbatella sería la formula bonaerense del partido justicialista. 

Kirchner constituyó intelectualmente al efepeveismo en el cruce entre un imaginario setentista a saldar y el peronismo clasico de los cincuenta. En esa operación hay dos salteos deliberados: el de la hegemonía peronista de los ’90 y otro más central e imperdonable: el de la transfiguración operativa del peronismo en los ’80, que fija un nuevo perfil de liderazgo (que termina “explicando” a Macri, Scioli y Massa) y determina un hecho político sustancial: es ahí cuando operativamente el peronismo firma al pie de la democracia liberal y entrega los fastos intelectuales del pasado para construir una representación que le otorgue supervivencia y competitividad política.

La derrota de Scioli y la permanencia resiliente de Massa (que la maquinaria peronista oficial no pudo deglutir) explican parte del fenómeno que no saldó el kirchnerismo: en un PJ sin conducción, la tendencia de una amplia dirigencia es “mantenerse en lo conocido” que dejó el kirchnerismo en ese cruce de antiliberalismo cincuentista, jauretchismo de salón y progresismo cultural, ese “kitsch histórico” que, como dice el enorme Javier Cercas en El Impostor, no te permite leer las verdades ambiguas que ocurren en la realidad social. De ahí la naturalidad con la cual el efepeveismo, empezando por Cristina y Scioli, ya salió a ensayar la oposición cultural a Macri.

Ese flanco significativo de representación que deja afuera la opción cultural del PJ, en parte ya fue captado por Massa y constituye el centro de gravedad de sus pretensiones expansivas. La idea de una oposición más socioeconómica de “tema por tema” (ganancias, 82% móvil, primera infancia) permite construir representación de manera más genuina, más tangible frente a las apetencias electorales.

Cuando Juan Carlos Mazzón acuñó el salmo “peor que la traición es el llano” daba pista a una actualización doctrinaria que se refería al empaste estatalizado de la operatividad peronista que sembraba dudas sobre una eventual supervivencia “resistente” y certificaba el reflujo movimientista del peronismo hegemónico entre 1989 y 2015.

Ese riesgo explica por qué ahora, con Macri en el poder, las elites más lúcidas de las distintas dirigencias panperonistas pretenden afianzarse en el lugar de la “gran Cafiero” frente al nuevo presidente, descartando otras opciones más llaneras.

En esa interfase parece primerear Massa frente a otras instancias opositoras: el acuerdo con María Eugenia Vidal que le permite ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados de la PBA representa una zona institucional de puja parlamentaria, pero también una zona política que permea hacia los municipios, en la medida de que Massa comienza a disponer de incentivos para acompañar a sostener la viabilidad de territorios que pueden quedar fuera de la oxigenación plena del presupuesto nacional.

Es un juego que recién empieza, pero que marca cuales van ser las reglas del vandorismo lúcido que se juega fuera del desierto resistente al que hoy aspira el efepevesimo, juego del cual ya participan algunos gobernadores que captaron “a tiempo” cuál era la verdadera personalidad política de Scioli  (Beder/Casas, Verna, Urtubey)  y fueron al juego directo con Macri.

Sin embargo, sería una presunción verosímil pensar que Macri también tenga reservado otro juego (y preguntarse si ahí no hay una diferencia operativa con Vidal): la carta de fogonear a Cristina como la opositora elegida, tanto si las brevas se pudren antes de tiempo, como si la llegada al medio término de 2017 es mucho mejor a lo que el gobierno espera.

martes, 24 de noviembre de 2015

El mapa y el territorio



A esta hora, en la calle inerme, en la conjunción cotidiana de “los sectores populares” y la clase media baja abandonada por el Estado, hay una sensación: se vive una desconfianza positiva hacia Macri, un aire expectante del estilo “hay que dejarlo laburar que por ahí las cosas le salen bien” bastante alejado de las pinceladas de tragedia que se insinúan en editoriales, noticieros, blogs, y de la propia mirada de aquellos sectores sociales calificados que desarrollan su idiosincrasia laboral en sincronía con alguna fase burocrática del Estado, siempre tendientes a ver las cosas desde la paternalización del voto.

Sin estridencias, sin entusiasmos, sin fatalismos y con expectativa serena, la frase que se repite en la tierra laboral negra y desprotegida es: "tenemos un nuevo presidente", un plural inclusivo que naturaliza la propia resiliencia histórica (1989, 2001) de los que ayer no votaron a Macri y comprenden que las decisiones electorales mayoritarias siempre son hacia adelante.

Macri vive su sincero plazo de gracia, ese tiempo breve que otorga la elección para evitar amortizaciones violentas. En la política moderna, los caudales electorales son cada vez más volátiles y menos determinantes a la hora de soldar capital político. La gestión define la fortaleza de un gobierno por encima de los “números”, los plazos de amortización se aceleran con independencia de los votos originarios. 

De ahí que la diferencia obtenida por Macri en el balotaje no sea tan influyente políticamente como sí lo van a ser sus primeras tres o cuatro medidas sobre la macroeconomía en estos seis meses.

Vista la trazabilidad de los votos desde las PASO al balotaje se visualiza un patrón de acumulación electoral en el cual Scioli obtenía cada vez menos votos relativos sobre la masa en disputa y Macri obtenía cada vez más. En ese sentido, la tendencia regional del balotaje es bastante previsible en el reparto de las proporciones entre región centro y provincias chicas, dejando al descubierto el problema central: la provincia de Buenos Aires.

Sobre un electorado con un 75% de tendencia panperonista, Scioli atrapó solo el 51% y Macri sumó más votos relativos sobre la masa total, a priori más inhóspita para su cartografía electoral. Ahí y no en Córdoba pierde la elección el efepeveísmo, más por razones estructurales de gestión y fallas graves de representación en el partido de gobierno que por “los momentos” de la campaña electoral.

El “empate técnico” de la PBA permite avistar un problema más interesante: el bajo catch all del PJ sobre su tierra más fértil y los votos “prestados” de Macri en una amplia zona panperonista, insinúan que en la provincia más grande del país hay un problema de representación que estos dos partidos no resuelven, y que entra en disputa de cara al 2017.

Es comprensible que con el cadáver caliente del 48% bajo la distorsión de un escenario laxo como el balotaje (sin la estrechez de la competencia real de una elección normal) se vea en Scioli un bastión defensivo frente a las tensiones internas del efepeveísmo. 

Pero esta foto impide una lectura más tangible en la cual tanto Cristina como Scioli contribuyeron a licuar la representación peronista. 

En la medida en que Ítalo Argentino Scioli se iba convirtiendo artificialmente en el “único heredero posible” (sin validación interna), éste comprendió que para sostener ese juego hasta el final y poder ser el candidato en las precarias condiciones orgánicas que ofrecía Balcarce 50, debía fogonear al kirchnerismo y acompañar a tirar por la ventana al resto de los nombres propios del PJ que querían competir para enriquecer el espacio de representación.

Con el afán de “ser” a costa de cualquier código orgánico, Scioli ayudó a dinamitar la representación peronista a lo largo de un proceso de seis o siete años bastante premeditado, que se cierra con el esquema herminista de inserción electoral que fracasa en la víspera. 

Con la derrota de Scioli, lo que fracasa es también una cierta mirada de la dinámica partidaria muy afín a la que reclamaba el cristinismo tardío  para el peronismo, en cuanto privilegian formas de representación muy estrechas y estáticas, que en esta elección no acertaron a leer que pasaba en campos civiles precarios y necesitados, aunque no fueran estrictamente “pobres estatalizados”. 

Scioli es parte del problema y no de las soluciones.

En este sentido, es evidente que la resiliencia electoral que mantuvo Massa pese a la inestabilidad orgánica del FR, se debió a un ajuste de representación que alcanzó a meter una sintonía fina con esa calle inerme (que aun cuando ayer no fue el protagonista, sorprendentemente lo menciona). 

Ese activo es su ventaja relativa frente al PJ, pero en un terreno de reflujo territorial bonaerense a costa de la expansión nacional que deberá ser parte central del trabajo reparatorio de Massa para reposicionarse.

Cualitativamente, lo que muestran la llegada de Macri a la presidencia y de la “compañera” María Eugenia Vidal a la provincia es el comienzo de una nueva dinámica entre oficialismo y oposición que allana la salida de la cancha del business del país dividido. Justamente, otra frase que escucho mucho en estas horas poselectorales de la periferia, en la boca de los que no lo votaron a Macri: los que no ganaron tienen que ayudar.

En la representación futura también parece estar ese mandato, bastante diferente del que prevaleció dentro de la oposición al kirchnerismo. Habrá que ver entonces, que prevalece en esa puja de la llanura: el pejotismo post-estatalizado o la renovación dinámica. El partido o la representación.

martes, 13 de octubre de 2015

Voto útil y sprint final



Con tendencias electorales que siguen sin admitir el proceso polarizador, nos queda entonces la confirmación de algunos hechos políticos que ya se apreciaban en la gestualidad electoral de las PASO.

1. La baja (casi nula) expansividad de Macri en la instancia del catch all, que otorga la referencia previa para llenar el formulario de competitividad en un hipotético balotaje.

A pesar de ser 2º en las PASO y tener la chance de explotar la centralidad política de esa posición, Macri experimentó una tendencia inversa: no pudo fidelizar a fondo el voto radical de su propia coalición que le permitiera “dar el salto” para cazar fuera del zoológico, y  directamente no tuvo una estrategia hospitalaria sobre el voto flotante de Stolbizer o Massa para crear una sensación de dominancia ganadora de cara al balotaje. El electorado reaccionó a esa indisponibilidad virando (tendencialmente) hacia Massa.

2. Hay un voto de clase media del conurbano que en las PASO canalizó su bronca “antikirchnerista” de manera poco matizada hacia Macri pero que ahora refluye hacia Massa. Lo anticipamos a días del cadáver caliente de las PASO: la cartografía del voto bonaerense mostraba esta “anomalía” de índole demasiado volátil, que ahora se corrige frente a la elección real de acuerdo a la histórica dinámica “panperonista” del electorado provincial, donde el 75% del padrón no vota de acuerdo a un criterio centralmente “antiperonista”.

En ese aspecto y casi obviamente, Massa muestra mayor comprensión de la idiosincrasia bonaerense; propuestas que pueden parecer “irritantes” como la incorporación de las FFAA en el combate contra el narcotráfico se explican a partir de una lógica defensiva (porque Massa presiona “desde atrás”) que es muy eficaz para sumar votos en la provincia.

El discurso “punitivo” estatal siempre estuvo en el instrumental defensivo del peronismo bonaerense a la hora de afrontar una coyuntura electoral desventajosa (Rucucu gobernador, Insaurralde en 2013, los intendentes del conurbano en todas las elecciones) y está claro que como mínimo, es una ecuación “atávica” de la genética bonaerense que permite conservar votos cuando las condiciones de dominancia electoral no son del todo favorables.

3. La tendencia ascendente de Massa mantiene a Scioli “pisado” por abajo del 40% y permite la instancia de ballotage. La inocuidad de Macri en la zona del catch all hace que la expectativa del balotaje recaiga sobre Massa, tanto para forzarlo como para ser competitivo dentro de él.

Es evidente que Massa fidelizó la cota de los votos de UNA con mayor facilidad que Scioli y Macri sus “votos afines” desde un muy inhóspito 3º puesto en PASO, quebrando la tendencia histórica que mostró este instrumental electoral desde su debut en 2011; esa tendencia inercial trabaja “uno a uno” sobre los válidamente emitidos de Macri, pero en ciertas regiones electorales también capta voto “peronista flotante” (Córdoba, Santa Fe, NOA, PBA) que Scioli pretende para si.

Si estas tendencias se mantienen más o menos estables en la víspera electoral, la situación del “segundo” en una hipótesis de “voto útil” (que se produce o no de acuerdo a lo que “transmitan” los candidatos  a la heterogeneidad mayoritaria del electorado no oficialista) se define entre una acumulación cuantitativa de Macri o una acumulación cualitativa de Massa en relación al poder de fuego dentro del balotaje. 

Los seis grados de separación que hay entre la transitoriedad líquida de ser segunda minoría o ganar la elección.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Fragmentos de un discurso electoral y la quimera duranbarbista





Entre los reflujos y las volatilidades de la zona post- PASO, florece el subsistema: se alzan las expectativas de Massa y decaen las de Macri. 

Finalmente, el efecto político “Tucumán” + las corruptelas seriadas (Niembro, Amadeo, Tagliaferro-Vidal) como problema endógeno del PRO acentuaron la modificación de algunas tendencias electorales preexistentes: Massa reacciona mejor a su 3º puesto en las PASO que Macri a su 2º, lo cual refleja un dato político más profundo que lo meramente electoral.

La campaña de Macri entró en una fase defensivista de la cual parece muy difícil que pueda salir, que se expresa tanto en el frente interno (la extrema dificultad de Macri para ejercer una conducción hospitalaria sobre la UCR, que habilita “el fuego amigo” y le obtura la fidelización) como en el externo (el desconcierto estratégico frente al catch all, al cual se renuncia).

Esta semana se confirma como Scioli hace seguidismo operativo de Massa en el plano “propositivo”; en un punto determinado de la campaña, las propuestas no son una entelequia, sino un requisito “administrativo” que el electorado examina no por entusiasmo teórico, sino para medir la solidez de los candidatos en el plano de la labor política. En ese ítem crucial para “trabajar” en la zona del catch all también parece claudicar Macri.

Esta lógica defensivista continuó con la acusación de un pacto “peronista” entre Massa y el kirchnerismo como “causa” de la impericia de Macri para usufructuar su lugar de privilegio obtenido en las PASO.

Hasta el propio Pagni advirtió la inconducencia de un argumento que solo está destinado a los “fieles”, al partido sobrepolitizado del 20%, mientras hay una porción mayoritaria del electorado no oficialista que no define sus prioridades bajo lógica “antikirchnerista” (“Massa es k”) ni antiperonista (“el pacto de iguales”).

En ese sentido, el reflejo duranbarbista de Macri retorna eternamente como mecanismo constitutivo del espíritu político del PRO, con una percepción distorsiva de la realidad del escenario electoral. Macri caza en el zoológico (pura lógica “kirchnerista”), mientras Massa captura los animales sueltos.

La tendencia ascendente de Massa parece convalidar una intuición política básica percibida con los resultados de las PASO todavía calientes: que efectivamente hubo un voto “destemplado” en PBA y conurbano(s) que Macri captó en agosto y que ahora refluye a una zona volátil en disputa que Massa parece recapturar con la “memoria del 2013” y la firmeza adquirida luego de aguantar la presión cruzada del FPV y el PRO en el terreno microclimático pero incidente de la instalación de los candidatos en los meses previos a la PASO.

En el plano “partidario”, Massa fue eficaz para involucrar a De la Sota en la nueva etapa electoral y meter presión en los válidamente emitidos del eje Córdoba-Santa Fe, dejando stand-by la “pesca” de Scioli sobre los votos “peronistas” de la región centro, y con el objetivo final de bloquear las performances relativas de Scioli y Macri en esa zona.

El otro objetivo de Massa es polarizar con Scioli en el NOA, y galvanizar su 2º lugar en la región. Es evidente que la dinámica post-PASO ya “juega” en el norte del país, donde los radicalismos territoriales son más afines a Massa que a Macri, en un fiel reflejo idiosincrático de las preferencias electorales.

Si para principios de octubre esta tendencia en las expectativas hacia Massa y Macri se confirman, los tiempos políticos exigirán una pregunta: ¿qué pasaría si el electorado vislumbra la paridad?

Massa y Macri no comparten la misma naturaleza política originaria (por lo tanto hay identidades diferentes) y esto desemboca en un hecho cierto: Massa tiene muchos más lugares hacia donde crecer que Macri.

Esa mayor productividad electoral de Massa es vista por el electorado como un signo de “autoridad”, que contrasta con una gestualidad defensiva de Macri que lo hace aparecer poco preparado tanto para afrontar competitivamente un balotaje como una primera vuelta.

Si esta percepción se acentúa, el desmembramiento del voto opositor histórico hacia una mayoría “no-oficialista” que busque votar a un candidato ganador por encima de “la virtud ideologista” puede ser el cauce que defina el rumbo final de los votos. Nada personal, solo política.