Mientras asistimos a un gobierno saliente que no puede
garantizar el funcionamiento administrativo del acotado sistema de precios
cuidados hasta el 10 de diciembre, la llegada de Macri al manejo de la caja
obliga a las distintas fuerzas políticas que no gobiernan a reinventar su
posición político-operativa frente al nuevo gobierno.
En el mediano plazo, Macri va a manejar los ritmos
políticos, o por lo menos, va a ser quien esté en mejores condiciones para
hacerlo. En esta instancia y desde el punto de vista instrumental, se abren dos
vertientes de la forma opositora: una oposición cultural, más abstracta y
conceptual, un antimacrismo de clase media bastante lineal y atemporal, que
suele reaccionar de la misma manera frente a coyunturas políticas diferentes.
Por otro lado, una oposición socioeconómica de agenda, más pragmática
y puntual, y por lo tanto con un origen y un impacto más policlasista (y por lo
tanto) de una naturaleza más intersticial y ambigua.
Es probable que si a Macri le va “muy mal” ambas oposiciones
tiendan a fundirse, pero también en ese caso la eficacia dependerá de cómo
matice los ingredientes el opositor de turno. Si a Macri no le va mal, la
elección de uno u otro instrumental definirá de manera bastante central la
consistencia representativa de los que compitan en 2017-2019.
Lo que se ve en la víspera es que el efepeveísmo tiene una
inoculación cristinista potente que trabaja por afuera del estricto “microclima
mediático” y fluye a la instancia político-territorial. Quizás la “cristinización”
declamativa de Scioli como único recurso electoral sea la evidencia más nítida
de este callejón sin salida.
El problema no es nuevo: hace tres años y medio, en un documento de “circulación interna” donde se analizaba con detalle y todavía “desde
adentro” el rumbo de la política territorial bonaerense (y que termina de
confirmar que la escisión massista no fue un capricho sino el producto de un
largo proceso de lecturas desapasionadas que fueron detectando sucesivas fallas
en la operatividad peronista), surgía la división entre “progres” y “pragmáticos”
y se mencionaba la posibilidad de que una parte considerable de los
territoriales comprara “el juego nacional” de Cristina por encima de sus
propios intereses y dinamitara representación. Lo que no sabíamos en ese
entonces era que Scioli y gran parte del entramado institucional del PJ
realmente existente también iba a comprar el yeite cristinista y que Fernández-Sabbatella
sería la formula bonaerense del partido justicialista.
Kirchner constituyó intelectualmente al efepeveismo en el cruce entre un imaginario setentista a saldar y el peronismo clasico de los cincuenta. En esa operación hay dos salteos deliberados: el de la hegemonía
peronista de los ’90 y otro más central e imperdonable: el de la
transfiguración operativa del peronismo en los ’80, que fija un nuevo perfil de
liderazgo (que termina “explicando” a Macri, Scioli y Massa) y determina un
hecho político sustancial: es ahí cuando operativamente
el peronismo firma al pie de la democracia liberal y entrega los fastos
intelectuales del pasado para construir una representación que le otorgue
supervivencia y competitividad política.
La derrota de Scioli y la permanencia resiliente de Massa (que
la maquinaria peronista oficial no pudo deglutir) explican parte del fenómeno que
no saldó el kirchnerismo: en un PJ sin conducción, la tendencia de una amplia
dirigencia es “mantenerse en lo conocido” que dejó el kirchnerismo en ese cruce
de antiliberalismo cincuentista, jauretchismo de salón y progresismo cultural,
ese “kitsch histórico” que, como dice el enorme Javier Cercas en El Impostor, no te permite leer las
verdades ambiguas que ocurren en la realidad social. De ahí la naturalidad con
la cual el efepeveismo, empezando por Cristina y Scioli, ya salió a ensayar la
oposición cultural a Macri.
Ese flanco significativo de representación que deja afuera
la opción cultural del PJ, en parte ya fue captado por Massa y constituye el
centro de gravedad de sus pretensiones expansivas. La idea de una oposición más
socioeconómica de “tema por tema” (ganancias, 82% móvil, primera infancia)
permite construir representación de manera más genuina, más tangible frente a
las apetencias electorales.
Cuando Juan Carlos Mazzón acuñó el salmo “peor que la
traición es el llano” daba pista a una actualización doctrinaria que se refería
al empaste estatalizado de la operatividad peronista que sembraba dudas sobre
una eventual supervivencia “resistente” y certificaba el reflujo movimientista
del peronismo hegemónico entre 1989 y 2015.
Ese riesgo explica por qué ahora, con Macri en el poder, las
elites más lúcidas de las distintas dirigencias panperonistas pretenden
afianzarse en el lugar de la “gran Cafiero” frente al nuevo presidente,
descartando otras opciones más llaneras.
En esa interfase parece primerear Massa frente a otras
instancias opositoras: el acuerdo con María Eugenia Vidal que le permite ocupar
la presidencia de la Cámara de Diputados de la PBA representa una zona
institucional de puja parlamentaria, pero también una zona política que permea
hacia los municipios, en la medida de que Massa comienza a disponer de
incentivos para acompañar a sostener la viabilidad de territorios que pueden
quedar fuera de la oxigenación plena del presupuesto nacional.
Es un juego que recién empieza, pero que marca cuales van
ser las reglas del vandorismo lúcido que se juega fuera del desierto resistente
al que hoy aspira el efepevesimo, juego del cual ya participan algunos
gobernadores que captaron “a tiempo” cuál era la verdadera personalidad política
de Scioli (Beder/Casas, Verna, Urtubey) y fueron al juego directo con Macri.
Sin embargo, sería una presunción verosímil pensar que Macri
también tenga reservado otro juego (y preguntarse si ahí no hay una diferencia
operativa con Vidal): la carta de fogonear a Cristina como la opositora elegida,
tanto si las brevas se pudren antes de tiempo, como si la llegada al medio término
de 2017 es mucho mejor a lo que el gobierno espera.