martes, 18 de agosto de 2015

Notas al pie de la democracia





En política solo se tiene razón al día siguiente.
 Carlos Pellegrini, político argentino entre 1872 y 1906.



Pero más que a la perogrullada de la “política de resultados”, a lo que se refería era a la circularidad de la práctica política y a la transitoriedad de los hechos previos: la política nunca cesa, la política no se baña dos veces en el mismo río.

Para los protagonistas es entonces la PASO ya un hecho previo: no hubo polarización a la que Scioli y Macri puedan tributar sus discursos previos, por la propia naturaleza de los candidatos y su circunstancia (Scioli y el FPV en una interdependencia defensiva, Macri y una construcción intransigente de baja expansividad) y porque el sistema político argentino, subsistemizado en 2001 hacia una dominancia electoral panperonista, no acepta ya esquemas de polarización occidentales y bipartidistas (es decir, arriba del 80% de los válidamente emitidos), sino un 40-20-20 que sincronizaba con el balotaje sui generis que armaron conscientemente Menem y Alfonsín algunos años antes.

Sin embargo, la inercia de esa dominancia electoral “peronista” ya no es política, por lo tanto lo electoral se descapitaliza políticamente. Scioli ingresaba al escenario con ese problema: a diferencia de Menem y Kirchner (y también de Duhalde ´99 que a pesar de la derrota se diferenció con su pretensión “productivista”), Scioli no buscó fundar su propia hegemonía para ir al barro electoral. En esto también coincide con Luder, el otro candidato peronista de la democracia.

En ese sentido, la elección de Scioli en las PASO refleja la situación “partidista” realmente existente del efepeveísmo: no hay una hegemonía disponible (misión del candidato-conductor) que ofrecer a mayores franjas del electorado que no sean las que el propio partidismo pueda contener inercialmente, sin el concurso de la acción política concreta del candidato-presidente-conductor. Esto se refleja en el discurso oficial que remite a una especie de fukuyamización kirchnerista donde “todo está bien”, donde las cosas no parecen poder ser hechas mejor, donde casi todo parece haber sido hecho, donde no hay políticas que se hayan hecho mal. Es decir, un “fin de la historia” donde la política parece haber cesado para dejar paso al consignismo y la historización.

Macri reafirmó en las PASO que su esquema de intransigencia partidaria no le permitió ser expansivo electoralmente: en Santa Fe no sacó más votos que Del Sel; en Mendoza sacó bastante menos que la coalición provincial que ganó la gobernación (aún sumando el aporte radical a Cambiemos) lo que documenta que hay un 10% que se va a Massa y Stolbizer; en Córdoba no llegó al 40% de los votos y quedó atrás de UNA; y en CABA se clavó en 48% cuando todos coincidían en asignarle una expansividad claramente superior al 50%.

El promedio de 35% en la Región Centro no le alcanza a Macri para ser competitivo en octubre, más aun cuando no tiene mucho para recolectar en el norte del país y la Patagonia, y teniendo en cuenta que va a perder votos radicales en la PBA.  

Massa estuvo atravesado por una paradoja: hizo una muy buena elección en el interior nacional, donde se decía que no tenía anclaje por la “falta de un partido nacional” que el PRO supuestamente tenía aunque sea nominalmente (doce años de existencia del PRO contra dos del FR) y no hizo una elección buena en la provincia de Buenos Aires, donde debía (y debe) quebrar la “tendencia nacional” que lo separó 9 puntos de Macri.

Mi percepción de la elección presidencial en PBA es que hubo un voto bronca de la clase media consolidada de las zonas céntricas del conurbano que se fue en forma bastante homogénea e indiscriminada a Macri pero que en esa movida expone su carácter volátil: son votos que una vez pasada la calentura de las PASO pueden ser recuperados por Massa, más aún si se comprende que la competitividad “opositora” de Macri no era finalmente la que vendía la cantata de la polarización.

Lo cierto es que, sin abusar de la chantada del  “voto clasista”, si Massa corrige ese drenaje de votos en las zonas céntricas, la perspectiva es positiva porque en las escuelas y mesas pertenecientes a zonas más intermedias de los distritos del conurbano (clase media baja, cuentapropismo informal, asalariados jóvenes) la fidelidad al voto “histórico” de Massa fue alta.

Si Massa consolida su segundo lugar en el NOA, la gran elección en Santa Fe, y visita un poco más la Patagonia para galvanizar porcentajes que sin su presencia fueron aceptables (Neuquén, Río Negro), lo que le queda por hacer es salir a comerle votos a Macri en la PBA para instalar la paridad de cara al balotaje.

El escenario post-PASO se abre hacia el campo de las elasticidades, donde la destreza política de los candidatos toma más importancia para detectar y reconducir volatilidades disponibles de cara a una instancia intermedia de catch all que la propia dinámica PASO-General impone como necesaria tanto para fidelizar la PASO de partidos (en este rubro, la pactación abrupta Scioli-CFK para la candidatura única reconoce la peligrosidad de las PASO, que se omiten en defensa propia y condicionan al resto de las fuerzas) como para sobrevivir en octubre y más allá, a la hora de reordenar los bloques de poder dentro del sistema político.

En ese marco, la naturaleza “peronista” de Scioli y Massa los coloca en una posición relativa de ventaja frente a Macri, más dispuestos y con más gimnasia política para explorar las flexibilidades de la oferta. La ausencia de hegemonía en Scioli, más que un obstáculo electoral (que lo es) es un obstáculo político, y por lo tanto, sobreviviente a la escena electoral.

Macri no puede permitir que un 1,5% de Sanz se vaya por la canaleta de los que no están tan urgidos por comprar el business de la polarización y además salir a cazar por afuera del zoológico del antikichnerismo hormonal, ese que construyó los cimientos de la política de la intransigencia: la ambigüedad barrosa del catch all (es decir, de la política) es para él un desafío sobre algo más silvestre como la efectiva relación de Macri con el poder, y su estatura política va a estar definida por el éxito de esta tarea (es decir, ganar.)

Massa, por sus dificultades objetivas en la instalación y por ser el tercero de la PASO, ya viene obligado hace rato al muñequeo: ahora esa gimnasia tiene que trabajar sobre las debilidades geopolíticas de Macri, teniendo en cuenta además que en esta coyuntura, cada voto que pierda la coalición Cambiemos en la PBA es un voto que va directamente a Massa.

Porque aunque los candidatos no lo digan, la sucesión al kirchnerismo además de definir a un presidente, define otras cosas: la modificación cualitativa de los ejes que ordenan la relación oficialismo-oposición, que van a estar habitados por una idiosincrasia y una dinámica política totalmente distinta a la que rigió durante el kirchnerismo atendido por sus propios dueños.

miércoles, 24 de junio de 2015

La balada de la restricción externa




He said: I´m a minister, a big shot in the state.
Bjorn Kristian Ulvaeus



No existen los “modelos”, pero que los hay…: hasta el 2009, el manejo “político” del tipo de cambio estuvo contenido dentro de los limites genuinos que fijó la onda expansiva del tipo de cambio alto y competitivo de 2002-03, y los atrasos deliberados se compensaban automáticamente por los márgenes de competitividad productiva que la economía todavía tenía “naturalmente”, es decir, sin intervenciones cualitativas del Estado para ampliar producción ya sea por vía de inversión o creación de capacidad instalada adicional (teniendo en cuenta que vía consumo solo se llega a llenar capacidad instalada total a un 80%, por lo tanto para completar ese 20% “ocioso” hay que sofisticar la macro estatal para construir más mercado).

En 2010 se afianza la decisión política de usar a fondo el tipo de cambio como ancla inflacionaria, negociar paritarias al alza por encima de una inflación que ya era alta y generar un aumento del salario real para lograr que el impulso del consumo tenga efectos más potentes sobre el poder de compra que los que hubiera tenido si se hacían aumentos de acuerdo a los límites genuinos que la economía concedía en ese momento.

Con una inflación “buena” del 25%, tipo de cambio clavado y salario real 10% arriba en dólares se ingresa en un proceso de bienestar de consumo que ya es artificial (es decir, real pero artificial) porque el manejo político del tipo de cambio salta por fuera de los limites macroeconómicos genuinos que había estructurado el modelo inicial: como ya no hay márgenes naturales para la corrección competitiva-productiva automática del atraso gestado, el shock de consumo produce efectos reales durante un año y medio (el 54% de Cristina) y se genera la restricción externa (cepo) que produce inmediatamente la caída de ese salario real “mejorado”, enviando al asalariado las primeras señales claras de inestabilización económica.

Al cepo siguieron la brecha cambiaria con el paralelo y la caída de reservas en un círculo vicioso hacia la devaluación sin exportaciones (es decir, no competitiva) del verano de 2014, que no resolvió la restricción externa autogenerada.

En este tiempo, el gobierno no tuvo políticas para afrontar el problema de la restricción externa. La cuestión no es menor, ya que se indispone con la agenda desarrollista que los presidenciables dicen impulsar, y porque afecta progresivamente el empleo y el poder adquisitivo.

Es evidente que así como se repliega sobre la candidatura única como gesto de defensivismo electoral, el gobierno se apalanca sobre el 65% de consumo del que hoy está dotado el PBI contra inversión y exportaciones, entendiendo que hay un costo político insalvable en la reformulación productiva de esos porcentajes de la torta del crecimiento, aun cuando la ecuación consumista revele una cuenta regresiva contra el empleo … y el consumo.

Las elecciones provinciales empiezan a traducir políticamente el problema de la restricción externa. La derrota del Fpv en Mendoza es menos importante en la categoría gobernador que intendentes: el PJ perdió en dos bastiones históricos como Las Heras y Guaymallén ante candidatos radicales que no pertenecen al aparato radical (Orozco e Iglesias, dos cobistas que no responden al cornejismo) y los gansos arrasaron a López Puelles en Luján de Cuyo, lo cual representa un golpe durísimo para la liga de intendentes de Carlos Ciurca.

En ese sentido, no fue casual el especial agradecimiento de Cornejo a su compañera de fórmula Laura Montero a la hora de mencionar las claves de la victoria: el discurso de Montero martilló sobre los problemas de la caída de la economía provincial y sus efectos sociales sobre el empleo y el consumo (más que sobre las ganancias dejadas de percibir por los productores) y sintonizó con la realidad de los mendocinos asalariados directamente impactados por el efecto de la producción regional sobre la cadena de servicios, transportes y comercios que viven de ella (el Gran Mendoza).

La elección de Río Negro también expresó que la restricción externa ya no deja margen de compensación productiva  “autónomo” para las provincias. La ruptura con el kirchnerismo le permitió a Weretilneck construir un adversario al cual le asignó la responsabilidad por la falta de políticas que preserven la producción regional y junto con ella, la actividad económica aledaña (incluso las changas y otros laburos en negro derivados) que no depende de los anabólicos de la administración pública.

Este esquema de impacto de la restricción externa en las economías regionales no es novedoso en la historia electoral del país. Mendoza y Río Negro son economías poco alcanzadas por los regímenes de producción industrial, y el Estado nacional no implementa para estas provincias correcciones macro que le permitan asimilar productivamente los atrasos “nacionales” con los que se “cuida” el 65% de  consumo del PBI; por lo tanto, son las que primero expresan políticamente esta falla en la macroeconomía del gobierno nacional. Luego siguen las provincias del NOA en orden ascendente (San Juan, La Rioja), de acuerdo a la idiosincrasia productiva y la incidencia económica de la administración pública.

Hay que considerar que, más allá de sus arrestos pragmáticos para tomar deuda china e intra-publica y pisar impos para frizar el tipo de cambio, el kicillofismo piensa que el atraso cambiario es un presupuesto distributivo (ay) y que la restricción externa es inexorable y hasta necesaria para “disciplinar” al lobby industrialista (aaayyy), lo cual explica gran parte de las medidas económicas equivocadas de Cristina en los últimos años.

En ese sentido, aparece como lógico que Cristina repita para estos meses electorales el combo atraso-convergencia de salarios e inflación, aunque ya de más modestos alcances adquisitivos y sustentado solo en el consumo público ante la caída constante del privado, lo que significa una definitiva postergación del problema de la restricción externa para el próximo presidente.

Ninguno de los presidenciables se ha referido al tema de la restricción externa, aun cuando luego de asumir no tengan más de seis meses para resolver el tema.

Macri considera que va a tener capital político para hacer cirugía mayor sobre la demanda por la vía monetaria, cuando en realidad el eje del problema no es ese, ni el instrumental el correcto; Scioli le pone fichas al endeudamiento táctico para ir “llevando” la restricción externa, sin que aparezcan dólares genuinos por la persistencia del atraso; Massa, vía Lavagna, parece el más interesado en generar una inyección de exportaciones que “dolarice” el comercio externo y trabaje más directamente sobre la restricción, lo cual requiere una macro muy aceitada (BCRA-Mecon) y un “sacrificio” impositivo del Estado en favor de la masa salarial intermedia (clase media-baja, pymes, cuentapropismo) que hoy no recibe “nada” del gobierno.

Ni la inversión ni el endeudamiento, por si mismos, arrglan este tema externo que daña al mercado interno, y la cuenta regresiva tiene fecha cierta para el próximo presidente: se trata de una decisión política que pondrá a prueba el liderazgo y el esquema de gobernabilidad diseñado por quien asuma en diciembre.



lunes, 8 de junio de 2015

La sombra del caudillo





Las elecciones de medio término en los Estados Unidos Mexicanos arrojaron resultados que permiten leer como acertada la decisión política de Peña Nieto de acelerar la batería de reformas pautadas por el Pacto por México (PPM) durante el 2013, aprovechando el envión de los votos al flamante presidente para tomar medidas de cierto largoplacismo.

Esa aceleración de entrada (las reformas energética, electoral, impositiva, medios y telefonía móvil, educativa) le permitió al gobierno federal llegar con envión al medio término, que lucía conflictivo por una macro casi estancada y la violencia originada en la disputa narco que termina por amortizar el capital político de todo oficialismo.

Peña Nieto usufructuó el PPM en dos niveles: uno centralmente institucional (la gestión ejecutiva de las reformas como motor del gobierno) y otro más político por el cual el pacto disciplinó la enjundia de los partidos opositores y les quitó armas para diferenciarse.

Esa utilidad política del PPM que pensó Peña Nieto para compensar los recursos hegemónicos que había perdido el PRI luego de su salida del poder federal y posterior modernización partidaria en el llano, no pueden minimizarse entonces a la hora de analizar la elección de ayer. 

Si bien se preveía una performance a la baja de las tres fuerzas políticas principales, el PRI hizo una elección bastante dominante tanto en el tramo de diputaciones federales con mayoría simple como de representación proporcional: 29% de PRI neto + 7% de PVEM para llegar a 36% dentro de la coalición priista, más 4% del sello Nueva Alianza-PANAL que el PRI pone por cuerda como pata sindical para sumar boletas en el cuarto oscuro.

40% para “plebiscitar” a Peña Nieto es un número que está por encima de las expectativas y oficia como sólida plataforma de arranque para este segundo tramo del mandato que ya empieza a registrar los efectos “sociales” de las reformas del 2013: la reducción de tarifas en los servicios públicos.

El PAN quedó con el 20%, y sin una figura electoral nacional potente, apostó a las elecciones estaduales y municipales, aprovechando la incidencia que ganó en el voto rural a expensas del PRI durante sus 14 años de gestión federal.

La fractura de la izquierda mexicana quedó evidenciada en las urnas: el PRD se desplomó al 11% y la nueva franquicia de Andrés Manuel López Obrador (Morena) recogió 8.5 % y dominó la elección municipal en el DF. La naturaleza eminentemente capitalina y universitaria de la izquierda mexicana explica la puja de PRD –Morena en la eleccion a delegados en el DF y le da chances a López Obrador para la intendencia en 2018, mientras en el PRD ya empezaron a pedir la alianza con Morena para parar la fuga de votos.

Quienes desconocen la idiosincrasia y la dinámica de la política mexicana, pronosticaban una caída letal de Peña Nieto por el caso de los estudiantes asesinados en Ayotzinapa, sin reparar en la dimensión “histórica” de la violencia narco para un país como México, y del exacto mapa de esa violencia dentro del territorio mexicano.

En ese sentido, la elección sirvió para graficar cual fue la apreciación social realmente existente al matizar las responsabilidades políticas: la vinculación directa del PRD a las narcobandas que asesinaron a los estudiantes explican el triunfo del PRI tanto en el municipio de Iguala como en la gobernación de Guerrero.

En el nivel estadual no hubo cambios sorpresivos en la distribución de poder: el PRI perdió tres gobernaciones, recuperó dos y retuvo tres, el PAN perdió una, ganó una y retuvo una y el PRD recuperó una y perdió una.

La victoria categórica del extrapartidario “El Bronco” Jaime Rodríguez en Nuevo León (la San Pablo mexicana) debe leerse menos como el “fin de los partidos tradicionales” por razones sociológicas o vilmente tonynegristas que con las propias decisiones aperturistas del gobierno de Peña Nieto al aprobar la reforma electoral que permite la postulación de candidatos extrapartidarios.

Las conclusiones de esta elección revelan una constante, lenta pero segura, en el sistema político mexicano: 1) un partido nacional que se moderniza y sacrifica en esa transfiguración su capacidad hegemónica; 2) la apertura democrática a opciones políticas no subordinadas a la rigidez del partidismo histórico, promovida por el PPM aun en contra de los intereses de los partidos tradicionales que motorizaron el pacto; 3) la celebración de comicios cualitativamente transparentes frente al esquema larvado pre 2000, provocado por la deformación hegemónica del partido de gobierno, una vez fallido en la representación.

miércoles, 13 de mayo de 2015

El gran silencio

                     

   
Nunca se es suficientemente fuerte allí donde uno busca la decisión, y es  preferible ser batido políticamente en los lugares secundarios, con tal que sepamos vencer en los lugares decisivos.



Con la mayoría silenciosa bonaerense parapetada en el no sabe-no contesta, es natural que las tendencias electorales se recuesten y formulen su construcción de expectativas sobre la dinámica sobrepolitizada que expresa la propia clase política, aun con las extremas limitaciones del caso.

Es ahí cuando las “internas” partidarias demoran su salida del escenario político y no permiten discutir la naturaleza de los liderazgos presidenciales en pugna a tres meses de la primera elección presidencial.

Es decir: todavía no hay un debate de lo que son Macri, Massa y Scioli en función de sus propios liderazgos posibles para conducir al país durante cuatro años, más allá del lugar que ocuparon durante la década kirchnerista, totalmente inconducente políticamente para definir el presente y futuro de estos tres nombres propios.

Con ese criterio, el cavallismo hormonal que expresó NK hasta enero-febrero de 2002 (la puja cívico-política de dolarizadores vs. devaluacionistas) debiera haber definido la naturaleza electoral de 2003 y la conducción política posterior.

Esa imposibilidad de discutir los proto-liderazgos revela que, desde lugares diferentes de acumulación política y con estrategias disimiles, Macri, Massa y Scioli no alcanzan todavía a cristalizar una presencia electoral autosuficiente a nivel nacional.

Para Macri, la temporada alta electoral de Santa Fe-CABA no termina otorgando buenos números nacionales, y la alianza de DLS con el FR en Córdoba trabaja sobre los votos efectivos en disputa que el PRO necesita crucialmente para la elección nacional; también afecta la captura de voto peronista flotante que Scioli buscaba atraer para sí en la segunda provincia del país.

En las provincias NOA-NEA, Macri debió bajar a sus candidatos para evitar repetir el revés de Salta y se colgó de las coaliciones pluripartidistas que los radicales territoriales vienen construyendo desde 2013 (La Rioja, Jujuy, Tucumán, Corrientes).  Y en las provincias patagónicas las expectativas de insertarse en una ecuación pluripartidista viable son bajas, frente a una opción estrictamente propia casi nula.

Macri pretendió galvanizar su déficit de liderazgo con la PASO del partido europeo-porteño en la Ciudad, pero un reflujo de votos de cara a la general y un balotaje local estrechado le pondrían un techo al aporte local a la ecuación presidencial si se verifica que los números de la región centro no alcanzan para cerrar la brecha para el piso nacional.

Macri también define aspectos del perfil que pretende para su liderazgo cuando elige competir en PASO con candidatos sin anclaje territorial (a diferencia de Massa) que le permiten optimizar su sesgo opositor ante las audiencias electorales sobrepolitizadas, pero lo limitan ante una instancia de mayorías que siempre se nutre de deseos más silvestres que los que expresa una pertenencia política concreta. Un comportamiento más pragmático del Pro (la línea Monzó, un poco sobrevendida en las ultimas semanas) depende en gran medida de lo que haga o deje de hacer Massa para afianzar su posición en el escenario nacional.

Haiku alsinista: solo con la provincia de Buenos Aires no se gana, pero sin ella ni siquiera se puede jugar el partido.

Scioli define su expectativa de liderazgo a través de algo inasible: la “tensión simbólica” con Balcarce 50. El villañatense forjó “su historia” sobre la base de una conducta política pasiva que “existía” gracias a que la responsabilidad político-administrativa emanaba todo el tiempo del ejercicio de poder de Balcarce 50.

El no-gobierno provincial como gesto de supervivencia política también es una elección que define los límites del proto-liderazgo de Scioli: Scioli es un político que (a diferencia de Menem, Kirchner y Duhalde) no nutre su afán soberano desde la vocación para incidir subjetivamente en “la conducción del desorden” que es la política argentina y que permite formar una mínima hegemonía que todo PEN necesita para jugar como carta política de su propia gobernabilidad.

Frente a la desmesura politica de Kirchner (intendentes, transversalidad, Moyano, orgas derechohumanistas, Repsol, Cobos, Urquía, movimientos sociales, Magnetto), Scioli es un minimalista de la nomenklatura justicialista. Como en los partidos artificiales de Villa La Ñata, Scioli se para de “pescador” en el área y espera que el PJ lo abastezca. En este sentido, es la primera vez que el PJ presenta un candidato presidencial con una morfología política tan similar a la de Luder.

A diferencia de sus dos competidores, Massa optó por un esquema de acumulación política agresivo, de índole frentista y territorial con epicentro en la PBA, y desde ahí ir saliendo a la ecuación nacional.

Si Scioli se apalancó en dos institucionalidades que lo exceden (el PJ y la administración pública provincial) y Macri en la institucionalidad cuasi-provincial de mayor viabilidad presupuestaria, Massa fue el que tuvo que hacer “más política” para compensar ese arranque “jurisdiccional” desparejo.

Conformó una liga de intendentes de eje gestivo que solo en el momento oportuno se tradujo en herramienta electoral para recién ahí ir a una instancia frentista de mayor alcance.

A esa liga originaria de intendentes se agregaron a partir de julio de 2013 otros intendentes, sectores sindicales, orgánicas partidarias del panradicalismo y panperonismo, algunas que venían de experiencias ejecutivas territoriales recientes y otras que no. Esta confluencia de cosmovisiones políticas siempre es conflictiva cuando todavía no hay un liderazgo nacional refrendado (es decir, una elección presidencial que resuelva la interna general del partido del orden, como en 2003) que la contenga con más facilidad.

En ese aspecto, Massa construye el edificio que al mismo tiempo habita, con los riesgos del caso, pero al mismo tiempo deja entrever cuáles son sus expectativas de liderazgo: es evidente que no es lo mismo “conducir” a Cariglino, Othacehe o Acuña que a Michetti, Larreta, Sanz o Baldassi, o dejar el tramite político de la conducción de Espinoza, Mussi o Gray al PEN saliente.

Los corcoveos en el FR también ponen sobre la mesa un problema que se extiende a gran parte de la política bonaerense: la existencia de dos categorías de intendentes del conurbano (“barones y blancos”) que se fragua en la interna general de 2005 y sale a la luz en las ejecutivas del 2007. Los “blancos” hacen una política municipal expansiva y tienen una agenda política propia, mientras que los “barones” prefieren políticas territoriales estrictamente defensivas tanto en lo político como en lo administrativo.

Esa puja es más explícita en el FR porque los “blancos” son mayoría y pretenden darle una impronta política propia a la fuerza que integran; de ahí que las “fugas” y “expulsiones” sean voceadas por los primus inter pares.

En el Fpv el balance entre “blancos” y “barones” es más equilibrado, y la discusión está soterrada por las necesidades de la “ética de la responsabilidad” que demoran beckettianamente “la interna”: como dijimos en un viejo texto de actualización doctrinaria, el peronismo solo debate ideas y formula internas cuando está fuera del poder.

El hecho de que las fugas que sufrió el FR no hayan logrado insertarse en un lugar de mayor competitividad electoral al que ocupaban en el massismo da indicios de tres cosas: que no hay una oferta electoral “superadora” que domine con nitidez el mercado electoral por encima de las otras, que no hay “cheque en blanco” para ninguno de los proto-liderazgos en pugna y que Massa continúa teniendo su centro de gravedad electoral en la PBA para condicionar al resto.

A tres meses de la elección presidencial aka PASO de candidatos que define a quien le queda la mochila del reflujo de votos contra la general, lo imprescindible para Massa es no tener voces internas que lo desautoricen políticamente en la recta final. Algo que Macri no padece por sus elecciones restrictivas de liderazgo, y que Scioli pretende saldar de manera más definitiva cuando salte la valla de la “lapicera”.

martes, 28 de abril de 2015

PASOs

                                                                                        
                                                               Era muy triste y raro que esa noche,
que era la primera de mi brillante fortuna,
fuese la más solitaria que había conocido.

Charles John Huffam Dickens




Los primeros cinco desdoblamientos del año permiten inferir algunas lecturas, las más de ellas de carácter provincial, pero que pueden ofrecer datos para decodificar el cauce posible de las tendencias nacionales que alumbren en agosto.

Se verifica la lógica local del voto, y la búsqueda forzada de la clase política de asignarlos a una tendencia nacional que el propio electorado se rehúsa a “cantar” en las encuestas. Con una materia prima tan acotada, es lógico que los sondeos fallen o sean disimiles entre sí.

El FPV exhibe una performance local superior a 2013 por el pasaje de una instancia legislativa a una ejecutiva que le permite oxigenar su estrategia defensivista nacional, pero que en los casos de mayor expansividad (Urtubey en Salta, con un combo “histórico” de electorabilidad-territorialidad mucho más afianzado que el resto de los gobernadores oficialistas) se establecen en una media electoral que no compensa una pérdida relativa de votos en la PBA.

Sin escenario factible de 40 + 1, tampoco hay una degradación de “segundas fuerzas” al 25-20%, y por lo tanto es muy difícil una “polarización” entre dos fuerzas, algo que el sistema político argentino “subsistematizado” no admite desde el 2001, con la aparición de los panperonismos y panradicalismos.

El PRO se halla en el camino de la maximización de expectativas que le permita compensar en las provincias de la región centro aquello que “pierde” en la PBA, pero se trata de un trayecto hostil que el termómetro ansioso del excelso Pagni se encarga de denunciar en los diversos tratamientos que hace de la “molesta presencia” de Massa en el escenario electoral. En definitiva, el mayor problema de Macri es el de no haberle ganado nunca “por sí mismo” al kirchnerismo en una ecuación electoral nacionalmente relevante, y que su esquema de acumulación política tenga un formato restrictivo que termine por poner en duda su “hambre nacional”.

En ese panorama, el FR aparece expectante, tratando de contrarrestar las expectativas que tanto el fpv como el pro “gestionan” dentro del establishment político,  a partir de la posición dominante de Massa en la PBA y en la huella típicamente “peronista” del NOA, NEA y parte de la Patagonia. 

De acá a agosto, Massa necesita trabajar para pulir las distancias electorales en la PBA que le permitan fijar la equivalencia al 40% de los votos provinciales y cerrar una provincia grande de la región centro que automáticamente trabaje ya cualitativamente sobre los “efectivos” regionales de Macri, y no en forma peligrosamente “residual” como hasta ahora parece ser la estrategia del tigrense.

La paridad de los presidenciables de acuerdo a las idiosincrasias electorales regionales se refleja en la índole de los armados provinciales. 

Luego de la convención radical que selló el acuerdo cupular con el PRO, la naturaleza de las alianzas locales no se restringieron a esa directiva partidista y el eje radical territorial avanzó en esquemas pluripartidarios más extensivos que incluyeron al FR (La Rioja, Chaco, Corrientes, Mendoza) y que de algún modo “denuncian” cual puede ser la real incidencia de cada presidenciable en la contienda de agosto.

En ese mismo sentido, pero con otro mecanismo de acumulación política, puede leerse la posible convergencia de tres peronistas no oficialistas en el eje PBA-Córdoba-Cuyo como la consecuencia de la debilidad expansiva del partido peronista nacional gobernante a la hora de recuperar adhesiones regionales necesarias para reconstruir hegemonía para “representar bien” las exigencias de una nueva instancia del partido del orden.

La elección vecinal de ayer en la Ciudad arroja datos de cierta relevancia nacional que no invalidan el profundo comportamiento local del votante porteño: Macri sorteó el riesgo innecesario de haber optado por uno de sus candidatos y obtuvo entonces un beneficio político extra: desactivó el eventual juego propio de Michetti y mejoró sus expectativas en la búsqueda de mostrar “autoridad política” ante las audiencias sobrepolitizadas.

Pero en el campo del datodurismo electoral (que también da indicios pero más concretos de los límites de acumulación política y liderazgo posibles) se comprobó que a pesar de la expansividad sin precedentes de una Paso competitiva (que permite apreciar la mayor elasticidad posible del catch all macrista), el PRO sacó menos votos ahora que Macri en la elección modelo del 2011 (con todos los oficialismos en fases expansivas atípicas, desde el 54% de Cristina para abajo) y que el índice de presentismo se mantuvo en el numero histórico de la Ciudad en los últimos veinte años, pero fue justamente inferior al de 2011, que a su vez es inferior al histórico de la PBA.

Sería comprensible que ante la detección del “trayecto hostil” para alcanzar la pretensión ganadora de Macri, los Pagni busquen soluciones erráticas que incluyan a Massa sin evaluar correctamente la patrimonialidad electoral de la provincia de Buenos Aires. Es ahí cuando el “40+1” retorna como síndrome de estocolmo de la oposición que no puede ganarle “por sí mismo” al kirchnerismo, y allí reside hoy el principal problema de Macri: en no comprender que su supervivencia política y su “expectativa electoral” existen por el simple hecho de que también Massa está insertado en el escenario electoral nacional.

jueves, 5 de marzo de 2015

El camino de los votos

La muralla que ataja a un
ejército es sobrepasada
por una hormiga.

Gustavo Martínez Zuviría, escritor,
y funcionario público argentino entre 1931 y 1955.




El comportamiento político de los tres presidenciables más competitivos en esta zona de transición electoral que se surfea hasta que arranquen los desdoblamientos y el calendario PASO nacional tiende a parapetarse en los territorios propios y afines, y generar desde allí las expectativas hacia al resto del arco político más que a los propios electores.

La lógica coyuntural del caso Nisman y el diferendo entre el oficialismo y el poder judicial empiezan a amortizarse políticamente; se trata de un tema que tiene relevancia institucional pero que carece de centralidad a la hora de la asimilación electoral que Massa, Scioli y Macri necesitan generar para construir sus propias mayorías de cara a agosto. 

Es evidente que el hecho genera tendencias de trazo grueso que debilitan al oficialismo y acrecen a las candidaturas no identificadas como tales en el ánimo general del electorado, pero que no alcanzan a ser determinantes a la hora de direccionar el voto sobre la singularidad de los nombres propios en pugna.

Si bien los internismos en el FR, FpV, Pro y UCR siguen siendo los datos políticos mediocres del fin de un verano en el que cayó el consumo privado costero deflactado, el rumbo intuitivo de los presidenciables en la instancia proto-proselitista permite avistar cómo se distribuyen los esfuerzos del voto por voto.

En este sentido, Macri fue quién pareció más urgido en estas semanas por generar expectativas de poder de fuego; para eso, necesita maximizar su incidencia en Mendoza, Córdoba, Santa Fe y Capital Federal como casi un obligatorio mecanismo de compensación electoral en el marco del distrito único nacional; es decir, Macri necesita sacar muchos más votos en esos cuatro distritos que los que Massa necesita sacar en la PBA para estar en zona de balotaje. 

De ahí la fuerte campaña de instalación desarrollada por Macri vía medios y encuestas, y la necesidad de un acuerdo con Reutemann que le maximice la ecuación santafesina en octubre. La decisión del Lole es comprensible, luego del desguace del PJ santafesino a manos del Chivo Rossi y Balcarce 50 desde hace seis años, y de que la mitad del voto histórico peronista en la provincia virara hacia Miguel Del Sel.

Conclusión: Macri necesita generar altas expectativas en las provincias grandes para “condicionar” a sus adversarios. El problema es que el rival “también juega” en esos territorios.

Scioli está insertado en una lógica política que lo trasciende y que solo podrá “condicionar” si logra hacerse valer como candidato ganador antes de las PASO (“la candidatura única”); por el momento, prevalece la dinámica defensivista que impone el PJ, a la que Scioli se amolda para aprovechar la estabilidad flotante a la baja que brinda institucionalmente el partido. La magnitud de la ecuación defensivista del PJ parece significativa: las bajadas de Capitanich a Resistencia y Ciurca a Las Heras implican que las candidaturas provinciales “no contienen”, y que existe un “conflicto de agendas” entre gobernadores e intendentes del peronismo efepeveísta.

Conclusión: Scioli busca dominancia táctica allí en donde gobierno y partido confluyen pacíficamente por su grado de organicidad (Río Negro, La Pampa), pero al optar por el esquema partidista sacrifica su propio rango de electorabilidad en instancias de primera minoría y balotaje en el marco del distrito único nacional, condicionando allí el comportamiento de su propia estructura partidaria.

Massa optó por galvanizar su posición dominante en la provincia de Buenos Aires, básicamente con arreglos seccionales de “estructura”. En Misiones, Puerta optó por cerrar con el FR, a pesar de sus históricas afinidades electivas con Macri hasta 2013, lo cual marca hasta qué punto se está produciendo una sofisticada regionalización del voto nacional de cara a agosto-octubre. 

En ese aspecto, Massa parece bastante asentado sobre el trípode PBA-NOA-NEA (¿remember 2003?), lo cual reafirma por donde pasa la transferencia real de los votos, más allá de los discursos y de las disputas entre candidatos, y de lo poco que explica sobre todo ello el clivaje oposición-oficialismo que todavía se menea en las audiencias sobrepolitizadas.

La pregunta es si Massa ya extrajo todo el “voto opositor duro” posible durante el tacticismo que aplicó desde 2013. Mi impresión es que no, pero que la jugada separatista del 2013 puede también empezar a rendir dividendos si se orienta el discurso a la zona de transferencia real de los votos de acuerdo a este mapeo de las potencialidades electorales. 

Por lo pronto, la “cuestión judicial” parece haber dado un climax coyunturalista con la muerte del fiscal al que no parece conveniente retornar para los presidenciables. Al gobierno le conviene seguir la zaranda porque invisibiliza políticamente su salida del poder y sus déficits operativos más relevantes que no honran políticamente al partido del orden (la opción por el atraso cambiario artificial, las gravosas condiciones del acuerdo con China que agravan la restricción externa e impactan en el mercado interno y el empleo –trasladando un problema financiero a la economía real-). Pero la largada electoral obliga a Massa a retomar el eje en la inseguridad, la inflación y abandonar el coyunturalismo.

Conclusión: Massa parece tener más problemas extra-políticos que políticos. A diferencia de Macri, su rango de electorabilidad se repliega sobre el 38% del padrón nacional y no sobre el 9%. Y a la inversa de Scioli, es un candidato “no oficialista” que envasó “en origen” votos (pos) kirchneristas.

Si, como se dice, el establishment económico no quiere “financiar” a Massa a pesar de su rango de electorabilidad (confirmando las afinidades con Macri y Scioli que se vocearon en el coloquio de IDEA) lo que tenemos es un dato político interesante para definir los perfiles presidenciales de los tres hombres en pugna, y lo que para Massa puede ser un problema “operativo” también es una oportunidad: afianzar su acción política por el camino autónomo que marcan los votos. Es el liderazgo, estúpido.

martes, 10 de febrero de 2015

Internas




Me despertó la realidad
                                                                          y fue mi muerte

Alberto Aguilera Valadez, poeta y compositor mexicano.



El estío político ofreció menos una vinculación efectiva de los políticos con la sociedad que con la intangibilidad de los escarceos y sonidos internos de sus propias estructuras partidarias. Todavía no convocada la puesta en situación electoral, para el ciudadano común es el tiempo de la calma chicha y el relojeo prudencial, para los climas militantes corresponde el trip íntimo de ansiedad e incertidumbre.

Los tres espacios más competitivos (FR, FPV y PRO) evidenciaron diferentes tipos de inconvenientes en su trama de acumulación política. En el caso del FR los corcoveos provienen, previsiblemente, de las precandidaturas a gobernador en la PBA, territorio donde el renovadorismo ostenta el centro de gravedad electoral frente a las otras dos fuerzas, y donde el paraguas presidencial de Massa bonustrackea sobre cualquier candidatura provincial.

Además, la lógica de no-gobierno que le imprimió Scioli a la institución ejecutiva provincial durante ocho años, en concurrencia con la aparición de un grupo de intendentes que trascendieron la filosofía “alumbrado-barrido-limpieza” y la lógica defensivista de la política municipal, terminaron por evanescer el peso político propio (tanto gestivo como partidario) de la figura del gobernador en la trama del poder provincial.

Este cambio tiene efectos concretos sobre la perspectiva electoral provincial: el pueblo bonaerense vota presidente-intendente como tramos relevantes de la boleta por encima de la categoría gobernador. Esta dinámica, y la naturaleza nueva y heterogénea del FR explican gran parte de la interna renovadora, e indirectamente, explican por qué hay pocos intendentes y muchos funcionarios nacionales dentro de la precandidatura efepeveísta a la gobernación.

El problema intestino del PRO surgió impensadamente en su territorio más potente y también con el margen que da el paraguas presidencial de Macri. Sin embargo, sorprende la poca paciencia de Macri para ir al barro del conflicto: concedió forzadamente la PASO a Michetti, y enseguida cargó las tintas a favor (Larreta) y en contra (Gabriela) de sus respectivos candidatos, introduciendo una lógica facciosa allí donde la conducción política indica que hay que matizar hacia adelante, y dejó la puerta abierta para que otras fuerzas políticas incidan y saquen provecho. A este gesto político restrictivo se suma el acuerdo con Carrió, que va en contra de la estrategia del radicalismo territorial que Macri también pretende incorporar.

Es probable que este arreglo sume residualmente  “voto opositor” en el área del partido porteño y acaso en Córdoba, pero que termine de debilitar al PRO en la provincia de Buenos Aires, lugar donde este tipo de clivajes “intransigentes” no construyen representación entre un electorado con tendencia a desplazar su voto a campo panperonista.

Es evidente que con la incorporación de De Narváez al FR, Massa le quitó opciones a Macri en la PBA y prácticamente lo excluyó de la disputa de voto “opositor” en ese amplio terreno panperonista. Por lo tanto, el cierre con Carrió se parece más a lo “posible” que a lo “deseable”, casi convalidando con esa movida la “renuncia bonaerense” a la que lo invita Massa.

Habrá que ver si estas decisiones intransigentes de Macri se profundizan, y en qué medida la índole de su conducción afectan la vocación de mayorías de su proyecto presidencial.

En el FPV el problema interno luce más integral y estamentado, como corresponde a una sigla que hace base sobre una estructura institucionalizada nacionalmente como el partido justicialista. Es claro que hasta ahora el kirchnerismo tiene dos candidatos competitivos en el marco de sus propias PASO, pero que en ninguno de los dos se vislumbra la encarnación de un liderazgo que pueda a la vez contener y construir representación, cuestión que suele ser el motor anímico del peronismo. Que la disputa retórica del verano entre los candidatos kirchneristas haya girado en torno al tema Clarín (cuestión totalmente amortizada y ajena para la amplia mayoría del electorado) y no sobre cuestiones económicas y políticas relevantes, refleja de qué magnitud son las dificultades del oficialismo para encontrar un liderazgo que asegure supervivencia política para gobernar a partir de 2015.

En el efepeveísmo también se manifiesta otro problema interno de índole estamentaria, que acá anticipamos: la agenda política “nacional” de los gobernadores es muy diferente a la de los intendentes.  La decisión de los intendentes del PJ mendocino de desdoblar las distritales para no quedar pegados a la elección provincial y la presión de los intendentes en algunas provincias del NOA para ir en el mismo sentido, evidencian un problema de densidad institucional partidaria que ningún precandidato presidencial efepeveísta parece estar en condiciones de encauzar. En síntesis: sobran candidatos, faltan líderes.

Pero más allá del dialecto de las internas que atraviesen a las tres fuerzas, habrá que empezar a descular el lenguaje que pretende usar el electorado cuando se ingrese a la situación electoral; en principio, habría que empezar a desactivar esa lectura minoritaria y postrera que sigue explicando los hechos y los nombres propios de una sucesión presidencial bajo el estricto clivaje “oficialismo-oposición”, entendiendo que las taras de esa lectura (el antiperonismo y el populismo sobreactuado como las caras funcionales de una misma moneda que no remiten a ninguna mayoría y  por lo tanto a ningún proyecto político viable) no expresan más que el complejo de inferioridad política de quienes no quieren, no pueden o no saben cómo afrontar de manera virtuosa el hecho sagrado de gobernar la nación.

Como dice el politólogo argentino Alejandro Sehtman, no existe una “oposición” como bloque ideológico-práctico que incida en la política real como tal cosa, lo que hay son nombres propios que buscan la sucesión presidencial y que expresan distintos grados de “oposición” y “oficialismo” al ritmo de su propia impronta, y con su propio lenguaje positivo. El barroco literario “oposición-oficialismo” solo está en las columnas de opinión y en los programas políticos que nadie lee ni ve, en los que se van del poder y en quienes no saben como llegar a él.


El tipo que va a caminar al cuarto oscuro en seis meses y lo va hacer una o dos veces más en el año solo busca ser representado, quiere un sucesor y que toda su relación con la política se condense ahí. Cuando nos centremos en analizar las diferencias y similitudes políticas entre Massa, Macri o Scioli en función de lo que quieren y pueden representar por sí mismos y no a través de lo que el ciclo kirchnerista reflejó en ellos durante doce años, recién ahí podremos empezar a pensar la política y dejar de pensar la historia.