jueves, 5 de marzo de 2015

El camino de los votos

La muralla que ataja a un
ejército es sobrepasada
por una hormiga.

Gustavo Martínez Zuviría, escritor,
y funcionario público argentino entre 1931 y 1955.




El comportamiento político de los tres presidenciables más competitivos en esta zona de transición electoral que se surfea hasta que arranquen los desdoblamientos y el calendario PASO nacional tiende a parapetarse en los territorios propios y afines, y generar desde allí las expectativas hacia al resto del arco político más que a los propios electores.

La lógica coyuntural del caso Nisman y el diferendo entre el oficialismo y el poder judicial empiezan a amortizarse políticamente; se trata de un tema que tiene relevancia institucional pero que carece de centralidad a la hora de la asimilación electoral que Massa, Scioli y Macri necesitan generar para construir sus propias mayorías de cara a agosto. 

Es evidente que el hecho genera tendencias de trazo grueso que debilitan al oficialismo y acrecen a las candidaturas no identificadas como tales en el ánimo general del electorado, pero que no alcanzan a ser determinantes a la hora de direccionar el voto sobre la singularidad de los nombres propios en pugna.

Si bien los internismos en el FR, FpV, Pro y UCR siguen siendo los datos políticos mediocres del fin de un verano en el que cayó el consumo privado costero deflactado, el rumbo intuitivo de los presidenciables en la instancia proto-proselitista permite avistar cómo se distribuyen los esfuerzos del voto por voto.

En este sentido, Macri fue quién pareció más urgido en estas semanas por generar expectativas de poder de fuego; para eso, necesita maximizar su incidencia en Mendoza, Córdoba, Santa Fe y Capital Federal como casi un obligatorio mecanismo de compensación electoral en el marco del distrito único nacional; es decir, Macri necesita sacar muchos más votos en esos cuatro distritos que los que Massa necesita sacar en la PBA para estar en zona de balotaje. 

De ahí la fuerte campaña de instalación desarrollada por Macri vía medios y encuestas, y la necesidad de un acuerdo con Reutemann que le maximice la ecuación santafesina en octubre. La decisión del Lole es comprensible, luego del desguace del PJ santafesino a manos del Chivo Rossi y Balcarce 50 desde hace seis años, y de que la mitad del voto histórico peronista en la provincia virara hacia Miguel Del Sel.

Conclusión: Macri necesita generar altas expectativas en las provincias grandes para “condicionar” a sus adversarios. El problema es que el rival “también juega” en esos territorios.

Scioli está insertado en una lógica política que lo trasciende y que solo podrá “condicionar” si logra hacerse valer como candidato ganador antes de las PASO (“la candidatura única”); por el momento, prevalece la dinámica defensivista que impone el PJ, a la que Scioli se amolda para aprovechar la estabilidad flotante a la baja que brinda institucionalmente el partido. La magnitud de la ecuación defensivista del PJ parece significativa: las bajadas de Capitanich a Resistencia y Ciurca a Las Heras implican que las candidaturas provinciales “no contienen”, y que existe un “conflicto de agendas” entre gobernadores e intendentes del peronismo efepeveísta.

Conclusión: Scioli busca dominancia táctica allí en donde gobierno y partido confluyen pacíficamente por su grado de organicidad (Río Negro, La Pampa), pero al optar por el esquema partidista sacrifica su propio rango de electorabilidad en instancias de primera minoría y balotaje en el marco del distrito único nacional, condicionando allí el comportamiento de su propia estructura partidaria.

Massa optó por galvanizar su posición dominante en la provincia de Buenos Aires, básicamente con arreglos seccionales de “estructura”. En Misiones, Puerta optó por cerrar con el FR, a pesar de sus históricas afinidades electivas con Macri hasta 2013, lo cual marca hasta qué punto se está produciendo una sofisticada regionalización del voto nacional de cara a agosto-octubre. 

En ese aspecto, Massa parece bastante asentado sobre el trípode PBA-NOA-NEA (¿remember 2003?), lo cual reafirma por donde pasa la transferencia real de los votos, más allá de los discursos y de las disputas entre candidatos, y de lo poco que explica sobre todo ello el clivaje oposición-oficialismo que todavía se menea en las audiencias sobrepolitizadas.

La pregunta es si Massa ya extrajo todo el “voto opositor duro” posible durante el tacticismo que aplicó desde 2013. Mi impresión es que no, pero que la jugada separatista del 2013 puede también empezar a rendir dividendos si se orienta el discurso a la zona de transferencia real de los votos de acuerdo a este mapeo de las potencialidades electorales. 

Por lo pronto, la “cuestión judicial” parece haber dado un climax coyunturalista con la muerte del fiscal al que no parece conveniente retornar para los presidenciables. Al gobierno le conviene seguir la zaranda porque invisibiliza políticamente su salida del poder y sus déficits operativos más relevantes que no honran políticamente al partido del orden (la opción por el atraso cambiario artificial, las gravosas condiciones del acuerdo con China que agravan la restricción externa e impactan en el mercado interno y el empleo –trasladando un problema financiero a la economía real-). Pero la largada electoral obliga a Massa a retomar el eje en la inseguridad, la inflación y abandonar el coyunturalismo.

Conclusión: Massa parece tener más problemas extra-políticos que políticos. A diferencia de Macri, su rango de electorabilidad se repliega sobre el 38% del padrón nacional y no sobre el 9%. Y a la inversa de Scioli, es un candidato “no oficialista” que envasó “en origen” votos (pos) kirchneristas.

Si, como se dice, el establishment económico no quiere “financiar” a Massa a pesar de su rango de electorabilidad (confirmando las afinidades con Macri y Scioli que se vocearon en el coloquio de IDEA) lo que tenemos es un dato político interesante para definir los perfiles presidenciales de los tres hombres en pugna, y lo que para Massa puede ser un problema “operativo” también es una oportunidad: afianzar su acción política por el camino autónomo que marcan los votos. Es el liderazgo, estúpido.