Era muy triste y raro
que esa noche,
que era la primera de mi brillante fortuna,
fuese la más solitaria que había conocido.
Charles John Huffam
Dickens
Los primeros cinco desdoblamientos del año permiten inferir
algunas lecturas, las más de ellas de carácter provincial, pero que pueden
ofrecer datos para decodificar el cauce posible de las tendencias nacionales
que alumbren en agosto.
Se verifica la lógica local del voto, y la búsqueda forzada
de la clase política de asignarlos a una tendencia nacional que el propio
electorado se rehúsa a “cantar” en las encuestas. Con una materia prima tan
acotada, es lógico que los sondeos fallen o sean disimiles entre sí.
El FPV exhibe una performance local superior a 2013 por el
pasaje de una instancia legislativa a una ejecutiva que le permite oxigenar su
estrategia defensivista nacional, pero que en los casos de mayor expansividad
(Urtubey en Salta, con un combo “histórico” de electorabilidad-territorialidad
mucho más afianzado que el resto de los gobernadores oficialistas) se
establecen en una media electoral que no compensa una pérdida relativa de votos
en la PBA.
Sin escenario factible de 40 + 1, tampoco hay una
degradación de “segundas fuerzas” al 25-20%, y por lo tanto es muy difícil una “polarización”
entre dos fuerzas, algo que el sistema político argentino “subsistematizado” no
admite desde el 2001, con la aparición de los panperonismos y panradicalismos.
El PRO se halla en el camino de la maximización de
expectativas que le permita compensar en las provincias de la región centro
aquello que “pierde” en la PBA, pero se trata de un trayecto hostil que el termómetro
ansioso del excelso Pagni se encarga de denunciar en los diversos tratamientos
que hace de la “molesta presencia” de Massa en el escenario electoral. En
definitiva, el mayor problema de Macri es el de no haberle ganado nunca “por sí
mismo” al kirchnerismo en una ecuación electoral nacionalmente relevante, y que
su esquema de acumulación política tenga un formato restrictivo que termine por
poner en duda su “hambre nacional”.
En ese panorama, el FR aparece expectante, tratando de contrarrestar
las expectativas que tanto el fpv como el pro “gestionan” dentro del
establishment político, a partir de la
posición dominante de Massa en la PBA y en la huella típicamente “peronista”
del NOA, NEA y parte de la Patagonia.
De acá a agosto, Massa necesita trabajar
para pulir las distancias electorales en la PBA que le permitan fijar la
equivalencia al 40% de los votos provinciales y cerrar una provincia grande de
la región centro que automáticamente trabaje ya cualitativamente sobre los “efectivos”
regionales de Macri, y no en forma peligrosamente “residual” como hasta ahora
parece ser la estrategia del tigrense.
La paridad de los presidenciables de acuerdo a las
idiosincrasias electorales regionales se refleja en la índole de los armados
provinciales.
Luego de la convención radical que selló el acuerdo cupular con
el PRO, la naturaleza de las alianzas locales no se restringieron a esa
directiva partidista y el eje radical territorial avanzó en esquemas
pluripartidarios más extensivos que incluyeron al FR (La Rioja, Chaco,
Corrientes, Mendoza) y que de algún modo “denuncian” cual puede ser la real
incidencia de cada presidenciable en la contienda de agosto.
En ese mismo
sentido, pero con otro mecanismo de acumulación política, puede leerse la posible
convergencia de tres peronistas no oficialistas en el eje PBA-Córdoba-Cuyo como
la consecuencia de la debilidad expansiva del partido peronista nacional
gobernante a la hora de recuperar adhesiones regionales necesarias para
reconstruir hegemonía para “representar bien” las exigencias de una nueva
instancia del partido del orden.
La elección vecinal de ayer en la Ciudad arroja datos de
cierta relevancia nacional que no invalidan el profundo comportamiento local
del votante porteño: Macri sorteó el riesgo innecesario de haber optado por uno
de sus candidatos y obtuvo entonces un beneficio político extra: desactivó el
eventual juego propio de Michetti y mejoró sus expectativas en la búsqueda de
mostrar “autoridad política” ante las audiencias sobrepolitizadas.
Pero en el campo del datodurismo electoral (que también da
indicios pero más concretos de los límites de acumulación política y liderazgo
posibles) se comprobó que a pesar de la expansividad sin precedentes de una
Paso competitiva (que permite apreciar la mayor elasticidad posible del catch
all macrista), el PRO sacó menos votos ahora que Macri en la elección modelo
del 2011 (con todos los oficialismos en fases expansivas atípicas, desde el 54%
de Cristina para abajo) y que el índice de presentismo se mantuvo en el numero histórico
de la Ciudad en los últimos veinte años, pero fue justamente inferior al de
2011, que a su vez es inferior al histórico de la PBA.
Sería comprensible que ante la detección del “trayecto
hostil” para alcanzar la pretensión ganadora de Macri, los Pagni busquen
soluciones erráticas que incluyan a Massa sin evaluar correctamente la
patrimonialidad electoral de la provincia de Buenos Aires. Es ahí cuando el “40+1”
retorna como síndrome de estocolmo de la oposición que no puede ganarle “por sí
mismo” al kirchnerismo, y allí reside hoy el principal problema de Macri: en no
comprender que su supervivencia política y su “expectativa electoral” existen
por el simple hecho de que también Massa está insertado en el escenario
electoral nacional.