Las elecciones de medio término en los Estados Unidos
Mexicanos arrojaron resultados que permiten leer como acertada la decisión política
de Peña Nieto de acelerar la batería de reformas pautadas por el Pacto por
México (PPM) durante el 2013, aprovechando el envión de los votos al flamante
presidente para tomar medidas de cierto largoplacismo.
Esa aceleración de entrada (las reformas energética,
electoral, impositiva, medios y telefonía móvil, educativa) le permitió al
gobierno federal llegar con envión al medio término, que lucía conflictivo por
una macro casi estancada y la violencia originada en la disputa narco que termina
por amortizar el capital político de todo oficialismo.
Peña Nieto usufructuó el PPM en dos niveles: uno
centralmente institucional (la gestión ejecutiva de las reformas como motor del
gobierno) y otro más político por el cual el pacto disciplinó la enjundia de
los partidos opositores y les quitó armas para diferenciarse.
Esa utilidad política del PPM que pensó Peña Nieto para compensar
los recursos hegemónicos que había perdido el PRI luego de su salida del poder
federal y posterior modernización partidaria en el llano, no pueden minimizarse
entonces a la hora de analizar la elección de ayer.
Si bien se preveía una performance a la baja de las tres
fuerzas políticas principales, el PRI hizo una elección bastante dominante
tanto en el tramo de diputaciones federales con mayoría simple como de
representación proporcional: 29% de PRI neto + 7% de PVEM para llegar a 36%
dentro de la coalición priista, más 4% del sello Nueva Alianza-PANAL que el PRI
pone por cuerda como pata sindical para sumar boletas en el cuarto oscuro.
40% para “plebiscitar” a Peña Nieto es un número que está
por encima de las expectativas y oficia como sólida plataforma de arranque para
este segundo tramo del mandato que ya empieza a registrar los efectos “sociales”
de las reformas del 2013: la reducción de tarifas en los servicios públicos.
El PAN quedó con el 20%, y sin una figura electoral nacional
potente, apostó a las elecciones estaduales y municipales, aprovechando la
incidencia que ganó en el voto rural a expensas del PRI durante sus 14 años de gestión
federal.
La fractura de la izquierda mexicana quedó evidenciada en
las urnas: el PRD se desplomó al 11% y la nueva franquicia de Andrés Manuel López
Obrador (Morena) recogió 8.5 % y dominó la elección municipal en el DF. La
naturaleza eminentemente capitalina y universitaria de la izquierda mexicana
explica la puja de PRD –Morena en la eleccion a delegados en el DF y le da
chances a López Obrador para la intendencia en 2018, mientras en el PRD ya
empezaron a pedir la alianza con Morena para parar la fuga de votos.
Quienes desconocen la idiosincrasia y la dinámica de la política
mexicana, pronosticaban una caída letal de Peña Nieto por el caso de los
estudiantes asesinados en Ayotzinapa, sin reparar en la dimensión “histórica”
de la violencia narco para un país como México, y del exacto mapa de esa violencia
dentro del territorio mexicano.
En ese sentido, la elección sirvió para graficar cual fue la
apreciación social realmente existente al matizar las responsabilidades
políticas: la vinculación directa del PRD a las narcobandas que asesinaron a
los estudiantes explican el triunfo del PRI tanto en el municipio de Iguala
como en la gobernación de Guerrero.
En el nivel estadual no hubo cambios sorpresivos en la
distribución de poder: el PRI perdió tres gobernaciones, recuperó dos y retuvo
tres, el PAN perdió una, ganó una y retuvo una y el PRD recuperó una y perdió
una.
La victoria categórica del extrapartidario “El Bronco” Jaime
Rodríguez en Nuevo León (la San Pablo mexicana) debe leerse menos como el “fin
de los partidos tradicionales” por razones sociológicas o vilmente
tonynegristas que con las propias decisiones aperturistas del gobierno de Peña
Nieto al aprobar la reforma electoral que permite la postulación de candidatos
extrapartidarios.
Las conclusiones de esta elección revelan una constante,
lenta pero segura, en el sistema político mexicano: 1) un partido nacional que
se moderniza y sacrifica en esa transfiguración su capacidad hegemónica; 2) la
apertura democrática a opciones políticas no subordinadas a la rigidez del
partidismo histórico, promovida por el PPM aun en contra de los intereses de
los partidos tradicionales que motorizaron el pacto; 3) la celebración de
comicios cualitativamente transparentes frente al esquema larvado pre 2000,
provocado por la deformación hegemónica del partido de gobierno, una vez
fallido en la representación.