Que Massa cante la balada del primer cordón habla menos de
una estratificación estática del voto del que se nutre la interna peronista
bonaerense que del mecanismo de inserción electoral en esa disputa. Luego, el
hecho electoral consumado abre la puerta a los más misteriosos comportamientos
de los votantes. Ahí comienza una dinamización del voto que abarca también
(cómo que no) al 30% de núcleo duro que acompañó a todos los oficialismos (y
oposiciones) peronistas que gobernaron el país desde 1989.
El período 1983-1988 dejó como huella política para el
peronismo la necesidad de contar con una ecuación de electorabilidad +
territorialidad para tallar en la interna. Con una de las dos no alcanza. La
interna general de 2005 confirmó el combo: el frepasismo residual del FPV +
algunas estructuras justicialistas cruzadas a mitad del río le arrebataban la
representación al PJPBA. Como bien comprende el invalorable Carlos Pagni, la
representación política no puede avanzar y consolidarse para ningún grupo
político por fuera de esa doble condición.
Es lógico que ante una situación de debilidad poselectoral
ese sector del peronismo solicite internas para intentar una reducción de daños
ante el efecto frejudepa. El pedido de Scioli es personal: trata de evitar que
quede descabezada su electorabilidad, pero poco parece interesarle el otro
aspecto del combo. A Massa no le interesa esa “interna” que propone el
oficialismo por dos razones: porque todavía no comenzó aquel proceso de
dinamización del voto peronista, y porque considera que la única interna válida
en esta etapa acaba de suceder: fueron las PASO.
Paradójicamente, la instalación de la electorabilidad en la
disputa de poder peronista debilitó la importancia relativa de la otra creación
(esta sí expresa) de la renovación ochentista: la interna con formato cerrado
de afiliados. Hoy vas a visitar a un puntero y lo que menos tiene son fichas de
afiliación. Lo que no comprendió cabalmente la Renovación fue que la
electorabilidad no era producida ni definida por la interna, sino que se
trataba de un fenómeno político que la excedía y se construía desde otro lugar.
Tampoco tenía una relación lineal con lo que producían los aparatos
territoriales: los triunfos de Menem en la interna cerrada del ´88 y Cristina
en la interna general de 2005 lo confirman.
El avance lento y contradictorio de este proceso en la
política territorial peronista produjo esa nueva camada de intendentes elegidos
mayormente con el ocasional sello del FPV en 2007, y que pasan a tener
autonomía y proyección política propia bajo la herramienta electoral Frente
Renovador. Munido de un caudal consolidado de electorabilidad-territorialidad,
Massa puede presentar una agenda de temas que disloca “las prioridades” de los
PEN nacional y provincial, pero que al mismo tiempo pone en evidencia y discusión
las limitaciones defensivistas que se autoimponen los intendentes del FPV. La
zanja bonaerense que separa a los que prefieren protegerse en el tradicional “derecho
de veto” y los que pretenden extender la acción política hacia una nueva geopolítica
del peronismo bonaerense sintetizada en el “derecho de imposición”. Tras la
disputa electoral FR-FPV emerge esa división conceptual (largamente taponada
por el desfinanciamiento intelectual que sufrieron los PJ nacional y provincial
en esta década), y esto explica en parte por qué el candidato efepeveísta debe
correr detrás de la agenda de Massa, aunque más no sea para reproducirla con
delay. Quién mejor afina es quién mejor representa.
En el peronismo, la pretensión de instalar “la hora
partidaria” es el reflejo de momentos de debilidad y defensivismo profundo. Más
todavía cuando todos los actores de la política territorial perciben que este
pedido se hace a destiempo. Esto explica por qué Scioli pide interna, y porque
a Massa no le interesa la situación del PJ. Massa sabe que la construcción de
territorialidad se hace autónomamente, con tiempos políticos distintos a los
que quieren imponer las conducciones ocasionalmente institucionales y que esa
(re)construcción se hace al calor de la tensión sorda entre la liga de
intendentes y la liga de gobernadores.
Scioli ha apelado a la consigna “unidad para la
gobernabilidad” para transitar estos dos años. Se trata de una visión demasiado
estática de la situación política, y bastante desautorizada por los números de
las PASO: la ampliación de la representación peronista en la PBA se nutre de una
transferencia de votos que degrada las posibilidades de un espacio no
peronista. Por lo tanto, la gobernabilidad no está en riesgo.
A tal punto despreocupa a la militancia el fantasma del “peronismo
dividido” que hasta el propio Movimiento Evita transita con mansedumbre y
tranquilidad la exploración de sus afinidades electivas: el productor de la película
lo prefiere a Scioli; al que viene de bautizar a su niño en Santa Marta le tira
Massa; y algunos sectores juveniles esperan con calma el salto a la cancha del candidato
del kirchnerismo (es lógico que así lo piensen: hay un 10-15% de padrón
kirchnerista que nunca votaría a Scioli.)