Paulatinamente, la lógica dinamizadora de la interna
peronista bonaerense pos-PASO va dejando atrás clivajes extraños al elector de
nuestra tierra que la exportación porteña quiso traficar sin éxito por la vía
politológica. Parte de la dialéctica cupular del efepeveísmo gubernamental
irradió ese lenguaje electoral rígido que tensionó y debilitó las candidaturas
provinciales del oficialismo, partida por la agenda que instaló el FR con una
dosificación táctica (a una respuesta, un nuevo tema, y así) que ante cada
aceptación fáctica del gobierno, confirmó a Massa como el cauce natural de una mayoría
silenciosa que vino a poner en una escena más franca lo que sistemáticamente la
administración presidencial escondió detrás del árbol del 54%.
En la región latinoamericana ya se toma nota: hay que armar
una gobernanza distributiva compatible con el crecimiento a la baja que se
viene. Para los gobiernos esto significa repensar alianzas económicas, manejos
estatales de la macro, reformas educativas, cierta clase de concertación
sindical que comprenda mejor la tramitación de la contenciosidad, nuevas
llegadas a la práctica territorial de la asistencia social que estén un poquito
por encima de poner guita en el bolsillo del pobre, es decir, amplios márgenes programáticos
que están en la cabeza del nuevo proyecto de poder peronista del 2015, pero que
empiezan ya a discutirse después de octubre como parte de la interna política
sobre el dominio del Estado, la gestión y los recursos en todos los niveles
jurisdiccionales. Coparticipar mejor el impuesto al cheque es un humanismo
weberiano.
Si Cristina siempre habló de un modelo con metas de crecimiento, se
aproxima una discusión política que sin negar el axioma buscará precisar cuales
serán esas metas y cómo funcionarán hacia 2015 muy por encima de lo que
significa la idea, en cualquier coyuntura, de fogonear unilateralmente el
consumo. El sostén y la expansión de la política mercadointernista argentina se
nutre de políticas más variadas que el gobierno nacional no ha puesto en práctica,
y ligado a esos temas está un incipiente consenso que la elección provincial
parece arrojar: una planificación estatal para controlar la inflación. En
contra de esa sensación consensual van las declaraciones de algunos candidatos
oficialistas que plantean a la inflación (hoy) como parte del crecimiento,
hecho que atestigua la urgencia política de redefinir qué se entiende hoy por
metas de crecimiento más allá de un keynesianismo for dummies.
Porque la pregunta íntima que se hacen todos en el peronismo es ¿existe margen para construir una hegemonía
política con 15 mil palos de reservas? Un eventual terreno inhóspito para
quienes construyan el peso de su representación sobre muchas continuidades y
pocas rupturas, el riesgo del neopoder licuado en la víspera. En este dilema se
inserta la disputa intraperonista, y entra a pesar fuerte el esquema de
alianzas políticas que elija el peronismo para presentar su oferta electoral
ejecutiva: visto el fotograma actual de esa película, el FR luce más activo que
el FPV en esa construcción.
Pero además hay que mirar bien la letra chica del contrato
electoral que va armándose en la
PBA como expansión de un sentido común mínimo, y que nosotros
señalamos con el lápiz rojo por ahí arriba. Con un excesivo defensivismo coyunturalista,
el oficialismo prefirió leer el resultado de las PASO como un estricto y estático
voto castigo antikirchnerista. Sin embargo ya en las PASO se verificaba que la
germinación electoral del FR era de un alto componente kirchnerista (Massa
cazando en el monte del 57% provincial del 2011) y las características propias
del candidato hacían pensar en un catch all dinamizado con rumbo a octubre que
si se termina expresando en una diferencia porcentual de 10% o más, será menos
la expresión de un voto antiK que la de una opción proyectada que suture y
supere esa dicotomía política que no está sustentada por ninguna agenda política
de masas. La encuesta naranja, en términos de referencia y aún en contra de sus
intereses, también parece confirmarlo.