El consenso unió a las minorías intensas: quieren que Massa hable. Quizás porque se vean urgidas a abastecer a ese ¿15%? del electorado nacional que justifica la existencia del periodismo político y sus derivados gráficos y digitales. Porcentaje calificado que disminuye dramáticamente en el electorado bonaerense. Y parece ser que Massa disfruta de ese síntoma ajeno, el otro día anduvo por San Miguel y gastó a los periodistas políticos “que se disgustan” porque no arma actos de campaña.
Mientras Cristina intenta nacionalizar la elección, Massa la provincializa, la municipaliza, la minimaliza, la lleva a la esquina árida del Estado donde el discurso cede al cuerpo a cuerpo de la gestión y su prosa de la ética de la responsabilidad ampliada. Pero puede haber una percepción errada, ¿Massa habla o no habla?
Digamos que desempolva una vieja tradición peronista: habla por otros. Quizás los que creen que la política empezó el 25 de mayo de 2003 no estén habituados a esta práctica: hablar a través de otros para poder decir uno mismo lo imprescindible en cada tiempo político. Porque quizá como pocas veces durante la década kirchnerista, sea esta etapa cristinista la que mejor exprese el malgasto de la palabra política, una barroquización berreta del discurso que inclusive impacta negativamente en parte de esa audiencia del 15% tan apegada a la anormalidad del consumo político.
La administración dosificada del discurso es insoportable para los que viven del business del país dividido. Llamativamente algunos candidatos del FPV compraron esos argumentos minoritarios para afrontar la disputa electoral con Massa, ahondando una presunción que ya se empezaba a evaluar dentro del peronismo bonaerense: que el problema político del kirchnerismo comenzaba a residir en lugares más concretos que el de la batalla cultural. El pase de Giustozzi al FR (el tipo más votado de la Tercera) no puede leerse de otro modo.
La disputa FPV-FR expresa la clausura de una gran esperanza militante que la Renovación fomentó a través de mecanismos operativos: la posibilidad de que el PJ defina sus candidaturas en internas. Las PASO (como se desplegó en la práctica la relación partidos-candidatos-electorado) terminan por desalentar la competencia interna, pese a que se dijo concebirlas con el fin opuesto.
Pero además la conformación de las listas del FPV y FR son la marca de agua de situaciones políticas que exceden la coyuntura electoral: ante la lista territorial del FR, Cristina se vio obligada a adoptar un perfil “reductor de daños” de las candidaturas para equilibrar el piso de electorabilidad desde el cual se parte hacia la elección. Pero ese avance relativo de la territorialidad en las listas del FPV transita una tensión sorda: la que existe entre la idiosincrasia política de los intendentes y la de la conducción nacional. La decisión de la liga de intendentes del FR es construir poder y política desde la propia singularidad que representan, e irradiarlo a todo el peronismo realmente existente; puede salir bien o mal, pero lo que deja a la vista la disputa electoral bonaerense es que cualquier construcción de poder territorial solo puede crecer por fuera de esa tensión para lograr expresar además de un proyecto de poder, una visión de la política y la gestión que tiene pretensiones de nacionalizarse.
Aquella tensión se ve cuando los candidatos del FPV apelan a la debilidad discursiva de “leales y traidores” para leer la coyuntura electoral. Por lo tanto, es posible que un triunfo del FPV en la PBA haga fluctuar en favor de la conducción nacional el peso ganado por los territoriales en las listas (Cristina no pasa por el tamiz electoral y tendrá más margen para capitalizar un triunfo, y podrá volver a sellar las listas en el 2015 porque cualquiera sea el escenario con el que se llegue, esa táctica es la que más le conviene). Ese riesgo de fluctuación corrosiva es el que hace que algunos intendentes del FPV sean testimoniales de la boleta distrital para defenderse de la tensión. Sin embargo, la postulación de Massa como dato superficial del armado de la liga de intendentes (cuyo germen es el grupo de los ocho que fomentó NK para armar un kirchnerismo crítico que oxigenara y mantuviera unido al peronismo bonaerense) contribuye a sostener la tensión en el efepeveísmo y deja el proceso abierto con rumbo al 2015.
La estrategia electoral de Massa (que tanto mortifica a las minorías intensas de todo pelaje) parece trabajar en tres tiempos: uno posado en las PASO, otro en octubre y un tercero que prescinde de la situación electoral para poner el ojo en el trayecto a 2015 (porque la liga de intendentes, mientras tanto, tiene que gobernar). Esta pluralidad de intereses es lo que diferencia al FR de una candidatura opositora clásica como las de FDN y MS sin anclaje territorial y gubernamental. Pero Massa también causa dificultades en el FPV al abrir la brecha de tensión que antes describimos.
Para Massa, la coyuntura electoral tiene una motivación instrumental: necesita “pasar” por los votos para sentarse a la mesa de los que discuten la sucesión peronista en 2015. Una cuestión que a varios gobernadores les resolvió la lógica del sistema electoral en 2011, pero que un intendente, por más poder de fuego distrital que tenga debe refrendar en el turno electoral en el que la provincia se conforma como distrito único a tales fines. En cualquier caso, Massa saldrá de la elección con un volumen de votos propios bonaerenses que le permitirán tener: 1) capacidad de veto y 2) capacidad de imposición, en la UFC sucesoria. Del lado del FPV el prorrateo de costos-beneficios parece más difuso: es muy difícil que Insaurralde (y por lo tanto, el bloque de intendentes) pueda acaparar los votos bonaerenses como propios, a causa de la tensión sorda que marca la dinámica interna del kirchnerismo.
La conformación política del FR también está pensada en “tiempos”: Massa parece conocer profundamente al peronismo y su 30-35% consolidado bonaerense. Como dice muy bien el patriarca Manuel Barge, la base expansiva de Massa (hoy) está en el diferencial FPV que va desde el 32% que sacó NK en 2009 hasta el 56% que obtuvo CFK en 2011. Massa trabaja desde esa base para abrir el abanico, y la formación político-electoral que hay que presentar para esta etapa es una transversalidad con eje peronista que fidelice eficazmente con el electorado. Tanto en 1985 como en 2005 las formaciones peronistas (FREJUDEPA y FPV) que desafiaron al PJPBA para litigar en la interna general instrumentaron el formato peronismo blanco + transversalidad para operar el traspaso del “aparato” justicialista; el problema llegó cuando tanto el cafierismo como el kirchnerismo pensaron que el elemento transversal además de eficacia electoral, tenía eficacia gubernativa. Ganar elecciones es una cosa, gobernar otra muy distinta.
En el caso de Massa, el anclaje territorial del FR (intendentes preexistentes a la herramienta electoral) es un rasgo distintivo que no existió en la experiencia efepeveista (un avatar fundado por un gobernador de provincia feudal cuando llegó a la instancia nacional del poder, una construcción política de arriba hacia abajo) y que puede reestructurar las relaciones políticas dentro del peronismo, o por lo menos hacerlas embrionariamente novedosas.
En este aspecto la neotransversalidad que desarrolla Massa no descansa en política ideológica (y sabemos que esto es un drama para los minoristas intensos y para los kirchneristas lúcidos porteños que tienen en tan buena estima a las “definiciones”) sino en política gubernamental: se forja en la asociación de intendentes, y lo que esté por arriba de eso es la espuma. Sobre esa base, Massa ha transformado y subordinado al PRO bonaerense en una línea interna de su dispositivo electoral transversal, lo mismo hizo con un sector de la UCR, y por que no decirlo, del FPV.
Quizás donde mejor se refleje esa neotransversalidad espumante del FR sea en la conformación del nuevo bloque massista en el Senado bonaerense: 2 vienen de la UCR, 4 de Unión-PRO, y 5 del FPV.