domingo, 23 de junio de 2013
1985
Te piden que les digas cuánto pagan por la recolección de basura y cuántos empleados tiene la planta municipal, y te dicen al toque si es buen intendente o no. Así mensuran los intendentes más votados de la PBA al resto de sus colegas. Te piden esos dos números que destruyen ideologías, humo, sobresaturación de épicas, y listo. Conocen con obsesividad todos los surcos de la gestión. Tienen un hijo político que los diferencia del resto de los intendentes: el bonustrackeo de gestión. Sienten orgullo de que Cristina y Scioli no les manden todos los fondos coparticipables que les corresponden, ellos no reclaman y apelan a la creatividad, se las arreglan solos, bonustrackean más, pulen la piedra de la gestión, ganan elecciones distritales, y como a nadie le deben nada, ponen un ladrillo sobre otro y la pared de la electorabilidad crece.
Pero además, los intendentes más votados de la PBA, llevados por la pulsión electoralista, saben de política, saben que hay que hacer con la economía de un país; no están confinados al defensivismo perenne del alumbrado, barrido, limpieza y desactivación social. Sucede que el equilibrio entre poder y política no les permite vociferar demasiadas sinuosidades discursivas: están demasiado comprometidos con el electorado. Los intendentes más votados de la PBA tienen a Levitsky en la biblioteca, pero hoy leen a otros autores.
El pase de aparato del duhaldismo al kirchnerismo en 2005 expresó una primera variación de la lógica territorial del peronismo bonaerense: la dinámica del crecimiento económico tasachinista empezó a tirar derrame hacia las partidas presupuestarias de los distritos, y a ese mismo ritmo empezaron a llegar las demandas sociales diversificadas a los oídos de los intendentes. Eran demandas combinadas, porque siempre estuvo latente la previsión defensivista ante la conflictividad social, pero se empezaron a sumar reclamos concretos: seguridad pública, mejores servicios de educación y salud, transporte. Reclamos que estaban fuera de la orbita defensivista clásica que afrontaba el “barón” en la década del ´90 y hasta el crack dosmilunista.
En 2007 llega una camada de intendentes (la mayoría de ellos bajo el sello FPV-PJ) que elabora una lectura política de esa nueva coyuntura de demandas más complejas: una lectura que acompaña el proceso kirchnerista a nivel nacional, pero que tiene una dinámica propia a la hora de pensar la política y la gestión. Ahí se produce una segunda variación que consolida la lógica territorial peronista que se abre en la provincia: esos intendentes ven que deben maximizar su capacidad de gestión e intervención estatal para afrontar la cada vez mas amplia matriz diversificada de demandas, e incorporan, por primera vez en la política municipal, el concepto de electorabilidad que surge en el peronismo con la Renovación. La gestión y la política pasan a ser pensadas en función no de sostener poder, sino de construirlo. Ahí radica una de las diferencias con los “barones”: los “nuevos intendentes” quieren que el “costo” del defensivismo y la demanda social diversificada se amortice con la construcción de electorabilidad, es decir poder político efectivo propio, no cedido a las conducciones nacionales y provinciales.
La reelección de estos intendentes en 2011 con apoyos superiores al 60% del electorado es la tercera variación consolidada de esa nueva lógica política del peronismo bonaerense: se arma el combo electorabilidad + territorialidad sobre la base del bonustrackeo de gestión (el bonustrackeo es la ampliación creciente de servicios municipales para resolver problemas que las orbitas nacional y provincial no resuelven: seguridad, educación, infraestructura, creación de parques industriales para sostener empleo y mejorar la tributación). La elección de 2013 se presenta como la cuarta variación de ese proceso territorial llevado adelante por los intendentes más votados de la PBA: los dos mejores intendentes del conurbano (en votos y gestión) encabezan la boleta nacional de diputados del Frente Renovador.
Pero este proceso (como todo en política) tiene nombres propios que hacen el camino, esto no sucede en un libro de ciencia política que describe impersonalmente, y tiene uno en particular que sintetiza: Sergio Massa. El tigrense fue quien desarrolló esta lógica de política y gestión mucho antes que el resto de los intendentes, y a la que ahora le da orden y unidad política al armar una “liga de intendentes” que se constituye en la base político-territorial de la herramienta electoral Frente Renovador (FR).
Es la presentación de Massa (y no otra cosa) lo que obliga al FPV a ceder lista a sus territoriales para tratar de empardar el combo electorabilidad-territorialidad que sirve a la mesa el FR. Massa, al elevar la disputa territorial a la trama nacional (porque la electorabilidad es una pared que crece) consciente y tácitamente le sube el precio a los intendentes del FPV y disminuye el peso relativo de Cristina y Scioli, en una jugada que sobrepasa inclusive la coyuntura electoral.
La candidatura de Massa también puede modificar la lógica del voto en la PBA, porque al traccionar la boleta “por arriba” y “por abajo” puede reducir un hipotético corte de boleta en su contra y ahondarlo en la boleta del FPV. Y en la Tercera, Darío Giustozzi tiene una figura muy expansiva en distritos adicionales al suyo como Esteban Echeverría, Lomas de Zamora, y otros dos muy flojamente gestionados pese al tasachinismo presupuestario: Quilmes y Lanús. Una influencia similar a la de Massa en los distritos de la Primera, como se verificó en la elección de 2011.
Massa no limitó su armado a la PBA. Hace tiempo viene desarrollando bilaterales con intendentes de otras provincias como parte de esa lectura política común que comparten en ese nivel de la gestión publica. Por lo tanto, la candidatura de Massa también expresa la visibilidad nacional de un reacomodamiento del peronismo que se produce a la luz de la conducción kirchnerista de los recursos nacionales sobre el telón de fondo del 70-30 de la coparticipación, la acumulación de leyes “transitorias” sobre facultades recaudatorias y los pactos fiscales preexistentes: una situación deficitaria que resolvieron mejor los intendentes que los gobernadores, y que ahora empieza a tener traducción política.
Si en los ´80 el peronismo ungió una liga de gobernadores para destrabar el problema del liderazgo y la representación, el armado electoral massista revela la aparición de una liga de intendentes que busca proyectarse haciendo pesar sus “ventajas comparativas” en el complejo cuadro fiscal de la nación, frente a otras instancias regionales del peronismo.
Massa y su liga de intendentes dicen: para tener soberanía política necesitás independencia económica. Pero en tu gobierno. Es decir: la electorabilidad, el poder político, se construye en la gestión hacia fuera (servicios públicos de calidad) y hacia adentro (superávit fiscal y ampliación de recursos propios). La ecuación de gobernanza (el ratio de calidad entre demografía-recursos-gastos-territorio-servicios) pone a la liga de intendentes por encima de los gobernadores frente al gobierno nacional en la disputa de poder peronista.
La lista plural que eligió Massa para la parte nacional de la boleta está hecha con una certeza: que la boleta la tracciona él y que los que van del 3º para abajo son los nombres necesarios para adaptarse a una coyuntura táctica (se privilegia una parte del barrido en abanico típico del catch all), pero donde los capítulos más interesantes se vislumbran más allá de esta elección. Los territoriales aparecen fuerte en las seccionales y distritales (el mix peronistas del conurbano-radicales del interior).