Un poco que el líquido podrido que drena ahora de la economía
se ensayaba en el recatado cónclave palaciego que sostenían en el 2004 Lavagna y
otros ramajes del equipo económico pero todavía no directamente con Kirchner,
en ese primer año y medio Kirchner aplicó un inteligente laissez faire, no se
metía mucho, se dedicaba a administrar mayores dosis a la política, pero por
debajo del siga-siga económico fluía encapsulada la discusión técnica de los sultanes del ritmo: ritmo del porcentaje
paritario, ritmo de la inflación, ritmo exportador, ritmo de inversión.
La intervención del Estado es (también) manejar ritmos. La
pileta vacía, la torta del crecimiento recostada sobre el mercado interno, lo
usual, lo que sabemos todos, lo que correspondía, ese consenso lamolinista sobre
el rumbo económico, pero que en las fisuras de ese debate tecnocrático que
transcurría en oficinas oscurecidas y de espaldas a la alborada nestorista, mostraba
algunos elementos que sirven para discutir el rumbo de la macroeconomía actual.
El estado puede decidir, ahora que la pileta está llena y
surgen los desajustes progresivos que pegan cada vez más sobre la economía real, cómo se va a
definir el crecimiento sobre la triple base del consumo, las exportaciones y la
inversión. Cuánto se va a cargar sobre cada una de estas tres patas. Otra
decisión tiene que ver con que la sustentabilidad del ritmo de extracción de
renta necesita de la responsabilidad estatal para construir más mercado, más
sector privado de la economía.
Mas allá de lo que se define desde el gobierno como un
programa con metas de crecimiento (por oposición a las metas de inflación), no
hay una tendencia a plantear políticas económicas que no estén siempre vinculadas
al enamoramiento “del modelo”, y por lo
tanto, al pasado. Solo algunos sectores del peronismo (preocupados por generar
políticas de ruptura con continuidad, pero no al revés) están pensando en un
programa económico para un país de crecimiento moderado o bajo.
Crecimiento moderado de la economía sin escenario de crisis terminal
es una coyuntura que reclama ciertas cosas al sistema político, más
centralmente al subsistema peronista que entabló las relaciones cualitativas
entre política y Estado en las últimas dos décadas. Sea o no ordenada la sucesión
del 2015, para el peronismo surge la necesidad de reestablecer mayor eficacia
institucional al sistema de partidos para aceitar la relación entre política y
acción estatal en el marco de una economía moderada.
Al partido del orden le va a ser reclamado un mejor manejo
de las tensiones entre política y poder que tiene origen oblicuo en el
achatamiento de la economía, según lo que empiezan a pensar algunos sectores
militantes y dirigenciales peronistas que ya ven la cuestión institucional como
algo no sólo formal, sino con un grosor político que define parte del consenso
social posterior a 2015.
Lo que muchos militantes y dirigentes dicen, haciendo ya un revisionismo
práctico del modo en que se administró la tensión poder-política en los “segundos
tramos” del menemismo y kirchnerismo: pasar a un mandato presidencial de 6 años sin reelección para resolver la sucesión.
La decisión del gobernador Peralta de eliminar la reelección indefinida en su
provincia (para traccionar legitimidad política hacia afuera y hacia adentro)
parece expresar esa misma necesidad política que muchos peronismos provinciales
comienzan a considerar.
A diferencia de la Renovación Peronista
que reorganizó para construir electorabilidad, el tratamiento institucional que
necesita el subsistema peronista se orienta a lograr que el partido de gobierno
haga funcionar mejor al Estado en relación con una economía de bajo crecimiento.
La expansión de funciones estatales en los municipios del conurbano y la
aparición de una camada de intendentes en 2007 con alta electorabilidad que modificó
parcialmente la relación con la militancia territorial y de ésta con la población,
son fenómenos en curso que también se relacionan con esta nueva agenda institucional
para los subsistemas peronistas nacional y provinciales, en función de
coordinar la acción política y la acción estatal con la nueva realidad económica.
El objetivo de fondo: poder construir movilidad social ascendente en una economía
a la baja.
Cuando se trata de hacer paralelismos entre países y entre
partidos políticos de la región (un business habitual del curro politológico), la
moda instaurada por la minoría emokirchnerista es edulcorar el análisis
asimilando al kirchnerismo con el PSUV, cuando por idiosincrasia histórico-político-operativa
la única comparación verosímil es la del Partido Justicialista con el PRI
(lamento amargar a believers y emocionales, pero es así). Argentina y México
comparten sociedades que no abonan a la teoría del país dividido, y por esa razón
(además de muchas otras) tanto el PJ como el PRI tienen que asumir compromisos institucionales
mayores por causas de supervivencia política. Es interesante por eso ver la
relación que asume el PRI con el sistema político mexicano después de estar en
la lona durante 14 años.
El PRI apalancó una renovación generacional con perfil de
gestión pero los viejos cuadros no fueron echados del ámbito de decisión sino
pasados detrás del biombo para conformar un grupo de consigliori, considerando
que los políticos old school
compensan aportando más densidad política a las decisiones de gestión,
mejorando el balance entre política y poder.
Con la llegada de Peña Nieto al poder, el PRI impulsó el
Pacto por México, un acuerdo programático de gestión junto con el PRD y el PAN
al que se agregaron otros partidos políticos; entre los puntos del acuerdo, está
la institucionalización constitucional del Pacto de modo opcional, lo que
permitiría al presidente armar coaliciones programáticas de gestión, es decir, abrir
el juego.
Además, Peña Nieto será el primer presidente priista que va incidir en el manejo del partido (algo que el
PJ ya había resuelto con Menem) para intensificar el margen de gobernabilidad
mientras el PRI esté en el poder; nuevamente un delicado equilibrio para
dosificar política y poder con acción de estado.
La agenda del Pacto tiene ejes centrales: una reforma educativa que se centra en la calidad docente (un tema quela Argentina
también tiene que enfrentar, más allá del 6% de PBI que hoy se pone), el
ingreso de la inversión privada a PEMEX para recuperar la caída de producción,
una regulación de las telecomunicaciones (que abarca a los medios, pero también
y fundamentalmente al mercado de telefonía móvil).
La agenda del Pacto tiene ejes centrales: una reforma educativa que se centra en la calidad docente (un tema que
La stamina del acuerdo será también una prueba para testear
si hay más política que poder: la previsión de la dirigencia mexicana es darle
velocidad a las políticas concertadas. Un dato: la economía mexicana ha tenido
un crecimiento a la baja en la última década. Como parte de los antibióticos
que toma el PRI para soldar consenso político, Peña Nieto adoptó el discurso
anticorrupción para subir la vara y encanó a La Maestra para allanar el
apoyo social a la reforma educativa.
Pero al mismo tiempo que se adapta a la nueva década, el PRI
sostiene su tradición nacionalista, forjada a través de la épica del cine y la
telenovela; la constante revisión de lo nacional mexicano nunca transitó por
los libros y la academia, sino por la representación audiovisual. La historia política
de México se arma en el cine de consumo masivo de la década del ´40 con las películas
de Emilio “Indio” Fernández, y con el star system femenino: Dolores del Río,
María Félix, Silvia Pinal. Con la caída en desgracia del cine, la telenovela unge
sucesivamente a Verónica Castro, Thalía, Lucero. En esa lista de heroínas
blancas que actúan la pobreza y el sueño prometido de la movilidad social
ascendente está también Angélica Rivera, que se consagró con La Dueña en la década noventista, y hoy es la primera
dama mexicana, la mujer de la acción social y de Peña Nieto.
Pero no nos enamoremos de los ejemplos. Argentina tiene su
propia agenda: la que en el 2015 (¿o en el 2013?) va a pedir que el partido del
orden cumpla en diversos frentes que hoy parecen paralizados, o al menos
demorados. Le va a pedir un mejor Estado (no más, mejor), planificación para
poder cualificar Justicia Social en una economía moderada, porque por suerte
Argentina no vive una crisis económica terminal, ni es un país dividido.