La devaluación que hizo Cristina no tiene ningún impacto
relevante en la guerra cambiaria que libran emergentes y desarrollados. Así, la
devaluación argentina tampoco se justifica por lo que sucede en esta etapa de
esa batalla de monedas. Es cierto que EEUU va a dejar de emitir, que
Latinoamérica va a devaluar, y que estos
factores se van a ir sumando a lo que Argentina tiene como un problema interno
desde hace dos años con cada vez más evidencia. Ahora (pero no antes) sí se
empieza a terminar el ciclo inercial de guita en la región, y llega la hora
difícil de maniobrar, como dijo Rousseff, con las reservas acumuladas. Es
decir: Brasil no devalúa por las mismas razones que lo hace Argentina. Acá es
donde cada país de la región va a armar su propia estrategia para sobrevivir a
lo que viene con cierta prescindencia de los agrupamientos preexistentes (el
Mercosur en términos comerciales y económicos está casi paralizado); por eso
Brasil mira de reojo a la
Alianza del Pacífico (aún cuando por ventajas geopolíticas no
le convenga integrarla) con amor y odio, porque expresa la decisión pragmática
de algunos países latinoamericanos de salir a Asia a diversificarse para
atenuar la dependencia de la bilateral comercial que tienen con EEUU. El tema
es ver que hacen Brasil (y Argentina) para salir a pelear “la torta” de los
emergentes, que en los próximos años tendrá menos porciones.
Pasó una semana de believers: los que creían que con el
salto devaluatorio se alineaban los planetas y arrancaba un revival del
nestorismo 2003-2008 (lo leí por ahí). Todavía no está claro si con clavarlo en
8 pé alcanzaba, pero la transferencia al sector asalariado ya está bastante
avanzada (la maquila fueguina, la industria automotriz, el comercio minorista).
Insistimos: la devaluación no era estrictamente necesaria a menos que se
considere que las medidas económicas que tomó el gobierno en estos dos años
fueron correctas. Por eso, cuando se decide políticamente tomar estas
decisiones, y conociendo la cadena de contenciosidades sociales que van a
surgir, lo importante es no quedarse a mitad del río. Hacer pagar los costos de
una sola vez también es una virtud del partido del orden.
Desde el punto de vista político, es peligroso centrar el
discurso en las posibles bondades de una devaluación, pero los gobernadores
kirchneristas NOA-NEA optaron jugar esa ficha: el dilema de hablarle a las
empresas o a la gente es otro síntoma de que esa pseudo-liga (que hoy conduce
al kirchnerismo junto con Scioli) tiene el horizonte de representación
complicado, y que el alivio transitorio de algunas economías regionales lo garpan
los asalariados de los centros urbanos y de la Región Centro pampeana + la PBA , que son los que no
necesitaban la devaluación.
Si el gobierno busca reeditar una 125 para trasladarle el
costo político del fracaso de la devaluación al sector agrario, se va a
encontrar con que no va a contar con el amplio abanico de alianzas del 2008 que
permitan sostener un conflicto de esas características. Pero quizás sea esa la
razón por la cual el kirchnerismo elija nuevamente al campo como enemigo público,
así como considera que un tipo que compra 3 palos verdes le desestabiliza el
sistema financiero, o que le asigna la falta estructural de dólar genuino a la
no liquidación de 2000 palos en concepto de granos mientras se pierden 100
diarios por no querer bajar la inflación. Los problemas de expertise se tapan
con argumentos que hacen ver como aún más debil a la economía, justo cuando las
expectativas están jugando un rol central.
Durante el alfonsinismo y antes de 1989, una parte
considerable de la población se tuvo que acostumbrar a vivir con bajo
desempleo, pero con salarios empobrecidos y servicios públicos básicos colapsados.
¿Era eso una crisis? ¿alguien tiene la autoridad política para decirle
docentemente a la sociedad cuando está “subjetivamente” en crisis y cuando no? Como dice mi viejo: “dos meses antes del rodrigazo estaba todo bien”.
Los riesgos de la historización permanente (un trademark
kirchnerista) aparecen cuando se le cree más a la historia que a la realidad:
cuando las efemérides reemplazan a la política. Cuando se definen y narran como
propias (y con las palabras propias) las crisis y malarias que sufrieron otros:
el psicodrama progresista que en los noventa juzgó al menemismo desde cómodos
cuarteles de invierno.
Pero las generaciones pasan, los electorados no son siempre
los mismos, y hoy Argentina sigue teniendo términos de intercambio favorables, tiene
empresas industriales modernizadas pero que hoy valen menos que una empresa
similar en Colombia que hacen pensar en un burbujeo futuro. Y tiene un
electorado posmodernamente castigador, amortizador, que conoce la identidad
hacia la cual replegarse, pero que ya hace rato que no canta la marchita.