No
hay escuelas superiores, los centros doctrinarios que quedan son espacios de la
memoria, los institutos históricos son el hobby enciclopedista de los nostálgicos
y la efímera calentura intelectual de los recién llegados. El Museo Evita es el
recorrido pop que hace la clase media alta para reafirmar las afinidades estéticas
adquiridas durante la politización kirchnerista.
Una visión modernista de la
política podría afirmar todavía el vínculo causal que existe entre la
producción intelectual y la renovación de las ideas políticas. Una mitología
que remite al partido de cuadros, los congresos, los documentos.
Aún sustentado en la praxis, el
peronismo que lideró Perón promovía (como partido de Estado) la obligatoriedad
escolar del militante y la exigencia de actualizar doctrina como parte de la
glorificación evitista del empleado público y la enfermera.
Para Perón la formación educativa
del militante era la semilla de las renovaciones futuras que habrían de
transitarse con el patrocinio de su liderazgo. Pero la muerte del líder
coincide con una época de fuerte crisis y reforma estructural del capitalismo
mundial que impacta en la política: los electorados dejan de aceptar ese
romanticismo decimonónico que todavía persistía como el factor estructurante de
las ideas y acciones políticas.
Comprender la relación entre
democracia y mercado a la hora de producir política sería la llave para la
construcción de nuevos liderazgos y representaciones.
En la Argentina , ese tiempo
llegó algunos años antes de 1983 y el consenso alfonsinista interpretó mejor la
esperanza social y demócrata (en un sentido no ideológico) de la sociedad
frente a un peronismo que había sobrevalorado el posibilismo continuista de su
propuesta electoral.
La apertura democrática encuentra
al peronismo derrotado y conducido por Las 62 Organizaciones, inmerso en una
profunda lógica defensivista que la organización sindical provee eficazmente
para sostener al movimiento mientras dura la represión y la ilegalización de
los partidos políticos, pero que a esa altura conspiraba contra la recuperación
de capacidad electoral del PJ como partido productor de poder y creador de
representación.
El surgimiento de la Renovación Peronista
obedece a una necesidad operativa y solo secundariamente ideológica, aunque
ambos componentes estaban enlazados en la disputa contra Las 62 y algunos
feudos provinciales.
La profunda discusión
intrapartidaria fomentada por los renovadores (congresos, afiliaciones,
producción intelectual) es posible porque el peronismo no controla el Estado
Nacional y ve reducido su índice histórico de gobernaciones provinciales:
cuando las corbatas desplazan a las camperas del control partidario y aparece
en el horizonte la posibilidad de disputar nuevamente el poder presidencial,
toda esta discusión intrapartidaria pasa automáticamente a segundo plano.
Teorema del peronismo (pos) moderno:
el debate de ideas en la trama partidaria es directamente proporcional a la
lejanía del Estado.
Además de la modernización
institucional partidaria para volver a ganar, la Renovación encara una
refacción ideológica bastante difusa y divorciada de la coyuntura económica, que
oblicuamente dejaba traslucir cierta incomprensión de aquello que socialmente
ya estaba integrado en el consenso alfonsinista: a la indiscutibilidad de la
democracia liberal como esquema básico de la tramitación política de los
conflictos sociales, la
Renovación oponía un concepto ambiguo y abstracto de
democracia social-popular, una institucionalidad al uso nostro peronista que la sociedad ya no reclamaba por
considerarla satisfecha con la prosa parquenortista de Alfonsín y la efectiva
restauración de la democracia que operó el radicalismo.
Así, el debate ideológico que
proponía la Renovación
funde a negro y transita hacia un no-lugar de la realidad política cuando Menem
gana la interna de 1988.
La otra renovación silenciosa del
peronismo en esos años, menos hablada y menos receptada por el soporte
literario, es la que se desarrolla al ritmo de la reconversión económica del
país: la mano de obra desocupada de las regionales sindicales pasa a cumplir
funciones en los territorios civiles a los que la pobreza mejor se adapta
(Curto), lugar donde ya estaban los punteros recolectados por la dirigencia
intermedia renovadora (Duhalde).
De esta constelación orillera nacen
las estructuras territoriales que van a elegir al peronismo como eje de su
política transaccional y de representación político-electoral. Este tramo va
del reparto de la caja PAN a la modificación del PJ como partido clientelar de
masas.
El proceso renovador de los ´80
deja como huella candente del peronismo, más allá de los debates ideológicos y
las reformas instrumentales promovidas, la idea de electorabilidad como un
nuevo perfil de liderazgo y representación que comprende perfectamente las
nuevas relaciones entre democracia, mercado y política.
En definitiva, que comprende la
nueva cultura de consumo de la sociedad que le toca gobernar.
Esa electorabilidad no surge del
“texto” de la Renovación ,
sino de los hechos producidos por la puja intrapartidaria (que ganó la Renovación ).
En este sentido, y pese a los ríos
de tinta derramados por la revista Unidos, podemos decir que el producto
intelectual mas genuino de la
Renovación está reflejado en el liderazgo y la representación
que va a encarnar Carlos Menem, y luego, como parte de la misma generación de
presidentes, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
El político peronista que surge de la Renovación encarna un
liderazgo hecho a si mismo, que
construye su capacidad electoral con materiales que encuentra fuera de la
política tradicional: en los medios, en la imagen, en protocolos no políticos para relacionarse con la
sociedad, en una renovación del lenguaje político que disminuye las
expectativas líricas puestas en palabras-idea como “pueblo” o “movimiento” y guarda
para consumo interno la mayor parte de la simbología sonora y visual del
peronismo originario.
El político peronista pasa a
ejecutar el populismo en las formas, los gestos y los actos de gobierno, y no
ya en el texto desde el cual enuncia
la política.
Con improntas propias, los
liderazgos de Menem y Kirchner están atravesados por estas características que
reflejan la manera en que el peronismo resolvió los problemas que ofrecía la
posmodernidad a la tradición política populista.
Con la vuelta del peronismo al
poder en 1989 y su progresiva conformación como partido de gobierno que
modifica la conformación bipartidista del sistema, las posibilidades de la
discusión partidaria como fuente de innovación ideológica se reducen
drásticamente.
El alfonsinismo no puede garantizar
la estabilidad socio-económica del país y el peronismo asume las misiones
pendientes: liberalizar la economía para estabilizarla y destruir al partido
militar para darle una consolidación realpolitica a la democracia.
La eficacia relativa de la tarea
unge al peronismo como el partido del
orden democrático, aquel que garantiza una administración estable de la
economía y de la conflictividad social por su mayor capacidad de representación
y tramitación concreta de la política entre los sectores más pobres de la
sociedad, pero también (y cada vez más) entre la clase media despolitizada que
no encuentra cauces de representación en los partidos no peronistas.
Ya sea para administrar situaciones
de ajuste (Menem), crisis terminal (Duhalde) o distribucionismo (Kirchner), el
peronismo no puede ya disociarse del manejo del estado, de la gestión, de
cierta cárcel weberiana que le deteriora la oxigenación política e intelectual,
pero que lo fortifica como partido de poder.
Los que hablan la política son los
que ganan, los que gobiernan.
La música peronista la toca el que
lidera, el que capta el orden político internacional de su época y lo traduce
mejor a representación local, el que escribe la partitura módicamente populista
de su tiempo.
Las sucesivas “éticas de la
responsabilidad” posponen la palabra de las bases.
La “salida” no se cuece en el
debate partidario sino en el nuevo liderazgo que irrumpe.
El kirchnerismo sembró una
pretensión renovadora vinculada a la promoción de los jóvenes en la política.
Una operación estética que pone la mira en la generación juvenil de los ´90
recuperando una concepción de la producción política sobre el eje
romantizador-idealista en el marco de la fundacionalidad kirchnerista, pero que
al omitir la transformación política del peronismo realmente existente durante
los ´80, prescinde de una lectura equilibrada de la política y el poder que es constitutiva, precisamente, de
cualquier pretensión renovadora del peronismo.
Los que ganan, renuevan. El triunfo
legitima la palabra política novedosa. Lo que separa a La Cámpora de los Massa e Insaurralde
no es la ideología, es la hermenéutica.
Para éstos últimos, la política no
tiene fecha cierta ni se historiza, no vieron un big bang político el 25 de
mayo de 2003: son tipos que se profesionalizaron políticamente durante el
kirchnerismo, pero tuvieron su educación sentimental allí donde los gobiernos
de Alfonsín y Menem se iban enlazando en rupturas y continuidades (democracia,
mercado, política y cultura) que reflejaron de un modo bastante realista los
consensos silenciosos que firmaban al pie las mayorías sociales.
Cada vez más, y mientras no haya
una crisis que lo desaloje súbitamente del Estado, los presuntos renovadores
del peronismo serán aquellos que efectivamente quieran dar el debate de las
ideas, pero con una previa construcción electoral de poder que los respalde en
la palabra.
*(Texto original de uno similar publicado en Revista Crisis en octubre de 2013.)