lunes, 5 de octubre de 2009

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1. Carrió y las arenas blancas. Es arduo sostener una lógica política que pendula entre el estudio de tv y el spa. No quisiera ser nunca uno de esos que integra el séquito de la diputada electa: y sí, nunca un grupo político representó con tanta elocuencia la vida de palacio, estar en la corte es muy estresante. Dirigentes y legisladores que en otras etapas de su vida militante nunca hubieran soñado con tener que transformarse en doncellas, cortesanas, eunucos y mucamos para sostener o ampliar ascendentes en la reina madre: la caída en desgracia puede depender tanto de errores políticos como de haberle comprado una marca equivocada de cigarrillos (“a ver Patricia, bajá a comprarme…”). A la corte hay que indultarla, loco: mirá si van a tener tiempo para pensar una política territorial.

Después de tener un diálogo off the record con Carrió te queda el paladar amargo, una sensación fea: porque confirmás que para la mina la política es un hobby de temporada, un entretenimiento despreocupado de la más ínfima responsabilidad, en definitiva, una joda. En ese instante, sentís lástima por los que se comen las tragedias griegas que la diputada electa arma en lo de Majul y vende a estrechas audiencias irreparablemente limadas por el macro-consumo mediático y el exceso de información que la neurona crispada no puede procesar, intoxicada de antikirchnerismo, de antiperonismo, abrumada por padecer este ispa de mierda del que conviene irse a cualquier lugar aunque se trate de ser lavacopas en Pamplona.

Ahora Carrió retorna para sancionar el partido único, para presentar su discurso primavera-verano. Nuevos guiones, nueva puesta en escena. Carrió se quedó con lo peor que dejó la década menemista (que no fue, obviamente, la corrupción): llevó a instancias terminales aquel aviso clasificado que Chacho publicó en esos años aciagos: permuto dos años de armado militante y organización territorial por media hora semanal en lo de Grondona. El aparato partidario era un “costo”, y gran parte de la clase política no quería tener déficit.

Y lo peor es que detrás del prêt à porter mesiánico-moralista de Carrió se esconde un apolillado catálogo de exclusiones, sectarismos y maltratos que incluye, después de una repasada por las dirigencias provinciales y municipales del ARI, el apilamiento de personas cuyos prontuarios está lejos de representar los valores éticos que la diputada electa desgrana a cada vez mayor altura. Y Carrió ya no sabe donde poner los escombros de sus propias eclosiones partidarias: los más sensatos se van rajando. Fabiana Ríos, Macaluse, Raimundi, el profesor Cabanchik, Margarita Stolbizer (la mujer que debería conducir la UCR, qué duda cabe) son gente que tiene una visión más realista de la política, aunque muchas veces no puedan traducir en hechos los dictados de su conciencia política, pero portan una conciencia, existe en ellos. No así en Carrió, que dinamita para reinar en la aldea, en el clan de figuritas mediocres que se galvanizan en los usos y costumbres de la antipolítica.

Carrió es menemista en el aspecto más alarmante que dejó esa década: en el de negar toda una trama de relaciones y vínculos territoriales que hacen a la construcción política (trama necesaria a la cual el PJ nunca se sustrajo, aun cuando era Menem el que promovía la desarticulación, porque seguía existiendo una autonomía) para dedicarse a una extraña forma de la política virtual. No puede decirse que Carrió no tenga inteligencia para interpretar la política, para narrarla creativamente, para construir una poética de la catástrofe, para cultivar el thriller político en capítulos que tanto apasiona a sus lectores: Carrió escribiendo la novela negra del kirchnerismo. Un libro a tres mangos en la mesa de saldos de nuestros días, y que pocos van a comprar. Carrió dando clases de instrucción política a base de groseras malversaciones teóricas e interpretativas de Hanna Arendt, Derrida o Kierkegaard que aseptizan más todavía ese lenguaje antipolítico, que no se quiere ensuciar con nada. (Adrián Pérez era el tipo que se crió en el útero administrativo de Avelina: la oficinita del anexo de la cámara de diputados, entre informes de lavado y enjuague, denuncias penales, pedidos de informes al ejecutivo. El tipo sin historia, sin rastros militantes préteritos, un graduado del menemismo silvestre y urbano que podía acusar a todos porque no venía de ningún lado. El tipo que aprendió a hacer todas las tareas de mayordomía que fuesen necesarias desde aquella oficinita donde no entraba ni la luz ni el aire. El tipo que tenía la potestad de la lapicera en tiempo de listas legislativas-esa primavera-, y que tuvo que resistir puteadas de valiosos militantes postergados por orden divina a la hora de colar. El tipo que hoy conduce un espacio político nacional.)

2. Santa Fé, festejos y vigilia. La elección santafesina suscitó ciertas euforias y confusiones. Y confirma algo: que Binner fue un buen intendente y un mal gobernador. Artemio López es quizás el kirchnerista que más cabalmente comprende una cosa: que Lole y Lupo nadan en la misma pileta.

3. Batalla Cultural, diez años después. Cuestiones que se debatían desde hace más de un año en el bloguerismo peronista, encontraron síntesis admonitoria en el texto de Etchemendy; después tendrán que saber hacer algo con esas palabras (es decir, afrontar la problematización y las reticencias que esperan en la realidad de los hechos). El triunfo cultural es que justamente se haya publicado en páginadoce. Kirchner lo hizo.